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Organizada por el Club Michaelus de Cáceres y realizada
durante la mañana del 16 de febrero de 2014. Día soleado y de temperatura muy
agradable.
Participamos unos 100 senderistas en un ambiente cordial y
muy grato.
El Club organizador le había encargado a Vicente
Pozas Mirón, excelente periodista y acreditado bloguero en temas
turísticos y de senderismo, que hiciera de guía en esta ruta. No puedo decir
más que llevó a cabo la misión encomendada del modo a que acostumbra quien está
habituado a hacer su trabajo de forma sobresaliente, pues no hubo punto que
tuviera un mínimo interés sobre el que Vicente no dejara de llamarnos la
atención.
La cita era en la calle Rodríguez de Ledesma, en Cáceres,
desde donde salen habitualmente las rutas del Club Michaelus.
Puntualidad y ganas en todos los participantes.
Sobre las 10,30 estábamos en Cañamero y a petición de
algunos retrasamos la salida para tomar un café y hacernos una foto de grupo,
que en los Michaelus es algo habitual (y una buena costumbre).
Por un camino encementado bajamos hasta el Arroyo
del Barbellido en lo que son los últimos metros de su existencia, pues
a un tiro de piedra de donde estamos va a fundir sus aguas en un abrazo total
con el Río Ruecas. Seguimos su cauce por el margen derecho hasta
llegar a un doble puente que nos permite pasar al otro lado del Barbellido.
Desde ahí caminamos por el margen derecho del Río
Ruecas en dirección contraria a su curso. La vereda está protegida
frente a una eventual caída al río por una baranda de madera.
Enseguida llegamos a un punto por el que tendremos que
cruzar el Ruecas al otro lado a nuestro regreso de la visita que ahora
vamos a hacer.
Vicente nos dice que vamos a visitar la Cueva Chiquita, o de Álvarez,
que por los dos nombres se la conoce. Está a un paso y luego tendremos que
regresar para cruzar por aquí para continuar la ruta.
A la orilla del río, donde está la Piscina Natural del Ruecas
y antes de comenzar una pequeñísima subida para acceder a la cueva, un
estupendo merendero que debe hacer las delicias de la gente de Cañamero.
Y cuando vamos subiendo, a nuestra derecha queda la inmensa
pared del Embalse del Cancho del Fresno, con sus tres sectores de vertida
de agua.
Cuando nos acercados a la cueva, de lejos, nos llama la
atención el colorido de sus bordes.
Tomo prestado de uno de los paneles informativos ubicados
junto a la Cueva Chiquita, o de Álvarez,
esta información: la Cueva conserva un importante conjunto de pinturas rupestres
que se distribuyen por sus grandes paredes, ocupando espacios situados incluso
a 5 metros de altura. Un precioso legado de las gentes que habitaban en la prehistoria
estos lugares y que dejaron dibujados en la piedra mensajes y representaciones
que han perdurado hasta nuestros días. Visitar el abrigo es cruzar la mirada
con nuestros antepasados.
Descubierta para la arqueología en 1915 por Tomás
Pareja, quien prospectaba para el arqueólogo francés Henri
Breuil, el abierto de cueva ha sido estudiado y publicado en varias
ocasiones.
La Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura la
acondicionó para su visita en 2008, con la intención de difundir estas manifestaciones
pictóricas declaradas Bien de Interés Cultural.
La verdad es que todos nos quedamos embobados con las
pinturas, algunas de las cuales era identificables con toda facilidad.
Parecen pinturas muy básicas, realizadas con las manos, in
utilizar otro tipo de instrumentos.
A mi, personalmente y conociendo la gente que hay por ahí y
el respeto (¿) que tienen a las cosas, me asombra la ausencia de algún elemento
que proteja las pinturas . Pero bueno, “doctores tiene la iglesia” dice el
dicho popular.
La cueva dispone de una plataforma desde la que puede uno
ver y fotografías las pinturas más de cerca; hubo una sucesión bastante
ordenada y rápida, no organizada, del paso de la gente por la plataforma, de
modo que todo el que quiso pudo acercarse, ver y fotografiar a placer.
La Piscina Natural del Ruecas, que es
el espacio que está justo delante del merendero al que me refería antes, en
estos momentos no tiene nada de “piscina” y sí todo de “río caudaloso”. Las
compuertas que, cerradas en verano, hacen que este tramo sea un remanso, ahora
están abiertas y el agua corre que se las pela.
Hemos vuelto sobre nuestro pasos hasta el punto en que el
río cuenta con un “cierre” para convertir este tramo en piscina. Ahí existe un
paso para poder cruzar al otro lado y poder ascender por una vereda, hacia la
cabecera el Embalse del Cancho del Fresno.
El sitio resulta sumamente atractivo, probablemente por la
abundancia de agua, que salta con fuerza sobre las compuertas.
