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Podemos decir que toda la
costa sur de Lanzarote, desde Punta Papagayo hasta Punta
Pechiguera, en el otro extremo, es un precioso paseo marítimo. Son algo
más de 11 kilómetros de costa que se pueden disfrutar caminando.
Propiamente hablando, el Paseo
Marítimo de Playa Blanca, que es la ciudad que se asienta en ese lugar,
tiene algo más de 8 kilómetros ininterrumpidos. Esa diferencia de unos 3
kilómetros es lo que ocupan la Playa de los Pozos y Plaza
Mujeres en un lado y los pocos metros (unos 200) de costa sin paseo que
hay desde el final del Paseo Marítimo hasta el Faro
de Pechiguera en el otro.
En el recorrido de esta
ruta se describen cerca de 7 kilómetros de dicho Paseo Marítimo: lo
comprendido entre la Playa de las Coloradas, en la parte
más oriental de Playa Blanca, hasta llegar a la Playa de la Campana, algo
más allá de la estupenda Playa Flamingo.
Para quien se plantee hacer
el recorrido y se pregunte cómo regresar al punto de partida sin tener que
volver a caminar todo el trayecto, me remito a la información que facilito
sobre el recorrido del autobús urbano (guaguas) de Playa Blanca y que puede
cogerse cada media hora exacta en las diversas paradas y en cualquiera de ambas
direcciones. Dicha información puede encontrarse
Como he indicado, el paseo
que sugiero comienza en la Playa de Afe, llamada en escritos
antiguos Playa de Ásife y más modernamente, Playa de Las Coloradas.
Está en el extremo del casco urbano y delimitada por Risco Negro y La
Punta del Espejo. Tiene una primera zona de piedra volcánica redondeada
por el efecto del agua y una segunda de arena que se ensancha bastante cuando
la marea está baja.
Allí se encuentra el Hotel
Gran Castillo, que llama la atención por su arquitectura que, lógicamente,
responde al nombre del mismo.
Desde el mismo lugar vemos
perfectamente la Playa de los Pozos.
Y cuando llegamos a la Punta
del Espejo tenemos una vista más amplia hacia todo lo que queda a
nuestra izquierda, por lo que nos quedan a la vista tanto la Playa
de los Pozos como la más cercana Playa Mujeres, que hasta ahora nos
la ocultaba Risco Negro.
También podemos ver, frente
a nosotros, la costa de Fuerteventura y la de la Isla
de Lobos, entre aquella y Lanzarote.
Y si miramos a la derecha
vemos, en las cercanías, el Toscón, la Punta del Pasito y la
Punta del Águila, en cuya parte superior se encuentra el Castillo
de las Coloradas que vamos a ver a continuación.
Antes de acceder a la Punta
del Águila, donde está el Castillo, vemos a nuestra derecha el
Hotel
Volcán, que previamente había funcionado bajo la marca Meliá
Volcán. Su curiosa estructura no deja de llamar la atención.
Cuando nos adentramos en la
lengua de tierra que es la Punta del Águila, podemos ver a
nuestra izquierda la pequeñísima Playa del Pasito, de la que solo
puede disfrutarse cuando la marea está baja, lo que no sucede cuando estuve yo.
Aquí se encuentra el Castillo
de San Marcial de Rubicón, de las Coloradas o Torre
del Águila, pues de las tres formas puede denominarse. Se trata de una
una torre defensiva levantada en el siglo XVI a iniciativa del
gobernador Andrés Bonito Pignatelli al objeto de controlar el tráfico
marítimo que discurría por el Estrecho de la Bocaina.
El diseño de la torre y su
construcción se encargaron en 1741 al ingeniero Claudio
de L’Isla, y se decidió instalarla en este emplazamiento, que cuenta
con una altura de unos 15 metros sobre el nivel medio de las mareas. Al año
siguiente, en 1742, ya estaba construida.
Siete años después, en 1749,
la torre fue incendiada por unos piratas argelinos.
