domingo, 10 de mayo de 2015

Subida al Picuruju (Picurujo)


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La Agencia de Dinamización del Valle del Ambroz, DIVA, dentro de las actividades del Otoño Mágico que convoca cada año, había previsto celebrar el 2 de noviembre de 2013 la 4ª subida al Picuruju (Picurujo, en los mapas oficiales) desde La Garganta.
Se trata de una ruta que no llega a los 12 kilómetros y con un desnivel de poco más de 200 metros a lo largo de cuatro kilómetros de recorrido, es decir, de alrededor del 5%. Es, por tanto, una ruta cómoda y muy agradable. Y, además, una ruta ideal para hacerla en las fechas propuestas, en pleno otoño.
Vicente Pozas, mi habitual compañero de rutas, me había hablado muchas veces de esta, indicándome que a la primera oportunidad habría que hacerla. Y como quiera que ésta se dio, decidimos no desaprovecharla.


Tuvimos una mañana inicialmente clara y despejada, aunque fría, si bien la mañana nos deparó mucha niebla que nos impidió disfrutar de las vistas hasta bien avanzada la misma.


Los vecinos de La Garganta se llaman Paporros, que tal es el gentilicio del lugar, que cuenta con unos 500 habitantes.
Nos habíamos dado cita en el ayuntamiento a las 9,30 donde, unos quince o veinte minutos antes de comenzar, ya nos encontrábamos cerca de 100 personas.


Salimos del pueblo por la calle San Juan y enseguida tomamos, por la derecha de la carretera, el Cordel de los Lobos. A nuestra derecha queda el pequeño valle por cuyo fondo discurre el Arroyo de la Garganta en dirección a Baños de Montemayor. Y un poco más allá el Alto de la Hondilla y el Lomo de Monte Puerto.
En este valle se agarran las nubes al suelo y enseguida tenemos claro que podemos tener problemas para disfrutar de las vistas.



El recorrido por el Cordel de los Lobos resulta agradable. El sendero es claro, primero en forma de calleja, entre paredes de piedra y un poco más adelante con abundante vegetación a uno y otro lado.
Por momentos, las nubes bajas llegan hasta nosotros, no siendo molestia para caminar pero sí impidiéndonos ver todo lo que se extiende en dirección a Baños de Montemayor, que intuimos debe ser precioso.




Poco antes de llegar al Cordel del Berrocal (o Cordel de los Beruecos, o Cordel del Lomo, como me dijo algún lugareño que también lo llamaban) que recorre la cuerda de toda esta sierra de punta a cabo y llega hasta el Embalse de Navamuño, ya en la provincia de Salamanca, más allá de La Garganta, nos encontramos con la que me dicen que se llama Fuente del Fraile. Está junto a un ensanchamiento del camino donde Vicente, el responsable de DIVA, hace un alto para reagrupar a los participantes y dar algunas explicaciones al grupo sobre particularidades de la ruta.
Al lado del camino hay una sencilla casa de labradores. Alertado su ocupante, seguramente, por las conversaciones en alta voz de los senderistas, se asoma a la puerta a curiosear. Y una de sus cabras, quizá curiosa, se encarama a una pared también para tratar de enterarse a qué se debe el ruido en un sitio tan tranquilo habitualmente.





Estamos a dos kilómetros del inicio de la ruta. Solo cuatrocientos más y llegamos ya al Cordel del Berrocal, camino público, de trashumancia, propiedad de todos que con demasiada frecuencia se apropian algunos desvergonzados con el consentimiento tácito de las autoridades que deberían velar por la protección del bien común, de eso que, ya desde tiempo inmemorial, llamamos el demanio, o dominio público.
Los cordeles tienen una anchura establecida  de 37,71 metros (las cañadas reales de 75,22, las veredas de 20,89 y las coladas una anchura inferior a las veredas).
Este Cordel del Berrocal tiene, desde luego, la anchura indicada. Al llegar a él nos volvemos a detener para que Vicente imparta más explicaciones. Es un hombre amable con todos, siempre sonriente y atento a cualquier cuestión que se le plantea. Da gusto caminar con él.



