jueves, 15 de mayo de 2014

Lanzarote: de El Golfo a Las Breñas


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Realizada durante la mañana del 16 de noviembre de 2013.
Mi proyecto es bajar desde El Golfo hasta Playa Blanca caminando y todo lo próximo a la costa que me sea posible. Son casi 30 kilómetros con una dificultad muy desigual ya que esta primera jornada se desarrolla, en más de la mitad de su trayecto, por una zona por la que discurrió la lava de las erupciones de principios del siglo XVIII lo que dificulta, en buena manera, el caminar. Por ello he dividido el trayecto en dos. El de hoy consistirá en llegar  hasta algo más allá de la Laguna y Salinas de Janubio; en concreto, hasta la desaladora de aguas de Las Breñas, dejando el resto del recorrido para la jornada siguiente.


Llegué temprano, cuando apenas si habían comenzado las actividades turística y comercial. En la playa, algunas personas recogiendo conchas o algún producto que queda depositado y puede recogerse con marea baja. No ando ni molestándome en bajar al pueblo pues sé que no podré caminar deprisa y prefiero dedicar todo mi tiempo a lo que más me interesa: hacer la ruta con calma.



Donde voy a comenzar hay un restaurante, cerrado debido a la hora, y un amplio aparcamiento para quien quiera dejar el coche allí.


La cercanía a los lugares de las erupciones resulta evidente. Por todos sitios está presente la roca volcánica, ya en forma de bombas, ya de coladas.



Pasado el restaurante y frente al aparcamiento, un camino lleva hasta un saliente. Un hombre mayor ha subido del pueblo y se dirige hacia el saliente y aprovecho para preguntarle si hay alguna prohibición de atravesar la Playa de los Clicos hasta el otro lado. El hombre me contesta que no hay prohibición alguna y cuando le comento sobre lo bello del paraje comienza a hablarme de cómo era hace ya muchos años, allá por los años 60. Me cuenta, y se nota que lo hace con una profunda pena, que en la otra punta de la playa había muchísima arena y que se llevaron decenas y decenas de camiones. Les “contaron”, me dice, a los habitante de El Golfo que la carretera que iban a hacerles les traería muchísimo turismo y riqueza. Ahora, me dice el hombre, nos quedamos sin la arena que se llevaron y aquí no han traído ni turismo ni riqueza. ¡Lo de siempre!, le digo, y me despido agradeciéndole la información.




Un sendero, delimitado por maromas a ambos lados, conduce hacia un mirador que da al Charco de los Clicos. Todo el camino, así como las paredes laterales, creo que están formados por el lapilli emanado del volcán.



El Golfo propiamente dicho (no el pueblo, sino el golfo de mar) se asienta en medio de una caldera de enormes dimensiones que se formó a raíz de las erupciones volcánicas de 1730-1736. En esta zona las olas del Atlántico tienen mucha fuerza, lo que ha provocado que la caldera del volcán haya sido seccionada por la mitad quedando en medio de la caldera un roque aislado, separado del resto del cono. La otra mitad ha desaparecido por la acción de las olas.
Este cráter es uno de los ejemplos existentes de algo que se llama “hidrovulcanismo”: erupciones en que existe una interacción entre el magma y el agua.


En el interior del cráter se encuentra la famosísima laguna con aguas de color verde conocida como Charco o Laguna de los Clicos, que está conectada al mar por grietas subterráneas. La laguna está separada del mar por una playa de arena que ocupa parte del antiguo cráter. Su curiosa coloración, de un intenso verde esmeralda, se debe a la acumulación de un alga: la ruppia marítima.
Como inicié la ruta muy temprano el sol no había levantado lo suficiente para incidir en la superficie de la Laguna, por lo que en las fotos que tomé este día no resalta tanto el color. Pongo por ello dos fotos: una del día de la ruta y otra (también mía, pero de una visita en otra ocasión) solo para que se aprecien con facilidad.



Un centenar de gaviotas descansan en la playa. Allí mismo algunas rocas y las paredes de lo que un día fue la caldera del volcán muestran los efectos causados por la erosión.




