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A finales de 2013 Vicente Pozas y yo
tuvimos referencias sobre la Ermita Visigoda de Nuestra Señora del Salor,
en el término municipal de Torrequemada. Todo apuntaba a que,
por su belleza arquitectónica, podía ser el punto central de una bonita ruta.
Hablamos más de una vez en acercarnos a dicha localidad, a tan solo 18
kilómetros de Cáceres pero, por unas cosas o por otras lo fuimos dejando “para
más adelante”.
La oportunidad se presentó en el mes de
diciembre de 2014, cuando recibimos la invitación de Paquita Cruz, alcaldesa
de Torrequemada,
para girarle una visita ya que quería acompañarnos a ver las “Corralás”
de la localidad por si estimábamos que pudiera hacerse algo para darlas a conocer.
Como para esto de andar pisando caminos
tanto Vicente como yo estamos siempre dispuestos, allá que nos fuimos
y, en el transcurso del encuentro aceptamos su invitación, comprometiéndonos a
preparar una ruta en la que se integrasen la Ermita del Salor, las Corralás
y la Atalaya,
como tres puntos fuertes de la misma.
Entre diciembre de 2014 y febrero de 2015 Vicente
y yo hicimos este recorrido tres veces, procurando que cada uno fuera mejorado
y un poco más completo que el anterior. En el último de todos nos acompañó Juan
Antonio Mostazo, Maki, otro habitual del alpargateo.
Se trata de una ruta sencilla, accesible
para cualquier persona que pueda andar, con independencia de la edad y de la
preparación física, e ideal para hacer en familia. Su desnivel ronda los 75
metros lo que permite definirla como un ruta absolutamente llana.
Consideramos oportuno advertir que la Ermita
de Nuestra Señora del Salor está habitualmente cerrada, por lo que
resulta imprescindible pedir la llave para poder acceder al interior. Para ello
conviene hablar previamente con el Ayuntamiento para que den al
interesado las indicaciones pertinentes.
En todo caso, una de las llaves está en
posesión de una señora, María Jesús, (amabilísima, por
cierto), que tiene una pequeña tienda en una calle cercana al Ayuntamiento.
En general cualquier vecino de Torrequemada podrá indicar a un
posible interesado dónde se ubica la tienda. Si no te saben dar razón de la
tienda, diles que es la “sobrina del cura”. No del actual,
sino del anterior. Verás qué fácil.
Tomamos como punto de partida una explanada
existente junto a la carretera, casi al final del pueblo yendo desde Cáceres
y al principio si se viene por el extremo opuesto. A un lado está el café-bar
de El
Menúo, donde las tres veces que fuimos nos deleitamos al terminar con
excelentes tapas, y también el bar El Vivas. Al otro lado, en la
explanada el bar-restaurante Donde Manuel, siempre recomendable
por su excelente carta.
También allí existen un par de indicaciones que
marcan la dirección a seguir.
Tomamos la calle Juan de Sande hasta el
final, pasando una rotonda con una palmera en el centro y llegaremos a la
conocida como Charca de Arriba, una bonita represa de agua con bancos. Por si
alguien se lo pregunta, la Charca de Abajo está en la otra
punta del pueblo, justo detrás de la Iglesia de San Esteban.
Contaremos, aunque solo sea a título de
curiosidad, que esta Charca de Arriba, que así se llama y
así es conocida en el pueblo, en el Catastro aparece registrada como Charca
de Abajo, lo que nos generó no pocos quebraderos de cabeza al asignarle
el nombre con el que la íbamos a llamar en esta crónica. Evidentemente, nos
hemos inclinado por la nomenclatura popular.
Se continúa dejando la charca a la derecha
para, enseguida, tomar la carreterilla asfaltada que sale a la derecha, que
recorreremos unos escasos doscientos metros pues al llegar a una bifurcación
hemos de tomar el camino de tierra que sale por la izquierda y que se mete entre
pequeñas naves y algunos corrales. Es el llamado Camino de Montánchez. En
el lugar hay un cartel indicando la dirección hacia la Ermita.
El recorrido entre estas naves y corrales no
deja de ser entretenido y curioso pues lo mismo puedes ver antiguos dinteles de
puertas hoy utilizados como bancos, como robustos fregaderos de granito, hoy
más de adorno que útiles. Alguna muestra de ingeniería popular para evitar que
el agua de lluvia caiga demasiado cerca de la casa o utensilios, ya
abandonados, para las labores del campo que con una luz idónea pueden resultar
de lo más sugerentes.
