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Organizada por el Club Senderista Michaelus y realizada
durante la mañana del 22 de septiembre de 2013 por un grupo de casi sesenta
senderistas.
Mañana bastante calurosa para una ruta que discurre, en su integridad,
por una zona absolutamente seca en estas fechas y sin ningún tipo de masa
arbórea que permita cobijarse mínimamente.
La ruta es fácil, por terreno llano en toda su extensión
como lo prueban los escasos 80 metros de desnivel existentes. Así lo ratifica
también el que la ruta tenga un desnivel acumulado de subida de 192 metros y de
117 bajando.
La ruta se hizo soportable, de un lado por el extraordinario
buen ambiente que Emilio González y Juan Valadés, responsables del Club, saben
dar a los encuentros que organizan. También por la belleza del Arrabal de Las
Zamarrilas que era el objeto principal de nuestra marcha y que constituyó un
deleite para todos, así como por el hecho de que, al no ser larga (9,8 kms),
pudimos llegar a Torreorgaz sobre las 13 horas y refrescarnos, por dentro y por
fuera, adecuadamente.
Salimos de Cáceres en autobús a las 8,30 para desplazarnos
hasta la cabecera del Pantano de Valdesalor, de donde partía la ruta. El
autobús fue hasta Torreorgaz por la EX-206 y desde allí hasta el Pantano. Se
hizo así y no directamente por la carretera de Sevilla a Valdesalor y, desde
allí, al pantano en cuanto el acceso de un bus resulta muy dificultoso (en
algún tramo casi imposible) si se toma la estrecha carretera que parte del pueblo
que lleva el mismo nombre que el pantano.
Se parte justo de la rotonda existente delante de la
cabecera del pantano para tomar, durante poco más de un kilómetro, la carretera
que lleva a Valdesalor.
Al llegar a la altura del acueducto existente en el lugar,
veremos que existe un camino justo al otro lado. Se puede acceder a dicho
camino por dos o tres sitios.
Durante unos metros vamos por el camino, en dirección
contraria al que traíamos, hasta que tenemos enfrente las Casas de la
Torrecilla, donde el camino gira a la izquierda.
Ya desde antes de este punto ha comenzado a quedar a la
vista, en lo alto y a nuestra derecha, las ruinas del Castillo de La Torrecilla
de Lagartera, del siglo XIV, que conserva en su torre las almenas defensivas
desde las que se dominaba (y aún hoy lo hace) el río Salor y los caminos de
acceso de los alrededores.
Desde este punto, y mirando en dirección a Cáceres, nos
quedan a la vista todo el sistema de cerros existentes en esta zona, desde el
Risco de Sierra de Fuentes (a la derecha de a foto), hasta el Alcor de Santa
Eulalia (en el extremo izquierdo). Señalo lo más relevante.
Trescientos metros más allá de la Casas de la Torrecilla,
una cancela en el lado izquierdo del camino nos permite acceder a la finca en
la que se ubica el Castillo de La Torrecilla de Lagartera, cuya origen se
remonta al siglo XIV.
Según nos vamos acercando a la pequeña cuesta que nos lleva
al Castillo, Emilio González me llama la atención a los restos del empedrado
que una vez existió aquí, así como del borde izquierdo del camino,
perfectamente delimitado en algunos puntos por grandes piedras perfectamente
alineadas.
El Castillo, desde el lugar por el que accedemos, presenta tres
grandes cuerpos: en el centro la Torre fortificada con sus almenas y a sus
lados otra dos construcciones adosadas. La más próxima al repecho por el que
subimos tiene la puerta de acceso y lo que debió ser una sala noble. Al otro
lado de la torre, visible con más dificultad desde abajo, otra construcción de
menos empaque.
Me ha resultado curioso observar que las vistas aéreas de
este Castillo nos muestran unas construcciones semicirculares en el lateral que
da al río. Confieso que no fui consciente de dicha forma mientras estuvimos pateándolo.
Solo para ilustrar lo que digo, esta imagen tomada de internet.
El castillo es una ruina, pero algunos detalles de lo que
queda denotan el buen gusto de quien lo construyó o habitó: puertas de paso,
ventanas con asientos laterales, para contemplar el paisaje, estancias amplias…
Y no puedo dejar de citar las balconadas, de las que ahora
no queda más que la base, desde las que tendría que haber, en su momento, unas
estupendas vistas sobre el río.