Está terminantemente prohibido entrar en las aguas de la Laguna, para lo que hay una simple indicación hecha a base de maromas. De cerca el agua se ve completamente verde. Es hermosísima.




Al otro lado de la Playa de los Clicos, por donde voy a salir, hay un gran roque dentro del mar, también todo él esculpido por fuerza de la erosión. A mi me parece magnífico, bellísimo.





Todo lo que queda del cráter  está muy erosionado.




Me cuesta trabajo apartarme del lugar y me vuelvo, una y otra vez, para fotografiar la Charca, el roque, las paredes… Cuando, por fin, me animo a continuar, tomo la carretera que sale desde la misma playa para darme cuenta enseguida que un desprendimiento de tierra se ha llevado varios metros de la misma. No me supone un obstáculo porque a pesar de haber un desnivel de algo más de metro y medio, puedo salvarlo sin problema.



En cuanto se supera el corto repecho de subida se llega a una explanada, ideal para aparcar cuando se viene de visita, pero cuyo acceso estaba cortado. Dada la presencia de máquinas de obras públicas, es de suponer que el cierre es mientras duren las obras de reparación de la carretera.
En dicha explanada, una de las estampas más bellas de toda la jornada.


En este punto no existe sendero que permita circular pegados al mar. De hecho, baje hasta la orilla saltando por la roca volcánica e intenté caminar, pero las variaciones del terreno eran enormes y la peligrosidad alta, por lo que hube de conformarme con hacer alguna foto y volver a la carretera, por la que no tuve otra alternativa que caminar hasta que llegué a Montaña Bermeja.




Montaña Bermeja es un volcán de la Serie III (edad inferior a 2 millones de años), que se encuentra alineado con sus vecinos Pico Redondo y Caldera de Chozas.


Cuando se ve Montaña Bermeja desde la carretera puede dar, a primera vista, que el cráter es lo que tenemos frente a nosotros. Sin embargo no es así ya que se encuentra justo detrás, faltando una parte del cráter.
Lo que se ve desde la carretera es el resultado de la extracción de tierra y piedras para actividades de la construcción. Su color deja claro el porqué de su nombre.




Frente a Montaña Bermeja y antes del mar, una amplia laguna cuya agua no se renueva con la del mar. De hecho, un cartel de Protección Civil aconseja no bañarse en la misma.




Playa Bermeja tiene una “arena” negra, de restos volcánicos. No es muy grande, pero sí resulta muy agradable por la gran cantidad de sedimentos volcánicos existentes. Cuando la lava de las erupciones de 1730 a 1736 llegó hasta aquí, su solidificación dejó figuras preciosas.





Unas turistas alemanas me piden que les haga una foto. Una vez hecha les pido que me devuelvan el favor.


A partir de la playa hay casi un kilómetro de recorrido por un terreno de arena gruesa volcánica. Se camina bien, sin mayor dificultad excepto en pequeñas zonas donde la lava hace que haya de tenerse mayor cuidado.
Durante todo este recorrido encontré, en abundancia, una planta que, pletórica de vida, presentaba unos bulbos de color rojo. No se su nombre, pero me llamó mucho la atención porque se veía jugosa, como provista de agua en su interior.



La característica del terreno me permite caminar bastante cerca de la costa, por lo que puedo disfrutar a gusto sacando fotos.




En un momento que vuelvo la vista atrás, la sensación que me da es de un paraje lunar: la arena negra, en las que solo destacan mis pisadas, las rocas y, a lo lejos, los distintos cráteres que quedan a la vista.


Estos pocos metros de recorridos me resultan absolutamente maravillosos. No hay caminos ni, aparentemente, nada que pueda resultar especialmente atractivo este espacio a los turistas. El resultado es que la soledad es total y la conservación del entorno es algo fuera lo común.
Se conserva intacta la lava solidificada, que me seduce.



