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Realizada durante la mañana del 13 de junio
de 2015. Algunas nubes y estupenda temperatura.
Se trata de un recorrido por tres
formaciones volcánicas antiguas: la Montaña del Islote de la Vieja, el Morro
Guarda y la Montaña de Juan Perdomo.
Nos van a quedar a tiro de piedra Los
Quemados, que son las calderas volcánicas más occidentales de cuantas
se produjeron en el siglo XVIII. Están a ras de suelo, sin apenas destacar
sobre el terreno, por lo que pueden pasar desapercibidas.
El recorrido es razonablemente breve
(poco más de 5 kilómetros) y las alturas no son relevantes (120 metros de
desnivel en el punto más alto).
Quizá alguien se pregunte porqué los
nombres de estas montañas llevan nombre de personas: Montaña de la Vieja Gabriela,
de
Juan Perdomo, de Pedro Perico, de
María Hernández, del Guirre, etc… Al parecer tales
eran los nombres de los propietarios de algunos terrenos, ranchos, corrales o
terrenos de labor existentes en la zona cuando las erupciones de 1730-1736. Así
lo indica el profesor Eduardo Hernández Pacheco en su
libro “Por los campos de lava”, escrito en 1907-1908 a raíz de sus
investigaciones sobre la actividad volcánica en la Isla de principios del
XVIII: “Muchas montañas que quedaron hacia el Oeste,
rodeadas de las lavas, tienen nombres que corresponden a sus propietarios en
los tiempos de la erupción. Tal sucede con Pedro Perico, Juan Perdomo, María
Hernández y la vieja Gabriela, que serían criadores de cabras que en estas
montañas tenían sus ranchos y majadas. A este propósito, nuestro guía Pancho
nos recitaba algunos trozos de viejos romanceros que aluden a la catástrofe. La
mala memoria de Pancho no pudo proporcionarme más que retazos sumamente
incompletos de un viejo romance, cuyos protagonistas, Juan Perdomo y Pedro Perico iban a recoger
sus ganados huidos a las montañas próximas a Tinajo.” (Por
los campos de lava, pág. 178. Edit. Fundación César Manrique,
Madrid, 2001).
El punto de inicio está en la LZ-704.
Yo fui desde Yaiza, en dirección a El Golfo. Cuando se llevan
recorridos unos 4,3 kilómetros (a poco de pasar el poste indicador del punto
kilométrico 4), justo donde hay una curva hacia la izquierda, teniendo ya a la
vista, a nuestra izquierda, la Montaña del Golfo y a nuestra
derecha la Montaña del Islote de la Vieja, veremos un camino ascendente de
tierra clara que sale a la derecha. Hay que llegar con la velocidad ya
reducida, pues para meterse en el camino de tierra hay que hacer un giro de 90
grados y al ser un camino de tierra y con algo de subida, se podría derrapar.
Adjunto una foto donde indico el recorrido
de la carretera y el punto de acceso. Recomiendo subir la cuestecilla y llevar
el coche varios metros más allá, para que quede fuera de la vista desde la
carretera. Yo, al menos, así lo hice. El sitio es amplio y el aparcamiento
cómodo.
Justo al lado del aparcamiento hay lo que
parece un aljibe, cubierto por una superficie de cemento o cal, liso, que
ayudaría a que el agua de la lluvia corriera a su almacenamiento.
Veo que todavía podía haber entrado con el
coche ciento cincuenta o doscientos metros más de donde lo he dejado. Lo apunto
solo porque lo sepa quien esto lea, no como invitación a hacerlo.
Es por ahí por donde comenzamos la ruta,
dejando el aljibe a nuestra derecha y caminando hacia la elevación que está
detrás del mismo y que es El Morro Atravesado.
Al Morro hay que “atacarlo” por detrás,
rodeándolo por el sendero que llevamos y yendo hasta su parte de atrás. En el
recorrido pasaremos junto a algunas gerias de hermosa factura pero que parecen
actualmente en estado de abandono.
