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Realizada durante
la tarde del 1 de junio de 2015, durante esta ruta se me produjo una
lesión en la rodilla izquierda que me ha
tenido apartado del senderismo activo durante año y medio.
La ruta, en sí
misma, no representa peligro alguno. Solo la conjunción de varios factores,
como mi empeño en llevar siempre mi cámara de fotos réflex armada con un buen
teleobjetivo, que me impedía utilizar bastones en las bajadas más pronunciadas,
así como la mala suerte de un mal paso del que no fui consciente al producirse,
provocaron el resultado indicado.
Por la mañana había
pasado al lado de la Caldera de Robaina, nombre que
recibe la que está en la Montaña del Desriscadero. Es una
montaña elevada, aparentemente abrupta y tenía la sensación de que podría
atacarse la subida desde la propia caldera, por su lado derecho. La verdad es
que, vista al pie de la propia caldera te das cuenta que no es el mejor sitio
para subir, por lo que decidí arremeter por el lateral más próximo a Uga.
A primera hora de
la tarde fui en coche hasta Uga, donde lo dejé aparcado. Desde
allí, mirando a la carretera y al otro lado de la misma, a la izquierda queda
la Montaña
del Desriscadero y, a la derecha, la Montaña de Miguel Ruiz
sobre cuya parte más alta se aprecian unos postes y una alambrada que siempre
me han llamado la atención. Esta tarde podré ver de qué se trata.
A mis espaldas
queda Uga y, detrás, Montaña Mesa en primer término y,
más al fondo, Montaña Chupaderos y Montaña Diama a la derecha y Timanfaya
a la izquierda.
Cruzo la carretera
para pasar a la falda de la montaña y enseguida me doy cuenta que no voy a
poder subir de frente al lugar por donde he cruzado, pues una alambrada impide
pasar. Es un fastidio, pues cuanto más a la izquierda más escarpado.
Giro a la
izquierda, siguiendo un camino que lleva hacia unos hitos que suben un trecho
por la falda de Montaña Riscada. Me da la sensación que este puede ser el lugar
adecuado.
Enseguida me doy
cuenta que el camino conduce a una parcela, estrecha, de tierra cultivada cuyo
límite viene marcado por los propios hitos y por una acumulación de tierra a
modo de límite.
Según me
voy acercando y mucho antes de llegar a la parcela, dos pastores alemanes
empiezan a ladrar. La verdad es
que tal y como ladran, sobre todo uno de ellos, el de pelo más claro, hacen que
empiece a preocuparme.
Cuando todavía
faltan quince o veinte metros, al menos, para llegar al límite de la parcela,
el perro más claro se viene hacia mi ladrando con fiereza y enseñándome los
dientes. Siempre he mantenido la calma digna ante la presencia de perros y se
que lo mejor es no decirles nada y caminar sin hacer movimientos bruscos. Pero
con este pastor alemán no me funciona el truco.
Ante el volumen de
los ladridos el dueño de la parcela sale al límite de la misma y llama al dichoso
perro, pero éste no le hace ni caso. Lo tengo ya a un metro de mi y no hace más
que enseñarme los dientes (supongo que lo hará para que vea que no tiene
caries). Yo, que voy con camiseta, de pronto siento como si llevara camisa y
corbata y ésta última con nudo inglés y bien apretado. Estoy francamente
preocupado, por lo que me doy media vuelta muy despacio y empiezo a regresar
por donde he venido. Pero el dichoso perro se sube a mis espaldas. Coloca sus
dos patas sobre la mochila. Noto su aliento en el cogote. Literalmente. Me
encojo, tratando de protegerme.
“Acongojado”.
Reconozco que, en esos momentos, estuve total y absolutamente “acongojado”.
Cuando estoy a
punto de ir al baño o de hacérmelo allí mismo, llega el dueño y agarra al put…
dichoso perro por el collar y lo aparta de mi.
—
Pero si ni siquiera he llegado a la parcela, le
digo al señor.
—
Es que es un perro joven y todavía no tiene
experiencia, me contesta el buen hombre, como si eso me sirviera a mi de
consuelo.
—
Mire “usté”, le digo, es
que quiero subir a la montaña y pensaba que podría hacerlo por aquí. ¿Puedo?