Pasados 25 años, en 1767,
el mariscal Miguel López Fernández de Heredia encargó su reconstrucción al ingeniero Alejandro
de los Ángeles, que volvió a redactar los correspondientes planos
respetando básicamente como había sido anteriormente. La obra se concluyó en
dos años, siendo inaugurada en 1769.
La torre es de forma
singular y tiene una superficie de 280 metros cuadrados y cuenta con varias
dependencias. Se accede a la misma a través de una escalera hecha con piedra de
sillería y a través de un puente levadizo hecho con madera de tea.
Está cerrado al público,
aunque el Ayuntamiento de Yaiza tiene intención de abrirlo instalando el
mismo un museo de la navegación.
Regreso al paseo para
continuar y entro ya en el puerto deportivo (del que luego hablaré respecto a
su origen). En esta parte del puerto hay multitud de pequeñas embarcaciones que
harán, a buen seguro, las delicias de sus dueños.
Todo es de construcción
moderna. Encuentro la Plaza de la Ermita, sorprendiéndome
un tanto, pues no sabía que había otro templo religioso católico en Playa
Blanca aparte de la Iglesia Parroquial.
Se ve que está todo bien
dotado de tiendas, consultorios médicos, etc…
En este recorrido por el
puerto encontramos también los restos de alguna antigua edificación. He leído
que aquí hubo también alguna fortificación defensiva anterior al Castillo
de las Coloradas que hemos visto antes. Como quiera que estas parecen
antiguas y se han respetado, siendo toda esta zona de reciente construcción,
deduzco que pueden pertenecer a citada fortificación.
En el puerto, multitud de
embarcaciones, como decía antes. Me gusta verlas, pero ni me planteo la
posibilidad de tener una. Por un lado porque supongo que si no tienes un mínimo
de “vocación marinera”, poco sentido tiene tener un barco. Y de otro porque,
según creo, tanto el mantenimiento como los costes de amarre, etc… resultan una
fuerte carga para una economía, digamos “prudente”.
Una vez que hemos dejado el
puerto atrás podemos ver a nuestra derecha lo que queda de las Salinas
de Berrugo. Y creo que resulta imprescindible hacer aquí una alusión a
la evolución demográfica y arquitectónica de todo este litoral sur de Lanzarote
A principios del siglo XX
todo este litoral contaba con tres pequeños núcleos poblacionales y de actividad.
Berrugo,
que se ubicaba en la parte central del litoral, en el arco que describe la
costa y que va del Risco Negro hasta Punta Limones. Papagayo, que se ubicaba
en la zona del mismo nombre y Bajo Montaña, ubicada en el entorno
de Punta
Pechiguera y la zona más baja de Montaña Roja.
A Berrugo la cita el
profesor Eduardo Hernández Pacheco en su obra “Por los campos de lava”,
donde describe su expedición científica realizada a Lanzarote en 1907
por encargo de la Sociedad Española de Historia Natural. En las páginas 205-207
del libro (publicado por la Fundación César Manrique) alude
tanto a las Casas de Berrugo y a sus habitantes como a los de Punta
Papagayo, comentando de estos últimos que “se dedican a transportar en sus chinchorros, atravesando La Bocaina, a los que de Lanzarote pasan a Fuerteventura o viceversa”.
A finales del siglo XIX Berrugo
era puerto de embarque de productos agrícolas y de piedra cal y piedra barrilla.
Allí trabajaba ya en 1905 como “listero” Gabino
Medina un hombre que para sacar su familia adelante se fue a trabajar a
las Salinas
de Janubio, que las familias Cerdeña y Lleó habían comenzado a
construir en 1895. Gabino empezó a traer sal desde Janubio
y con la colaboración económica de su amigo y socio Ginés Díaz montó unos almacenes
de sal en Berrugo, ya que disponía de algunas tierras aquí. En 1921
montaron aquí las Salinas de Berrugo, cuyos restos todavía pueden verse aquí
mismo, y que estuvieron funcionando hasta 1970 aproximadamente.
