viernes, 24 de abril de 2015

Marruecos: de Ceuta a Chefchaouen


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Realizada la travesía y desembarcados no perdimos más tiempo que el necesario para reagruparnos y subir a los autobuses que la organización tenía dispuestos para nuestro traslado a Chefchaouen. Eran poco más de 100 kilómetros que, para la inmensa mayoría, estaban llenos de ilusión, pues era la primera vez que íbamos a Marruecos. Otros ya habían estado pero, por lo que decían, podíamos deducir que su ilusión no era menor que la nuestra.


La verdad es que el viaje no podía comenzar con más intriga y emoción. Efectivamente: Julia, una enfermera de Madrid que formaba parte del grupo (se nos había unido ya el día anterior), se dio cuenta la víspera al embarque, y ya por la noche, que se había dejado el pasaporte en Madrid. Solo contaba con una fotocopia del mismo. El problema era que en su casa no quedaban familiares, pues todos se habían ido de vacaciones. Tampoco había posibilidad de pedir a nadie que fuera a recogerlo para que lo enviaran por alguno de los sistemas de transporte súper-urgente, pues ninguna otra persona tenía llave de su casa. A todo esto debemos añadirle que los funcionarios encargados de expedir pasaportes o visados NO trabajaban el día que debíamos cruzar la frontera, por ser Jueves Santo.
Julia, persona que no se arredra ante las dificultades, decidió que, no obstante, se iba a arriesgar a no poder pasar la frontera. La víspera del embarque fue a la Comisaría de Policía de Algeciras y presentó una denuncia por pérdida del pasaporte. Cogió la copia de la denuncia junto a la fotocopia del pasaporte y se la guardó.
Al día siguiente se embarcó con los demás. Los azafatos del buque le dijeron que “tururú” de pasar a Marruecos sin pasaporte. Pero ella llegó a Algeciras y montó en el bus. Tenía la esperanza de que en la misma frontera la Guardia Civil pudiera expedirle un documento provisional y temporal que le permitiera cruzar. Alguno de los guías le dijo que, aunque pudiera cruzar a Marruecos, podría tener graves dificultades a la vuelta.
Julia se dio por advertida de todo pero optó por ir hasta la frontera. Si la Guardia Civil no le permitía el paso, asumió que regresaría a Ceuta por sus medios. Y si la dejaban pasar y había problemas para cruzar de regreso, pues confiaba en que ya se resolvería.
Montamos en el autobús con alegría vereína (que es alegría de la buena) y arrancamos en dirección a la frontera.


Anteriormente había estado tres veces en Ceuta, pero siempre so pretexto del típico viaje para hacer algunas compras y de eso hacía ya bastantes años. Pero nunca había pasado de recorrer las calles típicamente comerciales. Conocía, pues, la Bahía de Ceuta, que es la zona de mar por la que llegan los barcos desde la Península, pero no la Ensenada de Ceuta que es la que está al otro lado de la Península de Amina.
El autobús, en cuanto arrancó, cruzó el pequeño istmo por el que la Península citada se une al resto de la ciudad y se incorporó al tráfico de la Avda. Martínez Catena, por la que se va a la frontera. A nuestra izquierda la Ensenada de la Almadraba, con la Playa del Chorrillo a nuestro lado y la Punta de la Mala Pasada más allá, construida casi hasta el mismo borde del mar, que es lo último que alcanzamos a ver de la Península



Y un poco más allá, en cuanto pasamos la Punta del Morro, queda ante nosotros la Ensenada de Ceuta y toda la zona de costa de la que, solo la mitad más próxima pertenece a España siendo el resto territorio marroquí.



Detrás de nosotros queda el multicolor bario de La Almadraba.


Alguien llama la atención sobre que a nuestra derecha queda el Barrio del Príncipe (Príncipe Alfonso, propiamente dicho), en el que transcurre la trama de la serie televisiva El Príncipe. Cuando quiero reaccionar (para sacar una foto) es demasiado tarde y ya hemos llegado a las instalaciones del paso fronterizo de El Tarajal.
Me llama la atención la cantidad de vehículos que se agolpan para el paso. En la parte española la sensación de una cierta suciedad provocada por algunos papeles en el suelo y manchas de aceite. Debe ser normal, me digo, por la cantidad de vehículos que pasan.
Algunos coches han sido apartados a un lateral. Nos limitamos a mirar y a pasar y, tras la zona de las garitas, los responsables de la organización, que previamente han recogido la documentación de todos, realizan los trámites oportunos.
Todos suspiramos cuando se nos da el pase (Julia, con su fotocopia del pasaporte incluida) para continuar al control marroquí.


