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Realizada durante la
mañana del 20 de noviembre de 2013.
Previamente y como es
lógico, habíamos hecho la travesía en barco desde Órzola, lo que tengo relatado
en otra entrada, tanto en Wikiloc como en este blog, por lo
que retomo el relato donde terminé aquel.
Habíamos tomado el
barco de las 11 que, en poco más de media hora nos dejó en Caleta de Sebo.
Caleta de Sebo es el único núcleo
de población, habitado, de La Graciosa (660 habitantes). En el
mismo litoral, pero más al norte, está Pedro Barba, un lugar donde hay
docena y media de casas pero en las que no vive nadie de forma habitual.
Según relata el historiador
Agustín
Pallarés, haciéndose eco de testimonios verbales recibidos en primera
persona, los primeros habitantes fijos de La Graciosa fueron cuatro
matrimonios, amigos, originarios de Haría pero residentes, como
pescadores, en Arrieta (los formados por Francisco Álvarez Rijo y Agustina
Quintero; Claudio Betancort Barrios y María Cruz; Pedro González y Casimira, y
Fernando Páez y María Villalba). Todos ellos venían, con frecuencia y para
pasar largas temporadas, a marisquear en la Isla hasta que se pusieron de
acuerdo para quedarse a vivir en la misma con carácter permanente.
Este asentamiento se
produjo con posterioridad al cierre de “La Sociedad”, nombre con el que los
gracioseros han llamado siempre a la empresa pesquera que se instaló aquí en
torno a 1880 y con la que los cuatro matrimonios indicado no tuvieron ningún
tipo de relación laboral. Dicho cierre tuvo lugar unos cinco o seis años más
tarde. La persona que proporciona tal testimonio vivo fue el graciosero Domingo
Alvarez Quintero, hijo del primero de los matrimonios citados, que fue
la primera persona nacida en esta isla, lo que tuvo lugar el 1 de enero de
1899.
La isla tiene una
superficie de 20 km cuadrados y toda ella, excepto los dos núcleos de
población, pertenecen a Patrimonio Nacional.
Caleta de Sebo tiene un pequeño,
pero suficiente, puerto.
Allí mismo pueden
alquilarse bicicletas con las que recorrer la Isla. A este respecto conviene
advertir (porque nadie te lo dice) que los escasos senderos que hay en La
Graciosa están absolutamente tomados por la arena por lo que pedalear
viene a convertirse, después de 10 minutos, en una labor de titanes. Es
dificultoso pedalear en un camino en el que la rueda se hunde varios milímetros
en la arena. Desde luego, puede hacerse, pero no tiene absolutamente nada que
ver con hacerlo en asfalto o en la tierra, bien apisonada, de un parque.
Hay dos o tres
empresas de alquiler de bicis, con precios idénticos.
También allí mismo,
en la explanada del Puerto, pueden contratarse los servicios de un jeep con
conductor que hará un recorrido por los lugares a los que es posible acceder
con vehículos (puede verse en mi track). El recorrido dura hora y cuarto
aproximadamente y comprende la parada del vehículo en los puntos más turísticos
de la Isla. Cuando estuvimos nosotros, si no recuerdo mal, costaba 35 euros el
vehículo. Lo ocupase una persona o cinco.
A título de anécdota,
indicar que en la Isla no están permitidos otros coches que los que tengan
registrados y autorizados oficialmente los que allí residen de forma
permanente.
Por nuestra parte,
nos decidimos por contratar un jeep y tengo que decir que tuvimos una suerte
inmensa pues nos tocó la suerte de conocer a Gustavo Betancort, dueño
de uno de estos jeep con el que se gana la vida. En él se dan dos
circunstancias: la primera, ser Graciosero, es decir, haber nacido
aquí, en La Graciosa, lo que le hace conocer esto con absoluto detalle
ya que ha recorrido hasta los más ocultos rincones desde los días de su niñez y
juventud.
La segunda circunstancia
es su inmensa amabilidad. Tiene un trato amable, cercano y enormemente
servicial que, sencillamente, nos encantó. Se ofreció, incluso, a buscarnos
alguna casa si un día nos decidimos a venirnos a pasar unos días aquí, en La
Graciosa.
Si algunos de los que
lean esto tiene programado ir a La Graciosa, puede contratar sus
servicios llamado al teléfono de la tarjeta de visita que nos dio y que
adjunto.
