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Nos hemos hospedado en el Hostal-Restaurante
La Fuen, justo donde empieza Parzán viniendo desde Bielsa;
muy cerca (pero al otro lado de la carretera) de la gasolinera que hay en el
pueblo. Limpio y suficiente para lo que necesitábamos.
La ruta de hoy tiene un desnivel de
1.300 metros que se salvan en los 12 primeros kilómetros de recorrido, lo que
lo convierte en un desnivel cómodo, y mucho más lo va a ser por el magnífico
paisaje que iremos viendo.
Nada más pasar la gasolinera de Parzán
y justo enfrente de una tienda de recuerdos que visitamos ayer por la tarde, un
hermoso crucero con un crucificado por un lado y una virgen por el otro.
Y unos pocos metros más allá, una
visión más de conjunto de Parzán con la espléndida vista del Pala
de Montinier (2.317 mts.) al fondo y ya iluminado por los primeros
rayos del sol.
Seguimos la carretera, en dirección a Francia,
durante kilómetro y medio hasta encontrarnos una señal, a la derecha de la
carretera, que nos invita a abandonar la misma para, cruzando el Río
Barrosa por el Puente de Pocilcas, internarnos en
el Barranco de Urdiceto.
Nada más pasar el Puente de Pocilcas, a
nuestra izquierda, podremos ver la Central de Barrosa, un sencillo
edificio de una sola planta delante de la que dos indicadores nos señalan la
dirección a seguir al Lago de Urdiceto por la Senda
Pirenaica.
En cuanto empezamos a subir tenemos
ante nosotros una bella imagen: debajo de nosotros el Río Barrosa que acabamos
de cruzar y, un poco más allá, Parzán todavía en la sombra. Y
detrás, como telón de fondo, el Pico del Cuezo, donde termina la Sierra
de Esperba.
El camino discurre entre pinares y es
una ascensión continua, cómoda para quien esté habituado a caminar. Algún
repechón algo más duro, con zig-zag que ayudan a ganar altura cómodamente.
A nuestra izquierda vamos dejando el Cubilar
Alto de Mener, que se presta a alguna fotografía.
Pasamos junto a las Bordas
de Puyales, sin acercarnos, conformándonos con ver alguna de lejos y
fotografiarlas.
En el Pirineo se llama “borda”
a las edificaciones empleadas para resguardar el ganado, o para almacenar el
pasto o el pienso que sirve de comida para el mismo.
También se llama “borda” una casa de
ganaderos, en contraposición a la “masía”, que es la casa de los que se
dedican al cultivo de la tierra.
Durante todo el trayecto, a nuestra
derecha el Barranco de Urdiceto, que nos provoca insistentemente para
sacar alguna foto de las aguas que bajan, rápidas, a verterse en el Río
Barrosa.
Cuando estamos a punto de llegar a la Central
de Urdiceto echamos la vista atrás para contemplar, encantados, el
camino recorrido: el conjunto de La Estiva a la derecha, con el Pico
Mener y, por la izquierda, el Buixin y en medio de ambos el Barranco
de Urdiceto, por el que cabalga, en trote ligero hacia abajo, el
tendido eléctrico pegado al camino.
Cuando llegamos a la proximidad de la Central,
el Barranco
de Piedra aparece por nuestra derecha. En ese punto se inicia un camino
de acceso a las instalaciones de la Central, cerrado para el turista
(como es lógico) que ha de conformarse con ver las instalaciones desde aquí y
seguir caminando para ir dejando a nuestra derecha los edificios de la Central.
Unos pocos metros más y alcanzamos el
muro de la presa, dándonos cuenta de que el embalse no es demasiado profundo,
seguramente porque cuando quieran producir energía no tienen más que soltar
agua desde arriba, del Ibón de Urdiceto, ya que el mismo y
esta presa están conectados por una tubería que baja desde allí trayendo el
agua que quieran soltar. Por algún plano que he visto, la entrada de dicha
tubería está en el punto que señalo con una flecha amarilla.
Dejando atrás el embalse, seguimos
avanzando y ya vemos, vigilándonos desde lo alto, el Pico de Urdiceto o de
las Tres Huegas y, a la derecha, el Paso de los Caballos por
donde pasaremos en breve.
Continuamos la subida, no sin echar de
vez en cuando la vista atrás para contemplar el bellísimo espectáculo que nos
depara la altura desde donde ya estamos. Al fondo se ve, con toda nitidez, el Macizo
de las Tres Sorores por el que anduvimos anteayer.