Todo el recorrido hasta llegar al puente se
hace por la dehesa, preciosa, con algún arroyo que corre en otoño e invierno.
La dehesa boyal de Torrequemada tiene
una superficie de 270 hectáreas.
En un punto concreto del recorrido nos ha
llamado siempre la atención una encina que debió partirse hace ya muchos años.
El tronco, partido, ha seguido creciendo y hoy, por su forma, nos sugiere a una
encina cabalgando sobre su propio tronco.
Y ha habido otros troncos que, aún habiendo
sido mucho más castigados todavía, han luchado por sobrevivir. Y ahí siguen.
El Camino de Montánchez es cómodo de
caminar, como decía al principio. Y ancho. A veces discurre entre paredes de
piedra que, en ocasiones parece restaurada por manos poco expertas en el
trabajo de levantar este tipo de muros.
Cuando llevamos caminados dos kilómetros
vemos a nuestra izquierda, aunque aún lejos, la Ermita de Nuestra Señora del
Salor. Y unos pocos metros más adelante ya podemos ver también el puente.
Y por fin llegamos al puente, uno de los puntos
fuertes de la ruta. El mismo sirve para salvar el río Salor en el camino que
conduce hasta la Ermita. Es un puente de planta recta de tres bóvedas y perfil
alomado que está dotado, para épocas de crecidas, con tres tajeas para desagüe
en la margen derecha y dos en la izquierda.
Algunos concienzudos estudios que hemos
podido consultar mantienen que se alza en el lugar donde anteriormente hubo un
puente romano. Se fundamenta científicamente esta afirmación en el hecho de que
por esta zona aparecieron muchos restos romanos así como la proximidad de una
de las vías de la calzada romana de Antonino que llevaba a Norba Caesarina y Castra
Caecilia. Según aparece en la Tabula Imperii Romani (publicada por
el Ministerio
de Obras Públicas en 1995) dicha calzada cruzaba sobre el
Salor
precisamente en este lugar.
El puente que podemos ver hoy es de factura
medieval, sin lugar a dudas, y ello lo demuestran tanto su perfil alomado como
la ausencia de almohadillado en los sillares, la poca anchura en su plataforma
o la presencia de mortero en sus juntas. Pascual Madoz lo menciona en su
famoso Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico.
El puente consta de tres bóvedas, siendo la
luz de la principal de algo más de 7 metros. La de las otras dos apenas llegan
al metro. Todas ellas están formadas por sillares de granito.
En cuanto a los pilares, cuenta con dos,
de sección rectangular, realizados con sillería de granito, como la bóveda, y
son de ancho considerable. El pilar de la izquierda tiene nada menos que 5
metros de ancho, mientras que el de la derecha es de solo 3,5 metros.
Aguas arriba (lado izquierdo del puente,
según llegamos a él) las pilas cuentan con sendos tajamares. (Los tajamares son una parte de la fábrica
que se adiciona a las pilas de los puentes, aguas arriba y aguas abajo, en
forma curva o angular, de manera que pueda cortar el agua de la corriente y
repartirla con igualdad por ambos lados de aquéllas.)
Dichos tajamares están hechos con sillares
de granito y se cimentan sobre las rocas que hay debajo del puente. En su parte
superior ha crecido la hierba lo que constituye un peligro para la conservación
de estas partes de los puentes por lo que desde aquí animamos al ayuntamiento
de Torrequemada,
si alguien del mismo lee esto, para que se limpie periódicamente.
Lo estribos del puente son muros rectos
y tienen, como decía más arriba, tres tajeas para desagüe en la margen
derecha y dos en la izquierda. Las tajeas, a diferencia de las bóvedas —que son
arcos—, son cuadradas o rectangulares y su parte superior, en lugar de
abovedada, está hecha con dinteles. Las jambas sobre las que se apoyan los
dinteles están hechas con mampostería de granito.
La plataforma del puente, de perfil
alomado, tiene unos tres metros de ancho, siendo los pretiles bloques de
granito de 1,5 metros de alto por veinte centímetros de espesor y son, según
parece, bastante más modernos que las bóvedas del puente.
El pavimento es de mortero de hormigón,
bastante moderno.
