lunes, 26 de diciembre de 2016

Lanzarote: Montaña del Desriscadero, Caldera Gritana y Montaña de Miguel Ruiz

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Realizada durante la tarde del 1 de junio de 2015, durante esta ruta se me produjo una lesión  en la rodilla izquierda que me ha tenido apartado del senderismo activo durante año y medio.


La ruta, en sí misma, no representa peligro alguno. Solo la conjunción de varios factores, como mi empeño en llevar siempre mi cámara de fotos réflex armada con un buen teleobjetivo, que me impedía utilizar bastones en las bajadas más pronunciadas, así como la mala suerte de un mal paso del que no fui consciente al producirse, provocaron el resultado indicado.

Por la mañana había pasado al lado de la Caldera de Robaina, nombre que recibe la que está en la Montaña del Desriscadero. Es una montaña elevada, aparentemente abrupta y tenía la sensación de que podría atacarse la subida desde la propia caldera, por su lado derecho. La verdad es que, vista al pie de la propia caldera te das cuenta que no es el mejor sitio para subir, por lo que decidí arremeter por el lateral más próximo a Uga.


A primera hora de la tarde fui en coche hasta Uga, donde lo dejé aparcado. Desde allí, mirando a la carretera y al otro lado de la misma, a la izquierda queda la Montaña del Desriscadero y, a la derecha, la Montaña de Miguel Ruiz sobre cuya parte más alta se aprecian unos postes y una alambrada que siempre me han llamado la atención. Esta tarde podré ver de qué se trata.



A mis espaldas queda Uga y, detrás, Montaña Mesa en primer término y, más al fondo, Montaña Chupaderos y Montaña Diama a la derecha y Timanfaya a la izquierda.


Cruzo la carretera para pasar a la falda de la montaña y enseguida me doy cuenta que no voy a poder subir de frente al lugar por donde he cruzado, pues una alambrada impide pasar. Es un fastidio, pues cuanto más a la izquierda más escarpado.


Giro a la izquierda, siguiendo un camino que lleva hacia unos hitos que suben un trecho por la falda de Montaña Riscada. Me da la sensación que este puede ser el lugar adecuado.



Enseguida me doy cuenta que el camino conduce a una parcela, estrecha, de tierra cultivada cuyo límite viene marcado por los propios hitos y por una acumulación de tierra a modo de límite.

Según me voy acercando y mucho antes de llegar a la parcela, dos pastores alemanes empiezan a ladrar. La verdad es que tal y como ladran, sobre todo uno de ellos, el de pelo más claro, hacen que empiece a preocuparme.

Cuando todavía faltan quince o veinte metros, al menos, para llegar al límite de la parcela, el perro más claro se viene hacia mi ladrando con fiereza y enseñándome los dientes. Siempre he mantenido la calma digna ante la presencia de perros y se que lo mejor es no decirles nada y caminar sin hacer movimientos bruscos. Pero con este pastor alemán no me funciona el truco.

Ante el volumen de los ladridos el dueño de la parcela sale al límite de la misma y llama al dichoso perro, pero éste no le hace ni caso. Lo tengo ya a un metro de mi y no hace más que enseñarme los dientes (supongo que lo hará para que vea que no tiene caries). Yo, que voy con camiseta, de pronto siento como si llevara camisa y corbata y ésta última con nudo inglés y bien apretado. Estoy francamente preocupado, por lo que me doy media vuelta muy despacio y empiezo a regresar por donde he venido. Pero el dichoso perro se sube a mis espaldas. Coloca sus dos patas sobre la mochila. Noto su aliento en el cogote. Literalmente. Me encojo, tratando de protegerme.

“Acongojado”. Reconozco que, en esos momentos, estuve total y absolutamente “acongojado”.

Cuando estoy a punto de ir al baño o de hacérmelo allí mismo, llega el dueño y agarra al put… dichoso perro por el collar y lo aparta de mi.

Pero si ni siquiera he llegado a la parcela, le digo al señor.

Es que es un perro joven y todavía no tiene experiencia, me contesta el buen hombre, como si eso me sirviera a mi de consuelo.

