En Wikiloc: pulsar aquí
Organizada por el Club Senderista La Vereína,
participamos una cincuentena de personas en un día muy soleado y con calor. Una
ruta con vistas espectaculares a ambas vertientes de las dos sierras por la que
se desarrolla el recorrido, primero (en un breve trecho) la Sierra
de Santa Bárbara y después, en más de la mitad de su extensión, la Sierra
de la Pesga.
Algunos (entre los que me cuento)
sudamos la gota gorda subiendo las empinadas cuestas comprendidas en la
ruta. Yo, en concreto —aunque no fui el único— llegué desfallecido al Pico
Blanco y hube de darme cuatro o cinco minutos de reposo antes de tener ánimo,
siquiera, para abrir la mochila y sacar el bocata con el que reparar fuerzas.
El autobús nos dejó en Casar
de Palomero al inicio de la Avenida del Puerto, donde confluyen
las calles Mayor y “Carretera Variante”, justo en el
lugar donde se ubica el bar El Puro.
En el mismo sitio existen algunos
paneles informativos sobre otras alternativas turísticas que pueden encontrarse
en los alrededores de la población.
Hay que caminar en dirección a la
salida del pueblo dando, pues, la espalda al bar El Puro, siguiendo la
calle, cada vez con menos casas, hasta
alcanzar el inapreciable Arroyo de las Huertas, distante 600
metros del punto de inicio de la marcha.
Al llegar al punto indicado, hay que
tomar a la derecha y en ángulo de 90º una vereda ancha, cómoda y en ligero
ascenso, que nos llevará a la carretera CCV-11.5, que cruzamos al
otro lado.
Cruzada la carretera continuamos ascendiendo
entre cerezos que nosotros tuvimos la suerte de encontrar florecidos. Por todo
este trayecto hay unas preciosas vistas, ya desde lo alto, del pueblo del que
acabamos de salir y los sitios de sus alrededores: la Ermita del Santo Cordero,
al fondo; el Pedregal y la Cruz de Piedra, a la izquierda;
la Fuente
de la Madre de Agua a la derecha y, un poco más allá de ésta, casi
fuera de la foto, las Ruedas.
El camino no tiene pérdida. Va en
continuo y suave ascenso hasta que, a unos 2 kilómetros de la salida del pueblo
se inicia una pequeña bajada. En ese punto queda a nuestra vista otra vez la
carretera CCV-11.5 y la Ermita de la Santa Cruz (o Ermita
de Escusar, como la he encontrada denominada en otro lugar), por cuyo
lado derecho y trasero hemos de pasar.
Fue una lástima no haber conocido, al
momento de pasar por aquí, los datos de TRES singularidades de las que a
continuación doy detalle que, sin duda, nos hubieran hecho detenernos, aunque
solo hubiera sido unos momentos, para asumir la historia (o, al menos,
leyendas) allí existentes.
En primer lugar, la historia de esta Ermita
junto a la que pasamos: cuenta la leyenda que en el invierno de 1488
un pastor que estaba en el Puerto del Gamo, aterido de frío,
cortaba leña para calentarse. De entre las ramas que había cortado, seleccionó
las que le parecieron mejores e hizo con ellas una cruz que puso en el collado
del Puerto.
Unas semanas después tenían lugar las
celebraciones de Semana Santa en la localidad de Casar de Palomero.
Durante la celebración del Jueves Santo los judíos debían
encerrarse en sus casas, manteniendo puertas y ventanas cerradas, pero varios
de ellos no lo hicieron motivo por el que fueron apedreados por los cristianos,
por lo que se apresuraron a volver a sus casas y encerrarse en ellas.
Al día siguiente, Viernes Santo (25 de
marzo de 1488), cinco de los judíos (uno de ellos un niño de trece años),
molestos por lo del día anterior, subieron al Collado del Puerto del
Gamo y apedrearon la cruz que había sido puesta allí por el pastor,
reduciéndola a trozos. Descubierta la actuación de los judíos, los cristianos
salieron en su busca y, capturándolos, quemaron vivos a los cuatro adultos (he
encontrado otra versión que dice que fueron apedreados hasta morir) y al
pequeño le cortaron la mano derecha. Después, recogieron los trozos de la
destrozada cruz y la llevaron en procesión hasta la el pueblo donde,
posteriormente, construyeron la que hoy se conoce como Ermita de la Cruz Bendita,
sita en la calle Mayor, sobre lo que antiguamente fue la sinagoga
judía. Sabemos que en 1657 ya se había iniciado su
construcción, así como que en 1714 se trabajaba en la cúpula
del crucero y que fue terminada de construir en 1724.