Antes de cruzar el puente al otro lado,
podemos ver, detrás de una pared de piedra, grandes losas de granito trabajadas
por la mano del hombre y que por su tamaño bien hubieran podido tener como
destino formar parte del pretil del puente o, también, servir como tapas para
las tumbas antropomorfas existentes por el lugar. Pero quedaron aquí ubicadas.
Apenas cuatrocientos metros de una cuesta
suave separan el puente de la ermita. Desde el camino divisamos, en
el lado derecho, la espadaña y en el extremo opuesto la cabecera de la ermita,
de forma cúbica.
No hemos encontrado datos en cuanto a la
fecha de construcción de la ermita primigenia, aunque sí consta que aparece
citada ya en los Fueros de Cáceres —otorgados por Alfonso IX después de la
reconquista de dicha ciudad el 23 de abril de 1229—, como hito
marcador para deslindar los términos municipales de Cáceres y Montánchez.
Podemos afirmar, pues, sin lugar a dudas, que en 1229 ya existía una
ermita en este lugar.
Y cuenta la tradición que se construyó en
este lugar porque la Virgen se le apareció a un pastor diciéndole que había una
imagen suya allí escondida. El pastor la buscó y, tras encontrarla, comenzó a
recibir culto de gente de toda la comarca e, incluso, de gente de Cáceres
que venía desde allí para rezar ante ella. Aquella imagen original fue
destruida o robada durante la Guerra de la Independencia con los
franceses (1808-1814) y la que existe actualmente —una imagen de pie, para
vestir y sin Niño Jesús— es moderna.
En 1315 se funda por los Templarios la Orden Nobiliaria de los
Caballeros de Nuestra Señora del Salor y son ellos los que se encargan
de custodiar la ermita, lo que no debió durar muchos años ya que hay constancia
de que treinta años después, en 1345, el Concejo cedió el edificio
a la Cofradía
de Nuestra Señora del Salor, compuesta por nobles pertenecientes a la
parroquia de San Mateo de Cáceres. Es entonces cuanto se construye la ermita
cuya estructura ha llegado hasta nosotros.
En 1519 la ermita es cedida por la
iglesia de San Mateo a los habitantes de Torrequemada, que se
encargan del edificio desde entonces.
Tiene tres puertas de acceso. La primera que
se ve según se llega a la ermita es la orientada al norte, también llamada Puerta
del Evangelio. Es apuntada, adintelada y destacan en ellas pinturas de
color rojo oscuro que representan a la Virgen con el Niño, centrada y en la
parte superior y ángeles que los rodean por ambos lados de la puerta.
En esta misma puerta merece llamar la
atención sobre el segundo peldaño de acceso, el más alto ya sea saliendo o entrando.
Está compuesto por dos bloques de piedra de granito de diferente tamaño. Ambas
miden unos 50 cms. de ancho, pero una tiene unos 75 cms. de largo y la otra
175. Su singularidad viene marcada porque tienen grabados cuatros alquerques.
Solo a efectos divulgativos diremos que los alquerques eran, antiguamente, algo
similar a nuestros juegos de mesa y,
más en concreto, algo parecido a lo que hoy es el juego del tres
en raya.
En el peldaño más pequeño, el de 75 cms.,
vemos un alquerque de doce y se concreta en un rectángulo de unos 30 x
28 cms. En el peldaño más grande hay tres juegos grabados: dos alquerques
de nueve y un tres en raya.
En la foto que acompañamos pueden apreciarse
con facilidad, pero no distinguirse con absoluta claridad. Procuraremos, en una
próxima visita, obtener fotos más certeras.
La puerta del lado contrario, del lado de la
epístola,
orientada al sur, tiene un porche apoyado sobre dos pilares y un vano de medio
punto con un conopio en la arquivolta exterior. Dos bancadas de piedra con
respaldo del mismo material, una a cada lado, ofrecen descanso a los
visitantes.
La puerta situada al pie de la iglesia,
orientada al oeste, es adintelada
La capilla mayor es tardía en relación
con el resto, de finales del siglo XVIII. Es de planta cuadrada,
cubierta con bóveda hemisférica sobre pechinas y rematada con linterna. En el
exterior se encuentra reforzada con dos contrafuertes orientados al este. En su
parte superior y en la cara que mira al oeste, nos llamaron la atención los
vierteaguas en piedra que, partiendo de la parte central y más alta, tenían por
misión evacuar aguas pluviales al norte y sur.