Al abandonar el castillo no pudimos dejar de comentar sobre
la sequedad del campo, sobre todo al rememorar las lluvias del invierno pasado
y la abundancia de hierba por doquier.
Como es lógico a la época, final del verano, el campo
aparecía seco, presentando un intenso color dorado, y en los laterales del
camino abundaban las zarzas repletas de bayas de moras, ya en un punto de
madurez que varios senderistas hicieron acopio de las mismas para comerlas.
Algunas encinas presentaban ya hermosas bellotas, aún faltas de madurez.
Tras volver al camino, dejando cerrada la cancela de acceso
al castillo, recorremos unos seiscientos metros antes de llegar a una gran
nave, a nuestra derecha, que debió funcionar (quizá aún lo haga) como secadero.
Y desde una casetilla ubicada a la izquierda, unas ovejas se resguardan del sol,
que ya empieza a apretar, mientras nos miran pasar.
En el kilómetro siguiente el camino hace un zigzag: primero
un giro brusco, de 90º a la derecha y quinientos metros más allá otro similar a
la izquierda. Y enseguida nos topamos, a nuestra izquierda, con lo que fue la
Iglesia de Nuestra Señora de la Esclarecida, cuya construcción se mantiene,
exteriormente, en bastantes buenas condiciones aunque su interior, al parecer,
está ahora dedicado a labores agropecuarias.
Alfonso Callejo Carbajo tiene publicado un magnífico (como
todo lo que hace) artículo sobre el arrabal de las Zamarrillas en el que alude a
esta Iglesia. A dicho artículo me remito para quien quiera tener detallada
información. Como es mi amigo, me permito tomar del citado artículo todo lo que
me apetece en referencia al arrabal y a la Iglesia para ilustrar esta crónica
declarando, como hago, que todos los datos que doy son originales suyos.
La parte central del cuerpo exterior de la Iglesia conserva
aún sus primitivos contrafuertes, siendo el ábside pentagonal de sillares bien
labrados lo mejor conservado. Parece que el cementerio del poblado estuvo
situado junto al ábside, como lo prueban los restos que han aflorado allí a
consecuencia de los trabajos agropecuarios.
La Iglesia cuenta con un pórtico en el que vemos los restos
del atrio sin techar, con cuatro arcos de frente por uno de fondo.
Al otro lado del camino y en lo alto, el Arrabal de la
Zamarrilla, al que se accede por un camino, un tanto desdibujado a consecuencia
de la vegetación, ahora seca.
Al acceder al conjunto de construcciones, a la izquierda una
casona alta, que debió tener en su día, como mínimo, dos plantas. El tejado
original ha desaparecido habiéndosele dotado ahora con un tejado de uralita del
que, parte, también se ha perdido. Como carece de puerta, pude acceder al interior.
En la pared izquierda, la que mira a la iglesia, y en la parte alta, los restos
de lo que debió ser, en su día, una gran chimenea, o una balconada, no lo sé.
No tiene pinta de que se tratara de un acceso. Tiene un arco de piedra
magnífico.
En la misma pared en que está la puerta, cuatro huecos de
luz. El que está encima de la puerta no tiene mayor mérito, pero los otros tres
me llamaron la atención. De ellos, el más pequeño es muy estrecho y
curiosamente rematado por fuera. Los otros son ventanas con esos asientos
laterales que tanto me gustan y tan buenos recuerdos de mi niñez me traen.
Y en la pared de enfrente a la puerta, dos ventanas, una de
las cuales fue tapiada hace tiempo. La otra, también con sus asientos
laterales.
La puerta, que en su día debió ser de buen tamaño y rematada
en arco, ha sido posteriormente reducida en su tamaño, tapiándose la parte en
arco y ajustándose a una dimensión estándar.
Pocos metros más arriba, en una explanada, encontramos a
nuestra derecha la casa principal de este “arrabal”; es el palacio o “Casa de
los Muñoces”, habitada, según cuenta Alfonso Callejo, hasta hace pocas décadas.