Allí se conservan los restos de la cruz
apedreada. Hoy se puede ver una cruz (creo que es de plata), dentro la que
están los trozos de la madera original. La cruz es sacada en procesión tres
veces al año en las fiestas que se denominan “Primer triunfo de la Cruz Bendita”,
“Segundo
Triunfo de la…” y “Tercer triunfo de la…”, el 3 de
mayo, 16 de julio y 14 de septiembre respectivamente.
En lo alto del Collado, en el lugar
donde estuvo y fue apedreada la cruz, se construyó la Ermita del Puerto del Gamo
o Ermita
de la Santa Cruz, a la que corresponden las dos fotos anteriores.
También corresponde a la puerta de entrada a la Ermita la siguiente, gentileza
de www.celtiberia.net.
Justo a la altura de la Ermita, pero al
otro lado de la carretera, está el Chozo del Puerto del Gamo en la
llamada Peña del Zaguitu. Diré que Zaguitu viene a significar “pillo”
en castúo y es el nombre que se atribuye al judío de 13 años al que digo más
arriba que se le cortó la mano.
Junto al chozo unas piedras de pizarras
parece como si formaran un corredor de ortostatos como los que se encuentran en
los dólmenes. Y se dice que detrás de este corredor se escondían los cristianos
para tirarles piedras a los judíos que habían apedreado la cruz.
La foto que adjunto a continuación,
también cortesía de www.celtiberia.net.
La Piedra de la Rueca, o Piedra Escrita, o Petroglifo del Puerto del Gamo,
se encuentra al lado del antiguo camino que iba de Casar de Palomero a Mohedas
(actualmente la carretera ya citada CCV-11.5), a la altura del kilómetro
2,200 unos metros a la derecha de la carretera, en el olivar de la Varistuela
estableciéndose su antigüedad, como mínimo, en el año 750 a.C. En el mismo abundan
los motivos rectangulares, triangulares y escaleriformes, unidos por líneas.
(Gentileza de http://iberiamagica.blogspot.com.es) |
Los petroglifos son grabados
rupestres que ejecutados por los antiguos pobladores, utilizando las técnicas
de la incisión o del picado, con objetos metálicos puntiagudos y afilados.
Señala el investigador José
Luis Sánchez Martín que “Los
lugares de ubicación de tales manifestaciones artísticas, siempre al lado de un
camino o paso o cerca de un curso de agua resultaron ser verdaderos santuarios,
de carácter trascendente o mágico-religioso, a los que acudían con frecuencia y
en diferentes momentos los pobladores, porque creían que dichas visitas les
ayudaban a facilitar las actividades de caza y agricultura incipiente y el
contacto simbólico y el tránsito hacia un más allá sobrenatural. De modo que se
convertirían en centros de culto y peregrinaje y a través de los tiempos se le
irían añadiendo nuevos elementos a los inicialmente realizados, de la misma
forma que las grandes catedrales cristianas se fueron construyendo a lo largo
de largos periodos, completándose con añadidos de diferentes épocas y estilos.”
Bien, pues como ya he dicho, NO pudimos
ver ni el chozo, ni los ortostatos de pizarra ni la Piedra de la Rueca, y no
porque llevásemos prisa alguna, sino porque desconocíamos su existencia.
Me parece lastimoso que el Ayuntamiento
de Casar de Palomero no haya colocado o no haya instado al Gobierno
de Extremadura para ello, en la explanada que hay al lado mismo de la Ermita
de la Cruz Bendita, en el collado, paneles informativos sobre estas
maravillas que se encuentran a unos pocos metros, metros que ni siquiera se
pueden contar por cientos, siendo así que sí que los hay para evidenciar la
existencia del Merendero del Puerto del Gamo que queda a la vista de todos.
De todos modos, aquí dejo constancia de
todo ello para quien pueda utilizar esta crónica o el track correspondiente.