Estamos ya en lo que se llama La Esquina del Lomo, en la cuerda de la sierra. Realmente es una estribación de la Sierra de Béjar cuyo extremo más al sur es el Picurujo. Al principio del recorrido nos encontramos, a la derecha del camino, con un vertedero donde se acumulan electrodomésticos, colchones… Una pena que la gente sea tan poco cuidadosa.
Desde este punto en que nos encontramos vamos en descenso, con algunos tramos muy pedregosos, hacia el Collado Carnicero.



Uno de los senderistas con los que camino, que es paporro, es decir, natural de La Garganta, me dice que este apelativo “carnicero” le viene al collado desde la Guerra de la Independencia, nuestro conflicto con los franceses, allá a principios del siglo XIX. Me dice que, además de Collado Carnicero, también se le denomina “no-sé-qué de los franceses”, y que hace referencia a un degollamiento masivo que se hizo de franceses que, en su retirada en 1812-1813, fueron acorralados en este lugar. El hombre se esfuerza en hacer memoria, pero no logra acordarse con exactitud y me dice que tratará de preguntarle a otro de los participantes a ver si, entre los dos, hacen memoria.
Al llegar al collado nos detenemos una vez más. Vicente, de DIVA, está preocupado por la niebla que tenemos y se lamenta porque, dice, nos va a impedir poder contemplar las hermosísimas vistas que, a nuestra izquierda, hay hacia la Cordillera del Molinillo y del Hornillo por un lado y hacia Hervás por el otro. Le decimos que no se preocupe y que así tenemos pretexto para volver en otra ocasión.


A partir del collado hay una subidita que se desarrolla por un sendero estrecho, pedregoso, no tan claro como el que hemos traído hasta aquí y, a ratos, entre jaras. Se camina peor, pero no es incómodo. Discurre por el lado izquierdo del Picuruju, en cuya inmediatez estamos ya.
La subida termina donde está el mirador al que se refería Vicente y allí mismo sale, a la derecha, un sendero que sube a lo alto del Picuruju, ligeramente más arriba (no mucho). Está todo absolutamente cubierto de una niebla espesa, por lo que ni nos planteamos subir.



A partir del sitio del mirador el sendero inicia una fuerte y pedregosa bajada. Conviene tener cuidado. A veces hay que saltar de piedra en piedra para ir descendiendo.


Superado lo más fuerte de la bajada encontramos un lugar en que el terreno se allana un tanto y hay amplitud suficiente para que todos podamos parar a tomar algo. En ese mismo punto, además, hay que hacer un giro de 90 grados a la derecha para ir hacia el otro lado del Picuruju e iniciar el regreso.





Repuestos, iniciamos la marcha regresando por la zona denominada La Umbría. El entorno cambia de forma drástica pues si hasta ahora solo hemos contemplado monte bajo, ahora hay castaños en abundancia.




Rodeado todo el Picuruju volvemos a llegar al Collado Carnicero y desde allí, utilizando en parte el mismo camino que trajimos, pero con una ligera variante, regresamos al punto en que nos incorporaos al Cordel del Berrocal.
Es punto no tiene pérdida pues hay una pequeña explanada y un camino que sale a izquierda y derecha del que traemos (y que vamos a seguir en la misma dirección).
También en este punto, a la derecha en el sentido de la marcha que traemos, existe una cerca en la que habían varios caballos cuando nosotros pasamos. La abundante chiquillería que hizo la ruta con nosotros disfrutaron de lo lindo con los animales y se hicieron una foto de grupo, como también hicimos otras en las que aparecen casi todos los participantes en la ruta.