Ya casi llegando a Los Hervideros me topo de golpe con El Puente del Diablo (he visto algunas referencias erróneas, otorgando a La Puerta del Marqués –que veremos más adelante- la denominación de El Puente del Diablo. Este que vemos ahora aquí es El Puente y el que veremos un poco más adelante La Puerta).
El Puente del Diablo es una formación de roca volcánica con un doble arco y un pilar entre los dos. El agua fluye con mucha fuerza tanto al entrar como al salir. Cuando hago las fotos la marea está bastante alta, por lo que el espacio que queda entre la formación de roca volcánica y el agua no es mucha, pero lo suficiente para que se pueda apreciar la fuerza con que el agua pasa por debajo de la formación. Es impresionante. Como queda cerca de Los Hervideros me propongo volver otro día en un momento en que la marea esté más baja.
Señalo con flechas verdes los arcos y con flechas rojas el flujo del agua.




Nada más dejar atrás El Puente veo que hay un estrecho camino (más bien “vereda”) de cemento que forma parte del complejo turístico en torno a Los Hervideros por lo que me incorporo al mismo y me dirijo, con paso decidido, para volver a deleitarme con esta otra maravilla de la naturaleza.


 Los Hervideros toman su nombre de la aparente ebullición del agua del mar (que parece hervir) al chocar violentamente contra las rocas de las cuevas submarinas y acantilados volcánicos que se formaron tras las erupciones de 1730-36. Los brazos de magma que llegaron al mar por las coladas de las erupciones, son hoy roca solidificada con una gran cantidad de cavidades, huecos y restos de lava de todos los tamaños y formas.
Cuando las olas del mar golpean con fuerza contra estas rocas, el agua sube hasta la superficie por los agujeros y cavidades. El espectáculo es una maravilla: la espuma sube por los huecos dejados por la lava solidificada y da la sensación de que el agua estuviera en ebullición. De ahí su nombre.







Los Hervideros disponen de un amplio y cómodo aparcamiento para las visitas.


Me doy cuenta de que no puedo seguir bordeando la costa, pues el terreno es, a partir de aquí, intransitable dada la abundancia de roca volcánica que hace que el terreno sea muy desigual.


Camino por la carretera durante unos metros y pronto me doy cuenta que la misma carretera se pega a la costa, bordeándola a pocos metros. Me entretengo tirando fotos y más fotos. Me extasío contemplando la lava solidificada y las mil formas que la propia naturaleza imprimió a lo que hoy tenemos y que, a mis ojos, es verdadero arte.




Atravieso toda la zona de El Tahosín por la carretera, que se acerca hasta el borde mismo del agua, que es absolutamente transparente.



Un accidente peculiar de esta zona es la llamada Punta del Volcán, que se encuentra a la misma altura que un pequeño roque que sobresale del agua y contra el que se estrellan las olas dando, a veces, todo un espectáculo de agua y luz.




Pasada una cala completamente rectangular (ver fotografía) enseguida nos vamos a encontrar con la Puerta del Marqués. Si se va en coche, justo en ese lugar la carretera hace una cuerva a la izquierda (yendo en dirección a las Salinas de Janubio) y se puede aparcar ahí. Hay un indicador de que estamos en el kilómetro 4.


Hay que bajar hacia el agua con cuidado para evitar resbalones. Enseguida queda a nuestra vista. Se trata de un estrecho encajonamiento de unos 30 a 40 metros de largo que ha formado la lava al solidificarse. El agua entra en él pasando por debajo de una “puerta” de lava, un arco similar, pero más llamativo, que el que vimos poco antes en el Puente del Diablo.
Aproximadamente a mitad del canal y enfrente del lugar desde donde miramos, otro hueco conecta el canal con el mar.
Es, sencillamente, espectacular e impresionante.





Unas cruces nos indican que algún insensato quizá quiso considerarse más temerario que nadie y se dejó, de un modo absurdo, la vida en este lugar. El espectáculo es visible con toda facilidad y desde posiciones seguras. No es preciso arriesgarse innecesariamente.


El lugar es tan impresionante, que hasta una gaviota decide bajar a posarse para mirar el espectáculo.



Cuando me reincorporo a la carretera para bajar a las Salinas continuar, quedan ante mi vista los principales accidentes geográficos del sur de Lanzarote. Y, otra vez, no puedo calificar el espectáculo sino de precioso.