Cuando estamos al pie del Urdiceto,
antes de llegar al Paso de los Caballos, nos encontramos, clavadas en la pared de
piedra, unas señales que nos señalan el Puerto de Urdiceto y el acceso,
desde el mismo, a la Red de Senderos Franceses. No
teníamos previsto más que seguir adelante, pero nos planteamos la posibilidad,
ya que estamos aquí, de acercarnos al Puerto.
Pepe y Jose
dejan la decisión en mis manos y yo no me lo pienso. Total, van a ser un par de
kilómetros más y creo que merece la pena “pisar Francia” en este Puerto.
En la ladera se ve claramente marcado
el sendero, por lo que nos lanzamos decididamente a la conquista del País
vecino.
Y las vistas del Barranco de Urdiceto,
desde el sendero, es estupenda.
Coronar el Puerto nos produce una
enorme satisfacción. Estamos en la mismísima frontera entre España y Francia.
En el lugar hay una placa en granito pulido junto a la que nos fotografiamos
teniendo de fondo todo el Macizo de las Tres Sorores. Se
distinguen con claridad, las Tres Marías, La
Suca, Añisclo o Soum
de Ramond, Monte Perdido, el Cilindro de Marboré y otros más
cercanos, a la derecha, que creo que son el Pico Hércules y La
Mota. Todo un espectáculo con el que nos deleitamos.
Por el lado francés vemos La
Montagne de la Plagne (en la foto, detrás de Jose) y más allá, Punta
Caballero o Pic de Caurère (2.899 mts) para los franceses.
En el lado español vemos, mirando en la
dirección en que seguiremos caminando, la pared de la presa hecha en el Ibón
de Urbiceto, al objeto de dar a dicho lago natural una mayor capacidad
de embalsamiento y, detrás, a la izquierda según miramos la Punta
Suelza (2.972 mts) y, a la derecha, Punta Fuesa (2.866 mts).
Y también podemos ver, a la derecha de
esta foto, Peña Blanca (2.685 mts) detrás de la Tuca Montarruego (2.626
mts).
Cuando bajamos del Puerto para continuar,
decidimos continuar por la pista de tierra (habilitada para vehículos) que
lleva hasta el Ibón en vez de bajar, otra vez, al sendero por el que veníamos.
Franqueamos el Paso de los Caballos y
nos planteamos si recorrer los trescientos o cuatrocientos metros que nos
separan de la represa del Ibón de Urdiceto. Nos desanima a
hacerlo el ver treinta o cuarenta chavales (luego supimos que eran
checoslovacos) que estaban comiendo por allí. Decidimos, pues, quedarnos en el Refugio
y comer tranquilamente sentados en un madero que, colocado sobre dos grandes
piedras, nos sirve de banco y teniendo, como telón de fondo, el Pico
de Urdiceto.
Mientras comíamos desfilaron ante
nosotros la treintena larga de checos que nos miraban como diciendo “¡Qué buen
sitio han cogido estos para comer!” a la vez que, algunos, saludaban con la
cabeza, en tanto que nosotros, con la boca llena, nos limitábamos a asentir con
la cabeza ante el saludo.
Cuando terminamos el almuerzo nos
pusimos de nuevo en camino recorriendo el sendero por la zona llamada La
Solana, teniendo a nuestra derecha el Barranco de Sallena y, al
otro lado del mismo, Punta Suelza, mientras que, muy a lo
lejos, podíamos ver el Macizo del Posets, en el que
destacaban el Pico de los Gemelos, el Pico Espadas y el Tucón
de Royo, hermosísimos.
Antes de iniciar la fuerte bajada al Barranco
de Montarruegos pasamos por El Cau, fácilmente identificable por
unas rocas convertidas en pedreras, seguramente por la acción de los elementos
atmosféricos.
Al iniciar la bajada al Barranco
de Montarruegos vemos, a lo lejos y en fila india, a los
checos.
Les digo a Pepe y Jose que, probablemente, también
vayan al Refugio de Viadós y no se me ocurre más que proponerles meter
caña, tratar de alcanzarlos y sobrepasarlos y llegar antes al refugio para
poder ducharnos a gusto sin tener que esperan que lo haga esta treintena de
compañeros de camino.
Mi propuesta les parece bien y
empezamos a bajar rápido.
EL “CONFLICTO INTERNACIONAL”
En la bajada del Barranco de Montarruegos,
en un momento dado hay que pasar al otro margen del mismo. Poco después hay una
zona con muchos árboles donde los checos se habían detenido a
descansar y tomar algo.
Cuando ya los tenemos a la vista nos
damos cuenta que se están aprestando para continuar el camino, por lo que
aceleramos ligeramente el paso procurando que no se notasen nuestras
intenciones.