—
Sí, claro, suba, que no hay problema.
—
¿Y los perros?, le pregunto.
—
Suba, que yo los agarro.
Cuando comienzo a
apartarme del hombre y de los jod… perros, hago como puedo un par de fotos de
los mismos. Solo para dejar aquí constancia de su presencia y como aviso a
navegantes. No me entretengo demasiado, por si el hombre los suelta y les da
por pegarse una carrera hasta donde yo estoy.
Subo y subo, y sigo
subiendo hasta que considero que la distancia con los perros es ya prudencial.
Solo entonces me paro un momento a tomar aliento, a contemplar lo que hay a mis
espaldas y a hacer la consiguiente foto.
La cuesta es
empinada y el terreno duro, lleno de pequeñas piedras que resbalan
endemoniadamente bajo mis pies. Los metros que he subido han sido trabajosos,
pero ha podido más el temor a que el animal se pegara una arrancada que mi
cansancio. Todavía queda un buen trozo de subida por este mismo tipo de terreno.
Desde donde estoy
ya hay unas vistas estupendas. Se divisan perfectamente Puerto Calero, Puerto
del Carmen, Playa Honda e, incluso, Arrecife por un lado. Y por otro Uga
y, detrás, las montañas de la Vieja, Chupaderos, Diama…
Llego al borde del
cráter por la parte más baja del mismo y observo que en el interior se han
hecho aterrazamientos para cultivar, como en muchas otras calderas. Abierto al
nordeste, sobre la carretera que baja de Femés. Desde aquí me da la impresión
que, quizá, hubiera sido menos dificultosa la subida desde la apertura de la
caldera pero lo cierto es que, al pie de la misma, no lo vi tan fácil.
Cuando empiezo a
circunvalar el cráter, queda a mi derecha la Montaña de Miguel Ruiz,
con su llamativa alambrada. Y entre la Montaña y yo, el Vallito
de Uga, con toda una serie de industrias, unas de extracción de áridos
y otras dedicadas al cuidado y cría de animales.
Entre el punto del
cráter al que he llegado tras mi ascensión y el punto más elevado del mismo hay
un desnivel de unos 50 metros y, prácticamente, un kilómetro de recorrido. Todo
el terreno es rocoso, pero de un caminar razonablemente cómodo. Voy hacia la
otra punta del cráter, la que mira al Valle de Femés.
En mi caminar veo,
allá atrás, el Pico Nago, en el que estuve hace pocos días y detrás del mismo
y con la poca relevancia de sus escasos 228 metros, Montaña Bermeja. Y, hacia
el norte, todo el valle de La Geria, que me encanta, encajado entre los
volcanes que la delimitan.
Un poco más
adelante queda ante mi vista, completa, Caldera Gritana, bien formada y con
una parte bastante más elevada que la otra. Es mi siguiente objetivo.
Cuando llego a lo
más alto del cráter que es, justamente la que está al otro lado de este por el
que he subido, tengo que dedicar un buen
rato a fotografías lo que hay ante mi.
Dentro de la Caldera
de Robaina (que llaman Caldera Riscada en otros sitios),
varias paredes que creo que debieron servir, tiempo atrás, para contener
tierras de cultivo.
Fuera de La
Caldera, Las Casitas de Femés, casi ocultas por la pequeña elevación de La
Montañeta y, al otro lado, el Pico Nagos y El Frontón. Y la
carretera que baja desde Las Casitas por el lado de La
Montaña del Desriscadero que resulta más inaccesible, tanto por su
desnivel como por lo resbaladizo del terreno.
Tras evaluar desde
lo alto las distintas alternativas que tengo para bajar e ir a Caldera
Gritana, decido cortar por lo sano y bajar, en línea recta. En la falda
de este lado veo el tronco de una palmera sin hojas y decido tomarla como
referencia e iniciar el descenso que comienzo en una roca partida.
Hago la bajada de
lado, cargando el peso sobre la pierna izquierda. A la vista de la inclinación
decido meter la cámara de fotos en la mochila y disponer de las dos manos, por
si doy un resbalón poder apoyarme sin obstáculo.
En esta, como en
tantas otras ocasiones, he cometido el error de no echar a la mochila los
bastones de senderismo, por lo que no puedo frenar el cuerpo del peso con
ellos.
