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En 1999 David Lynch dirigió una película que llevaba por
título “Una historia verdadera” (The Straight Story). La película, basada
en un hecho real ocurrido cinco años antes, cuenta la peripecia de un anciano
que, al enterarse que su hermano, con el que hacía diez años que no se hablaba
y que vivía a más de 500 kms. de distancia, había sufrido un infarto, decide ir
a verle para tratar de hacer las paces antes de que llegase el final definitivo
para alguno de los dos. Para ello, y dado que no tiene dinero, opta por
realizar todo el trayecto montado en el único medio de transporte que puede
permitirse: la pequeña segadora con la que arregla su jardín.
Digo esto porque la ruta que hice entre el 22 y el 25 de
abril de 2013, en compañía de mi hermano Pepe, me recordó varias veces durante
esos cuatro días la historia narrada por Lynch. Y no es que mi hermano y yo
estuviéramos reñidos, todo lo contrario. Pero sí somos conscientes de que entre
ambos sumamos, muy sobradamente, más de un siglo y cuarto de vida y que ambos
nos encontramos haciendo aquello a lo que apunta el título de mi blog
senderista: ENFILANDO la maravillosa,
alegre, luminosa y apacible etapa final de nuestras vidas. Quizá vivamos cada
uno, o uno de los dos, otro cuarto de siglo, o incluso más. Pero según van
pasando los años las oportunidades de pasar varios días juntos, charlando (o
callando), contemplando la esplendidez de la naturaleza, disfrutando del sol y
el aire dieciséis o diecisiete horas cada uno de esos días, van a ir escaseando
conforme vayan pasando los años.
Por el motivo indicado y también, ¡cómo no!, porque somos
caminantes por vocación, decidimos acometer, al menos, uno de los Caminos a
Guadalupe que contempla el Proyecto
Itínere 1337 y, concretamente, el llamado “Camino Visigodo”, que a lo largo de algo más de 140 kms (según
nuestras botas) va desde el Cruce de las Herrerías (cerca de Alcuéscar) hasta
Guadalupe.
Vaya por delante, y esto es válido para todo el trayecto,
nuestra felicitación a Itinere 1337
por el track para gps que tienen en su página. Lo utilizamos para todo el
recorrido y, con algunas apreciaciones que haré en su momento, el track es fiel
al terreno que pisamos, por lo que no tuvimos más dificultades que las
derivadas de las abundantes lluvias de las semanas previas a nuestra marcha.
Como quiera que disponíamos de 4 días para hacer todo el
recorrido, replanteamos las etapas que contempla Itinere, algunas excesivamente cortas para nuestro gusto, y las 6
etapas propuestas por ellos las reconvertimos en 4: la más corta de 31,02
kilómetros (la primera) y la más larga de 38,5 (la segunda).
La propuesta de Itinere
1337 es comenzar en el Cordel de Mérida, lugar nada idóneo para dejar el
coche e iniciar la marcha, pues no hay posibilidad alguna de una mínima
vigilancia. Por ello optamos por iniciarlo en el Cruce de las Herrerías (lo que
alarga la etapa algo más de 1 km), y a donde se llega sin problema tanto por la
A-66 como por la N-630. En el lugar existe una gasolinera, así como un hostal y
otros negocios, lo que hace un poco más seguro dejar aparcado el vehículo
cuatro días.
Eran las 9,50 de la mañana cuando, dejando a nuestra derecha
el Cerro de la Carbonera, dirigimos nuestros pasos inmediatamente a la Vía de
la Plata y en un momento estuvimos en el Cordel de Mérida. Bien señalizado,
tanto por monolitos de piedra como por carteles de madera.
El camino, de buen firme, está bordeado en esta zona por
olivos, pinos, encinas, olmos y mucho monte bajo, con abundancia de jaras, que
estaban en flor cuando pasamos nosotros.
Una señal, en madera, nos indica que nos dirigimos al Valle
de la Jara, nombre para lo que es una evidencia.
Algunas construcciones familiares bien adecuadas al entorno
en el que se insertan, exhiben elementos más decorativos que útiles, que
alegran estos primeros kilómetros de marcha.
Pasando por una zona de eucaliptus, dejamos a nuestra
derecha el Valle de la Jara y a nuestra izquierda un pequeño cerro. Se hace
evidente que estamos recorriendo (a la inversa) el mismo trayecto que los
peregrinos que se dirigen a Santiago.
El desnivel de la etapa es irrelevante. Tras una pequeña
bajada subimos una repecho que, nada más superarlo, nos permite ver
Arroyomolinos al fondo, al pie de la Sierra de Montánchez. A nuestra derecha la
extensa llanura de Navarredonda y Tierra Gorda y, más cerca de nosotros, la
Charca de Santiago. A nuestra izquierda, la Sierra del Centinela.
