jueves, 14 de mayo de 2015

Torrequemada: Ermita del Salor y Corralás

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A finales de 2013 Vicente Pozas y yo tuvimos referencias sobre la Ermita Visigoda de Nuestra Señora del Salor, en el término municipal de Torrequemada. Todo apuntaba a que, por su belleza arquitectónica, podía ser el punto central de una bonita ruta. Hablamos más de una vez en acercarnos a dicha localidad, a tan solo 18 kilómetros de Cáceres pero, por unas cosas o por otras lo fuimos dejando “para más adelante”.
La oportunidad se presentó en el mes de diciembre de 2014, cuando recibimos la invitación de Paquita Cruz, alcaldesa de Torrequemada, para girarle una visita ya que quería acompañarnos a ver las “Corralás” de la localidad por si estimábamos que pudiera hacerse algo para darlas a conocer.
Como para esto de andar pisando caminos tanto Vicente como yo estamos siempre dispuestos, allá que nos fuimos y, en el transcurso del encuentro aceptamos su invitación, comprometiéndonos a preparar una ruta en la que se integrasen la Ermita del Salor, las Corralás y la Atalaya, como tres puntos fuertes de la misma.
Entre diciembre de 2014 y febrero de 2015 Vicente y yo hicimos este recorrido tres veces, procurando que cada uno fuera mejorado y un poco más completo que el anterior. En el último de todos nos acompañó Juan Antonio Mostazo, Maki, otro habitual del alpargateo.
Se trata de una ruta sencilla, accesible para cualquier persona que pueda andar, con independencia de la edad y de la preparación física, e ideal para hacer en familia. Su desnivel ronda los 75 metros lo que permite definirla como un ruta absolutamente llana.


Consideramos oportuno advertir que la Ermita de Nuestra Señora del Salor está habitualmente cerrada, por lo que resulta imprescindible pedir la llave para poder acceder al interior. Para ello conviene hablar previamente con el Ayuntamiento para que den al interesado las indicaciones pertinentes.
En todo caso, una de las llaves está en posesión de una señora, María Jesús, (amabilísima, por cierto), que tiene una pequeña tienda en una calle cercana al Ayuntamiento. En general cualquier vecino de Torrequemada podrá indicar a un posible interesado dónde se ubica la tienda. Si no te saben dar razón de la tienda, diles que es la “sobrina del cura”. No del actual, sino del anterior. Verás qué fácil.
Tomamos como punto de partida una explanada existente junto a la carretera, casi al final del pueblo yendo desde Cáceres y al principio si se viene por el extremo opuesto. A un lado está el café-bar de El Menúo, donde las tres veces que fuimos nos deleitamos al terminar con excelentes tapas, y también el bar El Vivas. Al otro lado, en la explanada el bar-restaurante Donde Manuel, siempre recomendable por su excelente carta.



También allí existen un par de indicaciones que marcan la dirección a seguir.


Tomamos la calle Juan de Sande hasta el final, pasando una rotonda con una palmera en el centro y llegaremos a la conocida como Charca de Arriba, una bonita represa de agua con bancos. Por si alguien se lo pregunta, la Charca de Abajo está en la otra punta del pueblo, justo detrás de la Iglesia de San Esteban.


Contaremos, aunque solo sea a título de curiosidad, que esta Charca de Arriba, que así se llama y así es conocida en el pueblo, en el Catastro aparece registrada como Charca de Abajo, lo que nos generó no pocos quebraderos de cabeza al asignarle el nombre con el que la íbamos a llamar en esta crónica. Evidentemente, nos hemos inclinado por la nomenclatura popular.
Se continúa dejando la charca a la derecha para, enseguida, tomar la carreterilla asfaltada que sale a la derecha, que recorreremos unos escasos doscientos metros pues al llegar a una bifurcación hemos de tomar el camino de tierra que sale por la izquierda y que se mete entre pequeñas naves y algunos corrales. Es el llamado Camino de Montánchez. En el lugar hay un cartel indicando la dirección hacia la Ermita.


El recorrido entre estas naves y corrales no deja de ser entretenido y curioso pues lo mismo puedes ver antiguos dinteles de puertas hoy utilizados como bancos, como robustos fregaderos de granito, hoy más de adorno que útiles. Alguna muestra de ingeniería popular para evitar que el agua de lluvia caiga demasiado cerca de la casa o utensilios, ya abandonados, para las labores del campo que con una luz idónea pueden resultar de lo más sugerentes.