En el transcurso de
la bajada (no fui consciente de ello), se me debió torcer la rodilla izquierda
o… qué se yo. El caso es que en esta jornada (y creo que fue en este trozo de
trayecto) se me rompió el menisco izquierdo y la rótula se desplazó de su
sitio. No sentí dolor hasta por la noche y a la mañana siguiente tenía la
rodilla muy hinchada.
Llegué abajo sin
ser consciente del percance y quise inmortalizar la cuesta que acababa de
descender, aunque la foto no refleja la inclinación de la misma. dejo también
constancia del itinerario aproximado que seguí.
Evitando pisar una
parcela de labrantío, voy al pie de Caldera Gritana, buscando un camino
que viene desde Las Casitas y que la bordea. Casi enseguida veo unos hitos que
parecen sugerir el camino a seguir para subir, por lo que me encamino
siguiéndolos. Solo más tarde, cuando haya bajado por el otro lado, me daré
cuenta que existía otra alternativa, menos dificultosa, para subir empezando
justo por donde se entra en la caldera propiamente dicha.
Subiendo a Caldera
Gritana tengo mejor perspectiva del farallón que representa la Montaña
del Desriscadero, apreciándose desde aquí mejor la inclinación de la
falda de la misma.
Circunvalo todo el
cráter, completo, para bajar por el otro brazo. En mi discurrir puedo ver como
unos grandes cercados dentro de la caldera y aunque en un primer momento tuve
la seguridad de que estaban hechos por la mano del hombre, según me acerco a
ellos y puedo ver su estructura con más detalle, me surge la duda pues las
rocas que marcan el perímetro parece que tuvieran una colocación natural. La
verdad es que me quedo con la duda. (Marco con un tenue color azul los límites
de los supuestos cercados).
Desde la altura se
aprecia con total nitidez el perfecto corte de cono que presenta la Montaña del Desriscadero.
Y me deleito con la
amplia vista del Valle de Femés, y de toda la línea montañosa del Filo
de los Cuchillos, desde Las Peñas del Cha Andrea, hasta el Pico
de la Aceituna, en el extremo más lejano y Pico Redondo, más allá
aún.
Cuando estoy a
mitad del recorrido de la corona del cráter veo a mi derecha una alineación de
enormes piedras de color muy ocuro, casi negras (quizá sean de basalto) que
bajan por la falta del cráter hasta un camino que lleva, por la izquierda, al Barranco
de Gritana y de allí a Las Casitas y por la derecha a El
Llanito de Uga, al pie de la Montaña de Miguel Ruiz, que es mi
siguiente destino. Cuando hice esta ruta yo no lo sabía, por lo que seguí el
track que me había trazado, con la dificultad que luego indicaré. Por ello
sugiero a quien esto lea que, desde este punto de la pared de grandes piedras
alineadas, baje por ellas hasta el camino y gire a la derecha y cuando llegue
al Vallito,
tome de nuevo a la derecha para ir a Miguel Ruiz.
Yo continué todo el
recorrido hasta llegar al otro brazo del cráter, por el que realicé el descenso
sin mayores problemas.
Al llegar abajo,
giré a la izquierda y pasando por delante del acceso a la caldera me dirigí
hacia El Vallito de Uga. Como he comentado antes, hubiera sido mejor
hacerlo por el otro lado de Caldera Gritana, por donde estaban
las grandes piedras negras, pero entonces no lo sabía.
A partir de aquí
hay un camino claro, bien trazado. Mi proyecto era seguir recto hasta El
Vallito y allí girar ligeramente a la derecha para bajar a atravesarlo
y subir a la Montaña de Miguel Ruiz.
Mi sorpresa fue que
al llegar al final del camino, el mismo no tenía salida por ningún sitio, sino
que moría allí, en una pequeña explotación de tierras de labranza. Debajo de mi
tenía El Vallito, con varias naves industriales y lo que parecían
unos corrales, pero no había manera de bajar. El desnivel es muy grande. Es,
quizá, la parte más abrupta de la falda de la Montaña del Desriscadero,
donde se encuentran las torrenteras más profundas.
Mi despiste fue mayúsculo.
Giré a la derecha buscando un sendero, pero no lo había. Volví al punto al que
había llegado y vi una torrentera que, por la izquierda, bajaba trazando una
gran curva hacia una especie de estercolero que hay al fondo de El
Vallito.