Tras montarnos en el jeep,
nos acercamos a casa de Gustavo a recoger algo que había
olvidado para volver luego, a través del pueblo, a tomar una salida que hay a
la altura del puerto al objeto de hacer el recorrido.
Vamos a hacer un trayecto
de 28,5 kilómetros. La isla es muy llana, no existiendo desniveles de relieve
más que las cinco formaciones volcánicas existentes (las dos Agujas,
Grande
y Chica,
Montaña
Bermeja, Montaña del Mojón y Montaña Amarilla), a las que no
vamos a subir en esta ocasión. Espero poder tener la oportunidad de volver, en
un viaje más pausado, echando aquí dos o tres días y patear cada palmo de la
isla y hollar todos los volcanes.
Cuando salimos a campo
abierto, un panel informativo facilita al visitante alguna información de
carácter general.
Enseguida queda a la vista las
Agujas,
dos volcanes que ocupan el centro de la Isla. El primero que encontramos es la Aguja
Grande y el otro, más a la derecha y que todavía no vemos, la Aguja
Chica.
Casi pegadas a la falda del
volcán, vemos a nuestra derecha unas pequeñas huertas que, según nos dice Gustavo,
son de gente del pueblo y les ayudan en el sustento diario. Es el sitio llamado
“El
Aljibe de la Tierra”.
A nuestra izquierda queda
la Montaña
del Mojón, con su cráter abierto en dirección a Caleta de Sebo y que
desde aquí no vemos. Espero tener la oportunidad de patearlo íntegro y poder
acceder a su interior.
Aunque no tenemos dudas
sobre el camino a tomar, un propio del lugar nos señala la dirección correcta.
En un momento en que vuelvo
la vista atrás me queda ante los ojos la inmensa mole pétrea que es la punta
norte de Lanzarote, con una forma casi perfecta de punta de lanza. Desde
donde estamos se ve toda la pared donde termina el Risco de Famara y la
formación a la que denominan “El Valichuelo”, toponimia
típicamente lanzaroteña. Y, en el colmo de lo que a mi me parece que es un
“decirse-a-sí-mismo” de Lanzarote, el último silabeo de la isla, expresado en
el Farión
de Tierra y en Punta de Fuera, las dos pequeñas
rocas que quedan separadas de la isla cuando la marea está alta. Punta de Fuera
tiene un pequeño faro, autónomo, junto al que pasamos cuando íbamos en el
barco.
Muy a lo lejos, a unos 12
kilómetros, vemos también el Roque del Este. Es lo que queda de
un antigua cráter, absolutamente erosionado por la acción del oleaje. Mide unos
500 metros de largo por unos 100 en su parte más ancha y tiene dos
promontorios, uno en cada extremo. El que está más al norte, el más alto, se
denomina El Campanario (por su forma, labrada de forma natural), y tiene
84 metros de alto. La otra elevación, al sur del Roque, alcanza los 63 metros.
Una gruta submarina de unos
5 metros de ancho, recorre todo el Roque, de norte a sur.
No puedo dejar de advertir
que toda la superficie en una milla a la redonda es zona
natural protegida, estando prohibida CUALQUIER TIPO DE ACTIVIDAD: ni baño, ni
pesca ni, mucho menos, la práctica del submarinismo.
El recorrido hacia Pedro
Barba no puede ser más sencillo, siempre dejando Las Agujas a la nuestra
izquierda.
Cuando llegamos a la altura
de Morro
Negro, una pequeña huerta queda a nuestra derecha. Allí, detrás de ese
promontorio, está Pedro Barba que, enseguida, nos queda a la vista.
Según cuenta el ya citado Agustín
Pallarés, fue el afamado marino Pedro Barba de Campos quien dejó la
impronta de su nombre en una ensenada del extremo nororiental de esta isla, a
cuya orilla se ha levantado este pequeño poblado. Este noble hidalgo fue enviado
a Lanzarote
por la
Corona en noviembre de 1418 con la misión de llevar a Castilla
al gobernador de Lanzarote Maciot de Bethencourt con objeto de
proceder en Sevilla a la transferencia de la isla a favor del prócer
andaluz don Enrique de Guzmán conde de Niebla.
Al llegar al pequeño
caserío, lo primero que vemos es una barca elevada a la categoría de monumento
al pescador.