El paso que hay por encima tiene barandillas para sujetarse
por lo que, siendo mínimamente prudente, puede cruzarse sin ningún peligro.
Comenzamos a ascender dejando el Collado de la Lóriga a
nuestra derecha. El repecho de subida hasta el Embalse provoca que se escuchen
los primeros resoplidos entre algunos caminantes ¡y eso que no se trata más que
de 70 metros de desnivel!.
Cuando por fin llegamos arriba, queda a nuestra vista buena
parte de la extensión del Embalse del Cancho del Fresno. Se
trata de una presa de gravedad construida en 1987 y que ocupa una superficie e
97 hectáreas y una capacidad de 15 hm3, totalmente captados en la fecha de
nuestra visita, por lo que las vistas desde la cabecera del pantano eran
preciosas y así lo entendió y disfrutó todo el mundo.
Las vistas del embalse desde el camino por el que vamos,
sencillamente espectaculares. Siento no ser mejor artista fotográfico para
haber plasmado la intensa belleza de que pudimos disfrutar. Baste esta muestra,
que dista mucho de lo que realmente había.
Desde el muro de la presa caminamos durante tres kilómetros
bordeando el embalse. El camino es de tierra, el pino abunda a ambos lados del
camino, la presencia constante del agua y la vista de los picos de las sierras
cercanas hacen que este tramo de la ruta sea precioso.
A poco más de 3 kms. de la presa un panel nos indica que
debemos abandonar la pista que hemos traído para comenzar a ascender hacia la Sierra
del Águila.
A unos de 700 metros del punto en que nos apartamos de la
pista vamos a encontrar uno de los hitos singulares de esta ruta. Es la Cruz
de Andrada, recuerdo erigido por un hijo a la memoria de su padre
asesinado en este mismo lugar hace ya 170 años prácticamente exactos. He
encontrado dos versiones de la historia: una dice que se trataba de un
recaudador de impuestos que fue asaltado en este lugar. La otra lo señala como
“pielero”, también asaltado para robarle el fruto de su trabajo.
Un monolito recuerda el suceso, honra a la víctima y
engrandece el recuerdo del hijo agradecido. Una placa de metal, afectada por el
paso del tiempo, nos esboza la pequeña historia:
A la memoria de
Santiago Andrada
asesinado alevosamente
en este sitio
el 8 de febrero de
1844 a los 34 años
de edad. Su
desconsolado hijo Vicente.
Honrado como tú,
¡triste viagero!
al pasar por este
sitio solitario
me vi asaltado en
medio del sendero
por el puñal terrible
del sicario.
Hice el bien y a quién
más. Con pecho fiero
me envolvió de la
muerte en el sudario;
¡Ruega por mí! al
pasar por mi camino
y que otra sea tu
suerte… peregrino.
Los picos de la Sierra de la Madrastra, al fondo, y
los de la Sierra del Águila, a la derecha, amparan el recuerdo del
llorado caminante.
El sitio parece apropiado para hacer un breve descanso y
reagrupamiento, ya que la subida hasta aquí ha estirado un tanto al grupo.
El descanso es breve, pues los que venían en cabeza reclaman
movimiento pretextando quedarse fríos, por lo que nos ponemos de nuevo en
movimiento.
Pasamos junto a la Fuente de la Alevosilla y la charca
vecina para comenzar el suave ascenso hacia la Sierra del Águila.
El sitio en que nos encontramos en muy tranquilo y el
entorno precioso. Como hemos comenzado a subir un poco, las vistas son amplias
y la luz del día, algo nublado, hace que todo tome un color que alegra las
pupilas de los caminantes.
A mitad de la subida de la Sierra del Águila
cruzamos otro de los puntos más significativos de esta ruta: el Melonar
de los Frailes.
Cuentan las leyendas populares que a los niños de esta
comarca cacereña se les contaba que el Melonar de los Frailes tenía por
finalidad atender a los peregrinos que, fatigados, iban de camino hacia Guadalupe.
Al llegar al punto donde se encuentra, unos frailes les ofrecían centenares de
melones, verdes y jugosos, que contribuían a saciar su hambre y su sed para
reponer fuerzas con las que llegar a su destino. Podían comerse todos los que
quisieran a condición de no darse por vencidos y llegar a su destino a postrarse ante la Virgen.
En realidad el citado Melonar es una pedrera generada por
la acción del agua y el sol sobre la piedra a lo largo de miles de años. Los
dichosos melones son pedruscos esparcidos por una notable extensión que
dificultan el caminar, por lo que hay que andar atentos para evitar una caída.
Y aquí, los senderistas que iban en cabeza, afanados en recolectar
los famosos melones
Agradezco esta foto a Juan Antonio Mostazo, su autor |
Y la cara de satisfacción de algunos después de haber dado
buena cuenta de ellos. ¡Repuestas fuerzas y a seguir!