El paso por el control marroquí es algo más estrecho que el español y mientras en este los guardias estaban a pie, viendo pasar los vehículos, en el marroquí vemos policías ocupando las garitas y más allá otros policías, junto a los coches dispuestos a revisar los mismos.



Dos policías me ven con la cámara de fotos en la mano y, con un gesto imperativo, me indican que no debo hacerlas. Como no quiero problemas me quito la cámara de delante de la cara y la pongo en el regazo.
En cuanto pasamos la zona de garitas hay una superficie abierta en la que vemos, aparcados al lado derecho, varios vehículos con las puertas abiertas que están siendo inspeccionados. Algunos han tenido que bajar al suelo parte del equipaje.



EL EXPRESO DE MEDIANOCHE
Nos damos cuenta que nuestro bus también se aparta a un lado y se detiene. Abre la puerta delantera y se escucha el rumor de una conversación a la que no prestamos mayor atención pero, al cabo de un momento, se forma un pequeño revuelo en la parte delantera del autobús y cuando preguntamos qué pasa, nos contestan que han obligado a bajar a uno de los integrantes del grupo y que la policía se lo ha llevado a una de las casetas de control que hemos dejado atrás. De momento pienso que puede tratarse de Julia, que vaya a tener problemas con la carencia del pasaporte original.
En cualquier caso, el acongojo (y léase la palabreja como se quiera) es generalizado.
Los de atrás, que no nos hemos enterado de nada, queremos saber detalles y preguntamos qué ha pasado. Nos aclaran que nada tiene que ver con Julia y que se trata de Miguel, un integrante del grupo procedente de Granada. Al parecer ha sido sorprendido por un policía haciendo una foto a la explanada donde nos encontramos, donde están los coches en tránsito, y esa ha sido la causa de la detención.
Los de la organización nos dicen que guardemos las cámaras y que no hagamos ninguna foto. Inmediatamente pienso en los dos policías que hace un momento me han hecho el gesto de apartar la cámara y pienso, también, en algunas de las fotos que he hecho en las que, por ejemplo, salen dichos policías y algunos más.
Sin poderlo remediar se me vienen a la cabeza algunas escenas (horribles) de la película de Alan Parker El expreso de medianoche, en la que el protagonista es encerrado en una cárcel turca y pasa las de Caín.
Acongojado (nuevamente), reviso las fotos que llevo y procedo a borrar las que pudieran considerarse más comprometidas (¿?). Llego a pensar en borrar todas las relativas al paso fronterizo, pero me cuesta un imperio quedarme sin ningún testimonio gráfico y decido arriesgarme y mantenerlas.
Guardo la cámara pegada junto a mi cuerpo. Me recuesto en el asiento, entrecierro los ojos y finjo dormitar. Solo por si sube algún poli, para pasar desapercibido.
Hay preocupación, intriga…
Al cabo de unos minutos regresa Miguel, ¡¡sonriente!!, que sube al bus y ocupa su plaza. Detrás de él un policía marroquí se da un paseo por el pasillo del autobús, llega casi hasta atrás del todo, regresa a la puerta, se baja y nos da la conformidad para seguir.
Yo sigo pegado a mi asiento. Aprieto la cámara de fotos contra mí, como hacía Gollum, de El Señor de los Anillos, cuando decía aquello de “¡¡Mi tesoroooo!!”.
Cuando, por fin, nos abren las verjas y volvemos a salir a carretera, nos precipitamos en tropel sobre Miguel para preguntarles detalles sobre su detención.
Con una sonrisa triunfal y cierto aire de superioridad cuando ve nuestra angustia contenida, Miguel nos cuenta que todo se ha debido a una foto que le ha hecho a una gran bandera de Marruecos que ondea en la explanada del final del puesto fronterizo. Un policía le ha visto y le ha hecho bajar, llevándoselo al puesto de control. Allí el oficial del puesto le ha dicho que “mejor” borrara las fotos que llevaba hechas  y que así “no pasaría nada”. Miguel ha borrado la de la bandera y alguna otra del paso fronterizo y le ha enseñado la pantalla de la cámara al oficial para que viera que las demás fotos no tenían nada que ver con el incidente. El oficial, satisfecho, le ha permitido volver al autobús.
Para el resto del viaje Miguel pasó a ser, para mí, “Miguel, el detenido”, un icono de la fotografía rebelde.
El relato de Miguel del incidente fronterizo nos ha llevado un rato y cuando queremos darnos cuenta hemos llegado a la ciudad portuaria de Fnidek, que estamos atravesando.
Cuando me quiero dar cuenta, mantengo la cámara apagada y guardada. La enciendo con premura, pero no me da tiempo a hacer los ajustes precisos para obtener unas fotos medio decentes, por lo que casi se me escapa una preciosa mezquita existentes en la confluencia de las carreteras N-13 por la que hemos venido hasta aquí y la N-16, por la que seguiremos desde este punto y hasta Tetuán.



