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Organizada por el Club La Vereína y
realizada el sábado 19 de octubre de 2013.
Se nos presentó un día con abundancia
de nubes, niebla en cuanto alcanzamos altura, algo oscuro y frío, aunque esto
último no tuvo especial importancia porque el esfuerzo nos hizo entrar pronto
en calor: 21,5 kilómetros de recorrido y un desnivel del 10% en los 9 primeros
kilómetros de recorrido.
Como peculiaridad, señalar que hicimos
la ruta al revés, es decir, empezamos en Jarandilla de la Vera y terminamos
en Jerte, ya que al llegar al Puente Nuevo, o Puente de Carlos V nos
dirigimos directamente a Jerte, en lugar de haber girado a la
derecha para ir a terminar en Tornavacas.
Como la ruta conmemora el último viaje
de Carlos
V por tierras extremeñas, me ha parecido oportuno insertar las
siguiente notas de corte histórico.
El 8 de agosto de 1556, Carlos
V abandonó definitivamente Bruselas emprendiendo su viaje de
retiro a Yuste. Acompañado por una escolta de unas 50 naves, llegó a
España y, en concreto, a Laredo, en la costa cántabra (en cuyo puerto un busto
del Emperador recuerda su paso por allí), el 28 de septiembre después de un
complicado viaje debido a las inclemencias del tiempo. Al día siguiente de
tocar puerto, el 29 de septiembre de 1556, se desató un gran temporal que
provocó que, en el mismo puerto de Laredo, una de las naves se fuera a pique
con 80 tripulantes.
El 5 de octubre el Emperador emprendió
su ruta hacia Yuste y la comitiva, compuesta por 150 personas hubo de ser
dividida en dos, ya que no en todas partes era posible alojar un séquito tan
numeroso.
Después de un recorrido de casi 95
leguas (unos 550 kilómetros) y tras pasar por diversas poblaciones de
Cantabria, Vizcaya, Burgos, Palencia, Valladolid, Salamanca y Ávila, llegó desde
El Barco de Ávila a la provincia de Cáceres, donde entró por Tornavacas y desde
allí se desplazó (era llevado en silla de manos y, en ocasiones, a cuestas por
gente del lugar) a Jarandilla de la Vera, donde llegó el 12 de noviembre de
1556, alojándose en el castillo de los Condes de Oropesa (actual Parador de
Turismo) hasta que su palacio en Yuste estuviera terminado. Concluidas las
obras continuó viaje hasta Cuacos de Yuste, teniendo que pasar por el Puerto de
las Yeguas, el punto más alto de todo el recorrido (1475 metros) y, desde Cuacos
y a menos de dos kilómetros, al Monasterio de Yuste, donde llegó el 3 de
febrero de 1558, es decir, año y medio después de iniciar su viaje.
En el Monasterio vivió poco más de
siete meses, pues falleció en el mismo, de un ataque de paludismo, el 21 de
septiembre del mismo año de 1558.
El autobús nos dejó, cerca ya de las 10
de la mañana, en el Restaurante San Valentín, en la EX-203, junto al río Garganta
del Jaranda, donde dimos cuenta de un desayuno (a todas luces excesivo,
pero divertido) que comprendía, entre otras cosas, huevos y pimientos fritos
con migas, de las que dimos cuenta con alegría y poca cabeza, porque las
dichosas migas (riquísimas, por cierto) a algunos luego nos pasaron factura,
dado que su digestión no es lo más recomendable para una ruta como la que
íbamos a hacer. Pero, ¡qué diablos!, mereció la pena.
Terminado el desayuno, salimos del
restaurante y nos dirigimos al Puente de la Serradilla, para cruzar
el Garganta
del Jaranda.
Dejando a nuestra izquierda el Camping
del mismo nombre (Jaranda), tomamos, también a la izquierda el Camino
de San Francisco que, en ligera cuesta arriba, nos llevará hasta una
charca artificial.
Nada más pasar la charca indicada,
hemos de tomar un camino que sale a nuestra izquierda y que, en leve descenso,
nos llevará otra vez hasta el Garganta Jaranda.
Nos encontramos de nuevo con el Garganta
Jaranda, que cruzaremos a través del Puente de Palos.
Y ya comenzamos la subida por el lugar
de los Parrales Altos, subida que no terminará hasta que coronemos el Puerto
o Collado
de las Yeguas.