Hay que decir que existen
en Lanzarote
diversos tipos de salinas. Tanto las de Janubio como las de Berrugo
son del tipo de barro con forro de piedra, que son un claro ejemplo de la
originalidad del lanzaroteño. Su creación aportó al resto de las islas todo un
ejemplo de la conjugación de elementos agrícolas adaptados para poder conseguir
la sal. Nacen a finales del siglo XIX con el empuje de la
industria pesquera y la necesidad de conservar las especies pescadas. Las
salinas de Berrugo y las de Janubio son los primeros ejemplos de
esta tipología y de ahí se exportan al resto de la Isla y de Canarias.
Se introducen los molinos de viento y se adaptan las canalizaciones y los
cocederos consiguiéndose una mayor producción y un paisaje que une al hombre
con la naturaleza.
Gabino Medina, su familia
(tenía 10 hijos) y algunas familias más vivían en las llamadas Casas
de Berrugo, que todavía hoy pueden verse incrustadas en medio del
moderno Marina Rubicón.
A mediados de los 80 la
corrupción de los políticos (algunos de ellos condenados judicialmente) y de
algunos conocidos empresarios les llevó a cometer el atropello de cagarse toda
la costa
de Berrugo con la especulación inmobiliaria. Ello se agravó unos años
después con la construcción del puerto deportivo que se llevó por delante
importantes restos arqueológicos y, lo que es mucho más grave, yacimientos paleontológicos
y paleoclimáticos de 130.000 años de antigüedad que existían aquí y que
quedaron cubiertos por la urbanización y por el muelle según el departamento de
biología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. En ellos había una abundante
y variada fauna incrustada en una arenisca clara que descansaba sobre un
conglomerado de base visible en un barranco a unos 300 metros de la costa
actual. Los fósiles que allí pudieron ser colectados, fueron depositados en el Museo
canario de Las Palmas.
Continuando por el Paseo
tropezamos con el Hotel Esperia Playa Dorada. A continuación del mismo, al otro
lado del paseo, está Punta Prieta, que es uno de los
brazos en cuyo interior está Playa Dorada. En el arranque de Punta
Prieta hay un pequeño parque con máquinas para hacer ejercicio.
A continuación tenemos Playa
Dorada, una de las playas construidas para satisfacer al turismo. Es de
arena blanca y muy cómoda, pues cuenta con espigones sumergidos para evitar que
el oleaje sea fuerte.
El Hotel Princesa Yaiza, uno
de los más lujosos de Playa Blanca, se ubica justo en el
centro de Plaza Dorada y no deja de llamar la atención por sus
arquitectura blanca y llena de almenas que evocan la cultura árabe.
Una gran pared cubre el
lateral derecho durante los siguientes cien metros. Contienen la tierra de
algunas parcelas que aún están sin edificar. Por la izquierda, el mar en zona
bastante rocosa donde existe un espigón con escaleras metálicas en las que en
ocasiones he visto a algunos bañistas. A mi paso, en esta ocasión, como la
marea está alta, el espigón está cubierto por el agua y solo se ve la escalera.
También es buena zona para que algunos pescadores practiquen su afición.
En este punto empieza lo
que durante muchos años ha sido el pueblo, propiamente dicho, de Playa
Blanca, aquel que se gestó a partir de 1921 en torno al Almacén
de la Sal del que ya hemos hablado más arriba.
En la punta en la que se
inicia el arco que acoge la Playa del Pueblo o Playa
Blanca, propiamente dicha (paya natural), está el Hotel Casa del Embajador.
El origen de este hotel es curioso: está formado por varias casas de pescadores
de finales del siglo XIX que un diplomático español, compró después de la II
Guerra Mundial y las adaptó como un único conjunto para residencia
propia. Cuando llegaron los primeros visitantes a Playa Blanca algunos
convencieron al diplomático para que les alquilase alguna de las habitaciones,
cosa a la que accedió. Tras su muerte, compró la propiedad un empresario que lo
convirtió en el hotel que es actualmente.
