lunes, 30 de septiembre de 2013

GR 11. Etapa 17: Bujaruelo - Goriz


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Con el deseo de salir a caminar, amanecimos pronto. Serían alrededor de las 6 cuando Jose, que se manifestó como el más madrugador de los tres; según nos dice, llevaba tiempo despierto, pero a esa hora no pudo aguantar más y, echando pie a tierra desde su litera, nos arrastró también a Pepe y a mi.

La gente del refugio tenía preparado el desayuno, en plan buffet, desde algo antes de las 7. Nosotros bajamos a esta hora en punto y ya estaban allí más de media docena de personas. Desayunamos, cogimos en el bar el pic-nic que habíamos contratado para comer en ruta y, sin perder demasiado tiempo, salimos a caminar antes de que dieran las 8, cuando el sol todavía no había dado su primer beso a las cumbres que nos rodeaban

Teníamos dos opciones para la primera parte de la ruta: acompañar al río Ara en su bajada a su encuentro con el río Arazas por la orilla derecha o por la izquierda. Sabiendo que es más abrupta, salvaje e interesante ésta última (la llaman “Senda de los Abetos”), optamos por ella, por lo que tras cruzar el puente nos dirigimos por los Barrancos de Escusaneta y de Gabieto con las primeras luces hacia el Puente Gabieto, que dejamos a nuestra derecha.

A 3 kilómetros de la salida llegamos al Puente de los Abetos, que no cruzamos para continuar por nuestra senda. El puente es pequeño, estrecho, de madera. Al otro lado del mismo está el Camping Valle de Bujaruelo.


Continuamos por la senda hasta alcanzar el Puente de Santa Elena, de obra antigua, bastante más ancho que el anterior, que cruzamos para continuar por la otra orilla. En este punto es posible continuar por la orilla izquierda, a través de un camino más cómodo o hacer lo que hicimos nosotros, para dirigirnos hacia el Puente de los Navarros a través del Camino de la Escala que recorre, desde la altura, la Garganta de los Navarros. Hay que ascender para continuar por una estrecha (pero nada problemática) faja que se abre en medio de la pared de la derecha.



En los puntos más dificultosos, una gruesa maroma fijada a la pared, ayuda en el paso quitando el miedo a la altura, más que considerable, que se desploma a nuestra izquierda.


En este punto podemos ver al otro lado del valle el paredón recorrido en toda su extensión por la Faja de Mondaruego


El camino ahora se convierte en bajada, quedando a nuestra vista el Valle de Ordesa y, justo enfrente de nosotros, el Centro de Visitantes.




La bajada se hace más pronunciada aún, para llevarnos hasta la carretera. Al llegar a ella hemos de tomar a nuestra izquierda para seguirla buscando el Puente de los Navarros, al que llegamos enseguida para, tras cruzarlo, bajar por el camino que marca el GR-11, que sale en uno de los extremos del Puente y pasar por debajo de un pequeño ojo.

Recorremos unos pocos metros más junto al río Ara, que vamos a perder de vista inmediatamente. Es ahora el río Arazas el que vamos a tener a la vista, y lo seguiremos hasta su nacimiento, en la Cola de Caballo, en el final del Valle de Ordesa. En este punto, prácticamente donde desemboca en el Ara, cruzamos por encima de sus aguas por el Puente de la Canaleta. El río está totalmente encajonado, sus aguas son profundas, pero tranquilas. El lugar es de una belleza tal que no podemos evitar fotografiarnos los tres.




Hasta llegar a la pradera de Ordesa, todo el camino va a discurrir en medio de bosques.  Es el camino viejo de Torla a Ordesa, denominado “del Turieto  Bajo”, A nuestra izquierda, al otro lado del Valle las impresionantes cumbres que marcan el límite del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido.




