5 junio 2004.-
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Ha sido una etapa marcada por la monotonía del discurrir por
pistas cortafuegos.
Hace ya días que venimos notando la falta de señalización,
característica desde que salimos de la ciudad de Logroño. Así, al salir de
Belorado hemos dudado sobre la dirección a seguir y algunos peregrinos se han
perdido.
Hemos caminado mucho andadero y, como siempre, hemos salido aún
antes de clarear. Ya le tenemos cogido el tranquillo, de modo que en cuanto
llevamos unos minutos en ruta las primerísimas luces nos permiten distinguir el
camino a seguir sin ningún problema.
Hoy los primeros rayos de sol me han interpelado con fuerza,
mostrándome la absoluta evidencia de lo relativo que es todo en esta vida y la
facilidad con que las simples apariencias pueden engañarnos. A los pocos
minutos de que el sol acabara de salir —debían ser poco más de las 6,30— me he
dado cuenta que incidía a mis espaldas desde una posición tan baja en el
horizonte que todas las sombras que los diversos cuerpos proyectaban eran
enormemente alargadas. Mi 1,62 de estatura (siendo generoso) proyectaba delante
de mi una sombra de seis o siete metros. Las piedrecitas del camino, de uno o
dos centímetros de alto proyectaban una sombra de una cuarta. Y he pensado:
“¡Cuántas veces en la vida juzgamos o decidimos en función de lo que nos parece
que son las cosas, y no de lo que realmente son!”. No he querido que se me
olvidara este pensamiento, y he fotografiado esa larga sombra.
El paso por Tosantos no ha tenido más historia que ver a lo
lejos la Ermita de la Virgen de la Peña, excavada en la roca, pero demasiado
lejos del caminante como para poder apreciar cualquier tipo de detalle.
Atravesar Villambistia ha estado marcado por la iglesia de San
Esteban, del siglo XVII. Su torre me ha encantado, pero presenta un lamentable
estado de conservación, rayano en la ruina y la iglesia, sin embargo, está en
uso.
Cincuenta metros más allá, a la salida del pueblo una hermosísima
fuente ha llamado también mi atención como señal evidente de que estos pueblos debieron ser en otra
época algo muy distinto a lo de hoy, bullendo de vida y con dinero suficiente
que permitiera construir este tipo de fuentes, tan útiles como decorativas. Al
verla no puedo evitar pensar cuántos miles de peregrinos se habrán refrescado
en sus aguas.
Hoy la población brilla por su ausencia y el deterioro y
abandono lleva el corazón a un no sé qué de tristeza.
En el pueblo siguiente, Espinosa del Camino, la ruina es mucho
mayor.
Algo más allá, en una fuerte bajada, están las ruinas del
Monasterio de San Felices, del que no queda más que lo que parece ser el ábside
de una Iglesia. Se dice que en tal Monasterio estuvo enterrado, y que en sus
ruinas aún siguen los restos, de un tal “Conde Diego Porcelos”, que fuera
fundador de Burgos. Esa es la realidad de todo lo humano: el paso de toda
gloria y el olvido absoluto, tanto de la memoria como de las obras de las
personas.
En Villafranca Montes de Oca me ha llamado la atención la torre
de la iglesia, acampanada y singular, así como que tenga un albergue
completamente remodelado y que, sin embargo, está cerrado.
Después de Villafranca ha venido lo mejor de la etapa: la
subida del Puerto de la Pedraja que, en algunos momentos, ha sido dura. Tengo
que decir, sin embargo, que en los metros que discurren en lo alto del Puerto
he tenido algunos de los momentos más intensos desde que empecé el Camino: el
silencio era total, únicamente roto por el trinar de los pájaros y por el persistente
canto de un cuco. Ni el viento se movía para no romper el embrujo del momento.
He metido el bastón bajo el brazo para que su golpear contra el suelo no
rompiera la magia del momento. Ha sido verdaderamente fantástico, unos momentos
de esos que quedan grabados de modo indeleble en el recuerdo.
En la parte más elevada del Alto de la Pedraja existe un
monolito construido al advenimiento de la democracia por los familiares de los
que fueron fusilados y enterrados allí en la Guerra Civil. En su frente una
placa con un incripción: “No fue inútil su muerte, fue inútil su sufrimiento.”
Yo, sinceramente, creo que fueron inútiles e innecesarias ambas cosas. Me alejo
del lugar pensando en la estúpida crueldad de los hombres.
Luego ha comenzado un suave descenso de unos 6 kilómetros hasta
San Juan de Ortega por pistas del antiguo Icona (Instituto de Conservación de
la Naturaleza). En ese tramo me he encontrado con dos hombres de Briviesca que
iban a la romería de San Juan de Ortega que se celebra el primer sábado de
junio. Se han referido al paso tremendamente vivo que lleva yo. Hemos caminado
5 kilómetros juntos.
Al llegar a San Juan de Ortega he presenciado una romería
curiosa, que atrae cada año a gente y cofradías de unos 30 pueblos de los
alrededores.
La romería ha roto el recogimiento que suele acompañarlos a los
peregrinos en la segunda parte de cada jornada.
El único sitio del pueblo que proporciona alimentos, un bar,
totalmente volcado en la romería, no nos ha atendido para la comida.
Hemos tenido la oportunidad de visitar tato la Iglesia como el
Monasterio, lugar de acogida de peregrinos desde el siglo XII, que convierte
este lugar en algo realmente emblemático en el Camino.
En el centro de la iglesia hay un impresionante mausoleo gótico
al parecer elaborado entre los siglos XIV y XV.
El sepulcro de San Juan de Ortega, otra obra impresionante,
pero esta del Románico. Está maravillosamente labrado por todas sus caras, al
igual que su tapa.
Y algo que resulta, por lo visto, enormemente llamativo es el
“Capitel de la Anunciación”. Es también de estilo románico y contiene escenas
de la Natividad. Al parecer, en los equinoccios de primavera y otoño (21 de
marzo y 22 de septiembre), si no hay nubes, el sol entra por una ventana a las
5 de la tarde, hora solar, y se produce lo que llaman “el Milagro de la Luz”,
consistente en ese rayo de luz recorriendo la escena evangélica. Según nos
dijeron, miles de personas acuden cada año en las fechas citadas para
contemplar el fenómeno.
Nosotros, como hemos estado en junio, no hemos tenido que
conformar con ver y fotografiar el capitel.
Por la noche, misa a las 7, a las que acudimos unos veinte
peregrinos, y unas palabras preciosas del sacerdote que nos indica que los que
hacemos el Camino por motivos espirituales, lo hacemos porque ha sido voluntad
expresa de Dios y que los frutos del Camino podremos verlos a lo largo de
nuestras vidas, y no necesariamente con carácter inmediato.
Después de misa, bocadillo comprado en el bar (el único) del
lugar. Me ha invitado Francesco.
Lo de hoy, 23,85 kilómetros en 4 horas y 40 minutos. 40.000
pasos.
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