La ermita cuenta solo con cinco huecos para
obtener iluminación exterior: dos linternas, una sobre la capilla mayor (foto
más arriba) y otra sobre la nave, dos ventanas en la sacristía, orientadas al
sur y una saetera en la fachada que da al oeste, debajo de la espadaña.
Sobre la más baja de las ventanas de la
sacristía, una inscripción de la fecha en que fue realizada: 1780.
Al lado derecho de la puerta con porche
orientada al sur, la de la epístola, hay unos esgrafiados datados a mitad del siglo
XVI. Por los restos que quedan, se observa que debió ser un esgrafiado
blanco en el centro con sendos esgrafiados en color rojo por encima y por
debajo del blanco.
En su interior, la ermita está desprovista
de todo mobiliario (excepto unos pocos bancos junto a la reja de la capilla
mayor) lo que contribuye a realzar la belleza del espacio.
Consta de tres partes con seis tramos
separados por arcos transversales de medio punto los correspondientes a las
naves laterales y apuntados en la central, de los que los dos primeros están
cubiertos por bóvedas de arista, características del barroco, mientras que los
otros cuatro tienen cubierta de madera a dos aguas, fruto de su restauración en
los años 80.
La nave central es la de mayor altura, apoyándose
en pilares de granito, material que también aparece en los pilares interiores,
puerta del Evangelio y muro de la puerta situada a los pies de la iglesia.
Los arcos, apuntados, se apoyan en pilares
de granito y su rosca está realizada con ladrillo lo que los identifica sin
ninguna dificultad con el estilo mudéjar.
El intradós de los arcos de la nave estuvo
decorado con pinturas mudéjares, sobre todo con motivos florales, de las que
solo quedan algunos fragmentos en los que se representa una de las
composiciones más características del arte islámico: a partir de un cuadrado se
desarrollan formas envolventes que adoptan formas octogonales y hexagonales. Esta
figura era muy empleada por los templarios de influencia árabe y procedencia
griega.
A la derecha de la entrada por la puerta
sur, la de la epístola, hay una antigua pila para el agua bendita ubicada justo
debajo del arranque de uno de los arcos.
En el lado del Evangelio se conservan dos
pinturas murales y enfrente, en el de la epístola, una más, las tres realizadas
al fresco, las más antiguas del siglo XIV y las más modernas de
mediados del XVI, estas últimas atribuidas al pintor cacereño Lucas
Holguín. Reflejan seis momentos de la vida de Jesús
El mural del lado de la epístola recoge tres
de las escenas: la de la izquierda referida la infancia (Jesús Niño entre los
doctores de la Ley), la central alusiva al inicio de su vida pública (Bautismo
de Jesús)
y la de la derecha corresponde a la Pasión (Última Cena).
El segundo mural, del lado del Evangelio,
recoge, en nuestra opinión, dos escenas distintas de la Pasión separadas por
una columna: a la izquierda el lavatorio de los pies de los discípulos y a la
derecha Jesús camino del Calvario. Hemos leído, sin embargo, otras opiniones
que indican que es una única escena representando el lado izquierdo a la
sociedad de la época de Jesús, opinión de la que
discrepamos.
El tercero, también del lado del Evangelio,
refleja igualmente una escena de la Pasión, la Crucifixión.
En el exterior de la ermita y por su lado
sur, así como en la esquina sureste, existen tres tumbas antropomorfas
excavadas en la roca. Una, pequeña, está a unos diez metros de la puerta
porticada. Las otras dos en la esquina indicada: saliendo por dicha puerta
porticada, a la izquierda. Hemos encontrado textos que las atribuyen a la época
romana y otras que las datan en el siglo VII. Por nuestra parte nos
inclinamos más por esta segunda opinión.
También enfrente de la puerta sur hay otra
roca con un hueco excavado por la mano del hombre, pero excesivamente pequeño
para poder atribuirle la categoría de tumba.
Y una vez que se inicia el regreso, por la
parte de atrás de la ermita y al lado de una encina. se ve otra roca que,
evidentemente, fue excavada probablemente para hacer otra tumba. La roca, sin
embargo, está partida, como si faltara la mitad de la misma y hubiese quedado
inacabada.
Regresamos de nuevo hacia el puente
yendo por la parte de atrás de la ermita, donde hemos visto la roca a que se
alude en el párrafo anterior.