Este poblado surgió en el
último tercio del siglo XIX a consecuencia de la iniciativa de un empresario
canario, Ramón Silva Ferro, fundador de las Pesquerías Canario-Africanas
que asentó aquí. Para trabajar en ellas se trajo a marineros de Lanzarote que
hicieron surgir el pequeño poblado. La iniciativa empresarial se fue al traste
cuando Ramón Silva murió desnucado en el interior de uno de sus barcos a
consecuencia de un golpe que se dio en la caída producida por un golpe de mar.
Con él murió el proyecto empresarial y las viviendas y almacenes fueron
abandonados.
En los años 60 varias personas
compraron las casas abandonadas para restaurarlas, pero como toda la Graciosa
es Reserva
Natural, no se pueden salir de lo que eran las cuatro paredes que eran
las casas originales, por lo que el aprovechamiento de las casitas es muy
limitado. Además, dado el material con que están construida las casas las hace
muy susceptibles a la humedad, lo que encarece mucho el mantenimiento.
La Caleta de Pedro Barba es
pequeña, recogida, con forma de coma invertida y en ella hay una antigua
estructura que debió estar destinada en mejores tiempos a recoger, quizá para
reparar, algunas embarcaciones.
A la derecha de donde nos
encontramos, mirando al mar, están Los Morros de Pedro Barba, pequeña
elevación del terreno que discurre paralela a la costa y por cuyo lado de allá
discurre el camino por el que hemos venido.
Volvemos al jeep para
regresar unos metros por el camino por el entramos en Pedro Barba. En cuanto
llegamos donde terminan Los Morros antes citados, seguimos
el sendero hacia la derecha. A unos 300 metros veremos que sale otro sendero
también a la derecha (que nosotros NO tomamos) que lleva a El Barranquillo y a una
playa denominada El Jable de la Fragata.
Gustavo dejó ese desvío y
continuamos de frente, quedando ante nuestra vista, a lo lejos y hermosísima, Alegranza.
Es una isla deshabitada. Durante muchos años vivió allí el farero que fue,
precisamente, el padre de tantas veces citado Agustín Pallarés y
después, durante decenios, el propio Agustín, que tiene escrito un
precioso libro contando su experiencia y sus conocimientos de cada recoveco de Alegranza.
Hacemos una parada en La
Playa del Ámbar, también llamada Playa Lambra, según Gustavo.
Es una playa de arena blanca, preciosa y tranquila, desde donde vemos, ya a
tiro de piedra, la Isla de Montaña Clara, también deshabitada y,
un poco a su derecha, el Roque del Oeste, también llamado Roque
del Infierno y Roquete.
Y con un campo mayor en el
objetivo de la cámara nos aparece, por la derecha, Alegranza.
La Playa del Ámbar es la
situada más al norte de toda la Isla. Tiene unos dos kilómetros de longitud y
cuenta con una arena blanca y unas aguas limpísimas.
Más a la izquierda de donde
estamos vemos también, casi a tiro de piedra, Montaña Bermeja, el volcán
situado más al norte de toda la Isla.
Regresamos al jeep para
continuar nuestro recorrido, que discurre por el sendero paralelo a la costa
hasta que encontramos un giro a la izquierda de 90 grados por donde
continuaremos después. Aparcamos en ese lugar y Gustavo nos invita a
continuar a pie para ver un precioso caletón.
La verdad es que en este
punto hay cuatro caletones juntos, uno a continuación del otro: el de Juan
López, el de Los Callaos, el de Los
Arcos y el de La Arena.
Los dos primeros que vemos
son el de Juan López (derecha) y el de los Callaos (izquierda).
Gustavo nos quiere hacer ver,
especialmente, el tercero, el de Los Arcos, que nos deja admirados
por su belleza. Tiene forma de punta de cuchillo, triangular.
La verdad es que fue una
suerte inmensa que nos tocara Gustavo como conductor y guía en nuestra visita.
Una persona absolutamente recomendable, no solo por su gran conocimiento de la
Isla, sino también por su exquisita educación y su derroche de amabilidad.
Volvemos al camino, tomando
la desviación que va en dirección sur y dejando siempre Montaña Bermeja a nuestra
derecha. Cuando estamos aproximadamente a mitad de recorrido, me llama la
atención un hueco en la parte baja de la falta, con toda la pinta de que puedan
haberse realizado extracciones de tierra.
Pasada Montaña Bermeja, el
camino gira a la derecha, pasando sobre el promontorio formado por las lavas
que, hace miles de años, escupió ese volcán.