Seguimos hacia la pradera, dejando a nuestra izquierda las cascadas de Tamborrotera y la de los Abetos. Desgraciadamente, la jornada se presenta larga y no podemos detenernos en todas las maravillas que nos salen al paso. Hay que optar, lo que siempre implica elegir algo a costa de otras cosas que han de quedar para otra ocasión.
Llegamos por fin, en la Pradera, a la explanada existente junto al Puente de los Cazadores, donde nos damos un cuarto de hora de descanso para tomar algo y decidir si finalmente subiremos a la Faja de Pelay por la Senda de los Cazadores o si continuaremos hasta el final del Valle por su fondo, caminando junto al río Arazas.


Al otro lado del puente está el Monumento a Briet, pero para visitarlo habría que recorrer un cierto trecho hacia atrás, por lo que decidimos dejarlo para otra ocasión.
Pepe y Jose no quieren pronunciarse si subimos a la Faja o si continuamos por el Valle. Son conscientes, como lo soy yo, de que el que tiene una peor forma física soy, precisamente, yo. Ellos están habituados a ir a la montaña, mientras que lo mío es llanear.
Finalmente, y como siempre me han gustado los órdagos, me pronuncio por subir la Senda de los Cazadores para llegar al Mirador de Calcilarruego y continuar luego por la Faja de Pelay. Total: llevábamos poco más de 14 kilómetros de marcha y me encontraba fuerte.
Antes de iniciar la subida nos hicimos las fotos con el cartel que advierte  sobre la peligrosidad de la subida, especialmente con agua o nieve.


La subida al Mirador me machacó. Literalmente. Tuve que parar, brevemente, alrededor de quince veces para tomar aliento. Es una subida con un desnivel de 700 metros en tan solo dos kilómetros de recorrido, un 35% de desnivel. Tan pendiente fui del esfuerzo que estaba realizando que a lo largo de toda la subida no hice ni una sola foto.
Jose, que sube las cuestas como una ardilla los árboles, me mandaba mensajes, tomándome el pelo, a través de los chavales que bajaban la Senda y que se prestaban, divertidos, al juego.
Cuando llegué arriba, iba “hasta el moño” de tanta cuesta; los cuádriceps doloridos, todo yo sudoroso y sin resuello. Tan cansado que, pese a lo increíble de las vistas (y con lo de “increíbles” me quedo corto) me permití un par de minutos para recuperarme, tras lo cual di a mis ojos y a mi espíritu un verdadero festín de belleza.
El Mirador se descuelga sobre los 700 metros de caída casi vertical al fondo del Valle. El espectáculo, tanto de frente como a derecha e izquierda, fantástico.
Para darse una idea de la altura a la que nos encontramos, pongo dos fotos de la pradera y el fondo del valle en la que se ve el aparcamiento: una sin zoom y otra con algo de zoom y en la que en un círculo rojo puede apreciarse, minúsculo, un autobús de 60 plazas.


Como quiera que las palabras no pueden hacer justicia, mejor ver las fotos. Y que conste, que no les llegan a lo que apreciaban los ojos.







Y una panorámica con lo que se ve desde el mirador.

Justo enfrente de nosotros, una cascada que se desploma por el Barranco de Cotatuero.

Los 7,5 kilómetros siguientes son un recorrido a lo largo de la Faja de Pelay con un leve descenso (200 metros) en todo el recorrido hasta llegar al fondo del Valle.
El espectáculo desde la Faja es impresionante. La senda es suficiente para caminar cómodamente por ella, pues cuenta con un metro de ancho, o algo más en algunas zonas. Pero la caída en vertical existente a la izquierda es tremenda y, en algunos puntos, tan próxima al sendero, que a mi me daba un poco de vértigo. Aunque debo decir que en muchos trozos, la presencia de abundantes pinos en la ladera ayudaban a quitar la sensación de vacío, proporcionando un plus de seguridad.
En la foto, la Faja y su recorrido.

Las torrenteras, a consecuencia de las lluvias, han hecho que en algunos puntos el agua se haya comido una parte del sendero, estrechándolo pero, sobre todo, que haya arrastrado en lado que da al precipicio parte del terreno.