Enseguida me doy cuenta que los cristales tintados del autobús me la van a jugar con el color de las fotos. Bueno… se hará lo que se pueda.
Todo me llama la atención: los bloques de viviendas, muy similares a los nuestros pero con un estilo de decoración propio y muy bonito. Los anuncios en los murales, de los que únicamente comprendo los números; algunos complejos residenciales, verdaderamente hermosos.




Cuando salimos de la ciudad, me llama enormemente la atención el color verde intenso del campo marroquí. Yo esperaba un color mucho más terroso, más seco y pizarroso. Sin embargo, es bellísimo.


Cuando llegamos a la altura de Haidra vemos, por nuestra izquierda, una urbanización que se extiende a lo largo de Soumia Plage y, muy a lo lejos, el Cabo Negro, que se adentra en el mar y por nuestra derecha estupendas urbanizaciones en la ladera de un pequeño monte.



Cuando atravesamos Bouzaghial, un poblado y separado barrio de M’Diq, ciudad situada al norte de Tetuán, divisamos a nuestra izquierda, a lo lejos, las aguas de Barage Asmir, o Presa de Asmir, que es la que abastece de agua a Tetuán y que fue terminada en 1991. Y más allá de las aguas de la presa, una montaña (de la que no he podido averiguar el nombre), en cuya cima hay lo que parece una antena de comunicaciones.


Tetuán (325.000 habitantes), como todas las grandes ciudades tiene a su alrededor multitud de pequeñas construcciones —chalets, casas de campo e, incluso, pequeñas mezquitas— que van jalonando la carretera cuando te aproximas a la ciudad.



Cruzamos Tetuán utilizando la N-13, que circunvala la ciudad, evitando en todo momento adentrarse en la misma.




A mitad de la travesía de la ciudad, en una curva de la misma, vemos a nuestra derecha la Universidad Abdelmaled Essaadi, donde se ubica la Facultad de Ciencias y la Escuela Nacional de Ciencias Aplicadas.



Advierto a quien pueda utilizar el track que a la salida de la ciudad el gps registró la ruta de forma extraña durante unos minutos, por lo que el trazado se aparta de la carretera. Pero no hay más que seguirla, sin apartarse de ella en ningún momento.
Según nos vamos alejando del centro de Tetuán veo los típicos barrios de las afueras de cualquier gran ciudad. Eso sí, con características decorativas en su arquitectura típicas de esta cultura. Me llama la atención la profusión de pequeñas mezquitas por los distintos barrios, aunque enseguida caigo que es normal, pues en Europa pasa lo mismo con las pequeñas iglesias o parroquias repartidas por nuestros barrios. Y niños en los parques, vendedores de chucherías con sus carritos, ¡como en España!. Y gente con la forma de vestir habitual por aquí.