Al llegar a las Salinas, un amplio aparcamiento a la derecha permite dejar el coche y adentrarse por las formaciones rocosas del lugar e ir a visitar de cerca las antiguas instalaciones.


Se trata de un lago de agua salda robado al mar por un talud artificial de tierra y arena y que cuenta con una superficie de 428.640 m²


Cortesía de Google Earth

El término “Janubio” realmente designa una zona del suroeste de Lanzarote y, dentro de ella, a otros accidentes secundarios, como una playa, una laguna interna separada de la playa con una franja de tierra, y las salinas allí existentes-
Aunque son las salinas las que más notoriedad han dado al término de Janubio, no son ellas las que explican el origen del nombre que, al parecer, procede de sal nuveo (sal nublada, enturbiada), que evolucionó a jal nuveo y de ahí a janubio.
En cuanto a la escritura, actualmente solo se escribe como Janubio, pero en el mapa de Torriani, de 1590, aparece como Anuvio, y lo mismo en la cartografía de 1635 y 1686. Solo a partir de 1741 comienza a aparecer como Janubio.


La construcción de las Salinas de Janubio se inició en 1895 a iniciativa de Vicente Lleó Benlliure, que las dejó a su sobrino Jaime Lleó Mira, en colaboración con otras dos familias, quienes continuaron la labor hasta concluirlas aproximadamente en el año 1945.
El agua se captaba originariamente por tomaderos de la laguna, y para su elevación se disponía de cinco molinos de vela y multipala de chapa, anclados sobre unas bases de piedra, con forma de mastaba, de enorme interés arquitectónico.




A partir de los años cincuenta del siglo pasado, los molinos dejaron paso a una bomba accionada por un motor de explosión.
Los antecedentes de las actuales salinas se remontan a la existencia de un campo erial en el que se cultivaban productos como el trigo, maíz, centeno y cebada. Éste es un dato muy poco conocido, puesto que Janubio comienza a configurarse como salinas solo en 1895.
El espacio actual de Janubio es producto de las erupciones de Timanfaya, acaecidas en la isla entre 1730 y 1736, cuyas coladas cerraron el antiguo golfo que conocieron los aborígenes isleños, posibilitando la formación de la laguna interior y la creación posterior de las salinas.
La laguna donde se encuentran las salinas fue creada por erupciones volcánicas que crearon una barrera de lava entre el mar y la laguna que actualmente tiene una circunferencia de unos 1.000 metros y una profundidad media de unos 3 metros.
El agua proveniente del mar se deposita en los “cocederos”, grandes rectángulos acotados por muros de piedra donde el agua se evapora al sol.




Me quedo con las ganas de sacar algunas fotos de las salinas desde la parte de arriba. Hay una carretera que pasa por el lado contrario al mar al que, ahora, no puedo subir pues me daría dar un gran rodeo.
De momento, vistas las salinas de cerca, me dispongo que cruzar la playa hasta el otro lado de camino a la Desaladora de Aguas de Las Breñas, punto final de mi ruta de hoy.



En cuanto cruzo la playa y subo al sendero, la Desaladora queda ante mi vista. Está tan solo a 1,5 kilómetros por un terreno exento de dificultades pues un sendero bien marcado ayuda a llegar hasta ella.


Aunque la distancia que he recorrido esta mañana no ha sido mucha, sí que me he ido deteniendo mucho en todos los sitios. Merece la pena entretenerse y dejar que los ojos se inunden de todas estas maravillas.
Los últimos metros hasta mi destino tiene casi el mismo atractivo que todo lo anterior, pero he quedado en que vendrán a recogerme a la carretera LZ-701 (de Playa Blanca a Yaiza) a una hora concreta, por lo que acelero el paso.




Desde la Desaladora al cruce con la carretera son solo 900 metros que hago en un momento, dando por concluida la ruta de esta mañana.



2 comentarios:

  1. Fantástico. Ójala hubiera encontrado esta información antes de realizar mi viaje la semana pasada.

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  2. Celebro que te haya gustado, Alejandro. Gracias por el comentario. Un saludo.

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