domingo, 26 de enero de 2020

Playa Blanca: Paseo Marítimo


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Podemos decir que toda la costa sur de Lanzarote, desde Punta Papagayo hasta Punta Pechiguera, en el otro extremo, es un precioso paseo marítimo. Son algo más de 11 kilómetros de costa que se pueden disfrutar caminando.
Propiamente hablando, el Paseo Marítimo de Playa Blanca, que es la ciudad que se asienta en ese lugar, tiene algo más de 8 kilómetros ininterrumpidos. Esa diferencia de unos 3 kilómetros es lo que ocupan la Playa de los Pozos y Plaza Mujeres en un lado y los pocos metros (unos 200) de costa sin paseo que hay desde el final del Paseo Marítimo hasta el Faro de Pechiguera en el otro.
En el recorrido de esta ruta se describen cerca de 7 kilómetros de dicho Paseo Marítimo: lo comprendido entre la Playa de las Coloradas, en la parte más oriental de Playa Blanca, hasta llegar a la Playa de la Campana, algo más allá de la estupenda Playa Flamingo.

Para quien se plantee hacer el recorrido y se pregunte cómo regresar al punto de partida sin tener que volver a caminar todo el trayecto, me remito a la información que facilito sobre el recorrido del autobús urbano (guaguas) de Playa Blanca y que puede cogerse cada media hora exacta en las diversas paradas y en cualquiera de ambas direcciones. Dicha información puede encontrarse


Como he indicado, el paseo que sugiero comienza en la Playa de Afe, llamada en escritos antiguos Playa de Ásife y más modernamente, Playa de Las Coloradas. Está en el extremo del casco urbano y delimitada por Risco Negro y La Punta del Espejo. Tiene una primera zona de piedra volcánica redondeada por el efecto del agua y una segunda de arena que se ensancha bastante cuando la marea está baja.



Allí se encuentra el Hotel Gran Castillo, que llama la atención por su arquitectura que, lógicamente, responde al nombre del mismo.
Desde el mismo lugar vemos perfectamente la Playa de los Pozos.



Y cuando llegamos a la Punta del Espejo tenemos una vista más amplia hacia todo lo que queda a nuestra izquierda, por lo que nos quedan a la vista tanto la Playa de los Pozos como la más cercana Playa Mujeres, que hasta ahora nos la ocultaba Risco Negro.
También podemos ver, frente a nosotros, la costa de Fuerteventura y la de la Isla de Lobos, entre aquella y Lanzarote.



Y si miramos a la derecha vemos, en las cercanías, el Toscón, la Punta del Pasito y la Punta del Águila, en cuya parte superior se encuentra el Castillo de las Coloradas que vamos a ver a continuación.



Antes de acceder a la Punta del Águila, donde está el Castillo, vemos a nuestra derecha el Hotel Volcán, que previamente había funcionado bajo la marca Meliá Volcán. Su curiosa estructura no deja de llamar la atención.

Cuando nos adentramos en la lengua de tierra que es la Punta del Águila, podemos ver a nuestra izquierda la pequeñísima Playa del Pasito, de la que solo puede disfrutarse cuando la marea está baja, lo que no sucede cuando estuve yo.

Aquí se encuentra el Castillo de San Marcial de Rubicón, de las Coloradas o Torre del Águila, pues de las tres formas puede denominarse. Se trata de una una torre defensiva levantada en el siglo XVI a iniciativa del gobernador Andrés Bonito Pignatelli al objeto de controlar el tráfico marítimo que discurría por el Estrecho de la Bocaina.
El diseño de la torre y su construcción se encargaron en 1741 al ingeniero Claudio de L’Isla, y se decidió instalarla en este emplazamiento, que cuenta con una altura de unos 15 metros sobre el nivel medio de las mareas. Al año siguiente, en 1742, ya estaba construida.
Siete años después, en 1749, la torre fue incendiada por unos piratas argelinos.
Pasados 25 años, en 1767, el mariscal Miguel López Fernández de Heredia  encargó su reconstrucción al ingeniero Alejandro de los Ángeles, que volvió a redactar los correspondientes planos respetando básicamente como había sido anteriormente. La obra se concluyó en dos años, siendo inaugurada en 1769.
La torre es de forma singular y tiene una superficie de 280 metros cuadrados y cuenta con varias dependencias. Se accede a la misma a través de una escalera hecha con piedra de sillería y a través de un puente levadizo hecho con madera de tea.
Está cerrado al público, aunque el Ayuntamiento de Yaiza tiene intención de abrirlo instalando el mismo un museo de la navegación.






Regreso al paseo para continuar y entro ya en el puerto deportivo (del que luego hablaré respecto a su origen). En esta parte del puerto hay multitud de pequeñas embarcaciones que harán, a buen seguro, las delicias de sus dueños.
Todo es de construcción moderna. Encuentro la Plaza de la Ermita, sorprendiéndome un tanto, pues no sabía que había otro templo religioso católico en Playa Blanca aparte de la Iglesia Parroquial.
Se ve que está todo bien dotado de tiendas, consultorios médicos, etc…



En este recorrido por el puerto encontramos también los restos de alguna antigua edificación. He leído que aquí hubo también alguna fortificación defensiva anterior al Castillo de las Coloradas que hemos visto antes. Como quiera que estas parecen antiguas y se han respetado, siendo toda esta zona de reciente construcción, deduzco que pueden pertenecer a citada fortificación.