Aquí empieza la parte del
paseo con una vida más vertiginosa. A un paso de este punto, subiendo por el
lateral del Hotel Casa del Embajador, está la iglesia parroquial de Playa
Blanca y todo lo que es el casco más antiguo del pueblo.
En el paseo hay multitud de
restaurante de todo tipo ya nacionalidad; tiendas de regalo, de curiosidades…
Es un ir y venir permanente de turistas.
Los siguientes metros de
paseo todo es un ir y venir de personas y una sucesión continua de tiendas.
Tengo que indicar que,
paralela al paseo, pero por la parte de arriba de las casas que tenemos a
nuestra derecha, está la famosa calle Limones, calle eminentemente
comercial que tiene tanto o más trasiego de personas que el propio paseo y que
no puede dejar de pasearse.
Las tiendas y restaurantes
terminan en el punto en que queda a la vista el puerto de Playa Blanca. Aquí
atracan y de aquí parten los ferrys que van a Fuerteventura, Las
Palmas, Santa Cruz de Tenerife, etc… pero es sobre todo a los primeros
a los que puede verse, varias veces al día, en su ir y venir permanente a Corralejo, en la isla vecina.
También podremos ver
atracados algunos yates pequeños y barcas de pescadores.
Pasamos el Puerto
cruzando la carretera a través de la que los coches llegan al punto donde
pueden embarcar en los ferrys. Y entramos en una zona de puro paseo marítimo,
sin tiendas y sin cafeterías más que en algún punto muy concreto. Para mi es,
junto con la primera parte que hemos visto, la más apacible.
Desde aquí, si miramos
hacia atrás, podemos ver de fondo el Monumento Natural de los Ajaches
donde sobresalen Acha Grande y la Atalaya de Femés y, en medio de
ambos, Pico Redondo y el Pico de la Aceituna. Los cuatro ascendidos
por mi y de los que puedo asegurar que no representan mayor ni esfuerzo ni
entrañan peligro alguno. Siempre, por supuesto, actuando con una elemental
prudencia. A la derecha de todos ellos, Acha Chico.
Pocos metros más allá
estaremos en Punta Limones, una de las cuatro “Puntas” que tiene todo el
litoral sur de Lanzarote. En ella se encontraba, cuando hice yo esta ruta, el Hotel
Iberostar, un soberbio complejo hotelero con unas vistas privilegiadas
al mar.
En cuanto avanzamos un poco
más queda ante nuestra vista Playa Flamingo, otra playa creada
artificialmente y que es para mi, excepción hecha de Playa Mujeres y la Playa
de los Pozos, la mejor de toda Playa Blanca, si bien supera a
aquellas dos en belleza y en dotación de infraestructuras. También he de
confesar que para mí la más cómoda, pues esta era la playa que quedaba más
cerca de mi casa en Playa Blanca. Al atardecer se pueden obtener unas fotografías
magníficas en este lugar.
A la salida de Playa
Flamingo el paseo tiene una cuesta arriba casi al final de la cual, a
la izquierda, mirando al mar, hay una antigua construcción que no he podido
averiguar exactamente que es. Por su estructura y ubicación parece un antiguo
puesto de observación del estrecho de La Bocaina.
Tras ello, el paseo
desciende suavemente. Todo lo que tenemos a la derecha son las magníficas
instalaciones del Hotel Timanfaya que pueden contemplarse desde el paseo.
Para finalizar el paseo
solo nos queda bajar hasta donde termina el Hotel Timanfaya. Desde
ese punto se puede continuar todavía por el Paseo Marítimo hasta
llegar a 200 metros del Faro de Pechiguera. El paseo
propiamente termina a 200 metros del Faro, pero se puede seguir andando,
sin ningún tipo de obstáculo, por una superficie de tierra.
Para quien quiera ver cómo
continúa el paseo hasta el Faro, recomiendo ver mi entrada en
el blog:
Playa Blanca a Faro de Pechiguera en
mi blog
Y quien quiera verlo en
Wikiloc, aquí:
Playa Blanca a Faro de Pechiguera en Wikiloc
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