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Decir ahora, en 2014, que “Club Senderista Prisiñas”
de Olivenza es sinónimo de “una organización perfecta” sería algo
que no sorprendería a nadie, pues en el año escaso de vida de dicho Club han sido capaces de
acreditar (en varias ocasiones) una calidad organizativa que ya a nadie
sorprende.
Pero en mayo de 2013 todavía eran unos desconocidos. De
hecho, la “Ruta de los Matacanes” fue la verdadera eclosión de este Club,
la ruta con la que se dieron a conocer sorprendiendo a propios y a extraños.
Participaron algo más de 400 personas y se desarrolló el 5
de mayo de 2013 y, saliendo de Olivenza y pasando por San Jorge de Alor, giró a
la izquierda justo antes de llegar al Cortijo de la Engorda para ir a
buscar el Río Olivenza y, siguiendo su cauce, llegó a la cola del Embalse
de Piedra Aguda para, bordeándolo por su margen izquierdo, iniciar el
regreso a Olivenza a la altura de El Barroco.
Como luego han convertido en costumbre, los Prisiñas
“calentaron” el ambiente con una cartelería informativa muy bien elaborada,
tanto en lo artístico como en cuanto a los datos que de la ruta se daban.
Habían convocado, además, un concurso de fotografía entre
los participantes en la ruta para fotos que se tomasen durante la misma.
La jornada se inició en torno a un café con migas (de
excelente factura, por cierto) que pudimos tomar sentados en los Arcos de la
plaza existente en el Paseo de Hernán Cortés.
Poco después de las 9 se empezó a caminar, saliendo a la Carretera
de Villanueva y pasando junto a las murallas de Olivenza en la que
pudimos contemplar algunos de sus matacanes.
Se llama “matacán” a unas construcciones que
se ubican en la parte alta de una muralla y sobresaliendo de la misma. Son de
distintas factura y tienen diversa función. Los que se ubican en mitad de una
muralla suelen carecer de suelo, de modo que desde la muralla y quedando a
resguardo de agresiones externas se pueden lanzan piedras, flechas, bolas de
fuego o aceite hirviendo sobre los que atacan a muralla.
Otro tipo son los que se ubican en los extremos de los
lienzos de una muralla y suelen tener, generalmente, una función de vigilancia.
En las murallas de Olivenza los hay muy variados.
A poco de abandonar la zona urbanizada, en cuanto empezamos
a tocar campo, encontramos el primer punto de “ambientación medieval”:
un “monje” nos arenga, urgiéndonos con su discurso a cosas más trascendentes
que cotidianas. El monje, muy metido en su papel, interpreta de maravilla, por
lo que logra captar la atención de todos.
También perteneciente a la ambientación de la ruta, un
huidizo personaje, una mujer, corre como posesa por medio del campo, mirando de
vez en cuando a sus espaldas para tratar de ocultarse a unos perseguidores que
nosotros no vemos.
El mes de mayo está haciendo de las suyas y aunque los
campos que atraviesa el camino no tienen demasiado arbolado, el verdor y las
flores embellecen todo el entorno.
Los participantes en la ruta han alargado el hilo de la
marcha. En buena parte debido a que el monje arengaba a los grupos que iban
llegando a él, provocando periódicos cortes en la marcha.
A nuestra izquierda queda la Atalaya de las Moitas o Atalaya
de San Jorge.
Las Atalayas eran torres de vigilancia que constituían el
complemento estratégico defensivo del castillo y murallas de la población. Aún
hoy quedan varias de ellas dominando desde las alturas que rodean el término de
Olivenza.
De las que aún se mantienen en pie, es la mayor la de las Moitas,
junto a San Jorge de Alor, seguida de la de San Amaro, junto a San
Benito de la Contienda. También en pie, aunque de menor altura,
continúan la de los Arrifes, al suroeste del término, y la de Juana
Castaña, al norte. La de la "Coitá", al este, sólo conserva
su base, de unos dos metros. Otras, como la del "Poceirón" se reducen
a un montón de piedras en el suelo, formando parte de las paredes de las fincas
donde se encuentran.
A esta altura aparecen por nuestra espalda unos guardias
que, al parecer, van en busca de la mujer que vimos antes vagando por los
campos. Alcanzamos a oírles decir algo en el sentido de que pudiera ser una
bruja.
Casi allí mismo, un paso canadiense nos anuncia que estamos
a punto de llegar a la pedanía de San Jorge de Alor
Cuando estamos a punto de entrar en San Jorge, unos zagales,
ataviados de época, juegan con sus espadas de madera y nos dan, con amplias
sonrisas, la bienvenida al pueblo. También unos monjes, menesterosos, solicitan
las dádivas de los caminantes.
También aquí, a las afueras del pueblo, volvemos a ver, a lo
lejos, a la bruja perseguida por los guardias.
Y ya en la misma pedanía el primer avituallamiento atendido
por “Prisiñas” también ataviados de época.
Cuando salimos de San Jorge vamos dejando a nuestra
izquierda la Sierra de Alor y tenemos enfrente de nosotros el Cerro
del Oterón. El panorama va cambiando poco a poco, haciéndose más
abundantes las encinas en medio de un campo totalmente florido.
A dos kilómetros de la pedanía giramos a la izquierda para
ir a buscar el Río Olivenza, que encontramos con un buen caudal. Sin duda la
proximidad del agua hace que la vegetación de los márgenes del río haya crecido
con generosidad.
El río nos lleva hasta la cola del Embalse de Piedra Aguda,
cuyo margen está completamente plantado de eucaliptus. La verdad es que la
sombra se agradece porque el sol ha levantado ya mucho y está atizando fuerte.
Nos llama la atención la gran cantidad de peces muertos a la
orilla del embalse. Tras preguntar a alguno de los senderistas que es de la
zona no tenemos claro si ha sido por la gran cantidad de agua aportada al
embalse en las últimas semanas o por algún virus que haya podido afectar a los
peces.
En un punto concreto, a la orilla del Embalse, y antes de
apartarnos del mismo, tiene lugar el segundo avituallamiento de la ruta.
Creo que si en algo coincidimos todos los senderistas es que
lo habían montado de un modo espectacular, aparte de abundante. Y como vale más
una imagen que mil palabras, ahí queda el testimonio gráfico de ello.
El sitio había sido elegido con esmero y la ambientación del
entorno no podía ser más acorde.
Descansados y repuestos, nos separamos de la orilla del
embalse para iniciar los últimos kilómetros, ya de vuelta a Olivenza, para lo
que tomamos el sendero que salía de aquel mismo lugar, el Camino de Barcarrota, en
dirección al Cortijo del Barroco para, justo antes de llegar al mismo, y
siguiendo siempre el Camino indicado, girar a la derecha en dirección al Cortijo
de Ventoso.
Por el camino, encontraremos una cancela que habremos de
pasar y unos abrevaderos para el ganado allí mismo.
Ya próximos a Olivenza pudimos ver a los guardias que, por
fin habían “apresado” a la bruja, a la que llevaban maniatada.
La ruta concluyó en el mismo lugar en que había comenzado,
con la comida que nos ofrecieron los Prisiñas.
Un ruta de gratísimo recuerdo, tanto por el entorno
recorrido, como por la ambientación y la perfecta organización, por la que la
mayor parte de los asistentes felicitamos a los oliventinos.
...es un placer que alguien haga un reportaje tan bien hecho. FELICIDADES TEÓFILO!!
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