Se trata de una subida de tan solo 30
metros, que se hacen con toda comodidad. Mientras ascendemos y, mejor, una vez
arriba, tendremos ante la vista La Montaña del Golfo, y en suave
descenso hacia la izquierda La Peña del Guincho, que a mi me
parece hermosísima, tanto vista desde aquí como a pie de la misma y muy
especialmente donde termina y gira el camino por el que se baja al Charco
de los Clicos.
También desde aquí y mirando al sur,
divisamos la Montaña de la Vieja Gabriela y, a su derecha, el perfecto
círculo que es la Caldera de las Chozas, ambas dentro de un espacio que es zona
militar y prohibido el paso, por lo que resulta imposible acceder con libertad
a las mismas. Cosa que, la verdad, no entiendo demasiado.
También se divisa desde aquí Pico Redondo
y pegado a él pero detrás, La Montaña de Dos Picos que tengo
intención de patear al día siguiente.
A mi espalda queda la parte más escarpada de
la Montaña
del Islote de la Vieja. No será por ahí por donde subiré, sino que mi
intención es seguir por la continuación del Morro Atravesado y ver el
conjunto de tres senos (pues no creo que se trate de calderas) que hay entre
este y la Montaña citada.
Cuando me he dado la vuelta para continuar
mi camino, veo enfrente de mi, allá a lo lejos, la preciosa estructura de Montaña
Rajada, en pleno corazón de Timanfaya.
Subo a la continuación del Morro
preocupado por mi rodilla izquierda, pues no quiero castigarla. Quiero coronar la
parte más alta de esta estructura para bajar luego a los senos a los que me he
referido. El terreno está compuesto por rofe en el que se hunden los pies.
Hay varias gerias con su parra plantada en
el centro. Están en las partes más bajas de los senos, seguramente porque sea
el lugar donde más fácilmente pueda encontrar la planta humedad.
En este recorrido diviso, completamente
aislado en el mar de lavas y más allá de lo que será mi recorrido de hoy, el Monumento
Natural del Islote de los Halcones, espacio protegido y que cuenta con
un perfil precioso que se eleva hasta los 104 metros de altura, contando con
una tonalidad rojiza. Tiene una superficie de 10,6 hectáreas y está incluido en
lo que fue declarado en 1974 como Parque Nacional de Timanfaya.
Tiene una estructura principal de origen
volcánico formada muchos siglos antes que las coladas de lava de las erupciones
del siglo XVIII, que le rodean. Su caldera interior está rodeada por un lago de
lava basáltica solidificada y tiene forma de semicírculo o de herradura, debido
a la erosión sufrida en una de sus laderas.
Desde el fondo de este vallecito formado por
los tres senos a los que me he referido (el último de los cuales tiene una
perfecta forma circular), tenemos esta vista mirando hacia El Golfo.
La subida a la Montaña del Islote de la Vieja
no representa ninguna dificultad. Son 80 metros de desnivel en dos tramos. El
terreno cómodo al principio y algo más resbaladizo cuanto más cerca de la cima.
Algunos amigos, con más buena intención que
resultados prácticos, han puesto algún hito en el trayecto de subida que
resultan innecesarios porque el ancho del sendero no pasa de cinco metros.
La elevación no es mucha pero el terreno
circundante es eminentemente llano, por lo que las vistas satisfacen por
completo.
He de confesar que mis ansias de vida suelen
verse, generalmente, complacidas a través del sentido de la vista: paisajes,
gestos, sonrisas, amaneceres, puestas de sol, lluvia, nieblas… Creo que todo
cuando hay a nuestro alrededor plenifica si tienes el corazón totalmente
abierto y dispuesto a dejarse acariciar tanto por lo que llega desde fuera como
por lo que vives desde dentro. Como dice el Salmo 130: “No pretendo grandezas que superan mi
capacidad, sino que acallo y modero mis deseos como un niño en brazos de su
madre”.