Justo antes de llegar al puente veremos una
cancela por el lado izquierdo. Abriremos para pasar al otro lado teniendo buen
cuidado de dejar la cancela como estaba o, en cualquier caso, cerrada.
Las vistas del puente desde este lado son
hermosas pues hay menos rocas y, si el Salor lleva caudal, se pueden
obtener algunas fotos interesantes.
Caminaremos seiscientos metros por el margen
izquierdo. Aproximadamente a mitad del recorrido veremos unos paneles
indicadores que nos informan que por debajo de nosotros discurren las tuberías
de ENAGAS,
la Empresa
Nacional del Gas. Es el tramo de Almendralejo a Salamanca. Es fácil
identificar cómo, después de pasar por debajo del río, la conducción
subterránea se adentra y se pierde en la dehesa boyal.
Prácticamente por el mismo sitio por donde
viene, por nuestra izquierda, el conducto del gas, corre también el Arroyo
del Acebuche, que viene a desembocar al Salor.
Un poco más adelante encontraremos otro de
los puntos atractivos de la ruta, pues veremos una antiguas y bien preparadas piedras
pasaderas que permiten cruzar el río Salor a pie enjuto. Las piedras
son altas por lo que, incluso con buen caudal, puede cruzarse de uno a otro
lado con suma comodidad y sin mojarse.
Pocos metros antes de llegar conviene ir
avisados, pues el agua del río se acerca bastante a la pared que tenemos a la
izquierda, por lo que resulta conveniente pegarse a dicho lado lo más posible y
pisar sobre las piedras allí existentes para no meterse en el agua.
Las pasaderas resultarán sumamente
divertidas si estamos haciendo la ruta con gente menuda. Pero no solo para
ellos, pues siendo un medio para salvar cursos de agua cada vez menos habitual,
siempre son singularidades lo suficientemente atractivas como para hacerse
alguna foto en ellas.
Siguiendo la misma dirección que traemos
tomamos un camino ancho, de tierra clara, que vemos a nuestra izquierda y
seguimos caminando, en paralelo al río Salor, otros seiscientos metros hasta llegar
a un cruce de caminos en el que veremos dos puentes que cruzan el Salor.
El camino que viene por nuestra izquierda y
directo al puente, de mayor categoría que el que traemos, es el Camino
de los Rosales, y es el que vamos a seguir hasta llegar a la Charca
del Prado, punto en el que nos apartaremos de él para ir a ver las Corralás.
El Camino de los Rosales cruza el Salor
sobre un puente de hormigón con pretiles de tubo metálico, de factura reciente
con trazado paralelo a otro puente bastante más antiguo, pero también
relativamente moderno, que se encuentra en peores condiciones y que actualmente
está roto en uno de sus extremos y en desuso.
Salvado el puente volvemos a adentrarnos en
la dehesa boyal. El Camino de los Rosales está asfaltado pero puede caminarse por
fuera, sin dejar de pisar tierra en ningún momento.
Encontraremos en algún punto bancos de
piedra donde podremos sentarnos a descansar un rato.
A un kilómetro aproximadamente del puente
que acabamos de cruzar veremos a nuestra derecha, apartada del camino, la
Charca del Prado y también veremos un camino que sale por la izquierda
y que es el que tomaremos después para ir a las Corralás.
Para ir a ver la Charca habremos de pasar
por una formación rocosa bastante extensa y muy llana. Si nos fijamos bien en
ella podremos observar, sin ninguna dificultad, cómo la recorre una espina
dorsal, de trazado muy recto, a lo largo de varios metros. Esa formación
sobresale un par de centímetros de la roca y tiene unos tres de ancho, resultándonos
llamativa pues no supimos encontrarle explicación, ya que no se trata de una
rotura de la roca, sino de una excrecencia de la misma.
La Charca del Prado sirvió como lugar
de baños hasta los años 90, momento en que se prohibió su uso a dicho fin. En
realidad es una presa de contención de aguas pluviales. En el centro de la
charca hay una construcción que pensamos que es un testigo del nivel de llenado
de la charca.
De la charca volvemos a la carreterilla (el Camino
de los Rosales) y retrocedemos unos quince o veinte metros para tomar
un camino de tierra que, en ligero ascenso, sale en un ángulo de 90 grados a la
izquierda según la dirección que traíamos desde el puente.
Enseguida que empecemos a caminar por él
podremos ver a lo lejos y a la derecha del camino unos muros de piedras. Son
las primeras Corralás que quedan a la vista.
