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Fuimos pronto a la cama, pues queríamos
echarnos al camino a buena hora. El refugio es francamente bueno y hemos podido
descansar a gusto.
Se nos presenta una jornada
relativamente larga, de poco más de 21 kms., con un desnivel de más de 1.000
metros, de los que más de 700 se concentran en 3,4 kilómetros de recorrido, es
decir, más de un 20% de desnivel.
Lo positivo de la jornada es que toda
la mitad final del recorrido es cuesta abajo.
El refugio está ubicado entre el Barranquet
de las Inglatas y las Planas de Costadué. Entre uno y otro
está el Campo de las Inglatas, atravesado por el río Cinca que, nacido en
el Ibón
de Marboré o Lago de Pineta, recorre íntegramente
el Valle
hasta llegar a Bielsa, desde donde continúa su curso por el Valle
de Bielsa, cuya anchura, en todo su recorrido, no suele sobrepasar los
500 metros y está rodeado por alturas que sobrepasan ampliamente los 2.000 m.
así que se produce una sensación de angostura que sobrecoge e impresiona.
El valle es un buen ejemplo de artesa
glaciar, con el típico perfil en U. Esta forma es así por el gran
arrastre de materiales que se produce cada año con los deshielos y los
canchales que se ven en las paredes rocosas y se generan por la contracción que
sufren con el hielo-deshielo entre el día y la noche rompiendo las rocas.
Al salir del refugio quisimos seguir
las indicaciones para buscar el sendero, tarea nada fácil dado que el río, en
su recorrido por este punto, no deja vestigio alguno de por donde pudiera ir el
sendero. En todo caso, sabíamos que debíamos caminar en dirección al fondo del
valle, donde el Pico de Pineta y Punta Forcarral ofrecían sus cuerpos
a los primeros rayos del sol de la mañana.
Tras un rato de despiste, caminando en
la dirección correcta, pero haciéndolo por entre una gran cantidad de cantos
rodados —de buenas dimensiones— que conforman el cauce del Cinca, decidimos subir a
la carretera, paralela al cauce, y continuar por allí. Lo hicimos justo en el
lugar en que el Barranco de los Sacos desemboca en el Cinca, donde existe un
pequeño puente que salva el cauce del agua que baja por el barranco y que nos
facilitó pasar al otro lado.
Seiscientos metros más adelante nos
encontramos con la Ermita de Nuestra Señora de Pineta. Es una construcción de
planta rectangular y ábside recto, orientada hacia el este y rematada con una
espadaña de doble cuerpo.
Cuenta la tradición que la Virgen se
apareció a un pastorcillo en la cima de un pino, en un lugar conocido como La
Balle Berde, lugar en el que se edificó la ermita. Cada año, cuando se
celebra una romería en el mes de septiembre, los lugareños que asisten, y al
son de una gaita aragonesa, realizan un baile característico del Valle
de Bielsa: el Chinchecle.
Unos pocos metros más allá (aunque nos
conformamos con verlo desde aquí), está el Parador Nacional de Turismo de Bielsa,
justo a las espaldas de la Ermita.
Delante de la Ermita hay una fuente y,
entre una y otra, arranca el camino de subida que ha de llevarnos hacia los Altos
de la Larri y que discurre en medio de un profundo hayedo. El sendero
está bien marcado y no tiene pérdida, aunque es de firme irregular con
bastantes piedras sueltas.
Cuando estamos llegando a los Altos
de la Larri nos encontramos con la pista que sube desde fondo del Valle,
que cruzaremos.
En este punto sufrimos un pequeño
despiste pues en vez de pasar por junto al Refugio de la Larri y continuar el
ascenso desde ahí, lo hicimos por detrás y nos costó unos minutos retomar el
sendero, que tiene la señalización un poco deficiente, lo que contribuye al
despiste.
A partir de aquí nos enfrentamos al
máximo esfuerzo de la jornada, pues tenemos delante de nosotros kilómetro y medio
con, nada menos, que un 30% de desnivel, ya que tendremos que salvar 450 metros
en 1.500 de recorrido hasta alcanzar el Collado de la Ribereta (1.995
metros).
Una vez en el Collado nos admiramos al
ver que se goza de unas vistas sencillamente espectaculares. La belleza del
lugar y de todo a cuanto alcanza la vista nos hace sentirnos eufóricos. Y nos
hacemos la inevitable foto: con el Pico de Pineta a nuestra izquierda
(derecha de la foto) y el Macizo de las Tres Sorores (o Treserols)
a nuestra derecha (izquierda de la foto).
Pepe nos saca a Jose y a mi con el Monte
Perdido, el Cilindro de Marboré y el Pico de Pineta a nuestras espaldas.
Llaman la atención, detrás nosotros y a
nuestra derecha (izquierda de la foto) las cascadas de Pineta, en las que bajan
las aguas del agonizante glaciar del Monte Perdido.
Ciertamente nos impresiona ver, desde
aquí, la tremenda bajada que hicimos ayer desde el Collado de Añisclo hasta el
Campo
de las Inglatas. Pepe me saca una foto señalando el
punto desde el que comenzamos el descenso.