Cruzamos la carretera que lleva a Guijo
a Santa Bárbara y serpenteamos, colina arriba. Ninguno nos percatamos
que cruzamos la antigua Colada del Santo Nuncio, de la que
apenas queda vestigio alguno.
Pasamos
por el paraje denominado Los Vínculos, que es un precioso
bosque de robles, con el piso cuajado de helechos que, por la época en que
estamos, ofrecen un fantástico color rojizo.
Un poco más allá llegamos a una zona
donde la subida cede, convirtiéndose en un pequeño llano desde el que gozamos
de unas vistas espectaculares de Jarandilla y todos sus alrededores.
Sin nubes sería espectacular, pero las nubes que tenemos hoy contribuyen a que
el espectáculo merezca realmente la pena.
También localizamos en el valle, un
poco más a la derecha, Aldeanueva de la Vera más cerca de
nosotros y Cuacos de Yuste un poco más lejos.
Mientras comenzamos la pequeña bajada
hacia la Garganta del Yedrón vamos dejando a nuestra derecha El
Piquito, de casi 1.300 metros de altitud. La Cuerda del Rayo, que va
desde El Piquito hasta La Cruz del Fraile, unos mil metros
más allá, queda fuera de nuestra vista a consecuencia de las nubes.
Estamos disfrutando de un entorno
soberbio, diverso, en el que la cuesta arriba ha predominado en todo momento lo
que ha provocado que, a buena parte de nosotros, se nos haya pasado el frío de
primera hora y nos hayamos despojado de algunas prendas.
Alcanzamos la Garganta del Yedrón cuyo
cruce, con el pequeño arroyo del mismo nombre que discurre por ella, no supone
dificultad alguna.
A partir de este punto comenzamos a
subir la falda del Canchillo Empinado (1542 metros) a través de un sedero que hace
zig-zag y al llegar a una de las curvas nos encontramos con la Fuente
del Beato, de cuya existencia nos percatamos por el cartel indicador
que hay allí porque, de otro modo, nos hubiera pasado desapercibida.
Toca dar el último empujón a la subida.
Estamos llegando al punto más alto de la ruta, el Puerto o Collado
de las Yeguas, que permite pasar entre el Canchillo Empinado, de
1542 metros, y su vecino, a nuestra izquierda, de 1522.
La niebla, espesa, hace su aparición,
privándonos de las vistas que, según los que ya han hecho esta ruta otras
veces, son preciosas.
Hemos de conformarnos con lo que vemos
y con el hecho de haber terminado la subida.
Chus quiere que, además,
quede constancia de que él estuvo aquí.
Una rápida bajada, con un desnivel del
10%, nos hace llegar, en apenas 800 metros, a la Garganta del Hornillo,
que atravesamos por un puentecillo de factura moderna y sin ningún tipo de
protecciones laterales, pero es lo suficientemente ancho como para que no
suponga ningún peligro a menos que vayas haciendo el tonto.
En realidad, y según todos los planos
que he podido ojear, el puentecillo marca la separación entre las Garganta
del Hornillo, que es la que queda a la derecha en la dirección que
vamos, y la Garganta del Collado de las Yeguas, que es la de la izquierda.
El puentecillo estaría, pues, ubicado en medio de ambas gargantas.
A estas alturas de la ruta son las 3 de
la tarde y aún no hemos comido. Ha comenzado a lloviznar. Llovizna solo, pero
fuertecilla. Hace incómodo el caminar. Tenemos previsto parar en Los
Escalerones, al pie del Cerro de la Encinilla, para comer y
allá vamos. Justo cuando estamos llegando el camino describe un continuo
zig-zag para superar un trozo de mayor pendiente y de camino dificultoso.
Cuando llegamos a Los Escalerones, llueve.
Es un trozo de terreno despejado y rocoso, donde nos podemos sentar a pesar de
la lluvia. Tengo guardada la cámara de fotos para que no se moje y no hago ni
una.
Mientras le damos al bocata cuentan
cómo hace unos meses, un grupo hacía esta ruta y, justamente aquí, uno de los
senderistas al pasar sobre una lancha grande y lisa de las piedras, metió el
pie en una hendidura y se partió la pierna por un par de sitios. Tuvieron que
llamar a la Guardia Civil que, con muchísimas dificultades, pudo sacar con
un helicóptero al herido. El aparato no podía tomar tierra, pues los árboles y
las piedras lo impedían.