Todo el recorrido hasta llegar al puente se hace por la dehesa, preciosa, con algún arroyo que corre en otoño e invierno.
La dehesa boyal de Torrequemada tiene una superficie de 270 hectáreas.
En un punto concreto del recorrido nos ha llamado siempre la atención una encina que debió partirse hace ya muchos años. El tronco, partido, ha seguido creciendo y hoy, por su forma, nos sugiere a una encina cabalgando sobre su propio tronco.



Y ha habido otros troncos que, aún habiendo sido mucho más castigados todavía, han luchado por sobrevivir. Y ahí siguen.


El Camino de Montánchez es cómodo de caminar, como decía al principio. Y ancho. A veces discurre entre paredes de piedra que, en ocasiones parece restaurada por manos poco expertas en el trabajo de levantar este tipo de muros.



Cuando llevamos caminados dos kilómetros vemos a nuestra izquierda, aunque aún lejos, la Ermita de Nuestra Señora del Salor. Y unos pocos metros más adelante ya podemos ver también el puente.



Y por fin llegamos al puente, uno de los puntos fuertes de la ruta. El mismo sirve para salvar el río Salor en el camino que conduce hasta la Ermita. Es un puente de planta recta de tres bóvedas y perfil alomado que está dotado, para épocas de crecidas, con tres tajeas para desagüe en la margen derecha y dos en la izquierda.
Algunos concienzudos estudios que hemos podido consultar mantienen que se alza en el lugar donde anteriormente hubo un puente romano. Se fundamenta científicamente esta afirmación en el hecho de que por esta zona aparecieron muchos restos romanos así como la proximidad de una de las vías de la calzada romana de Antonino que llevaba a Norba Caesarina y Castra Caecilia. Según aparece en la Tabula Imperii Romani (publicada por el Ministerio de Obras Públicas en 1995) dicha calzada cruzaba sobre el Salor precisamente en este lugar.
El puente que podemos ver hoy es de factura medieval, sin lugar a dudas, y ello lo demuestran tanto su perfil alomado como la ausencia de almohadillado en los sillares, la poca anchura en su plataforma o la presencia de mortero en sus juntas. Pascual Madoz lo menciona en su famoso Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico.
El puente consta de tres bóvedas, siendo la luz de la principal de algo más de 7 metros. La de las otras dos apenas llegan al metro. Todas ellas están formadas por sillares de granito.


En cuanto a los pilares, cuenta con dos, de sección rectangular, realizados con sillería de granito, como la bóveda, y son de ancho considerable. El pilar de la izquierda tiene nada menos que 5 metros de ancho, mientras que el de la derecha es de solo 3,5 metros.


Aguas arriba (lado izquierdo del puente, según llegamos a él) las pilas cuentan con sendos tajamares. (Los tajamares son una parte de la fábrica que se adiciona a las pilas de los puentes, aguas arriba y aguas abajo, en forma curva o angular, de manera que pueda cortar el agua de la corriente y repartirla con igualdad por ambos lados de aquéllas.)
Dichos tajamares están hechos con sillares de granito y se cimentan sobre las rocas que hay debajo del puente. En su parte superior ha crecido la hierba lo que constituye un peligro para la conservación de estas partes de los puentes por lo que desde aquí animamos al ayuntamiento de Torrequemada, si alguien del mismo lee esto, para que se limpie periódicamente.


Lo estribos del puente son muros rectos y tienen, como decía más arriba, tres tajeas para desagüe en la margen derecha y dos en la izquierda. Las tajeas, a diferencia de las bóvedas —que son arcos—, son cuadradas o rectangulares y su parte superior, en lugar de abovedada, está hecha con dinteles. Las jambas sobre las que se apoyan los dinteles están hechas con mampostería de granito.



La plataforma del puente, de perfil alomado, tiene unos tres metros de ancho, siendo los pretiles bloques de granito de 1,5 metros de alto por veinte centímetros de espesor y son, según parece, bastante más modernos que las bóvedas del puente.
El pavimento es de mortero de hormigón, bastante moderno.