A partir de este momento la niebla levantó de modo ostensible, aunque no llegó a hacerlo del todo. Primero tímidamente y de un modo más claro después, lo que nos permitió poder disfrutar, al menos en esta última parte de la ruta, de los maravillosos paisajes de la zona. Aquí abandonamos todo contacto con el camino por el que habíamos venido y tomamos una desviación a la derecha. El camino va a ir ahora en un claro ascenso que no terminará hasta que lleguemos al Corral de los Lobos.
Lo primero que llamó poderosamente mi atención al levantar algo la niebla fue ver a nuestra derecha, al otro lado del vallecito por el que discurre el Río del Valle que va a desembocar en el Embalse de Navamuño, el Cancho de la Muela. La primera visión fue entre la niebla, pero claramente perceptible.


Vamos a toparnos enseguida con una carretera. Es la que va desde La Garganta a Hervás y tendremos que andar por ella unos cuantos metros.
Nada más llegar a la carretera, que en este lugar describe una curva a la izquierda, estaremos en el sitio que se llama El Cabezo y podremos ver a nuestra izquierda una fuente con siete abrevaderos. El agua cae en el primero y va pasando, sucesivamente, de uno a otro para acabar vertiendo en una charca artificial en la que se construyó, hace años, una pequeña represa para que no se perdiera del todo el agua de la fuente.



A nuestra derecha, al otro lado de la carretera, queda el Cerro de las Chispas y el Mirador de la Ermita, a los que no nos acercamos.
Como he dicho más arriba, solo andamos por la carretera unos metros, pasando enseguida al lado derecho y adentrándonos de nuevo en el campo. A poco de hacerlo nos encontraremos primero con un manantial cuya ubicación señalan unas piedras y un tronco seco de árbol y, pocos metros más allá y ligeramente apartada del camino otra fuente.



A nuestra derecha seguimos viendo la Sierra del Molinillo con el Cancho de la Muela (1.626 y 1.619 mts) más a la izquierda y la Cruz de Jeromo (1,654 mts) más a la derecha. Ambos están dentro de la provincia de Cáceres y pertenecen al municipio de La Garganta aunque sus laderas del otro lado están ya en la provincia de Salamanca.


No he encontrado referencia sobre el origen del nombre de La Cruz de Jeromo, aunque sí unas referencias de Luis Astola Fernández al respecto indicando que en La Garganta se rumorea, aunque con escasa consistencia, sobre la muerte de un paisano “hace más de un siglo” al caer de su cabalgadura cuando transitaba por la zona. Por otro lado, la coincidencia de los nombres podría hacer pensar en la relación del tal Jeromo con Jerónimo Abdón Gómez-Rodulfo Hernández, industrial bejarano nacido a finales de julio de 1809 en la cercana Cueva del Bocín de Navamuño, huyendo sus padres de las tropas francesas.



Tras recorrer una praderita, nos queda una ultima subidita de tierra y piedra suelta que se hace sin mayor esfuerzo. Sabemos que estamos terminando la ruta y que ahora será casi todo bajada hasta llegar de nuevo a La Garganta.



Enseguida nos encontramos con la carretera que lleva desde La Garganta a la vecina Candelario, en la provincia de Salamanca. Es una carretera estrecha, bien asfaltada y, probablemente, suficiente para el tráfico que debe soportar.
Cuando nosotros llegamos allí la carretera está tomada por un rebaño de cabras que tienen paso preferente pues no en balde, justo en este lugar, coinciden la carretera y el Cordel del Berrocal sobre el mismo trazado. Y ellas llevan pasando por aquí siglos, y los coches no.


En este punto existen dos construcciones singulares. La primera es una fuente, restaurada en su entorno. La pila parece la original aunque no sé si el emplazamiento eran también el original; es rectangular, de más de 1,5 metros de largo por algo más de 50 de ancho y con una hendidura al lado contrario de donde está el grifo que la nutre para evacuar el agua sobrante. Se ha construido a su alrededor una bancada de piedra consiguiéndose un lugar grato.