Encontramos a dos hombres de nuestra edad en amigable
cháchara. Tras el obligado saludo, al ver nuestras mochilas se interesan por
nuestro rumbo. Uno de ellos nos hace constar cuánto le apetecería hacer lo
mismo que estamos haciendo nosotros y nos indica la existencia, allí al lado,
de la Fuente del Trampal, de la que nos dice que no hay agua mejor por todo el
contorno, animándonos a vaciar las provisiones de agua y cargar con la de la
fuente.
Tras despedirnos, recorremos sesenta o setenta metros, por
un camino que sale a la izquierda, hasta llegar a la fuente, donde renovamos el
contenido de nuestras cantimploras y continuamos hasta la Basílica de Santa
Lucía del Trampal, que ya se ofrece, allá abajo, a nuestros ojos.
Desde la fuente seguimos por el camino, que ahora está
asfaltado. Frente a nosotros Arroyomolinos y a sus espaldas, la Sierra de
Montánchez, coronada por el Castillo y a nuestra izquierda los restos de lo que
parece una torre. Sabemos que se han encontrado algunos restos del poblado
visigodo que existió en torno a la Basílica pero, desde luego, estamos seguros
que nada tienen que ver los restos que vemos con los visigodos.
La Basílica es preciosa. Construida en la segunda mitad del
siglo VII parece ser que se ubica donde doce o trece siglos antes (VI a.C.) ya
se rendía culto a la diosa Ataecina
lo que, al parecer, se deduce con claridad por los numerosos sillares
utilizados en la construcción de la Basílica y que proceden del anterior
templo.
Dicen que su estructura es la más compleja de cuantas
iglesias de la época visigoda han llegado hasta nosotros. Cuenta con tres
naves, un crucero y tres cabeceras separadas unas de otras
El estado de conservación actual, tras la restauración de
algunas de sus partes, es estupendo y se ha construido un Centro de
Interpretación al lado, a unos 100 metros de la Basílica.
Desgraciadamente no pudimos entrar dentro, por encontrase cerrada
con las cancelas que se le han puesto. El Centro de Interpretación también
estaba cerrado. Yo la conocía por dentro, pues hace un par de años participé en
una Misa por el rito mozárabe que se celebró en la Basílica, pero me quedé con
las ganas de que la viera mi hermano.
Tras el deleite que supuso la contemplación de Santa Lucía
del Trampal, continuamos camino en medio de lo que iba a ser nuestra
maravillosa compañera durante los dos días siguientes: una dehesa extremeña que
nos llenaba de paz y sosiego. La mayor parte de ella bien cuidada. Y las
encinas, cada una totalmente distinta de la que tiene al lado. Comentamos que
aquello parecía una sala de exposiciones por la cantidad de bellezas expuestas
a nuestros ojos.
Son tres kilómetros los que separan la Basílica del punto
del Camino más próximo a la población de Alcuéscar a la que, desde luego, no
entramos, pues nos esperaba aún un largo recorrido hasta Almoharín.
En este trayecto vemos, por primera vez, el logotipo de los
“Caminos
a Guadalupe” pintado sobre una piedra.
Y un poco más allá, justo antes de que el Camino realice un
brusco giro de unos 320º a la derecha vemos un precioso pozo de piedra. Antes
de realizar el giro solo se aprecian las losas de granito que constituyen la
parte superior, pero al girar se aprecia en toda su belleza.
En la parte baja tiene una inscripción sobre cemento que
dice “Primera obra de...” y las siguientes palabras están borradas, machacadas.
Este mismo día, pero en Miajadas, vimos otro pozo con una inscripción igual y
también tachada la última palabra. Allí tuvimos la oportunidad de preguntar al
propietario de un huerto cercano que nos dijo que era el “Pozo de la República”
y que la última palabra se había tachado poco después de la Guerra Civil. Por
eso concluimos entonces que la inscripción de este pozo debía ser la misma y
ahora, al contemplar la foto, parece intuirse que esa es la palabra eliminada.
Continuamos hacia Arroyomolinos y tras recorrer, desde el
brusco giro a la derecha, unos 700 metros por el llamado “Camino de Santa
Amalia”, tomamos un desvío a la izquierda en dirección a nuestro destino.
Aparecen a nuestros ojos las primeras vides de las muchas
que saldrán a nuestros pasos estos días.
Y por doquier abundan las antiguas puertas de acceso —hoy
totalmente inútiles, pero muy bellas para mi gusto— a las fincas limítrofes al
camino.