En un cruce, giramos a la
derecha (en dirección al volcán) para llegar enseguida a un parking para
bicicletas y, desde allí, bajamos andando a la preciosa Playa de las Conchas.
El acceso a la playa esta
prohibido para vehículos, bicicletas y animales y está también indicado que no
se puede acampar en el lugar.
La playa es amplia, de
arena fina y blanca y una delicia para bañarse. En sí misma es bastante recta
en lo que se refiere a la superficie de arena, si bien desde la Baja
de los Entraderos, su extremo norte, hasta la Baja de la Playa de las Conchas,
en el sur, forma una suave curva.
Desde la playa podemos ver
cuatro islas distintas: La Graciosa, en la que estamos, Montaña
Clara a la izquierda, el Roque del Oeste enfrente y Alegranza
a la derecha.
Volvemos, con pena, al
jeep. Nos hubiera gustado disponer de más tiempo para haber disfrutado un rato
largo de esta preciosa playa, habernos dado un buen baño. Pero el servicio
estándar de los jeep está tasado y no caben paradas prolongadas que permitieran
el baño.
Cuando comenzamos a rodar
queda enfrente de nosotros, ligeramente a la derecha, La Montaña del Mojón (187
metros), otro volcán que tiene un cono casi perfecto.
El camino describe una
curva hacia la izquierda, para pasar por entre Las Agujas y el Mojón.
Estamos en Las Maretas, donde volvemos a encontrar el cruce por el que
antes fuimos hacia Pedro Barba. Hacemos un pequeño alto para poder fotografiar
a derecha e izquierda.
A la derecha nos queda la Montaña
del Mojón y a la izquierda la Aguja Grande (254 metros), con el
característico dibujo que hace la tierra en su falda.
El camino nos conduce a Caleta
de Sebo, donde no llegamos a entrar ya que giramos a la derecha,
bordeando el pueblo. Desde aquí damos vista al interior de la caldera de la Montaña
del Mojón.
A unos 200 metros de donde
hemos girado a la derecha, volvemos a tomar el camino de la derecha para ir a las
inmediaciones del helipuerto, que lo dejaremos a nuestra derecha. Y un centenar
escaso de metros más allá, el pequeño cementerio de La Graciosa.
Desde ese cruce bajamos
directamente, por el camino de la izquierda, en dirección a la Playa
del Salado, cuyas arenas están lamidas por las aguas de la Bahía
del mismo nombre.
Hay zonas de esta playa que
tienen piedra volcánica. Es lo que llaman Las Piconas del Salado. Supongo que
por el picón de que están hechas.
Llaman La Hoya de la Lagunita a
la parte más ancha de este playa, en la que suele quedar agua aún cuando baja
la marea. Al otro lado de la misma, El Río, por antonomasia, que es la
parte del mar que discurre entre Lanzarote y La Graciosa.
Se puede ir con el jeep
hasta la Punta de la Herradura, el lugar donde la costa hace un brusco
giro a la derecha en dirección a Montaña Amarilla. Ahí está la Playa
Francesa, pequeñita, recoleta, de unas arenas blancas y limpias y un
lugar gratísimo. Un pequeño ensanche permite aparcar el jeep y desde ahí hay
que ir andando si se quiere llegar hasta la Playa de la Cocina, al
pie mismo de Montaña Amarilla.
Hemos consumido el tiempo
pactado con Gustavo para el viaje en el jeep y hemos de regresar, de modo
que retomamos el mismo camino por el que vinimos, bordeando Caleta
de Sebo.
Desde aquí, una vista
estupenda del Risco de Famara al lado de allá del Río, con las casas de Caleta
de Sebo que están más al sur. También alcanzo a distinguir, gracias al
teleobjetivo de la cámara, el Mirador del Río, en lo alto del Risco,
perfectamente camuflado.
Cuando ya hemos entrado en
el pueblo, Gustavo nos dice que se le ha olvidado enseñarnos dónde está el
camping, situado justo donde termina el pueblo, en la parte más al sur, casi
pegando ya con la Playa del Salado. Así que, sin bajarnos del coche, nos lleva
hasta allí para que veamos el sitio y regresa ya definitivamente al centro del
pueblo.
Terminamos el recorrido
junto al puerto y nos fuimos a comer.
El pulpo estaba
excepcional.
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