Con cuidado y
paciencia bajé por allí. No las llevaba todas conmigo porque al tratarse de
corrales y naves industriales podrían haber perros de guardia y, con la
experiencia habida al principio de la tarde…
Mis temores se
demostraron gratuitos, pues no tuve mayor problema.
Al internarme entre
las naves y los corrales donde estabulan los dromedarios que hacen el recorrido
turístico por Timanfaya, tuve de frente una buena vista de Montaña
Chupaderos, con las gerias para el cultivo de vides que suben un buen
trecho por su falda. Y detrás de ella, casi oculta, Montaña Diama.
En la falda de La
Montaña de Miguel Ruiz que da al Vallito de Uga hay una cantera de la
que están extrayendo áridos. Posiblemente sea de aquí de donde han salido las
piedras negras que he visto más atrás. El aspecto que presenta es el de un feo
y profundo mordisco que le hubieran dado al paraje. El impacto ambiental es
brutal. Sencillamente brutal.
Subo por un camino
que hay a la izquierda de la cantera. Justo a este lugar es donde viene a
desembocar el camino alternativo al que aludía antes, el que se iniciaba donde
terminaban las grandes rocas negras alineadas.
Estoy al inicio de
la subida a la Montaña de Miguel Ruiz, que no se presenta con demasiada
inclinación, aunque sí se trata de un terreno ciertamente resbaladizo. El suelo
es duro y tiene mucha graba rojiza que provoca el deslizamiento de los pies. En
la cima se distingue la alambrada que impide el paso a medio volcán. Cosas
difícilmente comprensibles.
No hay prisas y
subo con cuidado.
Cuando llego arriba
me encuentro una alambrada fuertemente anclada, sin ningún hueco que me permita
pasarla para hacer alguna foto completa y sin obstáculo de la caldera. Un
cartel aclara, por si la propia alambrada no fuera suficiente, que se trata de
una propiedad privada. Bueno, hay que conformarse con lo que se puede, tomando
fotos a derecha e izquierda y lo que se puede de los cultivos que hay en el
interior de la caldera, muy bien cuidados.
Mi intención era
recorrer la alambrada hacia la izquierda para bajar a la LZ-2 junto a la rotonda
existente entre Uga y Yaiza, pero llegado a un punto me
pareció que el terreno era demasiado abrupto y que, además, la alambrada me iba
a llevar junto a los patios de unas casas particulares, por lo que difícilmente
podría salir por allí a la carretera.
A la vista de la
situación, deshice el camino andado y volví a subir a lo más alto de la montaña
para, siguiendo siempre la alambrada, ver si podía bajar por el otro lado. Por
el lado derecho la alambrada lleva hasta determinado punto y desde allí baja
por la falda de la Montaña hacia el polígono industrial y ganadero en el que había
estado antes. Vi que entre dos construcciones existentes donde terminaba la
alambrada podría salir al camino.
Opté por bajar por
aquí. La bajada es pronunciada y muy resbaladiza, pero la propia alambrada
ofrece la posibilidad de agarrarse a ella e ir reteniendo el cuerpo como ayuda
para evitar resbalones.
Llegué abajo sin
novedad.
Una vez en el
camino me encuentro ante una de las puertas de la empresa Finca de Uga,
propietaria, creo, de los viñedos y de la mitad de la Montaña de Miguel Ruiz,
cuya alambrada tiene una buena perspectiva desde aquí.
Desde aquí mismo
alcanzo a ver Montaña Guardilama, que siempre me resulta impresionante y
provocativa con su forma de pirámide casi perfecta.
Solo me queda ir
por esta calle que lleva el mismo nombre de la Montaña de Miguel Ruiz
para llegar a la carretera y desde allí, girando a la derecha, volver al punto
de partida para recoger el coche, no sin antes pasar por las puertas de Bodegas
Uga, con un jardincillo donde tiene algunas gerias en plan más
decorativo que otra cosa.
Teo preciosa ruta y muy bien narrada como siempre. Que miedo hubiera pasado yo si se me tira encima el perro. Fuistes imprudente con tu rodillas... pero es que te encanta caminar. Gracias por compartir. Julia
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