lunes, 27 de enero de 2014

Pedroso de Acim - Molino del Tío Fabián - El Palancar


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Organizada por la sección de senderismo de la empresa Catelsa y realizada durante la mañana del 25 de enero de 2014. Llevamos como guía a Vicente Pozas. Participamos unas 40 personas, un grupo compacto y sumamente grato.
Mañana muy agradable y soleada. Un poco de viento frío cuando pasamos a la altura de la Peña del Águila.

Dejamos los coches al principio de la Calle Real en Pedroso de Acim, cerca de un panel informativo. Desde allí, subimos por dicha calle y pudimos disfrutar viendo numerosas cigüeñas con sus nidos instalados en tejados particulares y en el de la Iglesia.

Una moderna estatua de San Pedro de Alcántara conmemora la figura de quien ha sido el habitante más destacado de este pueblo. Y allí mismo, una fuente.

Al pasar la plaza debe tomarse por la derecha, por la Calle Oscura para girar otra vez a la derecha y salir del pueblo por la Calle San Juan.
Va a quedar ante nuestros ojos una buena vista hacia el norte y, pocos metros más adelante, en una curva del camino, las ruinas de una antigua construcción con algún elemento arquitectónico que nos llama la atención.


A partir de aquí hemos de seguir siempre el camino principal, evitando tomar cualquiera de las desviaciones que quedan a nuestra derecha.
Cuando llevamos caminados muy poco más de 1,5 kilómetros, una valla con tres o cuatro carteles y un paso canadiense. Los carteles nos indican que entramos en la finca “Villa Santa Ana” y nos advierten sobre la prohibición de coger setas.
Antes de atravesar la valle, a nuestra izquierda está el monte El Berrocal, como nos informa otro cartel. De ahí mismo sale el camino que, a nuestra vuelta del Molino, deberemos tomar para continuar la ruta.


El camino no tiene pérdida, pues está perfectamente trazado.
Por nuestra derecha distinguiremos sin ninguna dificultad Torrejoncillo, y un poco a su izquierda, y algo más cercano, el embalse de Portage.
Seguimos, entre alcornoques, por el Camino de Portezuelo hasta llegar a otra verja con paso canadiense, que atravesamos. Desde aquí nos quedará poco más de 1,3 kilómetros para llegar al Molino que vamos a visitar.

A nuestra izquierda queda lo que creo que es el Canchal del Monje en la Loma de Pedro Cabrero.
Muy a lo lejos, a nuestra derecha un poco hacia atrás, los principales picos de la Sierra de la Peña de Francia, a los que no puedo poner nombre.
En pocos metros más llegamos al tercer paso canadiense. Por aquí pasa el Arroyo de Valdecocos que, a nuestro paso, va completamente seco de agua.
Pocos metros más allá de la verja, a la izquierda del camino, un pozo de metro y medio de profundidad (sin agua a nuestro paso) representa un peligro, al carecer tanto de brocal como de tapa o de reja que pudiera darle un poco de seguridad.
El camino describe un giro brusco a la izquierda y en ese mismo lugar un poste tiene un cartel que nos indica que estamos a 100 metros del Molino que venimos a visitar. Desde allí mismo tenemos una estupenda vista hacia Torrejoncillo.

A nuestra vista quedan ya las ruinas de lo que fue el Molino del Tío Fabián, también conocido como Máquina del Tío Fabián y las de las edificaciones anejas al mismo.
Según la escasa información disponible a la que he podido tener acceso parece que las instalaciones se dedicaron primeramente a molino de cereales para modificar su utilización, posteriormente, a telares seguramente a consecuencia de las fábricas de paños existentes en la vecina Torrejoncillo.
De la primera parte de la información no tengo ninguna duda, pues los vestigios existentes en el lugar acreditan sobradamente su actividad de molino, pero de la segunda no tengo constancia alguna que no sea la afirmación hecha en un panel informativo, por lo que no me atrevo a asumirla.
Se trata de dos grupos de construcciones claramente separadas una de otra. La segunda también podríamos diferenciarla en dos.
La primera de todas es la más próxima al camino. Por su estructura quizá pudieron ser viviendas o dormitorios para la gente que trabajara en el molino o fábrica o, quizá, lugares donde almacenar el cereal que habría de molerse. Se trata de un conjunto de ocho o diez dependencias distintas, construidas con materiales de inferior calidad a los utilizados en el Molino propiamente dicho.
No se conservan restos de los tejados ni se ven por el suelo restos de tejas que pudieran haber cubierto su techumbre. Las vigas parece que eran de madera, por algunos restos que allí quedan. Básicamente estaban fabricadas con mampostería, tierra y piedras y algunas parece que estuvieron encaladas por dentro. Podemos deducir que se daba bastante menos importancia a estas construcciones que a la principal.