Antes de que se acaben los barrios periféricos, en una rotonda, el autobús gira a la izquierda en un ángulo de 90 grados. En realidad seguimos por la N-13 ya que en esa rotonda, de haber seguido rectos, hubiéramos pasado a la N-2, que va en otra dirección.
Enseguida pasamos sobre un puente que salva el río Hajera que, con sinuosos y abundantes meandros, corre a verter sus aguas en el Mediterráneo, solo un poco más allá de Tetuán.


En la falda de una montaña que aparece a nuestra derecha vemos las casas que conforman la población de Mankal.


A unos 20 kilómetros de Tetuán atravesamos un pueblecito llamado Zinat Tetouan. Lo primero que vemos (como pasa con los campanarios de las iglesias en los pueblos de España) es el minarete de su mezquita y después, la vida normal en las calles de cualquier pueblo: niños que van o vienen del colegio, comercios con sus mercancías en la puerta, padres con que vienen de recoger a los críos. Lo único distinto es la vestimenta. Y el hiyab, el dichoso hiyab en las cabezas de niñas tan pequeñas. Me cuesta acostumbrarme a eso.



Unos dos kilómetros más adelante, y a nuestra derecha, nos encontramos con la presa de Nakhla que regula las aguas del río Hajera, del que hemos hablado antes. Su misión es garantizar, junto con los pocos recursos de aguas subterráneas locales, el suministro de agua potable de Tetuán y su región, pues dada la creciente importancia del turismo en esta zona del país, tanto el de interior como el que viene atraído por los muchos atractivos de la costa mediterránea, esta obra tiene un papel muy importante en la actividad económica regional.
La presa de Nakhla controla una cuenca 110 km2 donde la precipitación media anual es de 810 mm, y juega un papel capital al  garantizar la prestación de 7.000.000 m3 de agua potable al año.



Por el lado izquierdo de la carretera vemos algunas de las montañas que forman parte de la cadena montañosa del Rif, elevando sus grandes crestas, que llaman nuestra atención. Estas mismas montañas se extienden hasta más allá de Chefchaouen, nuestro destino.


Atravesamos otro pequeño pueblecito, Larbaa Beni Hassen, al que cruza la carretera por en medio.


Y un poco más adelante otro pantano con un sistema de presa con compuertas abiertas que llama mi atención. Por más que he buscado, no he logrado ni conocer su nombre ni ninguna otra característica del mismo.



Algo más de tres kilómetros más adelante y cruzando el curso del río que viene desde el pantano que acabamos de ver, veo desde la carretera un curioso puente (por el que nosotros no pasamos) moderno, de cemento, con alrededor de una docena de ojos perfectamente redondos. Allí mismo, en el agua y junto al puente, dos o tres personas rastrillan las arenas del lecho del poco caudaloso río como si buscasen algo.


Estamos a doce o catorce kilómetros de Chefchaouen y ya vemos, en la distancia, las montañas en cuyo cobijo se recuesta la ciudad.
En pocos minutos llegamos a una rotonda en la que abandonamos la carretera N-13 por la que hemos venido desde Tetuán para incorporarnos a la R-412 que, en continuo ascenso, nos llevará a nuestro destino.
Desde la rotonda vemos ya las casas de Chefchaouen en las faldas de los montes Tisouka (2.050 m) y Megou (1.616 m) de la Cordillera del Rif, que se elevan por encima del pueblo como dos cuernos, dando así nombre a la ciudad (Chefchaouen en bereber significa: “mira los cuernos”).



La entrada en la ciudad enfervoriza a los fotógrafos, que se plantan la cámara delante del ojo y no cesan de darle al gatillo, pues todo parece atractivo, todo se pretende que quede recogido para el recuerdo: escuelas, letreros, gentes, edificios….



Los hoteles donde nos vamos a hospedar están en el interior de la medina, por donde no es posible circular con vehículos. Por este motivo el autobús nos deja en la Avda. de Moulay Alí Ibn Rachid, junto a la mezquita y cementerio del mismo nombre y delante mismo de la puerta monumental de la medina llamada de Bab el Ain que a mi me recuerda tantos y tantos arcos de paso que tenemos en la Ciudad Monumental de Cáceres.


Y lo poco que se ve, todavía, desde aquí, aún con las mochilas a cuestas y las maletas en las manos, ya empieza a enamorarnos de esta ciudad.




Y allá que fuimos, cargados de equipaje e ilusión