Un poco más allá de la fuente, como a cinco o seis metros, está el Corral de los Lobos. En el lugar hay un panel informativo al respecto, realizado sobre una losa de granito pulido, del que tomo, con libertad, la información que va a continuación.
El lobo ha sido visto, desde antiguo, como enemigo del hombre por su ataque a los ganados, fuente de supervivencia del hombre. Por ello desde la Edad Media se han organizado batidas y monterías para cazarlo existiendo, también, la figura del lobero, al que se le pagaban compensaciones por cada lobo que cazaba.
Los corrales de lobos son el testimonio histórico de una ingeniosa arquitectura rural y de la lucha contra el lobo a lo largo de la historia. El corral que hay aquí, junto con el Pozo de las Nieves que está un poco más abajo, constituyen un ejemplo de la lucha de la supervivencia en el medio rural, motivo por el que el ayuntamiento de La Garganta decidió su restauración.
Los corrales de lobos se construían casi siempre en el paso natural del lobo y en sus rutas de movilidad. Éste se encuentra en el Cordel del Berrocal, que comunica la Ruta de la Plata con los agostaderos de la sierra, por tanto lugar de paso de los rebaños que también frecuentaban los lobos.
Además se situaban próximos a los pueblos, utilizándolos sobre todo en invierno, cuando la comida escaseaba en la sierra y el lobo se acercaba a las poblaciones.
Este tipo de edificaciones estuvieron activas, generalmente, hasta la primera década del siglo XX; sin embargo, éste terminó por derrumbarse en los años sesenta y algunas piedras se reutilizaron en una obra de la plaza de la iglesia, aunque permanecieron los cimientos a partir de los cuales, y de la memoria de las personas mayores de La Garganta, se pudo reconstruir el corral.
El Corral de los Lobos consiste en una construcción cerrada de planta irregular, más o menos circular, de un diámetro aproximado de 12 metros y perímetro de unos 50, ocupando una superficie de unos 200 m2. Las paredes tienen una altura entre 2 y 3 metros y están coronadas por unas pesadas losas que sobresalen por el interior para impedir que el lobo salte la pared desde dentro u huya. Su construcción era un ejemplo de trabajo comunitario de los vecinos del pueblo.
El corral es una trampa pasivo, por lo que había que engañar al lobo y conseguir que entrara. Con este fin se colocaba en el centro carne, como cebo que atrajera al lobo.
Según recuerdan los mayores de La Garganta había, además, una original trampa cuyo mecanismo no se conoce con exactitud. Parece que en la parte alta del muro había una abertura que terminaba en una tabla de madera con un resorte que hacía que se moviera como un balancín, de modo que cuando el lobo pisaba allí se inclinaba con su peso y caía al interior del corral, mientras que la trampilla de madera volvía a su posición inicial, impidiendo así la salida del corral y dejando atrapado al lobo.
Normalmente el cebo permanecía intacto porque el lobo se percataba de la imposibilidad de salir y del estrés lo abandonaba, tumbándose contra la pared esperando su fatal destino.





En el mismo panel se transcribe el Romance de la Loba Parda, originario de  Extremadura y difundido a Castilla y León por medio de los ganaderos trashumantes,  y del que existen numerosas versiones.
La escasez de alimentos en el invierno obligaba al lobo a capturar animales domésticos. Con su astucia era capaz de salvar los más inverosímiles obstáculos con tal de saciar su hambre, tal como queda de manifiesto en este romance que revive el secular enfrentamiento lobo-pastor.
En el romance se observa cómo el pastor confía en su redil y cómo, después de examinarlo, la loba consigue apresar la mejor de sus ovejas. Sólo cuando el hecho se ha consumado, el pastor decide el ataque de sus perros, pero no antes. Asistimos a una especie de pacto e no agresión entre el vigilante del ganado y la fiera. La ruptura del mismo trae consigo la drástica respuesta.

Estando un pastor en vela
pintando la su cayada
vio de venir siete lobos
y en medio la loba parda.