Antes de cruzar el puente al otro lado, podemos ver, detrás de una pared de piedra, grandes losas de granito trabajadas por la mano del hombre y que por su tamaño bien hubieran podido tener como destino formar parte del pretil del puente o, también, servir como tapas para las tumbas antropomorfas existentes por el lugar. Pero quedaron aquí ubicadas.



Apenas cuatrocientos metros de una cuesta suave separan el puente de la ermita. Desde el camino divisamos, en el lado derecho, la espadaña y en el extremo opuesto la cabecera de la ermita, de forma cúbica.
No hemos encontrado datos en cuanto a la fecha de construcción de la ermita primigenia, aunque sí consta que aparece citada ya en los Fueros de Cáceres —otorgados por Alfonso IX después de la reconquista de dicha ciudad el 23 de abril de 1229—, como hito marcador para deslindar los términos municipales de Cáceres y Montánchez. Podemos afirmar, pues, sin lugar a dudas, que en 1229 ya existía una ermita en este lugar.
Y cuenta la tradición que se construyó en este lugar porque la Virgen se le apareció a un pastor diciéndole que había una imagen suya allí escondida. El pastor la buscó y, tras encontrarla, comenzó a recibir culto de gente de toda la comarca e, incluso, de gente de Cáceres que venía desde allí para rezar ante ella. Aquella imagen original fue destruida o robada durante la Guerra de la Independencia con los franceses (1808-1814) y la que existe actualmente —una imagen de pie, para vestir y sin Niño Jesús— es moderna.


En 1315 se funda por los Templarios la Orden Nobiliaria de los Caballeros de Nuestra Señora del Salor y son ellos los que se encargan de custodiar la ermita, lo que no debió durar muchos años ya que hay constancia de que treinta años después, en 1345, el Concejo cedió el edificio a la Cofradía de Nuestra Señora del Salor, compuesta por nobles pertenecientes a la parroquia de San Mateo de Cáceres. Es entonces cuanto se construye la ermita cuya estructura ha llegado hasta nosotros.
En 1519 la ermita es cedida por la iglesia de San Mateo a los habitantes de Torrequemada, que se encargan del edificio desde entonces.
Tiene tres puertas de acceso. La primera que se ve según se llega a la ermita es la orientada al norte, también llamada Puerta del Evangelio. Es apuntada, adintelada y destacan en ellas pinturas de color rojo oscuro que representan a la Virgen con el Niño, centrada y en la parte superior y ángeles que los rodean por ambos lados de la puerta.




En esta misma puerta merece llamar la atención sobre el segundo peldaño de acceso, el más alto ya sea saliendo o entrando. Está compuesto por dos bloques de piedra de granito de diferente tamaño. Ambas miden unos 50 cms. de ancho, pero una tiene unos 75 cms. de largo y la otra 175. Su singularidad viene marcada porque tienen grabados cuatros alquerques. Solo a efectos divulgativos diremos que los alquerques eran, antiguamente, algo similar a nuestros juegos de mesa y, más en concreto, algo parecido a lo que hoy es el juego del tres en raya.
En el peldaño más pequeño, el de 75 cms., vemos un alquerque de doce y se concreta en un rectángulo de unos 30 x 28 cms. En el peldaño más grande hay tres juegos grabados: dos alquerques de nueve y un tres en raya.
En la foto que acompañamos pueden apreciarse con facilidad, pero no distinguirse con absoluta claridad. Procuraremos, en una próxima visita, obtener fotos más certeras.


La puerta del lado contrario, del lado de la epístola, orientada al sur, tiene un porche apoyado sobre dos pilares y un vano de medio punto con un conopio en la arquivolta exterior. Dos bancadas de piedra con respaldo del mismo material, una a cada lado, ofrecen descanso a los visitantes.




La puerta situada al pie de la iglesia, orientada al oeste, es adintelada


La capilla mayor es tardía en relación con el resto, de finales del siglo XVIII. Es de planta cuadrada, cubierta con bóveda hemisférica sobre pechinas y rematada con linterna. En el exterior se encuentra reforzada con dos contrafuertes orientados al este. En su parte superior y en la cara que mira al oeste, nos llamaron la atención los vierteaguas en piedra que, partiendo de la parte central y más alta, tenían por misión evacuar aguas pluviales al norte y sur.