El perfil de la Sierra de Montánchez, al fondo, va a ser una
referencia en la jornada de hoy y en la siguiente. Todavía ahora se nos antoja
lejana y nos parece inalcanzable. Pero,
como todo en esta vida, pasito a pasito no solo la alcanzaremos, sino que la
superaremos, dejándola atrás y se acabará perdiendo de vista a nuestras
espaldas. Y no sin nuestro regocijado asombro, por cierto.
El camino, por momentos, adquiere mayor belleza, pero de esa
que va llenando los ojos primeros y, luego y como bálsamo, todo tu ser y, en
especial, el corazón. Pepe y yo comentamos que una de las muchas razones por
las que merece la pena ser caminante de nuestras tierras es por deslizarte por
veredas como la que ahora recorremos. No nos acompaña más ruido que el de
nuestras botas y las conversaciones que unos pájaros mantienen con otros.
El agua, gracias a Dios, abunda por las últimas lluvias. El
Regato del Zahurdillo alimenta charcas a veces cubiertas de flores blancas.
Y un poco más adelante nos encontramos con un crecido Río
Aljucén que, provocativo, atraviesa con descaro y a sus anchas el camino por el
que en otras ocasiones discurre casi de incógnito. Menos mal que alguien ha
colocado unas piedras que nos ayudan a superar el cauce sin problemas.
Nada más cruzar el Aljucén alcanzamos la carretera CC-V-117,
una carretera sin muchas pretensiones, carente de arcén pero por la que se
camina bien. A la derecha vemos un antigua bomba para sacar agua de un pozo,
hoy con evidente signos de abandono.
Solo dos o tres vehículos dedicados a labores agrícolas se
cruzan con nosotros en el poco más de kilómetro y medio que nos queda hasta
Arroyomolinos. Y, al llegar, un antiguo crucero a la entrada del pueblo.
Nuestro paso por el pueblo es rápido, pero nos gusta el
esmero con que algunos de sus vecinos cuidan sus balcones
Y también nos llama la atención la bella arquitectura
popular de bastantes de sus casas.
Pasamos junto a la Iglesia de la Virgen de la Consolación,
iniciada en el siglo XVI y concluida en la centuria siguiente.
A la salida del pueblo, a un kilómetro, está la Charca de
las Curanderas, con una zona de esparcimiento con mesas y bancos de madera. Y
como ya va siendo hora de dar solaz al cuerpo, optamos por descansar un rato a
la vez que decidimos que los bocatas que traemos, pasen de estar en la mochila
a nuestra espalda, a ubicarse entre pecho y espalda.
Repuestas las fuerzas, y como todavía nos quedan 14
kilómetros para llegar a Almoharín, decidimos no demorarnos demasiado. Salimos
otra vez a la carretera pero, enseguida, tomamos por nuestra derecha el Camino
de Santa Amalia que tendremos que recorrer durante 5 kilómetros hasta llegar al
Cordel de Mérida.
El camino discurre, bordeado por una preciosa dehesa, entre
una explosión de colores. El verde pugna con el violeta y el blanco por otorgar
al campo que nos rodea una belleza como en pocas primaveras hemos visto en los
últimos años.
Y la flor de la jara, sin competencia, se exhibe de un modo
voluptuoso, con una belleza propia de una bailarina de streptease.
Un pequeño arroyo, sesteando a estas horas de calor bajo una
encina, nos provoca también, obligándonos a sacar otra vez las cámaras de fotos
para llevarnos con nosotros su recuerdo. Y para que no duerma solo, las vacas,
satisfecho su apetito, también dormitan al amparo de la sombra del encinar.
Somos conscientes de que estos kilómetros los estamos
haciendo a un ritmo lento. Pero también lo somos de que hemos venido a
disfrutar de la belleza del paisaje y, por ello, al llegar al Arroyo
Montanchuelo hemos de tirar otra vez de cámaras de fotos. El curso de agua
corre cubierto de flores y las vacas, al igual que nosotros, no han podido evitar
bajar al río a contemplar tanta belleza.
En lo alto del Cancho Blanco, casi 1.000 metros de altura,
ligeramente a nuestra izquierda, la enorme pelota blanca de la Estación de Radar
nos impone su presencia. Venimos viéndola desde que estuvimos en la Fuente del
Trampal y no ha consentido, hasta ahora, verse tapada por ninguna otra altura.
Todavía no sabemos que seguirá a nuestra vista durante las dos siguiente
jornadas.
Pasado el Arroyo Montanchuelo hemos llegado al Cordel de
Mérida, que habremos de recorrer durante algo más de 2,5 kilómetros hasta
llegar otra vez a la carretera CC-V-117. Desde aquí nos quedan poco más de 5 kilómetros para
llegar a destino. Al tan entretenido ritmo que vamos, algo más de una hora.
