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El Club Senderista La Vereína, al que
me honro en pertenecer no “organiza”, pero sí sugiere, o indica de vez en
cuando la posibilidad de participar en alguna actividad turística y senderista
organizada por terceros.
Este año avisó, en los primeros días de
febrero, de la disponibilidad de unas veinte plazas para hacer unas rutas por
las montañas
del Rif y, en concreto, en el Parque Nacional de Talassemtane de Marruecos
del 2 al 5 de abril.
Ni que decir tiene que se cubrieron
todas las plazas, una de las cuales tuve la fortuna de ocupar, por lo que el 1
de abril, en plena Semana Santa, cada uno de los participantes se desplazó desde
el lugar donde se encontraba hasta Algeciras. La idea era hacer noche
allí para tomar, al día siguiente, el primer ferry que saliera (8,30 de la
mañana) con destino a Ceuta para continuar, desde allí, vía Tetuán
a Chefchaouen,
ciudad donde pernoctaríamos todos los días.
En esta ocasión me tocó viajar “de
señorito” pues me recogieron en casa dos compañeras de viaje para ir a Zafra
y allí nos pasamos al coche de otro matrimonio amigo para ir los cinco hasta Algeciras.
Esto nos permitía dos cosas: viajar en excelente compañía y abaratar costes de
gasolina.
El viaje discurrió sin novedad (gracias
a Dios) y poco antes de llegar a Tarifa, a la altura de la Ensenada
de Valdevaqueros, vimos un buen número de cometas hinchables de gente
que practicaba kitesurfing
o flysurf. A todos nos llamó
la atención y, no se a los demás, pero a mí, que soy más de tierra adentro que
los Llanos de Cáceres, aquello
me resultó un tanto “exótico”
por lo que sin bajar del coche, eché cámara al ojo y disparé sin mayor
preparación.
A eso de las 20,15
entrábamos en Algeciras,
quedando a nuestra derecha ese trozo de piedra rodeada de un amplio terreno
robado a España por la Pérfida Albión.
Para hospedarnos habíamos optado, para
todos los del grupo, por el hotel Reina Cristina, de la cadena “Hoteles
Globales”. Por un lado por su proximidad al Puerto, lo que nos
facilitaba ir con el equipaje andando al ferry al día siguiente y, por otro,
porque nos posibilitaba dejar los coches allí aparcados (sin coste alguno)
durante nuestra estancia en el Otro Continente, pudiendo recogerlo
a la vuelta.
Las instalaciones del hotel amplias,
bien dotadas y limpias y el desayuno (incluido en el precio), abundante y
apetitoso, como pudimos comprobar a la mañana siguiente.
Antonio propuso ir a tomar algo, en
plan cena de tapas, pasando por el Puerto, al objeto de tener localizado el más
cercano y cómo punto de acceso y así lo hicimos.
Bajamos, ya anochecido, por el Paseo
Conferencia hasta la rotonda del Capitán Ayala.
y desde allí caminamos hasta la Plaza
de San Hiscio, donde el Paseo cambia su nombre por Avenida de la Marina.
Allí, delante de nosotros, la preciosa calle Juan de la Cierva, con
sus palmeras y una cuantas piedras, vestigio de la antigua civilización que
habitó esta ciudad.
Dándonos un paseo y con la pretensión
de encontrar un sitio donde tomar algo, continuamos caminando por la Avda.
de la Virgen del Carmen, a la vista del Puerto, hasta que nos
percatamos que debíamos girar a la izquierda para subir más al centro. Un
amable guardia urbano nos sugirió subir por la calle Trafalgar con dirección
al Ayuntamiento,
lo que hicimos.
Enseguida nos encontramos en una muy
bulliciosa calle Alfonso XIII, especial animada por la concurrencia de gente para
presenciar los desfiles procesionales.
Decidimos deambular por la calle a la
busca de algo que comer y llegamos hasta la confluencia con la avenida de Blas
Infante, donde hay un parque con árboles. Allí, en un bar que hace esquina, pudimos
tomar unas cervezas y unas tapas que no supieron a gloria.
Repuestos, retomamos el camino más
directo para regresar al hotel, volviendo por la calle Alfonso XIII hasta la
Plaza Alta, donde pudimos contemplar la fachada de la Capilla de Nuestra Señora
de Europa.
Desde allí, cansados y teniendo en
cuenta que debíamos madrugar, regresamos al hotel.
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