Por nuestra parte, cruzamos desde la Ermita
al Merendero
y desde este al otro lado de la carretera, por la que anduvimos unos doscientos
metros hasta llegar al Merendero del Canchorro, lugar bien
cuidado y dotado de sombra, fuente, barbacoa, mesas y bancos para el
esparcimiento de quien quiera usarlo.
El camino, sin pérdida posible,
discurre por detrás del merendero alejándose, pues, de la carretera e iniciando
un ascenso que será la tónica hasta alcanzar la cima del Pico Blanco.
En cuanto ganamos un poco de altura
quedan a nuestra vista el pequeño Pantano de Ahigal (o de
las Cumbres) y el gran Embalse de Gabriel y Galán, cuya
superficie de agua será una constante hasta que lleguemos a La
Pesga.
Siempre subiendo, pasamos por entre los
montes El Canchorro y Las Hoyas antes de comenzar la
bajada al Collado de Valdecorrales, desde donde divisamos a nuestra
izquierda y detrás de nosotros Casar de Palomero y, también a
nuestra izquierda pero más adelante, el pueblecito de Rivera Oveja junto al Río
de los Ángeles, que se muestra mucho más ancho de lo que realmente es
debido a las aguas embalsadas del Gabriel y Galán.
A partir de este punto se me comenzó a
“hacer
cuesta arriba” la ruta, y nunca mejor dicho. Reconozco que no se
trataba de un desnivel exagerado, pues era solo de un 13% la subida al Alto
del Castillo, a un kilómetro escaso de distancia. Pero esos 140 metros
de desnivel se me atragantaron. Creo que no fue tanto la subida como el hecho
de que en esos metros de recorrido el camino hace un montón de curvas y cada
una de ellas parecía que era el final de la subida. Pero no: tras cada curva,
una nueva subida, y otra, y otra… Y sol, y el calor. Ni siquiera las preciosas
vistas que ya teníamos de Mohedas de Granadilla me daban ánimos.
Tras varias curvas y muchas cuestas, al
fin quedó ante nuestros ojos el Alto del Castillo Y bueno… no es que
quiera echarme flores, que tampoco es eso. Desde luego, yo no iba el primero
pero, a pesar de ser el más viejo del grupo, tampoco el último. Las foto lo
atestiguan. Y todavía había un buen puñado que iban muuuucho más atrás.
Cuando por fin llegamos al Alto
del Castillo, las vistas compensan sobradamente del esfuerzo realizado.
Lo primero que llama nuestra atención
es la vista, a nuestra derecha, del Embalse de Gabriel y Galán, con Mohedas
de Granadilla a su lado.
Por la izquierda vemos, a lo lejos, la
pequeña alquería de Cambroncino a la que sirve de fondo el Lomo de los Caldereros
rematado por el Pico Chapallal o del Convento (a la derecha) y
flanqueada, por delante y por detrás respectivamente, por las Sierras
de la Cierva y del Horno.
Y también por nuestra izquierda, pero
mucho más lejos, la Sierra de la Peña de Francia.
Tras unos minutos de descanso retomamos
el camino. Estamos recorriendo la Sierra de la Pesga desde su inicio
en el Collado de Valdecorrales. Ahora salvar un desnivel en bajada de
otros 80 o 90 metros para subir después al Pinajarro, que tenemos enfrente de
nosotros.
La subida es corta, pero invita a
tomárselo con filosofía; el terreno tiene mucha pizarra desmenuzada. No es
incómodo para caminar pero los gemelos de las piernas notan el esfuerzo.
Pasamos el Pinajarro sin detenernos,
conscientes de que nos queda el esfuerzo que representa superar el Pico
Blanco.
Volviendo la vista atrás, el Alto
del Castillo que acabamos de abandonar.
El Embalse de Gabriel y Galán pasa a
tomar casi todo el protagonismo del entorno. Se aprecia con facilidad que el
nivel de sus aguas ha descendido con respecto a temporadas anteriores por la
falta de vegetación en una buena parte de todas sus orillas.