En el puerto, multitud de embarcaciones, como decía antes. Me gusta verlas, pero ni me planteo la posibilidad de tener una. Por un lado porque supongo que si no tienes un mínimo de “vocación marinera”, poco sentido tiene tener un barco. Y de otro porque, según creo, tanto el mantenimiento como los costes de amarre, etc… resultan una fuerte carga para una economía, digamos “prudente”.



Una vez que hemos dejado el puerto atrás podemos ver a nuestra derecha lo que queda de las Salinas de Berrugo. Y creo que resulta imprescindible hacer aquí una alusión a la evolución demográfica y arquitectónica de todo este litoral sur de Lanzarote
A principios del siglo XX todo este litoral contaba con tres pequeños núcleos poblacionales y de actividad. Berrugo, que se ubicaba en la parte central del litoral, en el arco que describe la costa y que va del Risco Negro hasta Punta Limones. Papagayo, que se ubicaba en la zona del mismo nombre y Bajo Montaña, ubicada en el entorno de Punta Pechiguera y la zona más baja de Montaña Roja.
A Berrugo la cita el profesor Eduardo Hernández Pacheco en su obra “Por los campos de lava”, donde describe su expedición científica realizada a Lanzarote en 1907 por encargo de la Sociedad Española de Historia Natural. En las páginas 205-207 del libro (publicado por la Fundación César Manrique) alude tanto a las Casas de Berrugo y a sus habitantes como a los de Punta Papagayo, comentando de estos últimos que “se dedican a transportar en sus chinchorros, atravesando La Bocaina, a los que de Lanzarote pasan a Fuerteventura o viceversa”.


A finales del siglo XIX Berrugo era puerto de embarque de productos agrícolas y de piedra cal y piedra barrilla. Allí trabajaba ya en 1905 como “listero” Gabino Medina un hombre que para sacar su familia adelante se fue a trabajar a las Salinas de Janubio, que las familias Cerdeña y Lleó habían comenzado a construir en 1895. Gabino empezó a traer sal desde Janubio y con la colaboración económica de su amigo y socio Ginés Díaz montó unos almacenes de sal en Berrugo, ya que disponía de algunas tierras aquí. En 1921 montaron aquí las Salinas de Berrugo, cuyos restos todavía pueden verse aquí mismo, y que estuvieron funcionando hasta 1970 aproximadamente.


Hay que decir que existen en Lanzarote diversos tipos de salinas. Tanto las de Janubio como las de Berrugo son del tipo de barro con forro de piedra, que son un claro ejemplo de la originalidad del lanzaroteño. Su creación aportó al resto de las islas todo un ejemplo de la conjugación de elementos agrícolas adaptados para poder conseguir la sal. Nacen a finales del siglo XIX con el empuje de la industria pesquera y la necesidad de conservar las especies pescadas. Las salinas de Berrugo y las de Janubio son los primeros ejemplos de esta tipología y de ahí se exportan al resto de la Isla y de Canarias. Se introducen los molinos de viento y se adaptan las canalizaciones y los cocederos consiguiéndose una mayor producción y un paisaje que une al hombre con la naturaleza.
Gabino Medina, su familia (tenía 10 hijos) y algunas familias más vivían en las llamadas Casas de Berrugo, que todavía hoy pueden verse incrustadas en medio del moderno Marina Rubicón.


A mediados de los 80 la corrupción de los políticos (algunos de ellos condenados judicialmente) y de algunos conocidos empresarios les llevó a cometer el atropello de cagarse toda la costa de Berrugo con la especulación inmobiliaria. Ello se agravó unos años después con la construcción del puerto deportivo que se llevó por delante importantes restos arqueológicos y, lo que es mucho más grave, yacimientos paleontológicos y paleoclimáticos de 130.000 años de antigüedad que existían aquí y que quedaron cubiertos por la urbanización y por el muelle según el departamento de biología de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. En ellos había una abundante y variada fauna incrustada en una arenisca clara que descansaba sobre un conglomerado de base visible en un barranco a unos 300 metros de la costa actual. Los fósiles que allí pudieron ser colectados, fueron depositados en el Museo canario de Las Palmas.
Continuando por el Paseo tropezamos con el Hotel Esperia Playa Dorada. A continuación del mismo, al otro lado del paseo, está Punta Prieta, que es uno de los brazos en cuyo interior está Playa Dorada. En el arranque de Punta Prieta hay un pequeño parque con máquinas para hacer ejercicio.


A continuación tenemos Playa Dorada, una de las playas construidas para satisfacer al turismo. Es de arena blanca y muy cómoda, pues cuenta con espigones sumergidos para evitar que el oleaje sea fuerte.


El Hotel Princesa Yaiza, uno de los más lujosos de Playa Blanca, se ubica justo en el centro de Plaza Dorada y no deja de llamar la atención por sus arquitectura blanca y llena de almenas que evocan la cultura árabe.

