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Como habíamos previsto,
pasamos la noche en el refugio de Can Boi, en Deiá.
Nos levantamos
relativamente temprano pues habíamos quedado con el taxista que debía llevarnos
a Valdemossa,
para iniciar la etapa donde terminamos el día anterior, a las 9 de la mañana.
La de este día era una
etapa razonable, de 22 kilómetros con un desnivel de un 8% de subida en los
primeros seis kilómetros y de casi un 13% de bajada en los seis siguientes.
Detrás del refugio de Can
Boi está la mole del Puig del Teix (o Montaña del Tejo)
con una altitud de 1064 metros sobre el nivel del mar y que vamos a tener que
recorrer en la mañana de hoy y bajar desde ella para volver a pasar por la
misma puerta de este refugio en nuestro recorrido hasta el refugio de Muleta, junto
al puerto
de Soller, donde finaliza la etapa.
Salimos de la Plaza
de Campdevanol, donde terminamos el día anterior. Hay que cruzar la
localidad hasta el otro lado, por lo que subimos por la avenida de Palma y
giramos por un parque infantil que está en la calle de “Na Más”, que
nos hizo gracia por el nombre, por donde llegamos a la calle de los Olivos. En
ella giramos a la derecha para comenzar el camino. Nos llamó la atención un
largo muro exquisitamente construido con la técnica de la “piedra
en seco”.
Tras una curva a la derecha
muy pronunciada que hace la carreterita por la que vamos, hay que salir a la
izquierda por un camino que va pegado a una alambrada.
Desde el primer momento el
camino es pedregoso y relativamente estrecho. Todo es una cuesta arriba, pues
vamos metidos en la garganta que forman Na Torta, a nuestra izquierda y Son
Gual, a la derecha.
Cuando terminamos esta
primera subida estamos en Pla de Pouet, una zona llana antes
de continuar con la subida al Pouet.
Continuamos la subida hasta
que a 3,7 kms. del inicio llegamos al Mirador de Can Costa, desde el que
tenemos una vista espectacular desde la punta de Es Cavall, lo más alejado
de nosotros, pasando por la privilegiada urbanización de George Sand, encaramada
en lo alto del Puig de Sa Moneda, hasta la llanura por la que discurre la
carretera MA-10 que lleva a Valldemossa.
Satisfechos con las vistas
volvemos al camino. Tenemos, prácticamente seguidas, las subidas al Pouet
y a Talaia
Vella.
Encontramos un tronco caído
sobre el camino con toda la pinta de llevar años en ese mismo sitio ya que
tiene una marca como de cabalgadura en el lugar donde hay que apoyarse para
sobrepasarlo. No deja de tener gracia.
En unos 15 minutos hemos
llegado al vértice geodésico del Pouet, donde nos hacemos las fotos
de rigor.
Un poco más allá, a unos
diez minutos, está Talaia Vella, hacia donde nos dirigimos. Por el camino vamos
viendo toda la costa mediterránea así como todo el acantilado, con el sendero
bordeándolo, y una vertical que se precipita hacia Son Gallard de manera
terrible, no apta para los que tengan fuerte vértigo.
Sin especial esfuerzo
llegamos a Talaia Vella, donde encontramos un refugio de piedra cerrado a
cal y canto.
Hay a continuación una pequeña
bajada a la vaguada de Son Gallard, justo al sitio donde se
origina el Torrente de Marina, bajada que otra vez se convierte en subida
en dirección al punto más alto de toda la ruta: el Cingels de Son Rullan.
Hay que hacer varias “z”
para ganar altura. En un momento determinado (a 6 kms. del punto de salida)
estamos en el borde del acantilado y tenemos ante nuestros ojos la costa
mediterránea en la que destaca, a la altura de Deiá (que no vemos aún),
ese brazo de tierra en cuyo extremo está, atravesada, Punta Foradada.
Y el porqué del nombre que
se le da a dicho accidente geográfico se responde solo contemplando las fotos
del mismo: la roca tiene un agujero que la traspasa de parte a parte.
El sendero hasta los Cingels
de Son Rullán es corto, estrecho e intenso, pues se hace al borde mismo
del acantilado. No quiero decir con esto que sea peligroso con un mínimo de
atención que se preste y evitando un tropezón que podría provocar un percance
mucho más que serio.
A mi hermano Pepe
le gusta aproximarse al borde de los sitios buscando esa foto con un poco más
“de caída”. Yo, lo reconozco, padezco eso que llaman “vértigo ajeno” y cuando
le veo hacerlo me pongo un tanto nervioso. Pero cada uno es como es. Me limito
a hacer las fotos desde los lugares que me parecen prudentes y para fotos al
borde del abismo que las hagan otros y, a ser posible, utilizando drones, que
es más seguro.
Pepe y yo nos
hemos entretenido haciendo algunas fotos y cuando nos damos cuenta José
y Curro
ya han llegado a lo alto del Cingels de Son Rullán, desde donde
nos saludan.
A nuestras espaldas, el
acantilado y el sendero que lo bordea.
A los pocos metros de
iniciar el descenso llegamos a la intersección de camino con el que baja a Deiá.
En ese lugar nosotros giramos a la izquierda para continuar nuestro recorrido.
A partir de aquí,
prácticamente todo es bajada. Al principio con bastante pendiente aunque eso es
lo menos relevante, pues lo es más la cantidad de piedra que hay en el camino y
con la que conviene tener bastante precaución.
En algunas zonas de la
bajada hay paredes de roca con formas preciosas que fotografiamos.