Y delante de nosotros el Río
de los Ángeles, describiendo sus meandros a medio camino entre Rivera
Oveja y La Pesga. Al otro lado del río destaca la Vega de la Maja con ese
color verde más oscuro que el resto. Y al lado de acá, a la derecha, los más
productivos terrenos de La Vaqueriza y la Cruz
de la Salve; más acá la vaguada que produce el Arroyo de los Hoyos y, a
la izquierda, el montecillo de La Cotorra. Todo ello me sirve de
fondo a una bonita foto para la que se prestan a posar María Jesús y Paqui.
Hay una suave bajada y, tras unos
metros de llaneo, comenzamos otra vez a subir, pasando por delante de una
construcción que al camino no ofrece más que los portones de dos cocheras.
El camino, en ascenso, va describiendo
una amplia curva hacia la izquierda al final de la cual hace un brusco giro a
la derecha de 300º a la derecha para coronar el Pico Blanco o El
Culebro, que también se denomina así.
He de confesar que este trozo de camino
me costó más de lo que es razonable para un desnivel como éste y para mi forma
física que no siendo, desde luego, la de un atleta, no está mal del todo para
mi edad. Pues me costó. Hube de parar varias veces a coger aire, aprovechando
para alguna —pocas— fotos.
Tras el brusco giro a la derecha al que
me refería antes, el camino todavía oculta la cima. Hay que describir una
pequeña curva a la izquierda antes de que quede ante nuestros ojos el mirador
que corona la subida, en medio del cual se ubica un punto geodésico.
Llegué cansadísimo y antes de hacer una
sola foto hube de sentarme para serenar la respiración durante unos minutos lo
que hice sin quitarme, siquiera, la mochila de la espalda.
Una vez recuperado, me fascinó la vista
que se ofrece desde el mirador sobre La Pesga y todo el entorno. Una
verdadera preciosidad.
El sitio nos pareció que el lugar era
el idóneo para hacer una foto de grupo, sacando de fondo el Río
de los Ángeles. Maki (Juan Antonio Mostazo),
que es la alegría en persona, se prestó para encaramarse a lo más alto del
punto geodésico y, desde allí, hacer la foto que habría de inmortalizar el
momento.
(Foto gentileza de Vicente Pozas) |
Repuestas las fuerzas y descansados,
reiniciamos el camino, que ahora se planteaba todo él de bajada, con un
promedio de casi el 13% de desnivel bajando, pero que era especialmente acusado,
de en torno al 16%) en el primer kilómetro. Todo ello, con unas vistas delante
de nosotros realmente preciosas.
Durante la bajada se pasa por delante
de un par de privilegiados chalets existentes en la cuerda de esta Sierra
de la Pesga.
Conviene andar atentos porque pocos
metros después de pasar el segundo chalet hay que tomar un camino que sale por
la izquierda y que, en un continuo zig-zag, va bajando, entre plantaciones de
preciosos cerezos, en dirección a La Pesga.
Y ojo a la bajada porque, en algunos
pequeños tramos se ha encementado parte del camino y, por efecto de las lluvias
y del transitar de personas y vehículos, la gravilla ocupa buena parte del
cemento. Ello provocó que una de las personas resbalara (¡cuando todo lo “malo”
ya se había pasado) y se diera una buena caída que, gracias a Dios, quedó en
nada, pero que pudo haber traído consecuencias por la posición en que le quedó
la pierna, bajo el cuerpo.
Cuando se está a mitad de la bajada nos
encontramos con una cancela que cierra el libre paso por el camino aunque puede
vadearse fácilmente por el lado derecho.
Al pasar al otro lado vemos un cartel
que informa —con tanta claridad como poca ortografía— que la finca por la que
venimos bajando es privada, por lo que se prohíbe el paso. Pero claro, es
solamente para subir porque, al bajar, nada lo indica.
Y La Pesga ya al alcance de la mano:
cada vez más cerca y, según nos vamos acercando, más hermosa.
Entramos en La Pesga por la
carretera, bautizada como Avda. de Extremadura y, pocos metros
más allá y por arte de una curva, se torna en Avda. de la Constitución.
Más o menos a la mitad, en la Plaza del Collado, donde hay una
hermosa fuente, dimos fin a la ruta.
Íbamos cansados y con sed. Con mucha
sed. Lo prueban los documentos gráficos.
¿ Que voy a decir del pueblo que me vio nacer?...¡ VIVA MI PUEBLO!
ResponderEliminar