Y entre las muchas flores que quedan a nuestra vista, no deja de llamarnos la atención la flor del cardo del Pirineo

La verdad es que uno se siente empequeñecido cuando camina por estos parajes. No solo la maravilla de todo el entorno que nos rodea, sino también sus dimensiones (y las tuyas propias) te hacen sentirte algo mínimo.





Conforme vamos caminando, describimos un arco en torno al Tabacor, que con sus casi 2.800 metros nos mira desde el otro lado del valle. Y así llegamos a la altura de las Gradas de Soaso, que es una sucesión de múltiples cascadas escalonadas que hace el río Arazas. Como quiera que vamos por lo alto de la Faja de Pelay, no podemos acercarnos a las Gradas pues ello supondría tener que bajar al fondo del Valle y, desde donde estamos, es imposible. Por ello nos conformamos con hacer alguno foto desde lejos.

Justo al final de la otra punta del Valle de Ordesa, mirando hacia la parte por donde entramos en él, una vista maravillosa, con los Picos de Fenés, el Tozal de las Comas, el de Suaso y la Peña de Otal. Sencillamente precioso.

El Valle de Ordesa termina en un muro en forma de “U”. Es el Circo de Soaso, donde lo más significativo es la Cola de Caballo, una catarata que se mantiene escondida por un pequeño promontorio y que no ves, casi, hasta que estás a su altura. En su caída, abre sus aguas y adquiere una forma que recuerda esa figura, una cola de caballo.



En ese punto, para superar ese muro y salir del circo, hay dos opciones. Una es utilizar las llamadas “Clavijas de Soaso”: se trata de una pared de roca de unos veinte metros de altura en la que hay instaladas cadenas para facilitar el paso. No están exentas de peligro y en ellas ha perdido la vida más de una persona. Aquí indico, aproximadamente, cual es el trayecto de subida.

Yo iba muy decidido a subir por ellas para hacer el último tramo al refugio de Goriz. He de confesar, sin embargo, que cuando llegamos al Circo de Soaso mis fuerzas estaban bastante disminuidas y como a estas edades las payasadas que nos debemos permitir han ser las justas y necesarias, me pareció más prudente, en pro de evitar algún disgusto absurdo, utilizar la otra vía de subida para salir del circo: la Senda Mulera. Es una cuesta, carente de peligro, que te saca del circo.

Tengo que reconocer que, superada la Senda Mulera y ya en lo alto del muro que cierra el Circo de Soaso mi estado de fuerzas era, sencillamente, lamentable. Decir cansado es poco y, para colmo, nos habíamos quedado sin agua. Si añadimos que en el último tramo de bajada de la Faja de Pelay me había dado yo a mí mismo una pedrada a mitad de la tibia izquierda, pues…
Quedaban poco más de dos kilómetros para llegar a Goriz. Bueno…, la verdad es que dos kilómetros no son nada y se hacen “con la gorra”… Cierto, pero ¡cuando estás en buenas condiciones!.
Aunque habíamos reservado las plazas con antelación, decidimos que Jose (que iba como un mozo) se adelantara y fuera haciendo las inscripciones. Pepe me acompañaría a mí para, a ritmo de procesión de viernes santo, alcanzar como pudiéramos el mismo destino.
Pepe no quiso ensañarse (je je), pero no pudo resistirse a sacarme alguna foto en plan piltrafa total.

Cuando llegamos al Refugio de Goriz, aquello parecía una feria. Estaba hasta arriba. El Refugio completo y los alrededores del mismo sembrado de tiendas: chavales, chavalas, grupos de toda edad, sexo y nación. Pero, por encima de todo, franceses. Franceses hasta en la sopa. Creo que más de la mitad lo eran.
El refugio masificado, como es lógico. La atención, estupenda. La cocina bien. Lo peor los servicios, pues están fuera del refugio (aunque es lógico), y si te ves necesitado por la noche, tienes que salir.
Las últimas luces del día, alrededor del Refugio, fueron preciosas. Disfrutamos del atardecer, sentados por allí, permitiendo a nuestros ojos y a nuestro espíritu que se tupieran, hasta los topes, de la paz y la belleza del entorno.






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