El edificio principal y la parte oeste de la construcción parece que constituyeron una sola unidad, pues tienen el mismo diseño arquitectónico. Sus paredes exteriores son de ladrillo macizo y las interiores de mampostería. Tenía dos plantas y un bajo cubierta que no parece tuviera uso alguno.
Se accede a través de un porche de obra con dos pasos en forma de arco, con el mismo diseño que todos los huecos de acceso de la planta baja o sótano, que da a la parte por el que debía correr el cauce del arroyo cuyas aguas movieran las piedras del molino.
Todos los ventanales de la planta superior, que por el lado izquierdo de la edificación queda a ras de suelo, son cuadradas o rectangulares.




El interior está completamente ruinoso. El techo solo conserva parte de las vigas de madera y de las tejas solo quedan algunas. Las paredes interiores han desaparecido casi todas y las puertas de acceso brillan por su ausencia, pues no queda ni una.


De la maquinaria del molino quedan algunos restos. Así, pude contar hasta cuatro piedras de moler, tres en el lugar donde, seguramente, se efectuaba la molturación, ya que allí desemboca la conducción de agua y se observan los huecos por donde debería salir para accionar los engranajes, parte de los cuales se encuentran también allí.




La cuarta piedra está en una dependencia al lado y en ella son claramente visibles dos placas. Una de ellas, rectangular, nos informa que las piedras se fabricaron por la “Grande Société Meuliére”, cuyo representante en España era León Riviére. La otra, ovalada, nos habla del origen de la piedra y de la fábrica: La Ferté sous-Jouarre.



Me ha parecido que podría ser interesante indagar un poco por el origen de estas piedras de moler y sobre esa “Grande Société Mouliére” que las fabricaba para contar algo al respecto en este post del blog. Bien, pues ahí va un resumen de lo mucho que he encontrado al respecto.
Una buena fuente de información para estas líneas ha sido un interesante artículo que Luc Vanhercke y Anny Anselin publicaron en 2009, en el nº 117 de la revista El Gurrión que se edita en la localidad oscense de Labuerda. Con el título “Piedras de moler nacidas en Francia y olvidadas en el Alto Aragón”, daban cuenta del hallazgo de estas piedras en el molino de San Cosme, situado entre Sasa y Cortillas. También las encontraron en Alquézar lo que despertó su curiosidad, llevándoles a visitar la localidad francesa de la que procedían, La Ferté.
También he encontrado interesantes referencias en la página que el Centro de Estudios Borjanos (de Borja, Zaragoza) tiene en internet.
De especial relevancia y altura el libro de Severino Pallaruelo (1994) sobre los molinos en el Alto Aragón y el artículo de Barberá Miralles (2003) sobre molinos y muelas en la provincia de Castellón.
Reconozco, de modo expreso, la autoría de lo que cuento a continuación al trabajo de Vanhercke y Anselin y, en algunas cosas, también al Centro de Estudios Borjanos. Solo reflejo un breve resumen, sobre todo, del primero de los trabajos citados.
La piedra de moler del Molino del Tío Fabián lleva como referencia de marca “La Ferté”. Se trata de una piedra procedente de la ciudad francesa de La Ferté sous Jouarre, al este de Paris. Y la Grande Société Meuliére era una empresa de fabricación de piedras de moler de aquella ciudad.
La Ferté sous Jouarre es una ciudad a orillas del río Marne que desemboca un poco más lejos en el río Sena en Paris. Actualmente ha desaparecido de la misma toda actividad fabril que tenga que ver con su antigua actividad. No obstante, en 2002, con motivo de una conferencia dedicada al tema, La Ferté fue declarada “capital mundial de la piedra de moler”. De hecho, actualmente en la ciudad algunas piedras sirven de ornamentación en glorietas y otros lugares.
Después de la primera Guerra Mundial, sólo dos grandes empresas pudieron mantenerse en función hasta finales de los años 1950.
La “vida” de una piedra de moler comenzaba en la cantera. En la segunda mitad del siglo XIX, el periodo de mayor actividad, existían centenares de explotaciones en las proximidades de La Ferté. Habían allí importantes bancos de sílex, un tipo de roca muy duro y muy utilizable para labrar muelas de alta calidad. Actualmente, de las antiguas canteras solo quedan unas pequeñas excavaciones inundadas y medio ganadas por la maleza y el bosque.
La vida de los obreros que se dedicaban a la fabricación de piedras de moler era dura y peligrosa, pues ocurrían muchos accidentes, a menudo fatales: caídas de piedras y corrimientos de tierras inesperados provocaban lesiones y fracturas. En las canteras surgía continuamente agua subterránea y trabajar con los pies mojados durante todo el año causaba enfermedades pulmonares.
Una vez en el taller, las piedras pasaban todo un proceso hasta el producto definitivo.
Hasta la mitad del siglo XIX se fabricaron, sobre todo, piedras “monolitos” pero después las grandes empresas se especializaron en las piedras compuestas “modernas”, las más conocidas y apreciadas por su calidad superior. Las que existen en el Molino del Tío Fabián son de éstas últimas. Para su fabricación, los obreros tenían que seleccionar trozos de piedra de dureza, densidad y estructura homogéneas. Las trataban y picaban hasta que obtuvieran el tamaño adecuado y luego unían los fragmentos poligonales con un cemento especial para formar las muelas tan famosas.