Sin embargo, algunos de ellos se dieron
cuenta enseguida y, a la vez que se calzaban las mochilas y cogían sus bastones
con rapidez, escuchamos cómo apremiaban a sus compañeros para levantarse y
caminar antes de que llegásemos.
En este momento la situación se volvió absolutamente
loca: nosotros aceleramos para tratar de pasarlos y algunos de ellos intentaron
evitarlo. Pero para cuando quisieron reaccionar, Pepe ya había llegado a
su altura y sobrepasó al grupo. De ellos, dos o tres de entre los más
espabilados corrieron tras Pepe mientras yo sobrepasaba también
al grueso del grupo (aunque no a los que seguían a mi hermano).
Les escuchamos gritar en su, para nosotros,
ininteligible idioma, lo que sin duda alguna era una voz de alarma para que
aquellos tres viejos no les “mojaran la oreja”.
Aquello se convirtió en una descarada
competición de “a ver quién corre más y llega antes”. Pepe llevaba un paso
endiablado que, solo con dificultad, le mantenían los tres checos. No corría, no,
pues había que mantener las apariencias de que solo caminábamos, pero su paso
se parecía más a una “marcha atlética” que a un plácido
deambular por el campo.
En un momento dado Jose pasó por mi derecha
volando—literalmente— pues, como si llevara puestas las botas del Ogro del cuento
de Pulgarcito
(de Perrault)
“a
cada paso que daba, siete leguas avanzaba”. Aquello, como digo, no era
correr, sino volar. Un desmadre total.
Yo me quedé el último del grupo de
cabeza: Pepe delante, al que le seguían los tres checos. Jose
a continuación que, con el ritmo que llevaba, se puso enseguida a la altura de los
checos a los que, sin embargo no podía adelantar dado lo estrecho del
sendero. Yo el sexto de este grupo de cabeza, corriendo todo lo que podía y
procurando no tropezar y caerme. Y a una considerable distancia de mi, mucho
más atrás, otros tres o cuatro checos que no habían logrado coger
el ritmo.
Los checos, de vez en cuando,
volvían la cabeza atrás y gritaban demandando la presencia de más compatriotas.
Pero sus amigos se habían quedado clavados al verse sobrepasados por estos viejos-fórmula-uno.
Tras unos cinco minutos, o poco más, de
alocada carrera en los que recorrimos el kilómetro y medio de sendero estrecho,
pedregoso, mal delineado y lleno de ramas y matas que nos separaban de las
aguas del Barranco de la Basa, los tres checos se dieron por
vencidos al ver que ni uno solo de sus compañeros les seguía y, tras vadear las
aguas del citado Barranco, lugar donde comienza la empinada
cuesta que lleva a Las Colladas, se quedaron parados dándose por vencidos. Sus
caras mostraban sorpresa pero, sobre todo, incredulidad.
Nosotros tres subimos la cuesta a un
ritmo todavía endiablado y solo nos detuvimos al llegar a Las Colladas y ver que ya
no había competición, que habían desistido.
Al ser conscientes de que habíamos
vencido en esta alocada competición, la sensación de “euforia patriótica” nos
invadió a Pepe, a Jose y a mi y ya no recuerdo si
comenzamos a lanzar gritos de “¡¡Santiago y cierra España!!” o qué
otra cosa, lo que sí recuerdo perfectamente que nos sentimos vencedores y,
sobre todo, tremendamente divertidos.
Desde que empezamos a marchar a todo
ritmo no habíamos podido hacer ni una foto. Ahora, en Las Colladas, teníamos
todo el Macizo del Posets delante de nosotros
Ahora todo es bajada, discurriendo el
sendero entre pinares. En poco más de un kilómetro alcanzamos las Bordas
de Lisiert y en un par de kilómetros más, muy cómodos de caminar,
llegamos a orillas del Río Cinqueta, por cuyo margen
caminamos durante un trecho
A partir de este punto todo vuelve a
ser subida durante los algo más de dos kilómetros que nos quedan hasta llegar
al Refugio
de Viadós al que accedemos por detrás, por un sendero en zeta que nos
evita dar el rodeo que hace el camino, más amplio, de subida que utilizan los
coches.
El Refugio es cómodo y suficientemente
dotado, teniendo las duchas y aseos en edificio aparte.
Tras alojarnos, ducharnos y proveernos
de unas cervezas, pudimos disfrutar, a satisfacción, de las vistas del Macizo
del Posets y de las Bordas del Viadós que, en espectáculo
impresionante, quedan justo delante del Refugio.
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