Delante de mi, a mis pies, El
Morro Guarda y un poco más allá, La Montaña de Juan Perdomo.
A ambos iré al bajar de aquí.
Y allí, detrás de Juan Perdomo, como
queriendo pasar desapercibida ante mis ojos, la Montaña de los Halcones.
Y a mis espaldas el camino que se ha que
seguir para hacer la Ruta Tremesana y poder adentrarse (necesariamente
acompañados por el guía oficial del Parque) en Timanfaya. Montaña
Encantada a la izquierda y la Montaña de María Hernández a la
derecha enmarcan dicho camino. En medio de ambas, más al fondo y de menor
altura (169 m), La Montaña del Guirre, también llamada Caldera Rajada y más
atrás aún, la ya citada Montaña Rajada, espectacular y retadora,
con sus fauces abiertas dispuesta siempre a dar dentelladas al cielo azul.
Vuelto en la misma dirección, pero a mi
izquierda, queda el mismo camino de la Ruta Tremesana y al otro lado del
mismo, la Montaña de Juan Perdomo a la izquierda y la Montaña
de Pedro Perico a la derecha.
Doy la vuelta y comienzo a bajar por la
izquierda, pues quiero subir al Morro Guarda antes de ir a la Montaña
de Juan Perdomo.
La bajada hay que hacerla con cuidado pues
hasta llegar al mar de lavas se salva un desnivel de 80 metros en 200 de
recorrido, lo que no es “moco de pavo”.
No hay especial peligro, pues el terreno es rofe básicamente y no habría daño
en una caída, o sería muy leve.
Para cruzar el mar de lavas desde la Montaña
del Islote de la Vieja al Morro Guarda, hay un pequeño, aunque
distinguible, sendero sobre dicho mar. Aquí dejo una foto del mismo en la que
he resaltado, con una leve tonalidad amarilla, por dónde discurre el mismo.
El Morro Guarda es un pequeño volcán
ubicado junto al camino que va desde la Montaña del Islote de la Vieja a la Montaña
de Juan Perdomo. Es poco relevante por su altura (135 metros), aunque
con una estructura de duras lavas y está abierta al noroeste
Mi buena amiga Clara Suárez (amiga
virtual porque, hasta el momento de redactar estas líneas solo nos hemos
tratado a través de intercambio de correos electrónicos) llamaba a este “El
Volcán de la Teta” antes de asignarle su verdadera denominación (“El
Morro Guarda”). Y si alguien se pregunta porqué, pues viendo la foto
que inserto a continuación lo entenderá perfectamente y es que parece una “teta
volcánica” provista de su pezón y todo.
Clara tiene un estupendo blog (“Subiendo
Volcanes”) y ahí os
dejo un enlace a la crónica, acompañada de unas maravillosas fotos, de su
subida al Morro Guarda.
Para quien lea esta crónica, advertirle que
yo subí hasta su pequeña cima “en plan héroe”. Quiero decir que ataqué la
subida directamente, en línea recta desde donde había bajado del Islote de la
Vieja. Tomé el sendero marcado en la lava…. y subí probablemente por la parte
más dificultosa. Tampoco es que fuera una complicación, pero más tarde me di
cuenta que, por la derecha de la falda del Morro subía un senderillo que
hubiera hecho más fácil mi ascensión. Aquí lo indico: en naranja mi trayecto y
con flecha verde lo que debería haber hecho (en línea amarilla discontinua las
dos alternativas existentes)
El borde del cráter es, como he dicho, de
lava muy compacta y su extremo derecho (según subimos) muy escarpado y poco
recomendable el tránsito por él.
Una vez visitado, bajé por el otro lado que
presentaba una superficie tan arisca como el sitio por donde subí y no exenta
de riesgo de resbalones. Por eso quizá sea sensato bajar por el mismo sitio que
he propuesto para subir. Aquí está el lado de mi bajada:
Retornado al camino, inicio la marcha en
dirección a la Montaña de Juan Perdomo no sin antes volver la vista atrás para
ver la caldera del Morro Guarda desde abajo.