Tomo nota mental del asunto para dejar
constancia de la advertencia en esta crónica.
Tomamos el bocadillo rápidamente y un
grupo de siete u ocho continuamos el camino.
Setecientos metros más adelante, en una
bajada continua y algo peligrosa, dado que las rocas están completamente
mojadas, encontramos, a la izquierda del sendero, la Fuente de Peñalozana.
Vicente ha agotado toda su reserva de agua y llena su botella con confianza en
el agua de la fuente, que nace a ras de suelo.
Estamos atravesando la Reserva
Natural de la Garganta y recorremos ahora una zona denominada La
Solisa. Lástima de nubes y espesa niebla que no nos permite contemplar
el paisaje más lejano. Lo poco que alcanzamos a ver es, desde luego, una
preciosidad.
Al llegar al paraje de Robledo
Hermoso comenzamos a describir una curva a la derecha. El terreno se
vuelve más abrupto y el sendero zigzaguea de forma continua. Llevamos los ojos
más pendientes del suelo que del paisaje, pues ninguno deseamos una caída.
Tras una curva del camino nos topamos
con la Fuente de Robledo Hermoso, con un hermoso pilón rectangular de
granito totalmente cubierto de musgo.
A partir de la fuente, la bajada se
pronuncia durante todo el trayecto hasta llegar al próximo punto singular: el Puente
Nuevo o Puente de Carlos V, en el que el sendero traza una curva a la
izquierda.
El puente sirve para salvar el Arroyo
de los Tres Cerros que, siguiendo su cauce, nos llevaría hasta La
Garganta de los Infiernos.
Nos queda la última pequeña subida de
la jornada, con un desnivel de poco más de 85 metros a lo largo de un kilómetro
de recorrido hasta alcanzar la Cuerda de los Lobos, a 953 metros de
altitud. Todavía quedan fuerzas.
Alcanzada la Cuerda de los Lobos, la
ruta “oficial” continúa por un camino que, saliendo a la derecha, lleva hasta Tornavacas.
Nosotros nos habíamos planteado concluir la ruta en Jerte, por lo que, una
vez en la Cuerda, tomamos otro camino que lleva hacia Monte
Reboldo para, desde allí, dirigirnos a Jerte, que ya queda allá
abajo a nuestra vista.
Desde aquí es posible realizar una
circular por la Garganta de los Infiernos de unos tres kilómetros de recorrido
y una duración estimada de algo más de una hora.
El Monte Reboldo es una preciosidad. Es
un bosque de castaños para la explotación de su madera y ocupa la parte umbría
de esta zona del Valle del Jerte. Cuando pasamos, el Monte se encuentra en
todo su esplendor y su contemplación, junto con la certeza de que nuestro
destino está a un paso, nos solaza.
Según nos acercamos a Jerte,
el día se despeja, desapareciendo las nubes que nos han acompañado durante toda
la jornada y dejando paso a un cielo maravillosamente azul. El panorama
adquiere aún mayor belleza.
Llegamos a Jerte atravesando el Río
Jerte, que cruzamos con la ayuda del Puente Largo.
Cruzamos Jerte a través de las calles
Nogaleda, Cilla y Ramón Cepeda, que nos llevan a la plaza de la Iglesia.
Y finalizamos la ruta en un bar ubicado
junto la carretera N-110 que atraviesa el pueblo, donde nos desquitamos de la
jornada.
En el viaje de regreso a Cáceres
tuvimos la suerte de contemplar un bellísimo espectáculo en la puesta de sol,
de la que tuve la fortuna de obtener esta foto.
Eres un crack, me encanta
ResponderEliminarViniendo de un bloguero superexperto de tu categoría, tu comentario vale un imperio. ¡¡Gracias!!
EliminarUn buen relato. Me gusta mucho.
ResponderEliminarHola Buenos días..
ResponderEliminarMe llamo David Ruiz, y quería preguntarle si esta ruta sería posible hacerla a caballo...
Hola David. Creo que, en general, podría hacerse, si bien en algunos tramos hay bastante piedra. Desconozco el caminar de las caballerías y la dificultad que, para ellas, podrían tener esos tramos pedregosos.
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