2 junio 2004.-
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Hoy la gente ha saltado pronto de la cama. Es una etapa larga y
se le tiene respeto al calor. Yo tardo en prepararme para la salida más de lo
que en mí es habitual.
Cuando estoy a punto de salir veo que la señora francesa que ha
dormido en la litera situada encima de la mía ha olvidado una bolsa con cosas.
Me parece que pueden ser cremas y cosas de esas. Tras pensarlo dos veces,
decido echarla en la mochila por si la encuentro en el camino o en Nájera.
Tras tomarme el medio litro de leche al que me he habituado
para desayunar, me pongo en camino.
La salida de Logroño es larga fea y aburrida. Lógico: el
albergue lo hemos encontrado al entrar en la ciudad. Para salir hemos de
atravesarla toda y salir por la otra punta.
Hay ya bastante gente en movimiento. Buena parte de aquéllos
con los que me cruzo son o tienen pinta de extranjeros que van a trabajar: negros,
árabes y sudamericanos. Es verdad que los hemos recibido y dado trabajo, sí,
pero los más residuales.
A la salida de Logroño me encuentro con la francesa de la
bolsa. Como no sé que es francesa (sí se que no es española), le pregunto en
francés:
- ¿Habla vd. francés?
- ¡Pues claro! ¡Soy francesa!
- ¡Ah, disculpe! Es que ha olvidado vd. una
bolsita con cosas.
Pone cara de asombro y, de pronto, se le enciende una luz:
- ¡Mis medicinas! ¡Son muy importantes para
mi!
Mientras se desarrolla esta breve conversación me he quitado la
mochila y sacado su bolsa. Pone cara de incredulidad. Parece como si no le
cupiera en la cabeza que alguien haya podido preocuparse de coger lo olvidado y
transportarlo. Su cara pasa de la incredulidad a la emoción y se acerca y me da
dos besos. Veo claramente que quiere decir gracias y ni siquiera le sale. Tras
desearle el familiar “¡buen camino!”, continúo mi marcha.
Me alejo de Logroño atravesando el Parque de la Grajera. Bordeo
el pantano del mismo nombre mientras va clareando. Hace frío; más que en las
madrugadas de días pasados. Hay pájaros que ni se mueven cuando los fotografío.
Antes de llegar a Navarrete paso junto a una alambrada que nos
separa de la autopista Burgos-Logroño. Está sembrada de cruces que los
peregrinos ha hecho colocando ramas de árboles o trozos de madera de una
serrería próxima. Son miles las cruces colocadas en la alambrada.
Llegando a Navarrete paso junto a las ruinas del antiguo
Hospital de Peregrinos. Entro en ellas y me emociono al tocar las piedras que
tocaron los peregrinos de los siglos XII y siguientes.
Navarrete es un pueblo donde la actividad alfarera es muy
importante. Tanto que le tienen dedicado un monumento al alfarero.
Atravieso el pueblo sin detenerme demasiado y a la salida del
mismo paso junto al cementerio a cuya fachada se ha adosado lo que en su día
fue la fachada del Hospital de Peregrinos a que me he referido antes.
Al lado, en otra pared, un relieve recuerda a una peregrina
belga muerta en accidente de tráfico en 1986.
Continúo camino a Nájera. En la subida al Alto de San Antón (pequeña, pero que me cansa
sobremanera) hay cientos de pequeños túmulos de piedra unas sobre otras que han
colocado los peregrinos al paso de los años. Es una costumbre que no alcanzo a
comprender. Hasta ahora había visto que en todas aquellas indicaciones del
camino (flechas, etc…) sobre las que colocar una piedra, te encuentras un
montón de piedrecitas. Aquí, sin embargo, la subida a este Alto está lleno de
cantos rodados y años de pasar peregrinos ha generado este simpatiquísimo
homenaje a no sé qué: cientos de montones de seis o siete piedrecitas, unas
sobre otras. Curiosamente, parece que todo el mundo los respeta.
El Alto de San Antón está a medio camino entre Navarrete y
Nájera. Llevo andados unos 20 kms. y me encuentro extrañamente cansado. No sé
porqué. Me faltan casi 9 kms. para llegar. Se me hacen interminables. Me duelen
los pies… Es un momento determinado pienso que pueden faltarme las fuerzas y
decido tomarme una barrita energética. Las compré en enero y me tomo ahora una.
La verdad es que me anima y da fuerzas.
Cerca de Nájera cruzo el pequeño Arroyo del Monte por un
pequeño puente que, quizá por mi cansancio, me parece encantador. No tiene nada
de especial. Quizá su sencillez, tan “zen”
descansa mi mente y me produce ese efecto.
La entrada a Nájera me resulta feílla. Cambia el aspecto al
llegar al río y ver el césped bien cuidado de la orilla de allá.
Entro inmediatamente en el Casco Viejo y la exquisita amabilidad
de los vecinos me lleva, sin pérdida, al refugio ubicado en unas dependencias
del Monasterio de Santa María la Real.
Son las 12 en punto y salí a las 6 justas. Como tengo que
esperar hasta las 13,30 a que abran el albergue, compro en una tienda próxima
30 céntimos de barra de pan que me abren a la mitad. Allí mismo me venden jamón
de york y queso para rellenarlo. Me voy a la sombra del Monasterio y meto el
bocata entre pecho y espalda. Al rato comienzan a llegar peregrinos.
Escribo esto a las 17,30. El albergue se llenó a las 15,00 (43
plazas) y desde esa hora están invitando a los que llegan a que esperen a las 6
de la tarde para dormir en el suelo en el polideportivo del pueblo, o que sigan
hasta Azofra (son casi 6 kms. más) o que se hospeden en casas particulares, que
ofrecen el servicio por 6 y 12 euros.
A las 20 asisto a misa, que concluye con una bendición
preciosa, y a las 21 estoy en la cama.
Hoy han sido 29,03 kms. en 6 horas y 40.000 pasos.
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