Mire “usté”, le digo, es que quiero subir a la montaña y pensaba que podría hacerlo por aquí. ¿Puedo?

Sí, claro, suba, que no hay problema.

¿Y los perros?, le pregunto.

Suba, que yo los agarro.

Cuando comienzo a apartarme del hombre y de los jod… perros, hago como puedo un par de fotos de los mismos. Solo para dejar aquí constancia de su presencia y como aviso a navegantes. No me entretengo demasiado, por si el hombre los suelta y les da por pegarse una carrera hasta donde yo estoy.



Subo y subo, y sigo subiendo hasta que considero que la distancia con los perros es ya prudencial. Solo entonces me paro un momento a tomar aliento, a contemplar lo que hay a mis espaldas y a hacer la consiguiente foto.


La cuesta es empinada y el terreno duro, lleno de pequeñas piedras que resbalan endemoniadamente bajo mis pies. Los metros que he subido han sido trabajosos, pero ha podido más el temor a que el animal se pegara una arrancada que mi cansancio. Todavía queda un buen trozo de subida por este mismo tipo de terreno.


Desde donde estoy ya hay unas vistas estupendas. Se divisan perfectamente Puerto Calero, Puerto del Carmen, Playa Honda e, incluso, Arrecife por un lado. Y por otro Uga y, detrás, las montañas de la Vieja, Chupaderos, Diama




Llego al borde del cráter por la parte más baja del mismo y observo que en el interior se han hecho aterrazamientos para cultivar, como en muchas otras calderas. Abierto al nordeste, sobre la carretera que baja de Femés. Desde aquí me da la impresión que, quizá, hubiera sido menos dificultosa la subida desde la apertura de la caldera pero lo cierto es que, al pie de la misma, no lo vi tan fácil.



Cuando empiezo a circunvalar el cráter, queda a mi derecha la Montaña de Miguel Ruiz, con su llamativa alambrada. Y entre la Montaña y yo, el Vallito de Uga, con toda una serie de industrias, unas de extracción de áridos y otras dedicadas al cuidado y cría de animales.




Entre el punto del cráter al que he llegado tras mi ascensión y el punto más elevado del mismo hay un desnivel de unos 50 metros y, prácticamente, un kilómetro de recorrido. Todo el terreno es rocoso, pero de un caminar razonablemente cómodo. Voy hacia la otra punta del cráter, la que mira al Valle de Femés.

En mi caminar veo, allá atrás, el Pico Nago, en el que estuve hace pocos días y detrás del mismo y con la poca relevancia de sus escasos 228 metros, Montaña Bermeja. Y, hacia el norte, todo el valle de La Geria, que me encanta, encajado entre los volcanes que la delimitan.




Un poco más adelante queda ante mi vista, completa, Caldera Gritana, bien formada y con una parte bastante más elevada que la otra. Es mi siguiente objetivo.



Cuando llego a lo más alto del cráter que es, justamente la que está al otro lado de este por el que he subido,  tengo que dedicar un buen rato a fotografías lo que hay ante mi.

Dentro de la Caldera de Robaina (que llaman Caldera Riscada en otros sitios), varias paredes que creo que debieron servir, tiempo atrás, para contener tierras de cultivo.


Fuera de La Caldera, Las Casitas de Femés, casi ocultas por la pequeña elevación de La Montañeta y, al otro lado, el Pico Nagos y El Frontón. Y la carretera que baja desde Las Casitas por el lado de La Montaña del Desriscadero que resulta más inaccesible, tanto por su desnivel como por lo resbaladizo del terreno.



Tras evaluar desde lo alto las distintas alternativas que tengo para bajar e ir a Caldera Gritana, decido cortar por lo sano y bajar, en línea recta. En la falda de este lado veo el tronco de una palmera sin hojas y decido tomarla como referencia e iniciar el descenso que comienzo en una roca partida.


Hago la bajada de lado, cargando el peso sobre la pierna izquierda. A la vista de la inclinación decido meter la cámara de fotos en la mochila y disponer de las dos manos, por si doy un resbalón poder apoyarme sin obstáculo.

En esta, como en tantas otras ocasiones, he cometido el error de no echar a la mochila los bastones de senderismo, por lo que no puedo frenar el cuerpo del peso con ellos.