De la página web de la Asociación Cultural “Las
Corralás” de Torrequemada tomamos, con entera
libertad, las referencias que tienen a estas construcciones para los
comentarios que insertamos a continuación.
Las Corralás son construcciones
destinadas al cobijo y alimentación de los cerdos, realizadas con la técnica de
la piedra
en seco es decir, construcciones consistentes en poner piedra sobre
piedra sin utilizar argamasa de ningún tipo que les de mayor consistencia.
Existen aproximadamente 230 construcciones
de este tipo, de distinto tamaño y en muy distinto grado de conservación y se
ubican todas ellas en la dehesa boyal de Torrequemada, es decir, en terreno
perteneciente al municipio.
Para que un vecino pudiera construir una corralá
para su uso propio tenía que pedir permiso al ayuntamiento lo que, al parecer,
se hacía de modo verbal ya que no existe constancia documental alguna en los
archivos del ayuntamiento de los permisos concedidos a lo largo de los años. La
concesión del permiso no suponía coste alguno para el vecino, como tampoco el
uso del espacio cedido.
Aunque todas ellas guardan una estructura
general similar, todas son distintas, respondiendo a la habilidad de quien la
construía y al interés de quien la usaba: en muchas de ellas pueden verse
pequeños abrevaderos labrados en piedra para que los cerdos pudieran saciar su
sed.
El recorrido que hicimos por entre ellas nos
supuso un paseo sumamente interesante. Hemos señalado en el track cuatro
ubicaciones de corralás. En realidad todo el terreno está repleto de ellas,
pero quisimos marcar con cuatro waypoints otros tantos puntos de
interés para quien deseara utilizar el track en su visita.
Hoy, desgraciadamente, la inmensa mayoría de
las Corralás
se encuentran en un gran estado de abandono. Muchas de ellas tienen las paredes
caídas y, en su mayor parte, la maleza ha crecido a sus anchas.
No estaría mal que, al igual que se hace en
otros lugares, los vecinos del pueblo dedicaran un día al año, de modo gratuito
y en plan festivo, de romería, a hacer una limpieza general de las mismas pues
bien merecería la pena el esfuerzo con tal de mantener en mejor estado algo que
supone una seña de identidad de los torrequemeños.
Continuamos andando por el camino que
traíamos hasta llegar a un vertedero de materiales. Existe en el lugar un
cartel indicando la prohibición de realizar tales vertidos, pero hay gente que
muestra muy poco civismo. En ese punto el camino hace un giro de 90 grados a la
derecha para ascender una pequeña cuesta y, a los pocos metros, hace otro giro
idéntico antes de tomar en dirección al pueblo.
Superada la cuesta podemos ver, a la derecha
del camino y desde lo alto, tanto el vertedero (con su cartel prohibitorio)
como una charca generalmente cubierta de vegetación.
Tras cruzar un paso canadiense alcanzamos
una zona, ya en las afueras del pueblo, donde se ubican pequeñas naves
industriales.
Llegamos a lo que se denomina el Palacio
de los Duques de Abrantes y que en algunos documentos antiguos figura
como el Palacio Caído (“Caydo”). Parece que fue levantada en los siglos
XV-XVI. Actualmente es una casa de dos plantas, casi totalmente
reconstruida y encalada en sus paredes exteriores. Cuando se llega a la misma
por la calle por donde venimos solo es posible identificarla porque en la segunda
planta tiene una ventana semicircular.
Al doblar una esquina y entrar en una
plazoleta (parte de cuyo piso lo conforman grandes peñas), será mucho más fácil
de reconocerla por el escudo que campea sobre la puerta de acceso y que ha sido
limpiado. También en la fachada, en la planta superior, tiene otras dos
ventanas semicirculares iguales a la que pudimos ver en el lateral.
En 1792 este edificio ya se encontraba
en ruinas, por lo que fue entregado, junto con dos huertos y unas caballerizas,
por el Duque de Abrantes, a un tal Juan Palacios (que da su
nombre a la calle en que se ubica el edificio, calle Palacios) para que
se encargase de su cuidado y reconstruyese algunas de las paredes que ya debían
estar caídas.