Durante siglos, en el puerto fluvial a orillas del río Marne se ubicaba el lugar de embarcación de las piedras para el transporte en barcos, llamado Le Port aux meules -el puerto de las muelas-. El muelle estaba constituido de centenares de muelas monolitos desaprobadas o quebradas, y recicladas como material de construcción.

A lo largo del tiempo las piedras de La Ferté comenzaban su viaje al exterior desde este puerto.
A partir de 1865 con la llegada del ferrocarril, las transportaban sobre todo por la vía férrea. La proximidad de un gran centro como París facilitaba sin duda una mejor distribución. Se exportaban al mundo entero, sobre todo dentro de Europa pero incluso a países como Estados Unidos, África del Sur y Nuevo Zelanda. Entre 1857 y 1866 exportaron desde La Ferté 6.000 muelas por año y esta cifra alcanzó hasta más de 20.000 en 1880.
En los talleres, los obreros efectuaban su faena en grandes espacios semiabiertos donde el polvo proveniente de todo el labrar y picar de las piedras circulaba en abundancia. Las pequeñas partículas de sílex, muy irregulares y ásperas, afectaban el tejido pulmonar de los obreros. Junto con el polvo de acero proveniente del uso de los utensilios, provocaban la temida silicosis, enfermedad pulmonar incurable, larga y mortal, también llamada la enfermedad de los meuliers -los trabajadores de muelas-.
El sílex, muy duro, desgastaba tanto los utensilios de hierro que cada dos días los herreros de la empresa tenían que forjarlos otra vez. En aquella época morían en 10 años un promedio de 8 de cada 10 obreros en accidentes de trabajo o de enfermedades profesionales.
No todas las muelas con la marca “La Ferté” provenían de la ciudad misma. Ya a partir de los años 1840 los bancos de sílex alrededor de La Ferté comenzaban a agotarse y las empresas buscaban zonas donde se encontraba también piedra de igual calidad. De ahí que varias empresas de La Ferté fundaban casas anejas más lejos de la ciudad. Un lugar donde empezaban muchas nuevas explotaciones era Epernon, una localidad al sur de Paris en la cercanía de Chartres. En esta época, Epernon era más pequeño y menos conocido que La Ferté. No obstante ya poseía una larga tradición de trabajar piedras de molino en sílex y además piedras de sillería en caliza. En la segunda mitad del siglo XIX, bastantes piedras exportadas como “de la Ferté” provenían en realidad de las canteras de la zona de Epernon.

Las empresas solían marcar todas las muelas con la estampa “la Ferté”, sola o junto con el nombre de la empresa. Había por lo menos seis departamentos franceses en los que se fabricaban muelas tipo La Ferté. Sin embargo, la actividad en estos lugares consistía, principalmente, en preparar y seleccionar la piedra para enviarle después a La Ferté donde se montaban las muelas.
Según Pallaruelo al Altoaragón las famosas muelas marcadas “La Ferté” solamente comenzaron a llegar a finales del siglo XIX y se extendieron muy pronto alcanzando casi toda la zona. Podemos estimar que las piedras del mismo origen que encontramos en Extremadura datarán, aproximadamente, de la misma época.
Barberà Miralles señala en su artículo (citado) que un tal Francisco Riviére era un distribuidor de muelas francesas para Madrid, Valladolid y Bilbao y que La Maquinaria Agrícola José del Río, de Madrid, y la casa Pérez Muntaner de Barcelona, suministraban muelas franceses a toda España. Y por otras referencias que he encontrado, puedo deducir que el León Riviére que figura en la muela del Molino del Tío Fabián sería hijo del Francisco Riviére citado por Barberà Miralles.
En nuestro molino el agua se hacía llegar a través de tuberías cuyos restos aún son visibles. La tubería hace una curva de casi 90 grados para que el agua bajara con fuerza y pudiera accionar los engranajes que accionaban las piedras de moler. El agua después fuera de la fábrica a través de restos de conducciones que aún pueden verse, pero casi ocultas por la maleza.