Trescientos metros más adelante sale, por
nuestra derecha, el camino que se adentra en el Parque Nacional de Timanfaya.
Una cadena metálica impide el paso de vehículos y casi casi supone una
invitación a adentrarse por el mismo a pie. A la izquierda del camino, como
custodiándolo, las montañas de Pedro Perico y Encantada (casi tapada
por la primera) y, al fondo, de una voluptuosa, y casi sensual, tonalidad
rojiza, Montaña Rajada.
Apenas cien metros más allá, otro camino
sale, también por la derecha. Pero este lleva solo hasta la base de la Montaña
de Pedro Perico, donde muere.
El camino es de tierra, cómodo de andar.
Allí, al fondo del mismo, la Montaña de Juan Perdomo, también de
un intenso color rojizo. Veo como una puerta de acceso con algo que me parece
una ventanilla para un vigilante, asaltándome la duda sobre si habrá algún
guarda controlando el acceso. Cuando llego al lugar veo que la estructura, que
podría denominarse “puerta”, simplemente marca límites, seguramente del lugar
en que empieza alguna propiedad.
Lo que desde lejos me pareció una ventanilla
no es más que un hueco abierto en la estructura y cerrado, por detrás, con roca
volcánica. Alguien ha instalado dos palos cruzados, en forma de cruz, en su
interior y casi podría decirse que es como un simbólico altar.
Enseguida llego a la Montaña de Juan Perdomo.
Varios metros de su base están cubiertos de rofe. Quedan algunos pobres
vestigios de gerias construidas hace
mucho tiempo y abandonadas también hace mucho.
Según comienzo a subir veo que aflora mucha
piedra volcánica de un intenso color rojo que se hace exclusiva unos pocos
metros más arriba. El borde del cráter está formado por lava solidificada que,
erosionada por el viento y la lluvia, da lugar a preciosas formas.
El interior del volcán me llama la atención
por lo irregular de su superficie. Hay en su interior unos abultamientos que
sugieren que cuando la lava se fue enfriando y se hizo más espesa pudieron
formarse como unas pompas de lava que no llegaran a abrirse.
Por la parte más abierta del cráter y en el
exterior del mismo, una casa que no me da la impresión que pueda ser una
vivienda privada, sino oficinas o algo así, aunque carezco de argumentos tanto
para afirmar una cosa como para negarla.
Desde el cráter, mirando al norte, alcanzo a
ver con comodidad y claridad el Monumento Natural del Islote de los Halcones,
cuya belleza me seduce y me anima a ir a visitarlo a la primera oportunidad que
tenga.
Y si miro al sudoeste, la Montaña
del Golfo, con su doble chepa. Detrás de la de la derecha está el Charco
de los Clicos, lugar de obligada visita para cualquier visitante de Lanzarote.
Y más hacia el sur Montaña Bermeja. Resulta
curioso el efecto óptico producido por la utilización del teleobjetivo. Detrás
de Montaña
Bermeja se ve, como si estuviera a tiro de piedra, Montaña Roja, con Playa
Blanca a su izquierda y la zona del vertedero insular a la
derecha, extendiéndose la lengua de tierra hacia la Punta de San Ginés.
Al fondo, como si no hubiera discontinuidad
alguna, las principales elevaciones del norte de Fuerteventura.
Y antes de bajar de la Montaña de Juan Perdomo,
cuando ya me he girado para bajar y regresar por el mismo camino, queda ante mi
el recorrido hecho un rato antes. Su vista me reafirma en mi convicción de que
los panoramas que se ven desde las alturas de Lanzarote difieren
notablemente de un punto a otro, compitiendo entre ellos en belleza.
Ya en el camino y cuando vuelvo hacia el
punto donde dejé el coche no puedo más que admirar el mar de lavas que me
rodea, imaginando el infierno incandescente que debió ser todo este terreno.
Ahí han quedado esas formas pétreas para darnos testimonio de lo que fue.
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