La ermita cuenta solo con cinco huecos para obtener iluminación exterior: dos linternas, una sobre la capilla mayor (foto más arriba) y otra sobre la nave, dos ventanas en la sacristía, orientadas al sur y una saetera en la fachada que da al oeste, debajo de la espadaña.





Sobre la más baja de las ventanas de la sacristía, una inscripción de la fecha en que fue realizada: 1780.


Al lado derecho de la puerta con porche orientada al sur, la de la epístola, hay unos esgrafiados datados a mitad del siglo XVI. Por los restos que quedan, se observa que debió ser un esgrafiado blanco en el centro con sendos esgrafiados en color rojo por encima y por debajo del blanco.


En su interior, la ermita está desprovista de todo mobiliario (excepto unos pocos bancos junto a la reja de la capilla mayor) lo que contribuye a realzar la belleza del espacio.
Consta de tres partes con seis tramos separados por arcos transversales de medio punto los correspondientes a las naves laterales y apuntados en la central, de los que los dos primeros están cubiertos por bóvedas de arista, características del barroco, mientras que los otros cuatro tienen cubierta de madera a dos aguas, fruto de su restauración en los años 80.
La nave central es la de mayor altura, apoyándose en pilares de granito, material que también aparece en los pilares interiores, puerta del Evangelio y muro de la puerta situada a los pies de la iglesia.
Los arcos, apuntados, se apoyan en pilares de granito y su rosca está realizada con ladrillo lo que los identifica sin ninguna dificultad con el estilo mudéjar.
El intradós de los arcos de la nave estuvo decorado con pinturas mudéjares, sobre todo con motivos florales, de las que solo quedan algunos fragmentos en los que se representa una de las composiciones más características del arte islámico: a partir de un cuadrado se desarrollan formas envolventes que adoptan formas octogonales y hexagonales. Esta figura era muy empleada por los templarios de influencia árabe y procedencia griega.









A la derecha de la entrada por la puerta sur, la de la epístola, hay una antigua pila para el agua bendita ubicada justo debajo del arranque de uno de los arcos.


En el lado del Evangelio se conservan dos pinturas murales y enfrente, en el de la epístola, una más, las tres realizadas al fresco, las más antiguas del siglo XIV y las más modernas de mediados del XVI, estas últimas atribuidas al pintor cacereño Lucas Holguín. Reflejan seis momentos de la vida de Jesús
El mural del lado de la epístola recoge tres de las escenas: la de la izquierda referida la infancia (Jesús Niño entre los doctores de la Ley), la central alusiva al inicio de su vida pública (Bautismo de Jesús) y la de la derecha corresponde a la Pasión (Última Cena).
El segundo mural, del lado del Evangelio, recoge, en nuestra opinión, dos escenas distintas de la Pasión separadas por una columna: a la izquierda el lavatorio de los pies de los discípulos y a la derecha Jesús camino del Calvario. Hemos leído, sin embargo, otras opiniones que indican que es una única escena representando el lado izquierdo a la sociedad de la época de Jesús, opinión de la que discrepamos.
El tercero, también del lado del Evangelio, refleja igualmente una escena de la Pasión, la Crucifixión.




En el exterior de la ermita y por su lado sur, así como en la esquina sureste, existen tres tumbas antropomorfas excavadas en la roca. Una, pequeña, está a unos diez metros de la puerta porticada. Las otras dos en la esquina indicada: saliendo por dicha puerta porticada, a la izquierda. Hemos encontrado textos que las atribuyen a la época romana y otras que las datan en el siglo VII. Por nuestra parte nos inclinamos más por esta segunda opinión.



También enfrente de la puerta sur hay otra roca con un hueco excavado por la mano del hombre, pero excesivamente pequeño para poder atribuirle la categoría de tumba.


Y una vez que se inicia el regreso, por la parte de atrás de la ermita y al lado de una encina. se ve otra roca que, evidentemente, fue excavada probablemente para hacer otra tumba. La roca, sin embargo, está partida, como si faltara la mitad de la misma y hubiese quedado inacabada.