En el transcurso de la bajada (no fui consciente de ello), se me debió torcer la rodilla izquierda o… qué se yo. El caso es que en esta jornada (y creo que fue en este trozo de trayecto) se me rompió el menisco izquierdo y la rótula se desplazó de su sitio. No sentí dolor hasta por la noche y a la mañana siguiente tenía la rodilla muy hinchada.

Llegué abajo sin ser consciente del percance y quise inmortalizar la cuesta que acababa de descender, aunque la foto no refleja la inclinación de la misma. dejo también constancia del itinerario aproximado que seguí.



Evitando pisar una parcela de labrantío, voy al pie de Caldera Gritana, buscando un camino que viene desde Las Casitas y que la bordea. Casi enseguida veo unos hitos que parecen sugerir el camino a seguir para subir, por lo que me encamino siguiéndolos. Solo más tarde, cuando haya bajado por el otro lado, me daré cuenta que existía otra alternativa, menos dificultosa, para subir empezando justo por donde se entra en la caldera propiamente dicha.



Subiendo a Caldera Gritana tengo mejor perspectiva del farallón que representa la Montaña del Desriscadero, apreciándose desde aquí mejor la inclinación de la falda de la misma.


Circunvalo todo el cráter, completo, para bajar por el otro brazo. En mi discurrir puedo ver como unos grandes cercados dentro de la caldera y aunque en un primer momento tuve la seguridad de que estaban hechos por la mano del hombre, según me acerco a ellos y puedo ver su estructura con más detalle, me surge la duda pues las rocas que marcan el perímetro parece que tuvieran una colocación natural. La verdad es que me quedo con la duda. (Marco con un tenue color azul los límites de los supuestos cercados).




Desde la altura se aprecia con total nitidez el perfecto corte de cono que presenta  la Montaña del Desriscadero.


Y me deleito con la amplia vista del Valle de Femés, y de toda la línea montañosa del Filo de los Cuchillos, desde Las Peñas del Cha Andrea, hasta el Pico de la Aceituna, en el extremo más lejano y Pico Redondo, más allá aún.


Cuando estoy a mitad del recorrido de la corona del cráter veo a mi derecha una alineación de enormes piedras de color muy ocuro, casi negras (quizá sean de basalto) que bajan por la falta del cráter hasta un camino que lleva, por la izquierda, al Barranco de Gritana y de allí a Las Casitas y por la derecha a El Llanito de Uga, al pie de la Montaña de Miguel Ruiz, que es mi siguiente destino. Cuando hice esta ruta yo no lo sabía, por lo que seguí el track que me había trazado, con la dificultad que luego indicaré. Por ello sugiero a quien esto lea que, desde este punto de la pared de grandes piedras alineadas, baje por ellas hasta el camino y gire a la derecha y cuando llegue al Vallito, tome de nuevo a la derecha para ir a Miguel Ruiz.



Yo continué todo el recorrido hasta llegar al otro brazo del cráter, por el que realicé el descenso sin mayores problemas.


Al llegar abajo, giré a la izquierda y pasando por delante del acceso a la caldera me dirigí hacia El Vallito de Uga. Como he comentado antes, hubiera sido mejor hacerlo por el otro lado de Caldera Gritana, por donde estaban las grandes piedras negras, pero entonces no lo sabía.

A partir de aquí hay un camino claro, bien trazado. Mi proyecto era seguir recto hasta El Vallito y allí girar ligeramente a la derecha para bajar a atravesarlo y subir a la Montaña de Miguel Ruiz.

Mi sorpresa fue que al llegar al final del camino, el mismo no tenía salida por ningún sitio, sino que moría allí, en una pequeña explotación de tierras de labranza. Debajo de mi tenía El Vallito, con varias naves industriales y lo que parecían unos corrales, pero no había manera de bajar. El desnivel es muy grande. Es, quizá, la parte más abrupta de la falda de la Montaña del Desriscadero, donde se encuentran las torrenteras más profundas.

Mi despiste fue mayúsculo. Giré a la derecha buscando un sendero, pero no lo había. Volví al punto al que había llegado y vi una torrentera que, por la izquierda, bajaba trazando una gran curva hacia una especie de estercolero que hay al fondo de El Vallito.