Dejando atrás el Melonar, pasamos por el Collado
del Ventosillo, llevando a nuestra izquierda un arroyo que corre, raudo,
a verter sus aguas en el embalse de más abajo.
La zona que recorremos ahora recibe el nombre de Las
Ventosillas. Tiene espesa vegetación y a veces parece como si pasáramos
por un túnel de ramas y hojas. A pesar de las abundantes piedras pizarrosas del
sendero, caminar por aquí es una delicia.
Pasadas Las Ventosillas salimos de la zona
más espesa para, según ascendemos llegando al punto más alto de toda la ruta,
pasar a otra de pinar.
Entrando en el Collado de la Era de Pico Agudo un
riachuelo nos sale al encuentro entre los pinos. El agua corre, abundante, en
el mismo y se la ve clara y transparente, de modo que alguno se anima a reponer
sus reservas.
Tras el arroyo entramos en un claro, sin apenas árboles, y
en suave cuesta ascendente.
De pronto tomamos conciencia de que nos encontramos frente a
otro de los hitos, y este especialmente singular, de toda esta ruta: enfrente
de nosotros se encuentra el famoso Castaño Abuelo. Se trata de un
ejemplar de castaño impresionante. Su tronco está hueco, pero el Abuelo
está vivo, habiendo sobrevivido al paso del tiempo y al incendio que asoló
estas tierras en 2005.
Se tienen noticias documentadas de este árbol desde 1353 (¡más
de 660 años!) cuando se le cita como hito en un documento de deslindes entre
las tierras de Cañamero y Guadalupe.
Junto a él han pasado tanto multitud de peregrinos como
comitivas reales, como las de Isabel o Fernando el Católico
cuando se desplazaban desde Guadalupe a Madrigalejo.
Alguna de sus ramas se encuentran apoyadas en “muletas” para
evitar que, por la vejez de la madera y por su propio peso, pueda desgajarse
del tronco.
Algunos de los presentes, que habían realizado esta ruta en
otras ocasiones, manifestaron su indignación por el estado en que se encuentra
el entorno. Así, se ha impedido, mediante la colocación de una tela metálica,
el acceso directo al castaño; han desaparecido unas barandillas de madera así
como cartelería informativa sobre el Castaño Abuelo que se encontraba
ubicada en el lugar.
Para poder acceder l tronco hay que subir la cuesta
existente junto a la alambrada hasta encontrar un paso canadiense que permite
franquear la alambrada.
Una vez franqueado el paso hay que girar a la izquierda y
bajar hasta encontrar el Castaño.
Como he dicho antes, el tronco está completamente hueco,
presentando unos impresionantes agujeros de modo que, desde el interior del
tronco, se puede ver el cielo sin problema.
¡Gracias por la foto, Vicente! |
Y aquí una muestra de lo que, probablemente, no tendría que
suceder.
En entorno donde está situado el Castaño es una verdadera
preciosidad. Aunque solo fuera por
recrearse en ello, merece la pena bajar los pocos metros que hay desde el paso
canadiense para disfrutar con el paseo.
Cuando subimos la cuesta para llegar al paso canadiense al
que me he referido, y antes de cruzarlo, pudimos ver en la lejanía, a nuestra
derecha, un reflejo del sol en las aguas del Pantano de Orellana (o
quizá en el de Gargáligas) que nos llamaron la atención, por su belleza. No
pude evitar tratar de captar la imagen del momento.
El lugar pareció propicio a todos los senderistas para hacer
un alto y tomar el bocadillo… y repostar combustible.
Cerca de nosotros las alturas de los Villuercas 1 y 2, y las
antenas del Centro de Militar de Transmisiones.
Y comenzamos el descenso hacia Guadalupe en medio de un
bosque de robles cuyas hojas alfombraban nuestro camino, que se hace cómodo y
grato pues también abundan los pájaros que llenan el bosque de cantos.
Según vamos bajando se deja entrever, a nuestra izquierda,
la Granja-Palacio
de Mirabel (“Mirabel” es una
contracción de “Mirada
Bella”, en alusión a las vistas que pueden observarse desde su enclave),
declarado Monumento Histórico-Artístico desde junio de 1931. En un primer
momento fue una granja de los Jerónimos, ampliándose y mejorándose por el prior
del Monasterio, Nuño de Arévalo entre los años 1483-1495. Después fue lugar de
recreo y descanso de los Reyes Católicos en Guadalupe.
Con la Desamortización de Mendizábal, en
1836, pasó a manos privadas, adquiriéndolo el Marqués de la Romana.
Actualmente sigue siendo de propiedad privada.