Podemos ver, de un modo esquemático, cómo funcionaba el Molino del Tío Fabián con este gráfico que he tomado de un folleto publicado por la Asociación de Desarrollo Rural “Proyecto Noreste de Soria”, PROYNERSO
En el caso de nuestro molino, no habría río, sino las tuberías de agua.
Creo que entre los restos que quedan en el lugar existe una pieza que podría identificarse con lo que en el gráfico aparee como “compuerta”, que podría ser ésta (sin que me atreva a asegurarlo):
Uno de los elementos más espectaculares del Molino son los restos de lo que debió ser nave principal del mismo. Puede tener diez metros de ancho por unos veinticinco o treinta de largo. Además de las dos paredes de los extremos, cuenta con cuatro grandes arcos de ladrillo que sostenían el techo, seguramente de madera y del que apenas si queda vestigio alguno.


La visita al Molino resultó muy agradable e instructiva para todo el grupo por lo que, satisfechos, retomamos el camino de regreso hasta el primero de los pasos canadienses que nos habíamos encontrado.
Al llegar al mismo, y tras un reagrupamiento, tomamos el camino que sale a la derecha. Algunos, al ver la cuesta que sube derecha hacia el Alto de San Juan preguntaron… y suspiraron aliviados al decirles que giraríamos enseguida a la izquierda, sin subir derechos, para ir bordeando la Sierra de Pedroso dejando a nuestra derecha, sin tener previsto subir a ellas, la Peña de los Cenizos (o Peña Ceniza que la llaman otros), la Peña del Águila y el Alto de Berrocal, de 659, 701 y 695 metros respectivamente.
Todo este trayecto discurre por una cómoda pista, sin complicaciones, que a lo largo de los tres kilómetros que hay hasta el punto más alto (junto a la Peña del Águila) no tiene más que un desnivel de 160 metros en ascenso, lo que hizo que los participantes llevasen un paso alegre en su mayoría.
La sencillez del terreno pero, sobre todo, las hermosas vistas que se extendían a nuestra izquierda hacia el norte y noroeste acapararon buena parte de las conversaciones en la subida.

Desde el camino divisábamos con facilidad, enfrente de nosotros, el Cerro Charcón y, como un navajazo blanquecino en medio de él, las minas de estaño de Santa María, ahora abandonadas. Delante del Cerro y ligeramente a su izquierda, el Embalse de Torrejoncillo. Detrás del Cerro se atisba con facilidad el pequeño pueblo de Valdencín.
A la izquierda del Cerro, y ya alejado del mismo, Torrejoncillo y también Coria, mucho más lejos y más a la izquierda.
A la derecha del Cerro, con toda nitidez, Holguera y, mucho más lejos, pero también distinguible, Montehermoso.
También desde el camino podíamos divisar Gredos, con sus cumbres completamente nevadas. Todo un espectáculo de enorme belleza.


Los buitres que anidan en la Sierra de Arco, en las estribaciones de la Peña de los Valles, decidieron darse una vuelta por donde estábamos nosotros. Aunque, en general, volaban a buena altura, alguno llegó a descender en su vuelo hasta ponerse a nuestra altura e, incluso, un poco más abajo, lo que nos permitió intentar fotografiarlos.

Cuando llegamos a la altura de la Peña del Águila arreció un viento frío que nos invitó a abrigarnos más de lo que veníamos y los que íbamos en cabeza aceleramos un poco el paso para tratar de encontrar algo de abrigo.
En los pinos que comienzan a crecer en esta sierra, abundantes nidos de procesionarias llamaron nuestra atención. No nos pareció buena señal para el futuro de estos pinos tal concentración de nidos repletos de estas orugas.
A la altura de El Berrocal el camino describe un semicírculo casi perfecto desde el que puede verse, casi a nuestros pies, el convento del Palancar. Como quiera que debíamos reagruparnos y tomar un refrigerio, se optó por parar en lo más cerrado de la pequeña vaguada existente al terminar la curva, lugar razonablemente protegido del viento y con unas bonitas vistas.