— Loba parda no te arrimes,
no seas desvergonzada,
que tengo yo siete perros
y una perra sevillana
y un perro con unos hierros
que te irá a sacar el alma

— Esos siete cachorritos
y esa perra sevillana
y ese perro de los hierros
para mi no valen nada
que tengo yo mis colmillos
que cortan como navajas.

Dio tres vueltas a la red,
sacó una cordera blanca
hija de la manituerta
nieta de la maniblanca

— Arriba mis siete perros
y mi perra sevillana
y ese perro de los hierros,
a correr la loba parda,
si se la sabéis quitar
os daré cena doblada,
siete calderos de leche
y otros tanto de cuajada,
y si no se la quitáis
os daré de la cayada

Anduvieron siete leguas,
todas siete barbechadas,
y al llegar a un arroyuelo
la loba ya iba cansada.

— Y toma y toma y perritos,
vuestra corderita blanca,
sana y buena como estaba.

— No queremos la cordera
de tus dientes maltratada,
que queremos tu pellica
pal pastor pa una zamarra,
el rabo para correas
pa remendar la zamarra,
las pezuñas pa corchetes
para abrocharse las bragas,
las tripas para unas cuerdas
para tocar la guitarra,
las orejas pa abanicos
para abanicarse el alma,
los dientes para una vieja
pa que roiga las castañas,
y el culo para un salero
para la recién casada.

Habiendo disfrutado de la vista de estas maravillas y de las explicaciones que Vicente, de DIVA, nos dio en el lugar, continuamos ya la bajada hacia La Garganta. Para ello hay que bajar por la carretera y como a unos doscientos metros de la fuente, en una curva poco pronunciada, hay que tomar un sendero que baja, a la derecha, adentrándose entre los pinos. Allí mismo, a escasos metros, está el pozo de las nieves.


El pozo es un agujero profundo, redondo, con las paredes hechas de grandes bloques de piedra hoy impregnados casi por completo de musgo. Tiene unos diez metros de profundidad por siete de ancho.
José Luis Majada Neila, sacerdote, escritor, periodista e investigador, fallecido en 2003 e hijo de La Garganta, publicó en 1970 su “Historia de la nieve de Béjar”, de la se extraen las breves notas que figuran a continuación.
La nieve de estas serranías comenzó a valer dinero en el siglo XVI, cuando comenzó a apreciarse el vino fresco, los helados y los sorbetes de bebidas frías.
El 5 de octubre de 1733 el rey Felipe V otorgó al Duque de Béjar, Don Juan Manuel Diego López de Zúñiga Guzmán Sotomayor y Mendoza, y a sus sucesores, por Real Cédula, el dominio de estas tierras y es a raíz de ellos cuando, aprovechando la falda umbría y el ventisquero de esta montaña, se construyó este pozo de nieve, llamado Del corral de los lobos, así como otro pozo cercano, el Pozo de la barrera.
Cuando nevaba, los hombres de La Garganta a los que se llamaba boleros, porque su trabajo consistía en hacer grandes bolos de nieve para llevarlos al pozo. En los bolos hincaban un leño de roble descortezado (al que llamaban pelao) y lo dejaban al aire libre para que la helada de la noche lo endureciese. Convertida la nieve en hielo, el bolo era llevado hasta el pozo con la ayuda del pelao y arrojado al pozo y amazacotado con unos pisones grandes de madera. Sobre cada capa de nieve apisonada, de medio metro  aproximadamente, se extendía una capa de paja trillada. La nieve quedaba así depositada en grandes capas fácilmente separables unas de otras gracias a la paja. Cuando se quería sacar, las capas se cortaban con la ayuda de hierros o de cuás de madera, extrayendo el hielo en bloques que eran transportados para su venta durante la noche y envueltos en helechos.
Algún autor afirma que la expresión limpia de polvo y polvo y paja hace referencia a la necesidad de quitar ambas cosas para la presentación y venta del hielo en los mercados, una vez que salía del pozo.




Los escasos metros que separan el pozo del pueblo son de una pendiente pedregosa y bastante pronunciada, por lo que conviene bajarla con cuidado.



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