miércoles, 30 de octubre de 2013

Bosque - Galería en Hervás (Cáceres)


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Realizada el domingo 13 de octubre, en un día nuboso, pero agradable. Alrededor de sesenta participantes.


Nos concentramos en la Plaza, para salir en dirección al río Ambroz. Llama la atención la omnipresente Estrella de David, tanto en los rótulos de las calles como en multitud de comercios y bares. Un foráneo quizá pueda pensar que se trata de creencias cuando, en realidad, es solo turismo.





La arquitectura en muchas de las calles, típicamente popular y con un sabor exquisito que convierte a Hervás en uno de los destinos obligados para quien quiera conocer esta provincia.





Salimos de Hervás cruzando el Puente Romano sobre el Ambroz.



Durante un corto trayecto caminamos paralelos al río, contemplando algunas huertas y, al otro lado del Ambroz, las traseras de varias casas del Barrio Judío, con sus patios y esa arquitectura tan característica que integra la madera en el exterior de las paredes.



Comenzamos a adentrarnos en el Valle. Las abundantes nubes no nos permiten ver con nitidez las diferentes alturas de la Cordillera del Molinillo y del Hornillo, a nuestra derecha. Creo que lo que veo a mi derecha es el Cabeza Molinera.


La Iglesia de Santa María, a nuestras espaldas, se recorta en lo más alto de Hervás contra el cielo.


Un pequeño túnel nos permite pasar por debajo de la carretera que lleva a La Garganta.



El camino, desprovisto de toda dificultad, discurre, tranquilo, entre huertos, chalets y casas de labor que deben ser las delicias de sus usuarios. Las vistas son preciosas y el entorno tranquilo y agradable.




Cuando llevamos recorridos poco más de dos kilómetros vemos, a la derecha del camino, la vía del ferrocarril de la Vía de la Plata, ya sin uso hasta el punto de que las vías comienzan a cubrirse con la vegetación.




Por todo nuestro entorno comienzan ya a hacerse presentes zarzas, retamas, castaños, robles… La exuberancia del bosque al que nos acercamos da un cierto embrujo a la ruta.


De nuevo se cruza en nuestro camino la carretera a La Garganta, obstáculo que superamos, otra vez, por otro pequeño túnel que pasa bajo ella.


Nuestros guías nos invitan a caminar hacia un pequeño prado, a nuestra izquierda, señalando que hay algo que nos gustará. Allá vamos.



De pronto nos encontramos junto al Río Balozano, cuyo escaso caudal discurre tranquilo bajo una bóveda de árboles. El musgo campa a sus anchas en las piedras próximas al agua. Es un lugar precioso. Todos deseamos salvar la pequeña pendiente para situarnos entre las piedras existentes en medio del río y disfrutar, a nuestras anchas, del espectáculo, al que contribuye la presencia de un puente sobre el que pasan las vías del ferrocarril.





Nos queda mucho sendero que recorrer y Vicente, nuestro guía, nos urge a continuar la marcha que discurre entre castaños cuyos frutos, ya maduros, siembran el suelo.



Al llegar al Puente de la Tejea, sobre el Río Belozano, lo cruzamos para recorrer quinientos metros que volveremos a pisar a nuestro regreso.


A partir de este momento entramos, según me comentan, en lo que propiamente llaman “bosque galería”. Y, efectivamente, la abundancia de vegetación contribuye a dar la sensación de que se camina bajo una galería verde, de ramas y hojas tan abundantes que la luz disminuye de forma sensible.
Caminamos ahora dejando el Río del Valle a nuestra izquierda.




Serpenteamos por las faldas de los montes Cerralavanda y Las Cabezuelas. En algunos claros se muestran, espléndidos, los castaños. Las piedras cubiertas de musgo nos hablan de la abundancia de humedad y los helechos ya de color dorado oscuro, nos hablan de la proximidad del otoño.





Poco a poco el entorno se vuelve un poco más salvaje, más… boscoso. Se nota la ausencia de la mano del hombre. El río sigue corriendo por nuestra izquierda y todo me llama a retrasarme con respecto al resto de los senderistas para disfrutar del silencio y de la única presencia de las plantas, del agua, del aire.





En una vuelta del camino nos topamos con una antigua casa de labor, con lo que parece que fuera el establo para el ganado la lado. Las fachadas de las dos edificaciones dan al camino y las piedras con que están construidas evidencian tanto la humedad del sitio como el poco sol que entra hasta ellas.



Y el bosque sigue envolviéndonos.



Cuando llevamos recorridos casi cinco kilómetros nos encontramos con un precioso puente.