Se trata de una zona
boscosa en la que encontramos una pequeña construcción que nos parece que pueda
tratarse de un horno
Cuando hemos perdido
bastante altura encontramos varios ejemplares de olivos con unos trocos
increíbles por sus formas. Nos parecen bellísimos.
También en el discurrir de
la bajada, a la derecha del sendero, vemos una puerta que conduce a una fuente
o un pozo ubicado al fondo, no pudiendo distinguir bien de qué se trata por la
falta de luz.
Y un poco más abajo, cuando
ya estamos a las puertas de Deiá, pasamos ante las ruinas del Castell
del Moro, del que solo lo que parece una torre se yergue en pie.
Y ya en Deiá,
paramos en el Refugio de Can Boi para comer, lo que hacemos sentados en las
mesas que el propio refugio tiene al borde del camino y desde donde podemos ver
el acantilado por cuyo borde hemos estado caminando esta mañana.
Cuando terminamos de comer
continuamos el camino. Baste con que, saliendo de la terraza del refugio
giremos a la izquierda y continuemos adelante. A los 400 metros encontraremos
una fuente al borde del camino.
Estamos en el Camí
de Ribassos, que lleva a la Cala de Deiá, aunque nosotros lo
dejaremos antes de llegar a la misma.
Los siguientes 800 metros,
que son el recorrido por el paraje de Son Bauzá, resultan especialmente
atractivos. En ellos vamos a encontrar hasta cuatro “botador” distintos (esas
escaleras para superar alambradas o muros) y varios ejemplares de olivo de
formas espectaculares.
Llegamos al lugar por donde
pasa el Torrent Major, que baja paralelo a la carretera que lleva a la Cala
de Deiá. La llegada a este lugar se hace a través de unos metros de
calzada bien empedrada que conduce hasta un puente de madera que salva el
torrente. Tenemos que cruzar la carretera para continuar por el otro lado
salvando una alambrada mediante la utilización de otro “botador”. Y estamos en el
punto más bajo de toda la ruta.
A partir de aquí y durante
unos tres kilómetros todo es subida, aunque suave (hay un desnivel de 250
metros en dicho trayecto) hasta llegar a Can Miquelet, donde volveremos a
descender hasta llegar a Muleta.
El sendero va haciendo una
curva para salvar la elevación que queda a nuestra derecha.
Alcanzamos la carretera MA-10
a la altura de S’Empeltada.
Debemos continuar por ella,
en la misma dirección que traíamos, durante unos 500 metros al cabo de los
cuales veremos a la derecha, entre dos casas, un callejón que sube. Tiene un
cartel indicador al principio. Pero debemos andar atentos para localizarla.
El sendero va a discurrir
ahora y durante tres kilómetros y medio entre varios chalets y por una zona con
abundantes árboles entre los cuales alcanzamos a ver el Mediterráneo.
Como a kilómetro y medio
del desvío anterior pasamos ante una buena casa de campo llamada Son
Coll con corrales y anexos.
Es en estos pocos
kilómetros, absolutamente identificados con la naturaleza que nos rodea cuando
alcanza toda su intensidad la identificación de lo que vemos con nuestro
espíritu senderista. La verdad es que todo el entorno es de una belleza que me
llena.
El sendero nos conduce
hasta un lugar con una superficie circular delimitada por piedras. Al lado
también se aprecia un hueco rectangular, vaciado por dentro, también hecho con
piedras. Elucubramos sobre qué podría ser esto y qué utilidad pudiera tener y
apuntamos al parecido que tiene con sitios similares que en otros lugares se
utilizaban para las eras.
Nada más pasar este lugar
nos encontramos con la finca Can Prohom en la que tan solo tres
meses después de pasar nosotros por allí (12 de marzo de 2014) se produjo un
crimen en el que el encargado de dicha finca, que acababa de salir de un
psiquiátrico por un intento de suicidio, estranguló a su mujer, de la que
estaba en proceso de separación, y luego se suicidó disparándose con una
escopeta de caza. Nada de esto se podía presagiar entonces. De hecho nos pareció
un lugar de paz y sosiego.
Y justo a continuación, en
el lugar donde el sendero hace un giro de 160 grados a la izquierda, se
encuentra el Oratorio de Castelló, del siglo XVII, que cuando pasamos
nosotros se encontraba en absoluto estado de ruina.
Pocos meses después de
nuestro paso (en octubre del mismo año) la prensa local se hacía eco del mal
estado del mismo a pesar de que el Consell de Mallorca se estaba
planteando su recuperación.
Según he podido saber un
año después, en diciembre de 2015, las obras de restauración estaban a punto de
finalizar, habiéndose recuperado en su integridad.
Al dejar atrás el Oratorio,
contemplamos en la lejanía la Serra de Son Torrella, de la que
destacan sobremanera, a la izquierda el Penyal de Migdia (1.401 mts) y, en
la otra punta, con forma más piramidal, el Puig de l’Ofre (1.093 mts).
Continuamos camino
accediendo de nuevo a la carretera MA-10, por la que caminaremos unos
200 metros y de la que salimos, por la derecha, junto al llegar a una curva muy
cerrada.
Desde este punto vamos a ir
viendo la costa de modo continuo. Cuando lo hicimos nosotros el día había
empezado a declinar y el cielo se había cubierto de nubes que nos
proporcionaron un bonito espectáculo durante los cuarenta minutos que nos
faltaban para llegar al refugio de Muleta.
Aún en este ya corto
trayecto tenemos la oportunidad de ver cómo, cuando se quiere dar buena
solución arquitectónica a un problema, es posible.
Y por fin llegamos al
refugio de Muleta, instalado en lo que antiguamente fue una base militar. Bien
señalizado y con unas instalaciones y una atención a los senderistas
estupendas.
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