El panorama que se ve es fenomenal.
Toda la otra vertiente del Valle y el fondo del mismo, con las
cumbres más emblemáticas, de izquierda a derecha y bajo ellas y entre ellas, el
Balcón
de Pineta.
Del panel informativo existente en el
lugar, tomo el siguiente texto:
El paisaje
glaciar de la cara norte del macizo del Monte
Perdido es uno de los más bellos y alpinos de toda la cordillera de los Pirineos. Sin embargo, no deja de ser
ya un humilde testigo de los hielos que cubrieron las laderas y valles en el
periodo Cuaternario. Situado entre
las cotas de 2.700 y 3.170 metros, esta masa glaciar cuenta con 45 metros de
espesor y una superficie cercana a las 45 hectáreas.
Las
fotografías los primeros pirineístas que recorrieron las alturas de la
cordillera son, hoy en día, un fiel testigo de cómo el hielo de esta blanca y
resplandeciente masa móvil ha sufrido una espectacular regresión a lo largo de
los últimos cien años. Según los relatos del conde Henry Russell en su libro “Recuerdos de un montañero”, el texto
más célebre del pirineísmo, este conjunto de montañas sufrieron a principios
del siglo XX intensas precipitaciones y fuertes nevadas que propiciaron un
crecimiento importante de la masa helada. Los dibujos de Schrader nos muestran cómo la masa gélida de la cara norte del Monte Perdido descendía hasta el mismo Balcón de Pineta. Y se calcula que, en
1953, el glaciar descendía hasta la cola de los 2.550 metros de altitud, es
decir, 150 metros por debajo de su límite inferior actual.
Pero a
causa del retroceso del glaciar experimentado en toda Europa, las bellas cascadas y seracs que unían los distintos pisos
han desaparecido en la actualidad, quedando hoy el glaciar segmentado en dos
unidades diferentes: la masa de hielo de la
terraza superior y la de la inferior.
Absolutamente satisfechos con la
maravilla que nos han llenado los ojos y el corazón, comentamos lo fantástico
que sería poder quedarnos por aquí, instalados con tiendas para pasar unos días.
Volviendo a la realidad, continuamos el
camino, encontrándonos vacas y caballos pastando. También pudimos observar, en
la distancia, algunas marmotas que tenían sus refugios aquí, en las alturas. He
de confesar que, la distancia desde las que les sacamos las fotos hicieron que
éstas dejaran bastante que desear, pero las incorporo como testimonio de que
las marmotas están ahí.
Estos animales abundan por esta zona y
pudimos observar que tienen el campo horadado, desapareciendo por unos agujeros
y apareciendo por otros. Nos dio la impresión de que se avisan unas a otras,
con un sonido característico, del paso de senderistas pues asoman, curiosas,
para vernos pero al menor gesto por nuestra parte de acercarnos, desaparecen
para volver a aparecer un poco más allá.
Estamos recorriendo la Plana
de la Estiva (hemos encontrado otra denominación: Plana dels Corders, o de
los Corderos). Son unos prados preciosos desde los que volvemos a tener
unas vistas privilegiadas: al otro lado del Valle de Pineta vemos,
ahora mucho más cerca, gracias a la altura, las Tres Marías con
la Suca a su derecha y el Collado de Añisclo que atravesamos
ayer para descender al valle, casi fuera de la foto
Y, por nuestra izquierda, la Estiva
y la Sobrestiva
y, detrás de ellas (aunque queda oculto) el Pico del Chinipro)
Seguimos por la pradera hasta llegar a
las inmediaciones del Pico de la Estiva. En este punto el
sendero del GR-11 se cruza con la pista que sube desde el Valle de Pineta y que,
trazando unas curvas, se acerca al Refugio de la Estiva, un poco más
arriba y semi oculto por una colina. Decidimos apartarnos levemente del trazado
del GR-11 solo por dar un vistazo al refugio, que alcanzamos a ver sin necesidad
de coronar la pequeña colina.
Aquí tuvimos la anécdota simpática del
día. Cuando bajábamos, desde las inmediaciones del Refugio y por la pista,
para tomar de nuevo el sendero del GR-11 y adentrarnos en Plana Fonda, Jose
iba delante mientras Pepe y yo nos entreteníamos con las
fotos y charlando fraternalmente. En un momento determinado, una señora, en
torno a la cincuentena, y que venía en un 4x4 detuvo el coche a la altura de Jose
y se puso a charlar con él. Le veíamos en charla animada y, al llegar a su
altura, se despidió con presteza y continuó caminando con nosotros. Luego nos
contó que la señora se había ofrecido a bajarle en coche hasta Bielsa,
enseñarle la población y hasta a cenar, si le apetecía. Pepe y yo empezamos a
bromear a cuenta de la anécdota sobre el irresistible atractivo de Jose
y la oportunidad perdida de un ligue pirenaico al declinar tan amable
ofrecimiento.