Pero Almoharín ya queda allá al fondo, a nuestra vista.
Aquí quiero advertir a quienes se animen a hacer esta etapa
tal y como la hemos recorrido nosotros. El camino diseñado por Itinere 1337 a partir de aquí (llegada a
la carretera), y que nosotros seguimos, se hace interminable. De seguir la
carretera son poco más de 3 kilómetros hasta Almoharín, pero si se opta por
tomar el camino propuesto, que va bordeando el Regato de Cagancho (o Arroyo del
Coto, como se le conoce en la localidad, por el paraje por el que discurre
próximo al pueblo) es, como mínimo, 1,5 kilómetros más largo. Nosotros lo
hicimos; cansados, pero lo hicimos. Y como quiera que discurre por callejones
bordeando la florecida dehesa, el Regato con abundante agua y también cubierto
de flores, charcas en las mismas condiciones…. pues, en fin, que mereció la
pena. Pero no quiero dejar de advertir
que se hace un pelín pesado.
En el punto en que el camino se acerca más a la carretera,
un desvío acerca hasta la misma y un puentecillo hecho con vigas de hormigón y
ladrillo ayuda a cruzar las aguas del Regato Cagancho.
Si se opta seguir por el camino (como, insisto, hicimos
nosotros) se sigue el cauce del Regato hasta alcanzar el Camino de Coto,
momento en que hay que realizar un brusco giro de más de 90º para tomar en
dirección a Almoharín. El punto del giro no tiene pérdida, pues un precioso
puente de origen medieval, de dos ojos, el Puente del Coto, indica el sitio.
El paraje es hermoso y merece la pena detenerse. Supongo que
en épocas en que el cauce vaya seco no tendrá la esplendidez que lucía cuando
pasamos nosotros.
Tras cruzar el puente, Almoharín queda a tiro de piedra. El
magnífico Cerro de San Cristóbal, de 845 metros, le sirve de telón de fondo.
Y justo antes de cruzar la Carretera de Medellín y entrar en
las primeras calles, a nuestra izquierda, un antiguo pozo de piedra, cuadrado.
Un sencillo cartel, en una alambrada, nos canta los
atractivos turísticos del lugar.
Y en el mismo sitio, al otro lado de la calle, uno de los
antiguos anuncios, en azulejo, del Nitrato de Chile.
Y como queriendo remedar aquélla antigua forma de
publicitarse en cerámica, un taxista nos indica dónde se pueden solicitar sus
servicios
Habíamos concertado hospedaje en una Casa Rural sita en la
mismísima Plaza de España, esquina a la Calle de la Constitución. La llevan dos
hermanas (Toñy y Lucía) que tienen una tienda (“Modas Toñy”) justo al lado. Por
si a alguien le interesa, sus teléfonos son 927 387 069 – 645 972 765 – 608 235
286.
La Casa Rural nos pareció magnífica: limpia, bien dotada,
cómoda y silenciosa. Las hermanas propietarias, superamables. El precio nos
pareció ajustado y razonable: 40 euros por los dos, incluido el desayuno.
Tras acomodarnos y la reconfortante ducha, paseíto por el
pueblo.
La Plaza Mayor no pareció magnífica.
La Iglesia, sencilla, con la curiosidad de que tiene la
torre del campanario separada, con una calle de por medio.
Pudimos proveernos para hacer los bocadillos con que comer
al día siguiente en un supermercado de Coviram, muy cerca de la Casa Rural. Se
va por una calle que está frente a los portales de la Plaza Mayor.
Tras la cena, a descansar para iniciar camino al día
siguiente.
Mi cuñado y yo el 25 de abril salimos desde Leganés a Guadalupe (por una promesa),y después nos hace ilusión llegar a nuestro pueblo Rincón de Ballesteros por lo cúal vuestro blog me está siendo de gran utilidad. Nosotros iremos en bici y lo haremos en dos etapas.
ResponderEliminarNo llevamos gps ¿está bien señalizado?
Muchas gracias por vuestro blog me está ayudando muchisimo.
Hola Anónimo. La ruta está bien señalizada por regla general.
ResponderEliminarSi no lleváis gps, conviene que os proveais de un buen mapa y os imprimáis los track accesibles desde Wikiloc (tienes el enlace arriba). Pero vamos, no tiene pérdida.
Espero que la disfrutéis como nosotros.
Un saludo.
Muchas gracias ya me he descargado vuestros tracks y estoy empezando a usar el oruxmaps.
ResponderEliminarYa te contare.
Un saludo y reitero mi felicitación por tu blog.