Regresamos de nuevo hacia el puente yendo por la parte de atrás de la ermita, donde hemos visto la roca a que se alude en el párrafo anterior.
Justo antes de llegar al puente veremos una cancela por el lado izquierdo. Abriremos para pasar al otro lado teniendo buen cuidado de dejar la cancela como estaba o, en cualquier caso, cerrada.
Las vistas del puente desde este lado son hermosas pues hay menos rocas y, si el Salor lleva caudal, se pueden obtener algunas fotos interesantes.
Caminaremos seiscientos metros por el margen izquierdo. Aproximadamente a mitad del recorrido veremos unos paneles indicadores que nos informan que por debajo de nosotros discurren las tuberías de ENAGAS, la Empresa Nacional del Gas. Es el tramo de Almendralejo a Salamanca. Es fácil identificar cómo, después de pasar por debajo del río, la conducción subterránea se adentra y se pierde en la dehesa boyal.
Prácticamente por el mismo sitio por donde viene, por nuestra izquierda, el conducto del gas, corre también el Arroyo del Acebuche, que viene a desembocar al Salor.



Un poco más adelante encontraremos otro de los puntos atractivos de la ruta, pues veremos una antiguas y bien preparadas piedras pasaderas que permiten cruzar el río Salor a pie enjuto. Las piedras son altas por lo que, incluso con buen caudal, puede cruzarse de uno a otro lado con suma comodidad y sin mojarse.
Pocos metros antes de llegar conviene ir avisados, pues el agua del río se acerca bastante a la pared que tenemos a la izquierda, por lo que resulta conveniente pegarse a dicho lado lo más posible y pisar sobre las piedras allí existentes para no meterse en el agua.


Las pasaderas resultarán sumamente divertidas si estamos haciendo la ruta con gente menuda. Pero no solo para ellos, pues siendo un medio para salvar cursos de agua cada vez menos habitual, siempre son singularidades lo suficientemente atractivas como para hacerse alguna foto en ellas.




Siguiendo la misma dirección que traemos tomamos un camino ancho, de tierra clara, que vemos a nuestra izquierda y seguimos caminando, en paralelo al río Salor, otros seiscientos metros hasta llegar a un cruce de caminos en el que veremos dos puentes que cruzan el Salor.
El camino que viene por nuestra izquierda y directo al puente, de mayor categoría que el que traemos, es el Camino de los Rosales, y es el que vamos a seguir hasta llegar a la Charca del Prado, punto en el que nos apartaremos de él para ir a ver las Corralás.
El Camino de los Rosales cruza el Salor sobre un puente de hormigón con pretiles de tubo metálico, de factura reciente con trazado paralelo a otro puente bastante más antiguo, pero también relativamente moderno, que se encuentra en peores condiciones y que actualmente está roto en uno de sus extremos y en desuso.



Salvado el puente volvemos a adentrarnos en la dehesa boyal. El Camino de los Rosales está asfaltado pero puede caminarse por fuera, sin dejar de pisar tierra en ningún momento.
Encontraremos en algún punto bancos de piedra donde podremos sentarnos a descansar un rato.


A un kilómetro aproximadamente del puente que acabamos de cruzar veremos a nuestra derecha, apartada del camino, la Charca del Prado y también veremos un camino que sale por la izquierda y que es el que tomaremos después para ir a las Corralás.
Para ir a ver la Charca habremos de pasar por una formación rocosa bastante extensa y muy llana. Si nos fijamos bien en ella podremos observar, sin ninguna dificultad, cómo la recorre una espina dorsal, de trazado muy recto, a lo largo de varios metros. Esa formación sobresale un par de centímetros de la roca y tiene unos tres de ancho, resultándonos llamativa pues no supimos encontrarle explicación, ya que no se trata de una rotura de la roca, sino de una excrecencia de la misma.


La Charca del Prado sirvió como lugar de baños hasta los años 90, momento en que se prohibió su uso a dicho fin. En realidad es una presa de contención de aguas pluviales. En el centro de la charca hay una construcción que pensamos que es un testigo del nivel de llenado de la charca.


De la charca volvemos a la carreterilla (el Camino de los Rosales) y retrocedemos unos quince o veinte metros para tomar un camino de tierra que, en ligero ascenso, sale en un ángulo de 90 grados a la izquierda según la dirección que traíamos desde el puente.
Enseguida que empecemos a caminar por él podremos ver a lo lejos y a la derecha del camino unos muros de piedras. Son las primeras Corralás que quedan a la vista.