Una gran pared cubre el lateral derecho durante los siguientes cien metros. Contienen la tierra de algunas parcelas que aún están sin edificar. Por la izquierda, el mar en zona bastante rocosa donde existe un espigón con escaleras metálicas en las que en ocasiones he visto a algunos bañistas. A mi paso, en esta ocasión, como la marea está alta, el espigón está cubierto por el agua y solo se ve la escalera. También es buena zona para que algunos pescadores practiquen su afición.


En este punto empieza lo que durante muchos años ha sido el pueblo, propiamente dicho, de Playa Blanca, aquel que se gestó a partir de 1921 en torno al Almacén de la Sal del que ya hemos hablado más arriba.
En la punta en la que se inicia el arco que acoge la Playa del Pueblo o Playa Blanca, propiamente dicha (paya natural), está el Hotel Casa del Embajador. El origen de este hotel es curioso: está formado por varias casas de pescadores de finales del siglo XIX que un diplomático español, compró después de la II Guerra Mundial y las adaptó como un único conjunto para residencia propia. Cuando llegaron los primeros visitantes a Playa Blanca algunos convencieron al diplomático para que les alquilase alguna de las habitaciones, cosa a la que accedió. Tras su muerte, compró la propiedad un empresario que lo convirtió en el hotel que es actualmente.


Aquí empieza la parte del paseo con una vida más vertiginosa. A un paso de este punto, subiendo por el lateral del Hotel Casa del Embajador, está la iglesia parroquial de Playa Blanca y todo lo que es el casco más antiguo del pueblo.
En el paseo hay multitud de restaurante de todo tipo ya nacionalidad; tiendas de regalo, de curiosidades… Es un ir y venir permanente de turistas.



Los siguientes metros de paseo todo es un ir y venir de personas y una sucesión continua de tiendas.
Tengo que indicar que, paralela al paseo, pero por la parte de arriba de las casas que tenemos a nuestra derecha, está la famosa calle Limones, calle eminentemente comercial que tiene tanto o más trasiego de personas que el propio paseo y que no puede dejar de pasearse.
Las tiendas y restaurantes terminan en el punto en que queda a la vista el puerto de Playa Blanca. Aquí atracan y de aquí parten los ferrys que van a Fuerteventura, Las Palmas, Santa Cruz de Tenerife, etc… pero es sobre todo a los primeros a los que puede verse, varias veces al día, en su ir y venir permanente a  Corralejo, en la isla vecina.
También podremos ver atracados algunos yates pequeños y barcas de pescadores.




Pasamos el Puerto cruzando la carretera a través de la que los coches llegan al punto donde pueden embarcar en los ferrys. Y entramos en una zona de puro paseo marítimo, sin tiendas y sin cafeterías más que en algún punto muy concreto. Para mi es, junto con la primera parte que hemos visto, la más apacible.
Desde aquí, si miramos hacia atrás, podemos ver de fondo el Monumento Natural de los Ajaches donde sobresalen Acha Grande y la Atalaya de Femés y, en medio de ambos, Pico Redondo y el Pico de la Aceituna. Los cuatro ascendidos por mi y de los que puedo asegurar que no representan mayor ni esfuerzo ni entrañan peligro alguno. Siempre, por supuesto, actuando con una elemental prudencia. A la derecha de todos ellos, Acha Chico.

Pocos metros más allá estaremos en Punta Limones, una de las cuatro “Puntas” que tiene todo el litoral sur de Lanzarote. En ella se encontraba, cuando hice yo esta ruta, el Hotel Iberostar, un soberbio complejo hotelero con unas vistas privilegiadas al mar.


En cuanto avanzamos un poco más queda ante nuestra vista Playa Flamingo, otra playa creada artificialmente y que es para mi, excepción hecha de Playa Mujeres y la Playa de los Pozos, la mejor de toda Playa Blanca, si bien supera a aquellas dos en belleza y en dotación de infraestructuras. También he de confesar que para mí la más cómoda, pues esta era la playa que quedaba más cerca de mi casa en Playa Blanca. Al atardecer se pueden obtener unas fotografías magníficas en este lugar.






A la salida de Playa Flamingo el paseo tiene una cuesta arriba casi al final de la cual, a la izquierda, mirando al mar, hay una antigua construcción que no he podido averiguar exactamente que es. Por su estructura y ubicación parece un antiguo puesto de observación del estrecho de La Bocaina.


Tras ello, el paseo desciende suavemente. Todo lo que tenemos a la derecha son las magníficas instalaciones del Hotel Timanfaya que pueden contemplarse desde el paseo.




Para finalizar el paseo solo nos queda bajar hasta donde termina el Hotel Timanfaya. Desde ese punto se puede continuar todavía por el Paseo Marítimo hasta llegar a 200 metros del Faro de Pechiguera. El paseo propiamente termina a 200 metros del Faro, pero se puede seguir andando, sin ningún tipo de obstáculo, por una superficie de tierra.
Para quien quiera ver cómo continúa el paseo hasta el Faro, recomiendo ver mi entrada en el blog:


Y quien quiera verlo en Wikiloc, aquí:



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