Parece que todo su interior estaba amueblado, con televisores y demás y que los
amigos de lo ajeno lo han desvalijado, impunemente, por completo.
En la fachada, debajo del balcón principal, tiene un escudo
serigrafiado con las armas de Ovando-Ulloa en pésimo estado de conservación y
en los laterales de la puerta antiguos bancos de piedra que debieron ser
disfrutados por los moradores de la casa en las noches de verano.
La casa tiene tres plantas y su interior está de pena,
aunque en se nota que debió tener mucha vida en mejor época. Y cuenta con
algunos detalles preciosos.
Desde algunas de sus ventanas y balcones queda a la vista el
antiguo poblado, hoy desierto.
Saliendo de la casa, a la derecha, una antigua dependencia
alargada, de techo bajo actualmente ruinoso, cuenta con tres preciosos arcos de
ladrillo y tiene dos abrevaderos que recorren la nave a lo largo y en toda su
extensión
Junto a los abrevaderos, en otra dependencia carente por
completo de techo, se alinean junto a la pared alrededor de una docena de
antiguos abrevaderos redondo, labrados en granito, y cogidos entre sí y a la
pared con cemento.
Justo al otro lado de la casona, el que da al norte, a la
altura del segundo piso hay un escudo de granito enmarcado por un alfiz. Según
Alfonso Callejo, en el trabajo al que antes me refería, es del siglo XVI y
ostenta las armas de Ovando, Ulloa, Mogollón y Carvajal.
Para ver el escudo hay que meterse en una callejuela
existente entre la Casa y lo que debieron ser humildes aposentos del servicio.
Algunos de ellos son accesibles, al tener las desvencijadas puertas abiertas.
Una de las casas tiene, junto a la puerta, un antiguo banco de granito que
debió dar un merecido descanso a sus habitantes que, a buen seguro, disfrutaron
más que los nobles los que están a la puerta de la casa noble.
En el extremo de la calleja, detrás de la última casa, me
llama la atención una gran piedra de granito en la que se ha labrado un
cuadrado de algo más de un metro de lado. Imagino que sería para colocar algo
pero, vete tú a saber.
En un promontorio cercano a la casa, existen unas ruinas de
lo que debió ser un castillo mucho tiempo atrás y del que se tienen noticias de
que ya estaba en ruinas a finales del siglo XVIII.
Cuando me dirijo hacia el castillo, un bonito arco en
ladrillo queda a mi izquierda. No me resisto a fotografiarlo, con la Iglesia al
fondo y bajo él.
De lo que fue el castillo no quedan más que ruinas.
Una de las personas que viene en la ruta me llama la
atención sobre una dependencia que, al parecer, fue capilla en el castillo. Las
trazas avalan la afirmación y parece que el techo bien pudiera haber sido una
cúpula.
Terminada la visita, nos reagrupamos a la sombra del primer
edificio que visitamos. El sol aprieta fuerte y la sombra apetece.
Cuando regresamos al camino yo opto por hacerlo a través de
lo que fue la única calle existente en este arrabal.
Enfilamos hacia Torreorgaz. El sol cae a plomo y los árboles
que puedan dar un poco de sombra brillan por su ausencia. El pueblo está a poco
más de cuatro kilómetros. A nuestra izquierda, a lo lejos, el Risco de Sierra
de Fuentes.
Ya próximos al pueblo, dos pozos. Primero uno con brocal
redondo. Alguien ha sacado agua que ha vertido en una vasija de plástico.
Varios de los caminantes aprovechan para refrescarse.
Un poco más adelante otro pozo, este cuadrado.
Entramos en el pueblo con ganas de refrescarnos y, pasando
junto a la Iglesia de San Pedro, nos dirigimos, por la calle Trujillo hacia la
carretera de Cáceres. Allí, en uno de los bares próximos a dicha carretera y al
crucero existente al final de la misma, damos por concluida la ruta sobre la 1
de la tarde.
Me encantan tus reportajes de rutas, Teo. Sigue compartiendo este buen hacer con el resto. Gracias.
ResponderEliminarUn extraordinario reportaje fotográfico, lleno de sensibilidad y ... poesia... el que no ha hecho esa ruta queda convencido de que tarde o temprano terminará visitando esas piedras.... gracias Teo
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