Dado que estamos en lo alto y descendiendo, tras una de las
curvas del camino, en un momento en que dejan de haber árboles por el lado
izquierdo, Guadalupe aparece a nuestros ojos.
Al poco rato alcanzamos a ver la Ermita de Santa Catalina,
ubicada en nuestro camino justo donde el mismo se aúna, durante un corte
trayecto, con el llamado Camino de Berzocana.
Esta Ermita, de estilo gótico, fue construida en el siglo XVI
por orden del prior Fray Juan de Siruela, de la orden Jerónima y reformada en 1967.
Tiene planta rectangular y cubierta de bóveda de cañón apuntado. Es de estilo
gótico con elementos mudéjares.
Es, junto con la ermita del Humilladero y con la de San
Blas, lugar de oración de peregrinos de las diferentes vías de acceso a
Guadalupe y es un mirador privilegiado sobre el pueblo.
Hasta hace algunos años, se venía celebrando el 25 de noviembre,
una romería en honor a su titular, la cual ha desaparecido.
Tenemos poco más de dos kilómetros por un camino cómodo y
descendente hasta llegar al Río Guadalupejo. El último tramo de
la bajada vamos acompañados por un arroyo que si bien no lleva mucho caudal, sí
resulta alegre y cantarín ya que, dado el desnivel del terreno por el que
discurre, produce un murmullo perfectamente audible por encima de la
conversación que traemos.
La bajada se nos termina al llegar al Río Guadalupejo. Cinco o
seis metros antes de atravesarlo nuestro camino se ha juntado con el Camino
de San Blas, que viene por la derecha y se incorpora al nuestro tras
pasar por encima de un sencillo puentecillo, con un hueco de ladrillo circular.
El puente sobre el Guadalupejo es más amplio, pero sin
ninguna característica especial que mereciera la pena destacarse, o al menos
eso me pareció a mi.
Desde el puente se accede a la carretera que habremos de
tomar a la derecha para, inmediatamente, tomar una calle ascendente que sale a
la izquierda y que seguiremos recta para llegar a Guadalupe.
A 250 metros de haber tomado esta calle vamos a encontrarnos
con la Fuente del Piojo que, según cuentan, debe su nombre a que es el
lugar donde se despiojaban los peregrinos antes de entrar en el pueblo. Como no
es nuestro caso, nos limitamos a tomar unas fotos y a continuar la corta, pero
repinada ascensión.
Reparo en el poyo que
hay junto a la puerta de una casa, que se me antoja precioso. Está hecho con lo
que me parece una vieja viga de madera; me encanta, y me pasan por la
imaginación la cantidad de conversaciones que se deben haber mantenido por un
montón de gente a lo largo de otro montón de años al amparo de la comodidad de
su asiento.
Ya dentro del pueblo, al inicio de la calle Caldereros, atenta
a lo que ocurre en la plazoletilla allí existente, la Fuente del Ángel, del
siglo XVI, a mi juicio desprovista de la atención que se merecería, pero
conservando su gracia y sus detalles, como las lajas de pizarra puestas para
evitar salpicaduras y humedades en la casa a la que se adosa.
Pocos metros más allá nos encontramos la Fuente de los
Tres Chorros que, junto con la de la Plaza principal de Guadalupe
es la fuente más importante y de mayor significación urbana. En torno a ella y
a la plazuela en que se ubica se articula la trama arquitectónica de la “Puebla
Baja”. Actualmente está conectada a la red de suministro de agua del
pueblo, pero antiguamente lo estuvo a la red de fuentes del “Arca del
Agua”, de la que era una de sus terminales principales, apareciendo así
en el esquema del códice medieval.
Esta fuente guarda un especial recuerdo para mí, pues fue la
última parada cuando hice, en abril de 2013, el Camino Visigodo con mi hermano
Pepe (desde el Cruce de las Herrerías a Guadalupe,
140 kms. en 4 días).
Sigue igual de hermosa y ubicada en una plaza fantástica
cuyos soportales harían la delicia de cualquier artista, pintor o fotógrafo.
La arquitectura popular de Guadalupe, tan
característica, se hace omnipresente en estos últimos metros de recorrido. Para
mi gusto excesiva, pero inevitablemente, comercializados.
Que conste que algunos hicimos acopio de morcillas, picantes
y dulces, de la se está dando cuenta paulatinamente. Exquisitas.
¡Y allí estábamos, en la Plaza de Guadalupe, dando fin a la
ruta!
Algunos senderistas alargaron la llegada pues la última
cuesta de subida les pareció un viacrucis. Pero la realidad es que todos
llegamos. Y todos, sin excepción, nos premiamos debidamente.
Y, cayendo ya la tarde, iniciamos la vuelta hacia los
autobuses que nos devolverían a Cáceres.
Una estupenda jornada en el ambiente siempre cordial y
alegre del Club Michaelus.
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