Con cuidado y paciencia bajé por allí. No las llevaba todas conmigo porque al tratarse de corrales y naves industriales podrían haber perros de guardia y, con la experiencia habida al principio de la tarde…

Mis temores se demostraron gratuitos, pues no tuve mayor problema.

Al internarme entre las naves y los corrales donde estabulan los dromedarios que hacen el recorrido turístico por Timanfaya, tuve de frente una buena vista de Montaña Chupaderos, con las gerias para el cultivo de vides que suben un buen trecho por su falda. Y detrás de ella, casi oculta, Montaña Diama.




En la falda de La Montaña de Miguel Ruiz que da al Vallito de Uga hay una cantera de la que están extrayendo áridos. Posiblemente sea de aquí de donde han salido las piedras negras que he visto más atrás. El aspecto que presenta es el de un feo y profundo mordisco que le hubieran dado al paraje. El impacto ambiental es brutal. Sencillamente brutal.





Subo por un camino que hay a la izquierda de la cantera. Justo a este lugar es donde viene a desembocar el camino alternativo al que aludía antes, el que se iniciaba donde terminaban las grandes rocas negras alineadas.


Estoy al inicio de la subida a la Montaña de Miguel Ruiz, que no se presenta con demasiada inclinación, aunque sí se trata de un terreno ciertamente resbaladizo. El suelo es duro y tiene mucha graba rojiza que provoca el deslizamiento de los pies. En la cima se distingue la alambrada que impide el paso a medio volcán. Cosas difícilmente comprensibles.

No hay prisas y subo con cuidado.



Cuando llego arriba me encuentro una alambrada fuertemente anclada, sin ningún hueco que me permita pasarla para hacer alguna foto completa y sin obstáculo de la caldera. Un cartel aclara, por si la propia alambrada no fuera suficiente, que se trata de una propiedad privada. Bueno, hay que conformarse con lo que se puede, tomando fotos a derecha e izquierda y lo que se puede de los cultivos que hay en el interior de la caldera, muy bien cuidados.





Mi intención era recorrer la alambrada hacia la izquierda para bajar a la LZ-2 junto a la rotonda existente entre Uga y Yaiza, pero llegado a un punto me pareció que el terreno era demasiado abrupto y que, además, la alambrada me iba a llevar junto a los patios de unas casas particulares, por lo que difícilmente podría salir por allí a la carretera.


A la vista de la situación, deshice el camino andado y volví a subir a lo más alto de la montaña para, siguiendo siempre la alambrada, ver si podía bajar por el otro lado. Por el lado derecho la alambrada lleva hasta determinado punto y desde allí baja por la falda de la Montaña hacia el polígono industrial y ganadero en el que había estado antes. Vi que entre dos construcciones existentes donde terminaba la alambrada podría salir al camino.


Opté por bajar por aquí. La bajada es pronunciada y muy resbaladiza, pero la propia alambrada ofrece la posibilidad de agarrarse a ella e ir reteniendo el cuerpo como ayuda para evitar resbalones.

Llegué abajo sin novedad.


Una vez en el camino me encuentro ante una de las puertas de la empresa Finca de Uga, propietaria, creo, de los viñedos y de la mitad de la Montaña de Miguel Ruiz, cuya alambrada tiene una buena perspectiva desde aquí.



Desde aquí mismo alcanzo a ver Montaña Guardilama, que siempre me resulta impresionante y provocativa con su forma de pirámide casi perfecta.


Solo me queda ir por esta calle que lleva el mismo nombre de la Montaña de Miguel Ruiz para llegar a la carretera y desde allí, girando a la derecha, volver al punto de partida para recoger el coche, no sin antes pasar por las puertas de Bodegas Uga, con un jardincillo donde tiene algunas gerias en plan más decorativo que otra cosa.




1 comentario:

  1. Teo preciosa ruta y muy bien narrada como siempre. Que miedo hubiera pasado yo si se me tira encima el perro. Fuistes imprudente con tu rodillas... pero es que te encanta caminar. Gracias por compartir. Julia

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