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El plan para el último día era
sencillo. Teníamos previsto coger, sobre las 3 de la tarde, un autobús en Benasque
que nos llevaría a Zaragoza y, desde allí, el AVE hasta Madrid. Teníamos, pues,
tiempo de sobre para hacer con calma los poco más de 13 kilómetros que separan Estós
de Benasque
que son, además, todos cuesta abajo.
Por otro lado, teníamos noticias de que
Benasque
era una ciudad que merecía visitarse con calma, por lo que nos programamos para
poder tener tiempo a hacer una visita tranquila. Queríamos ver el conjunto
monumental pero también sabíamos que esta localidad era la cuna de la cadena de
tiendas especializada en deportes “Barrabés” y que tenían un edificio
de tres plantas dedicado exclusivamente a deportes, aparte de otras tiendas de
outlet.
Vamos, que queríamos visitarlo todo.
Nos levantamos a eso de las 6 con lo
que, tras el aseo, recogida del equipo y desayuno salimos al exterior del Refugio
en torno a las 7 para encontrarnos con el maravilloso espectáculo de la silueta
del Macizo
de la Maladeta, enfrente de nosotros, recortada contra un cielo que ya
comienza a clarear. Parece como si el Pirineo hubiera querido darnos unos
especiales “buenos días” de despedida.
Una última mirada al Refugio,
en el que hemos descansado y nos hemos sentido bien acogidos, mientras nos
calzamos las mochilas dispuestos a comenzar a caminar.
Bajamos hacia lo más profundo del Valle
para ir a encontrarnos con el Río Estós y caminar junto a él hasta
que desaparezca por verter sus aguas en el Río Esera, ya muy cerca de Benasque.
Poco a poco el sol comienza a hacer
acto de aparición muy por encima de nuestras cabezas iluminando, a nuestra
izquierda, el Pico Perdigueret.
Al llegar al paraje de La
Trabinada, a poco más de 2 kms. del Refugio, el camino nos
hace cruzar al otro lado del Río Estós, que lleva un caudal
relativamente escaso, a través de un pequeño y muy sencillo puente.
Al mirar atrás vemos detrás de
nosotros, en lo alto, los dos Picos
Sellam de la Baca, el Oriental y el Occidental.
Seguimos caminando con el río a nuestra
izquierda. Todo el camino es descenso, por lo que se hace con suma comodidad.
Todo es espectáculo: a nuestra izquierda, en lo alto el Pico Perdiguero y algo
más lejos, el Pico de Remuñe.
Pasamos una zona de pinares bastante
deteriorados antes de llegar a la Palanca y Cabaña del Tormo, en
medio de una preciosa explanada donde no nos detenemos más que el tiempo justo
para tomar algunas fotografías.
Pasada la Cabaña del Tormo el
camino va realizando un giro a la derecha. Es a mitad de ese giro y como a unos
quinientos metros de la Cabaña cuando tendremos a nuestra
izquierda las Gorgas Galantes del río Estós y el Mirador de las Gorgas Galantes,
espectáculo que, desde luego, hay que pararse a ver. Para ello hay que salirse
del camino principal y bajar, por nuestra izquierda, por un pequeño sendero
hasta llegar al Mirador.
Se llama “Gorga” a una badina, una
balsa, un remanso profundo en el río originado por la fuerte erosión del agua
al caer sobre la roca. Dice un cartel informativo ubicado en el Mirador
que las aguas del río Estós encuentran en su descenso
valle abajo numerosos desniveles. Cuando se enfrentan a un salto importante
como el que se aprecia desde allí, el agua se arremolina excavando una olla
grande y profunda en el lecho del río en la que el agua se detiene y estanca
unos momentos.
El espectáculo nos pareció interesante
y causa suficiente como para fotografiarnos los tres con las Gorgas
de fondo.
Caminamos todo el rato entre pinares,
con una temperatura muy agradable.
A kilómetro y medio de las Gorgas
cruzamos el río Aigüeta de Batisielles, que desemboca un poco más allá en
el Estós.
Lo hacemos a través de un sencillo puente que encaja perfectamente en el
entorno en que se ubica.
Todo este trayecto, como ya he dicho,
discurre en medio de un bosque creo que de hayas.
Poco más de un kilómetro después del
puente que hemos cruzado llegamos a la Fuente de Coronas o Fuen
de Coronas, como también se le conoce, nutrida por agua natural que
baja del monte respecto a la que un cartel informativo sito en el lugar
advierte que es un agua “no tratada”.
Es muy bonita, pues se recoge el agua
en un tronco que ha sido vaciado y apoyado sobre unos pedestales. Cinco o seis
metros más allá, un pequeño arroyo baja del monte libremente. Posiblemente sus
aguas sean las mismas que abastecen la fuente.