Continuamos en la parte que a mí,
personalmente, más me gustó de todo el recorrido de hoy y, si me apuras, de
todas las jornadas pirenaicas de esta ocasión: el recorrido de Plana
Fonda, o Plana Honda. Es el kilómetro y medio que va desde el lateral
del Pico
de la Estiva (donde se deja la pista a la que aludía antes) hasta
llegar al Collado de las Coronetas y cuenta con una anchura de entre 50 y
100 metros. La razón de mi arrobamiento al recorrer esta zona estuvo en la paz
sublime que se respira en todo su recorrido, el absoluto recogimiento de la
Plana, pues por la derecha tiene toda la cuerda de la Sierra de Espierba,
paralela en todo su recorrido y de entre tres a cinco o seis metros más alta
que el fondo de la Plana, por la izquierda la formación rocosa en que se
asienta el Pico de Petramula y al fondo el Comodoto y la Punta
de la Estiveta.
El resultado es un vallecito,
absolutamente verde cuando lo recorrimos y de un silencio maravilloso. Quedé
prendado del mismo.
En estas fotos se observa el punto en
que empieza Plana Fonda: estamos justo sobre le última parte de pista. A la
derecha de la foto, la cuerda de la Sierra de Espierba y a la izquierda
sobresalen, sucesivamente, Petramula, Comodoto y, en el centro,
la Punta
de la Estiveta.
Cuando llegamos al fondo del vallecito
y hemos de abandonarlo, no puedo dejar de mirarlo, con profundo cariño, con la
tristeza de pensar que, muy probablemente, no pueda volver a tenerlo nunca
delante de mis ojos.
Hemos llegado a la Collada de las Coronetas.
Inicialmente creíamos que la Collada, es decir, el paso, iba a
estar entre el Comodoto y la Punta de la Estiveta, pero nos
equivocamos. Hay que pegarse a la izquierda, a la pared del Pico
Petramula que, quedando a la izquierda y sobre nuestras cabezas iremos
rodeando en suave ascenso para superar 100 metros de desnivel en 700 de recorrido.
Tanto el Comodoto como la Punta de la Estiveta irán quedando a
nuestra derecha
Pasada la Collada llegamos a la Plana
de Petramula, que se extiende a los pies de la cara norte del Comodoto.
El sendero se manifiesta en la hierba pisada, que seguimos con facilidad.
El sendero nos conduce hasta el Barranco
de Petramula que aquí ya, según creo, toma el nombre de Río
Real, que llega hasta Parzán
donde desemboca en el Río Barrosa.
Llámese todavía Barranco de Petramula o Río
Real, a Jose le dio lo mismo, porque decidió darse un baño y, sin
pereza alguna, se da una buena zambullida. Yo, menos atrevido, no me atrevo a
llegar más allá de mojarme los pies y con eso y todo siento el gua como si
fuera una cuchilla. Pepe, por su parte, pretexta que alguien tiene que quedarse
seco para hacer las fotos y dice que él se “sacrifica” por nosotros.
Poco más allá del lugar del baño, un
puentecillo ayuda a cruzar el pequeño cauce para pasar al camino que lleva a
las antiguas Minas de Parzán, de donde se extraía plomo y plata, que
conocieron su máximo esplendor en el siglo XVI y, según leo, las rejas de El
Escorial se forjaron con hierro de estas minas que fueron cerradas
definitivamente en 1970.
Junto al puentecillo hay también un
panel informativo.
A partir de este punto nos quedaba lo
fácil, pues todo era bajada; primero por pista de tierra y casi al final algo
de carretera. Eso sí: 10 kilómetros.
Las vistas del Barranco de Petramula (o
del Río
Real)
son realmente magníficas.
La cara norte del Comodoto, que hasta ahora
había permanecido oculta para nosotros, es impresionante.
Enseguida empezamos a ver algunas “bordas”
de pastores. La primera muy por debajo del sitio por donde va la pista.
La siguiente junto al camino, lo que
nos permite acercarnos a ella y, como está abierta, ver su interior
Enfrente de nosotros, al fondo, detrás
de Parzán,
Punta
Fulsa (o Fuesa), absolutamente impresionante con sus 2.866 metros.
Detrás de ella se encuentra el Ibón de Urdiceto.
Como el
camino es todo pista, vamos rápido. Se hace pesada tanta pista. Yo estoy
acostumbrado a este tipo de terreno y lo hago mejor, pero a Pepe y Jose les aburre soberanamente. Ellos están más acostumbrados
a otro tipo de terreno, bastante más escabroso que una simple pista. ¡¡Al menos
aquí puedo ir delante de ellos!!
Sin darnos
cuenta llegamos a Chisagüés,
un pueblo que apenas cuenta con 20 vecinos, algunos de ellos únicamente de
fines de semana.
De Chisagüés a Parzán hay apenas 3 kilómetros, y todo carretera. Los
últimos son un contínuo zig-zag del que podemos evitar el último tramo bajando
por un camino, no apto para vehículos, que va, recto, con lo que llegamos a
destino cansados y con deseos de reposar para la jornada que nos espera mañana.
Precioso recorrido.
ResponderEliminarGracias por compartirle.
Gracias a ti por tu comentario y por leer la crónica, Manuel.
EliminarUn saludo.