De la página web de la Asociación Cultural “Las Corralás” de Torrequemada tomamos, con entera libertad, las referencias que tienen a estas construcciones para los comentarios que insertamos a continuación.
Las Corralás son construcciones destinadas al cobijo y alimentación de los cerdos, realizadas con la técnica de la piedra en seco es decir, construcciones consistentes en poner piedra sobre piedra sin utilizar argamasa de ningún tipo que les de mayor consistencia.
Existen aproximadamente 230 construcciones de este tipo, de distinto tamaño y en muy distinto grado de conservación y se ubican todas ellas en la dehesa boyal de Torrequemada, es decir, en terreno perteneciente al municipio.
Para que un vecino pudiera construir una corralá para su uso propio tenía que pedir permiso al ayuntamiento lo que, al parecer, se hacía de modo verbal ya que no existe constancia documental alguna en los archivos del ayuntamiento de los permisos concedidos a lo largo de los años. La concesión del permiso no suponía coste alguno para el vecino, como tampoco el uso del espacio cedido.
Aunque todas ellas guardan una estructura general similar, todas son distintas, respondiendo a la habilidad de quien la construía y al interés de quien la usaba: en muchas de ellas pueden verse pequeños abrevaderos labrados en piedra para que los cerdos pudieran saciar su sed.
El recorrido que hicimos por entre ellas nos supuso un paseo sumamente interesante. Hemos señalado en el track cuatro ubicaciones de corralás. En realidad todo el terreno está repleto de ellas, pero quisimos marcar con cuatro waypoints otros tantos puntos de interés para quien deseara utilizar el track en su visita.
Hoy, desgraciadamente, la inmensa mayoría de las Corralás se encuentran en un gran estado de abandono. Muchas de ellas tienen las paredes caídas y, en su mayor parte, la maleza ha crecido a sus anchas.
No estaría mal que, al igual que se hace en otros lugares, los vecinos del pueblo dedicaran un día al año, de modo gratuito y en plan festivo, de romería, a hacer una limpieza general de las mismas pues bien merecería la pena el esfuerzo con tal de mantener en mejor estado algo que supone una seña de identidad de los torrequemeños.









Continuamos andando por el camino que traíamos hasta llegar a un vertedero de materiales. Existe en el lugar un cartel indicando la prohibición de realizar tales vertidos, pero hay gente que muestra muy poco civismo. En ese punto el camino hace un giro de 90 grados a la derecha para ascender una pequeña cuesta y, a los pocos metros, hace otro giro idéntico antes de tomar en dirección al pueblo.
Superada la cuesta podemos ver, a la derecha del camino y desde lo alto, tanto el vertedero (con su cartel prohibitorio) como una charca generalmente cubierta de vegetación.


Tras cruzar un paso canadiense alcanzamos una zona, ya en las afueras del pueblo, donde se ubican pequeñas naves industriales.
Llegamos a lo que se denomina el Palacio de los Duques de Abrantes y que en algunos documentos antiguos figura como el Palacio Caído (“Caydo”). Parece que fue levantada en los siglos XV-XVI. Actualmente es una casa de dos plantas, casi totalmente reconstruida y encalada en sus paredes exteriores. Cuando se llega a la misma por la calle por donde venimos solo es posible identificarla porque en la segunda planta tiene una ventana semicircular.
Al doblar una esquina y entrar en una plazoleta (parte de cuyo piso lo conforman grandes peñas), será mucho más fácil de reconocerla por el escudo que campea sobre la puerta de acceso y que ha sido limpiado. También en la fachada, en la planta superior, tiene otras dos ventanas semicirculares iguales a la que pudimos ver en el lateral.
En 1792 este edificio ya se encontraba en ruinas, por lo que fue entregado, junto con dos huertos y unas caballerizas, por el Duque de Abrantes, a un tal Juan Palacios (que da su nombre a la calle en que se ubica el edificio, calle Palacios) para que se encargase de su cuidado y reconstruyese algunas de las paredes que ya debían estar caídas.