Cuando, en algún momento, volvemos la
vista atrás, nos sorprendemos con la maravilla del conjunto de picos que hemos
dejado a nuestras espaldas y que ahora ya están iluminados por los rayos del
sol (que aún no incide en este valle por el que vamos): el Pico Clarabide, la Tuca
de O, los dos Sellam de la Baca. todos ellos
aparecen cubiertos de nubes. Es, sencillamente, una vista fantástica.
A ochocientos metros de la Fuente
de Coronas, y en el margen derecho del camino, en un pequeño alto, nos
encontramos la Cabaña de Santa Ana. Se trata de un refugio libre, sin guardar,
construido en piedra, que cuenta con una habitación, cocina y falsa de madera
para dormir. Cuenta con 16 plazas y está gestionado por el Ayuntamiento de Benasque.
Solo 600 metros más allá nos vemos, de
nuevo, en la necesidad de cruzar el Estós, y esta vez lo hacemos
utilizando el Puente de Aiguacari que, como el resto de los que hemos visto
hoy, presta su servicio sin que, en su estructura, tenga grandes pretensiones.
A estas alturas de la jornada el
sendero ya ha dejado de serlo para convertirse en un camino llano, amplio, muy
bien conservado y en el que nos cruzamos con varios caminantes que, según
sabemos, dejan su coche en un parking existente kilómetro y medio más abajo y
practican senderismo hasta las Gorgas o alrededores.
La verdad es que es un entorno
precioso, por el que se camina con rapidez y posibilita charlar con fluidez.
Aunque ya las habíamos visto el primer
día, durante el paseo que dimos en nuestra estancia en Bujaruelo y también las
hemos vuelto a ver hoy en el lecho del río, nos llama sobremanera la atención
una gran piedra que encontramos al borde del camino en la que se ven las
profundas marcas que se le hicieron cuando, estando hace miles de años en el
fondo del glacial, fue arrastrado por el mismo, raspándose con otras piedras.
Huellas milenarias.
El río Estós recorre sus últimos metros
bajando con rapidez. El terrero es inclinado y sus aguas se embalsan a
consecuencia de la obra del Embalse de Estós, de escasa anchura
pero de buena profundidad.
Enseguida llegamos al parking
al que me refería más arriba. Se trata de una amplia explanada a este lado del río
Estós en el que pueden caber cerca de cien vehículos.
Por encima del mismo se yergue,
impresionante y bellísima, la Tuca de la Trapa.
Ochocientos metros más abajo, y tras
describir un pequeño zigzag, llegamos al emblemático Puente de San Jaime,
sobre el río Ésera, punto exacto en el que nos vamos a despedir del GR-11
pues aunque seguimos caminando hasta Benasque, ese último tramo (desde el
Puente
a Benasque) ya está fuera del GR 11
que discurre, pasado el puente, por la izquierda y nosotros, sin embargo,
giramos a la derecha.
Para evitar dudas, aclaro lo siguiente:
el Puente
de San Jaime es éste, sobre el que caminamos y en el que estamos cuando
nos hacemos las fotos. El otro que se ve detrás, a nuestras espaldas, es el Puente
de Cubera.
Al otro lado del Puente de San Jaime, Jose
nos indica la doble opción, por la izquierda de la foto sigue el GR-11;
por la derecha seguiremos nosotros a Benasque.
Al otro lado del Puente de Cubera se
encuentra el Camping Aneto, de estupendas instalaciones y que puede ser una
magnífica alternativa para quien desee pasar unos días por aquí.
Entramos en Benasque describiendo una
amplia curva, rodeándola por la Avenida de la Estación que se
encuentra en obras.
Quisimos rematar “oficialmente” nuestra
marcha delante de las instalaciones de Barrabés, un edificio moderno y
decorado exteriormente con mucho gusto.
La localidad es preciosa, en especial
toda su parte monumental, que no puedo dejar de recomendar pues depara
magníficas sorpresas.
Tampoco quiero dejar de señalar que en
uno de los albergues en que nos hospedamos uno de los días previos, unos
bilbaínos nos habían recomendado comer en el restaurante El Fogaril,
que pertenece al Hotel Ciria. Como las recomendaciones que teníamos eran muy
buenas, allá nos fuimos. Lo primero, indicar que el personal del hotel no pudo
ser más amable, ya que nos permitieron dejar en una habitación las mochilas
para que pudiéramos movernos libremente por la ciudad. Y, en segundo lugar,
señalar que los referencias que nos dieron los bilbaínos eran sobradamente
justificadas. Comimos muy bien a un precio más que razonable.
preciosas fotos si señor :)
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