Durante la parada estuvimos comentando sobre el Convento del Palancar, resultando que varios de los asistentes no lo conocían, por lo que se planteó de tratar de realizar la visita que los Franciscanos hacen para grupos a diversas horas.
Continuamos camino con ánimo de llegar pronto al Convento.
Vicente Pozas, que actuaba como “guía” en esta ruta, nos anunció que pocos metros más adelante íbamos a ver unos abrevaderos que, con seguridad, nos gustarían.
En el punto más al este de la ruta, el sendero describe casi un círculo completo, del que salimos a través de un paso canadiense.
Tal y como Vicente nos había prometido, en pocos minutos llegamos a la Fuente de los Cucharros, un lugar que a todos nos pareció precioso, no solo por el entorno, sino por la propia Fuente.
Se trata de toda una veintena de abrevaderos de piedra colocados el “L” y en pendiente, de manera que el agua de la Fuente que cae en el primer abrevadero va pasando de unos a otros dada su disposición.
La mitad están colocados en una dirección y la otra mitad en la otra.
El agua de la Fuente es clara y en ningún sitio se indica que  NO sea potable. Eso sí, dado el musgo existente en las piedras, quien quiera coger agua debe hacerlo directamente del chorro.
El sitio invita a solazarse de la Fuente y de su entorno, lo que hicimos, permaneciendo allí durante más de diez minutos. Y es que no era para menos.





Tras volver al camino encontramos enseguida un paso canadiense y, tras cruzarlo, hemos de tomar la carretera que sale a la izquierda y que, en cinco minutos, nos sitúa ante el Monasterio del Palancar.
Lo primero que encontramos al llegar a la explanada, a nuestra derecha es la “Fuente del Palancar”, pequeño recinto de piedra con cancela, pero abierto, que me da la impresión que más que para beber está hecho para “estar” allí: leyendo, descansando, respirando, contemplando.
El gripo, sobre una preciosa pila de piedra, no da agua. Imagino que la tienen cortada.

Por el lado izquierdo de la explanada se accede a un precioso jardín del que tuve la oportunidad de disfrutar durante días hace unos años, con motivo de una convivencia que hice aquí, en la casa que hay a la derecha de la explanada adosada a los muros de la Iglesia.

Creo que el jardín es un lugar muy franciscano: pequeño, cuidado, tranquilo y sin estridencias. Todo es sencillo y todo parece estar en su lugar. Nada sobra. Todo (y todos) parecen tener allí cabida.
Fue curioso, pero durante los minutos que estuvimos en el jardín la gente casi no habló. Unos se sentaron, otros disfrutaron de las vistas y todos se sintieron sumamente a gusto.




Como es sabido, dentro del Convento que actualmente se ve desde fuera se encuentra el Convento originario, el que fundó y en el que vivió San Pedro de Alcántara. Está considerado el Convento más pequeño del mundo. La celda de San Pedro de Alcántara tiene un metro cuadrado. Dormía sentado, apoyando la cabeza sobre un tronco que tenía delante.
Alrededor de veinticinco senderista (quizá alguno más) decidió esperar a que los frailes abrieran para realizar la visita guiada de la una de la tarde.
El resto decidimos continuar hacia el pueblo, por lo que volvimos sobre nuestros pasos y al salir de la explanada tomamos un camino que hay a la izquierda y que pasando por las puertas del Restaurante El Palancar, lleva directamente a Pedroso de Acim pasado por la Charca de la Nava, que queda a la derecha del camino.


Al llegar a Pedroso de Acim continuamos hasta la Iglesia y giramos a la derecha por la calleja que está a continuación para visitar los lavaderos públicos que se encuentran detrás de la Iglesia.
Fueron restaurados hace años. A mi juicio con mucho acierto. Su estructura da una idea perfecta de cómo desarrollaban las mujeres su trabajo aquí. Y también podemos darnos una idea del intenso frío que tenían que pasar cuando venían a realizar esta tarea.


Y con esto dimos por concluida la ruta.

1 comentario:

  1. Que interesante toda la ruta. Cuantas cosas habeis visto. Natxo, José Luis, Vicente, me ha hecho mucha ilusión veros. Creo que Maribel también estaba. Gracias Teo por todo lo narrado. Como siempre, haces que también disfrute del paseo leyendo y viendo las fotos tan bonitas que pones.
    Julia I

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