Desde el Palacio podemos ver un poco más allá la Iglesia de San Esteban. De un solo golpe de vista se aprecia que el edificio nunca fue terminado pues las obras se iniciaron en el siglo XVI pero, al parecer, los canteros que trabajaban en su construcción se marcharon a trabajar en otras obras mejor retribuidas. Tiene añadidos de los siglos XVIII, XIX y, los más recientes, de finales del siglo XX.
Construida a base de mampostería y sillería. Su nave es rectangular, cubierta con bóveda de cañón. La capilla mayor, ochavada, se cierra a buena altura con una bóveda de crucería estrellada. La torre, de sillería y sección cuadrada, se ubica a los pies.






Si regresamos otra vez al Palacio podremos subir, por su lateral, hacia la parte más alta de la localidad: lo que los torrequemeños llaman La Atalaya. Allí se encuentra lo que queda de La Torre, construcción de finales del siglo XV y principios del XVI que fue concebida como casa-fuerte por las familias Sande y Ulloa, cuyo escudo campea sobre la puerta principal.



Está construida a base de mampostería en los muros y sillares en las esquinas, conservándose un vestigio de lo que pudo ser un matacán en la parte más alta orientada al sureste.
El estado actual es de absoluto abandono, situación que arrastra desde finales del siglo XVIII, tal y como se refleja tanto en el Interrogatorio de la Real Audiencia de Extremadura (del año 1791) como en el Diccionario de Pascual Madoz (1850).


La fachada principal de La Torre mira hacia el pueblo. La puerta de entrada está realizada con sillería, en forma de arco de medio punto y, como ya hemos dicho, encima de ella se encuentra el escudo de la familia Sande Ulloa enmarcado en un alfiz. A la izquierda del escudo, (derecha según miramos la fachada) una pequeña ventana de sillería.
A la izquierda de la puerta se observan los restos de lo que pudieron ser el arranque de tres muros, seguramente para ampliación con algunas dependencias exteriores, así como lo que pudo ser una puerta de comunicación con el interior, hoy tapiada sin contemplaciones estéticas con modernos bloques de hormigón.


En la parte posterior cuenta con una pequeña puerta, realizada en sillería con arco de medio punto, ventanas y saeteras. También en esta parte se observan restos de lo que debieron ser ventanas en la parte más alta del edificio, cortadas a la mitad de su arranque.


Perdido su uso original, el recinto ha sido dedicado, durante decenios, para la guarda de ganado.
En la parte de atrás de La Torre, y con motivo de unas obras que se hacían en el año 2007 para mejorar el abastecimiento de aguas a la localidad, se descubrió la existencia de un yacimiento del periodo calcolítico (de la Edad del Cobre). Se encontraron los cimientos, de un metro de altura, de lo que debió ser la muralla que protegía un poblado en el que, según los indicios, debieron habitar más de cien personas, así como más de 4.000 piezas entre cerámicas, herramientas y objetos de arte, como algunos ídolos confeccionados con hueso o pizarra.
Se encontraron, igualmente, restos de tres viviendas, fogones para cocinar, huesos de animales, etc…


En la misma Atalaya y al lado de La Torre se encuentra el punto geodésico que marca el lugar más alto de esta elevación.


Desde allí pueden observarse en algunas rocas circundantes huecos que pudieran deberse a la acción de los agentes atmosféricos pero que, por su dimensión y forma, también nos recuerdan tumbas antropomorfas. El lugar, desde luego, sería idóneo para un enterramiento ritual.



Podemos visitarlo para dar por concluida nuestra ruta antes de volver, sin problemas de orientación, al punto de partida.

5 comentarios:

  1. Reflejas todo lo que vimos, y mucho más. Enhorabuena

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  2. Acabo de leer tu post en el blog. Absolutamente impresionado por la descripción exhaustiva que haces de la ruta, que tendré que repetir porque algunas de las cosas que reflejas a mi se me escaparon.
    Es un placer leerte. Como te he dicho otras veces, lo bordas.
    Felicidades y muchas gracias.

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  3. El reportaje buenísimo, y si haces la ruta campo a través por el Prao (que así es como se llama la dehesa boyal) mejor que mejor.

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  4. Buenísimo pero con niños de 4 y 3 años cuanto se tarda en hacer el recorrido

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    1. Hola. Calcula 4 horas, pero es muy entretenido: puente, ermita, tumbas excavadas en la piedra, etc... todo sería hacer partícipes a los niños. - No representa esfuerzo físico ninguno, más que el recorrido.

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