Me llamó la atención a lo largo de toda la ruta la casi nula utilización de somieres (de camas) para cerrar el paso a las fincas o huertas, tan habitual en otros lugares. Por esta zona vi que lo habitual era utilizar troncos a dicho efecto.




Poco después de pasar por el puente que reflejo anteriormente tuvimos el único incidente digno de mención de toda la jornada. Yo me había quedado algo atrás, pues había esperado a que no quedara nadie en el puente para fotografiarlo. Cuando continuamos, nos encontramos con este magnífico ejemplar en nuestro camino.


Ya había pasado todo el grupo e Íbamos atrás tres o cuatro personas. Justo cuando sacaba la fotografía anterior, sentí junto a mi oreja un zumbido muy fuerte. Era un insecto volando, claro está. Manoteé para quitármelo de encima y sentí un fortísimo pinchazo a la altura del codo izquierdo. Una señora, guía de la ruta, que estaba junto a mí, sintió el zumbido e hizo lo mismo que yo. Ella sufrió nada menos que trece picotazos.
Se trabaja de unas abejas que tenían su panal en el árbol fotografiado. El ruido producido por el grupo de senderistas las había alterado y “se vengaron” con los que íbamos atrás.
La abejas eran de considerables dimensiones, bastante más grandes que las que estamos acostumbrados a ver. A consecuencia de la picadura se me fue inflamando bastante todo el antebrazo izquierdo.
La señora de los trece picotazos hubo de ser evacuada a Hervás, al ambulatorio médico. Una de las abejas, enredada en su pelo, se ensañó con ella de mala manera. Tenía todo el brazo, el hombro y la zona del omóplato llena de picaduras. Al día siguiente, al interesarnos por ella, supimos que lo había pasado mal, con fiebre y una gran inflamación, aunque también nos dijeron que fue superando todo ello.
A mi la inflamación me duró un día entero y el dolor en el brazo persistió durante tres o cuatro días.
Cuatrocientos metros más allá del puente, donde el camino confluye con una carretera que viene de Hervás, paramos para esperar un choche que vino a recoger a nuestra compañera.
Aproveché el momento para hacerme una foto con mi camiseta “Prisiña”.


Unos metros más allá, en el Puente Candelera, la ruta hace un giro de 180 grados a la izquierda para volver en dirección a Hervás.




Algunos de los senderistas no pararon, durante toda la ruta, de coger diversos frutos (sobre todo moras e hijos). Bromeando comentaban que debían cambiarle el nombre a la ruta y llamarla “Ruta gastronómica”.


Tras pasar una parte del camino absolutamente liso, llegamos a un pequeño claro, donde hicimos un alto para reponer fuerzas y hacernos una foto de grupo con todos los participantes en la ruta.





Quedando a nuestras espaldas, y una vez que iban levantando las nueves, los montes de la Sierra de Béjar. No supe identificar si se trataba de la Cruz de Jeromo o de la Muela.



Ya de regreso hacia Hervás, pasamos por algunas fincas con almiares de heno para el invierno. Preguntados por los senderistas, alguno de los caminantes nos indicaron que el heno se conserva muy bien, pese a la lluvia. Decían que puede tomar un color más oscuro la primera capa pero que todo lo demás se conserva todo el invierno en perfectas condiciones.



Una suave bajada nos lleva otra vez al Río del Valle, en el mismo punto en que lo atravesamos antes.



Tras volver a caminar durante 500 metros por el mismo trayecto que hicimos a la ida, llegamos a la carretera que va a La Garganta. Girando a nuestra izquierda, subimos por ella unos pocos metros para tomar enseguida la pista forestal que sale a la derecha en dirección ascendente, la conocida como Pista Heidi, que nos llevará a superar un desnivel de unos 140 metros en algo más de dos kilómetros de recorrido, lo que supondrá el mayor (y único) esfuerzo de toda la jornada (si exceptuamos la fuerte bajada que viene a continuación).



A partir de aquí la presencia de castaños va a ser constante. Por la época en que hacemos la ruta, están repletos de frutos, muchos de los cuales ya han caído, maduros, al suelo, quedando abiertos ante nuestros ojos.




Según vamos ganando en altura, Hervás va quedando, hermosa, a nuestra vista.




Cuando estamos casi llegando a Hervás, el Puente de Hierro queda a nuestra vista. Perdida su utilidad primitiva, sirve ahora de lugar para el tranquilo paseo de los hervasenses.



Y justo antes de bajar al pueblo, desde un alto aprovechamos para hacer las últimas fotos con Hervás de fondo.



Y, por supuesto, también a la preciosa Iglesia de San Juan Bautista.