4 junio 2004.-
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Como va siendo habitual, a las 5 en pie.
Hemos dormido en el mismo cubículo del albergue Nella,
Francesco y yo. Nella ha sido la primera en echar pie a tierra.
Nella es italiana, de 67 años y vive en Génova. Camina como una
chica de 25 años. Francesco, también italiano, de Bolonia.
Hemos arrancado a caminar poco antes de las 6, pasando, justo
antes de cruzar e Río Oja, ante la Ermita del Puente, construida en 1917
La etapa ha sido de cierta monotonía. Nada más pasar por Grañón
hemos cruzado el límite entre La Rioja y Castilla León. Como la carretera
nacional me quedaba a tiro de piedra, me he acercado a ella, pues tenía el
capricho de fotografiar el cartel indicador del límite entre ambas Comunidades.
Ha transcurrido casi toda la etapa por un andadero que iba
paralelo a la carretera N-120, excepto un pequeño tramo, que se aparta de la
carretera para llevar al peregrino a Viloria de Rioja, cuna de Santo Domingo de
la Calzada y, por tanto, de imprescindible paso para un peregrino de este
Camino Jacobeo.
He fotografiado Redecilla y a unos caminantes que aparecían
entre los campos cultivados. El Rollo Jurisdiccional a la entrada de Redecilla
ha quedado tomado por mi cámara y he lamentado no poder fotografiar la pila
bautismal del siglo XII de su Iglesia, desgraciadamente cerrada cuando he
pasado y que, por tanto, no he podido ver.
A la salida del pueblo, un curioso paso para pasar el río
Reléchigo que no me he resistido a fotografiar. He tenido la suerte de que dos
peregrinos llegaban cuando estaba máquina en ristre y los he sacado mientras
pasaban.
Continuando el camino, paso por Caltildelgado y vuelta a los
campos verdes que se suceden unos tras otros en una apacible monotonía.
Me ha dado gusto atravesar Viloria de Rioja, cuna de Santo
Domingo de la Calzada. No he podido resistir elevar una oración a este santo al
paso por su pueblo, oración en la que he encomendado de modo especial a algunos
sacerdotes amigos que me acompañan —inscritos sus nombres en mi bastón— en este
Camino: el carmelita P. Miguel Márquez, el magnífico poeta Antonio López Baeza,
el dominico Jaume Boada, el trapense P. Félix Sasián… conductores de gente que
se ponen en sus manos.
En la ventana de una casa abandonada, dos pajarillos que me
miran mientras los fotografío. El pueblo está prácticamente desierto. Creía que
iba a cruzarlo sin ver más que pájaros, perros y gatos cuando, al lado de la Iglesia,
sale un matrimonio con un niño.
Salgo del pueblo entre maravillosos trigales y… ¡vuelta a
caminar en paralelo a la carretera por el interminable andadero! La soledad no
me agobia en absoluto: la oración, mis propios pensamientos y, sobre todo, el
clamor que elevo al Padre para que el Espíritu Santo haga evidente su presencia
que sé hay en mí, me acompañan.
De improviso aparece ante la vista Belorado, encajado entre
montes. Me gusta la entrada, muy rústica, muy de pueblo.
Cuando llego junto a la iglesia de Santa María son poco más de
las 10. La hospitalera, suiza, que está limpiando, no abre hasta la 1, pero
acepta que deje la mochila en el interior. Mientras, me voy a comprar y a dar
un vistazo por el pueblo, que, a pesar de no tener nada especial, me gusta.
De vuelta a la Plaza de la Iglesia, van llegando peregrinos. La
mayor parte prefiere irse al nuevo albergue privado de Cuatro Cantones, que
ofrece todas las comodidades. Yo he elegido deliberadamente este albergue
parroquial, que está montado en lo que antiguamente fue un teatro parroquial.
Ahora el escenario es la cocina, los camerinos son la despensa, el patio de
butacas es el comedor, recepción y duchas y, en lo que fue “gallinero” o planta
alta, están los dormitorios: dos, con doce o catorce literas en total.
Mientras abre la hospitalera, los que hemos optado por este
albergue —ya somos todos viejos conocidos— trabamos una amena y alegre, aunque
intrascendente, conversación.
Dedico un buen rato a solucionar problemas caseros por el móvil
y a la una, la tan ansiada ducha, lavado de ropa y, después, la comida. Hoy me
he comprado una lata de albóndigas que como con gusto. Para la noche he optado
por cenar solo leche con magdalenas.
No logro pegar ojo después de comer, por lo que me dedico a
charlar un rato y, luego, a escribir estas notas.
La cena de la noche se transforma, pues Nella me ofrece cenar
con ella y Francesco unos spaghettis “a la no sé qué”. Llevan tomate, atún,
aceitunas negras y les faltan, al parecer, unas sardinas saladas que no ha sido
capaz de encontrar por ningún lado.
Terminada la cena, un poco de cháchara y a la cama.
Hoy han sido 23,16 kilómetros en 4 horas y cuarto. 36.000 pasos
según el podómetro.
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