1 junio 2004.-
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De Los Arcos a Logroño. La etapa más larga hasta ahora. La he
hecho con buen ritmo y en completa soledad, excepto 500 metros o poco más que
me ha acompañado un ciclista maño que ha echado pié a tierra con ganas de
compartir un rato.
Siete kilómetros largos hasta Torres del Río que he hecho a
primera hora, con el alborear del día.
Sansol apareció enseguida a lo lejos, con su torre. Justo
detrás se ubicaba Torres, separadas ambas localidades nada mas que por la
carretera. Sansol se ubica en lo alto y Torres a sus pies. La diferencia entre
ambas parece que es evidente, estando mejor dotada la segunda. A la hora que
paso por Torres no tengo la oportunidad de entrar en la Iglesia a visitarla.
Lástima. Quizá debería detenerme más en los monumentos, pero la verdad es que
mi Camino no encuentra atractivo en la visita a monumentos. Solo la soledad en
meditación interior me proporciona momentos de satisfacción.
De Torres a Viana son casi 11 kilómetros. A poco más de 2
kilómetros de Torres hay un alto donde se ubica la Ermita de la Virgen del Poyo
y, a continuación, la bajada que llaman “BARRANCO MATABURROS”. La verdad es que
el nombre es un poco exagerado. Quizá se haya matado algún burro, pero tanto
como para darle el nombre… Luego hay un continuo sube y baja que anima el
caminar. A esto lo llaman “rompepiernas”, pero yo voy tan a gusto.
En esta jornada me adelantan unos 15 o 16 ciclistas y me llama
la atención que, casi todos, son mujeres.
A la llegada a Viana me encuentro con una pareja de franceses
que hacen el Camino con un pastor alemán. Les pido permiso y les fotografío. El
perro, cariñosísimo.
Paso por Viana con rapidez. Hay bullicio. Son casi las diez y
no me apetece el contacto con la gente.
Vuelvo al campo, solo, donde me encuentro a gusto y continúo
los 9,5 kilómetros que me quedan a Logroño que, sin embargo, parece a tiro de
piedra.
Camino alegre, descansado. Canto y silbo y todo cuanto me rodea
me evoca la presencia de Dios, que siento cercano. Los campos abundan de
amapolas. Todo está precioso.
Llego a Logroño pasadas las 11,30 y me encuentro el primero a
las puertas del albergue, que no abre hasta las 13,00. Hacemos tiempo charlando
franceses, italianos, alemanes, españoles…
El voluntario que adjudica las literas es lentísimo y alguno se
impacienta. Después del sudor, apetece ducharse y descansar, lo que hago con
rapidez.
Salgo a Logroño en busca de correos y mando un paquete para
Cáceres con cosas que me parecieron “imprescindibles”
al salir y que hoy se me muestran absolutamente inútiles.
Tras comprar comida (hoy en menor cantidad que otros días),
regreso para comer y descansar un rato.
Paseo con John por Logroño: la Puerta de Revellín, la Catedral
de Santa María de la Redonda o el Puente de Piedra son monumentos
imprescindibles, en estas pocas horas que nuestros ojos no pueden dejar de ver
ni nuestra cámara de captar.
Volvemos con tiempo para cenar e ir a misa, a las 19,45, en la
iglesia de Santiago el Real, pegada al albergue.
Hoy han sido 27,15 kilómetros. 5 horas y 48 minutos. 44.000
pasos.
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