Desde el Palacio podemos ver un
poco más allá la Iglesia de San Esteban. De un solo golpe de vista se aprecia
que el edificio nunca fue terminado pues las obras se iniciaron en el siglo
XVI pero, al parecer, los canteros que trabajaban en su construcción se
marcharon a trabajar en otras obras mejor retribuidas. Tiene añadidos de los siglos
XVIII, XIX y, los más recientes, de finales del siglo XX.
Construida a base de mampostería y sillería.
Su nave es rectangular, cubierta con bóveda de cañón. La capilla mayor,
ochavada, se cierra a buena altura con una bóveda de crucería estrellada. La
torre, de sillería y sección cuadrada, se ubica a los pies.
Si regresamos otra vez al Palacio
podremos subir, por su lateral, hacia la parte más alta de la localidad: lo que
los torrequemeños
llaman La Atalaya. Allí se encuentra lo que queda de La
Torre, construcción de finales del siglo XV y principios del XVI
que fue concebida como casa-fuerte por las familias Sande y Ulloa, cuyo
escudo campea sobre la puerta principal.
Está construida a base de mampostería en los
muros y sillares en las esquinas, conservándose un vestigio de lo que pudo ser
un matacán en la parte más alta orientada al sureste.
El estado actual es de absoluto abandono,
situación que arrastra desde finales del siglo XVIII, tal y como se refleja
tanto en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura (del año 1791)
como en el Diccionario de Pascual Madoz (1850).
La fachada principal de La Torre mira hacia el
pueblo. La puerta de entrada está realizada con sillería, en forma de arco de
medio punto y, como ya hemos dicho, encima de ella se encuentra el escudo de la
familia Sande Ulloa enmarcado en un alfiz. A la izquierda del escudo,
(derecha según miramos la fachada) una pequeña ventana de sillería.
A la izquierda de la puerta se observan los
restos de lo que pudieron ser el arranque de tres muros, seguramente para
ampliación con algunas dependencias exteriores, así como lo que pudo ser una
puerta de comunicación con el interior, hoy tapiada sin contemplaciones estéticas
con modernos bloques de hormigón.
En la parte posterior cuenta con una pequeña
puerta, realizada en sillería con arco de medio punto, ventanas y saeteras.
También en esta parte se observan restos de lo que debieron ser ventanas en la
parte más alta del edificio, cortadas a la mitad de su arranque.
Perdido su uso original, el recinto ha sido
dedicado, durante decenios, para la guarda de ganado.
En la parte de atrás de La Torre, y con motivo de
unas obras que se hacían en el año 2007 para mejorar el abastecimiento
de aguas a la localidad, se descubrió la existencia de un yacimiento del
periodo calcolítico (de la Edad del Cobre). Se encontraron los
cimientos, de un metro de altura, de lo que debió ser la muralla que protegía
un poblado en el que, según los indicios, debieron habitar más de cien
personas, así como más de 4.000 piezas entre cerámicas, herramientas y objetos
de arte, como algunos ídolos confeccionados con hueso o pizarra.
Se encontraron, igualmente, restos de tres
viviendas, fogones para cocinar, huesos de animales, etc…
En la misma Atalaya y al lado de La
Torre se encuentra el punto geodésico que marca el lugar más alto de
esta elevación.
Desde allí pueden observarse en algunas
rocas circundantes huecos que pudieran deberse a la acción de los agentes
atmosféricos pero que, por su dimensión y forma, también nos recuerdan tumbas
antropomorfas. El lugar, desde luego, sería idóneo para un enterramiento
ritual.
Podemos visitarlo para dar por concluida
nuestra ruta antes de volver, sin problemas de orientación, al punto de
partida.
Reflejas todo lo que vimos, y mucho más. Enhorabuena
ResponderEliminarAcabo de leer tu post en el blog. Absolutamente impresionado por la descripción exhaustiva que haces de la ruta, que tendré que repetir porque algunas de las cosas que reflejas a mi se me escaparon.
ResponderEliminarEs un placer leerte. Como te he dicho otras veces, lo bordas.
Felicidades y muchas gracias.
El reportaje buenísimo, y si haces la ruta campo a través por el Prao (que así es como se llama la dehesa boyal) mejor que mejor.
ResponderEliminarBuenísimo pero con niños de 4 y 3 años cuanto se tarda en hacer el recorrido
ResponderEliminarHola. Calcula 4 horas, pero es muy entretenido: puente, ermita, tumbas excavadas en la piedra, etc... todo sería hacer partícipes a los niños. - No representa esfuerzo físico ninguno, más que el recorrido.
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