28 mayo 2004.-
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Durante la noche ha habido bronca. A uno que ronca como un
cosaco borracho, una italiana que trataba de dormir a su lado, le ha movido la
cama para que dejara de roncar. A la segunda movida, el español se ha puesto
como una fiera, ha dado todas las voces que ha querido y la ha mandado a dormir
a un hotel. Un poco bestia sí que ha sido. Durante los diez minutos siguientes
no se ha oído en el dormitorio ni una mosca, ni un ronquido… ¡nada!
Me había acostado a las 20,30 y, para mi sorpresa, he dormido
de un tirón hasta las 5,35. A esa hora me he levantado, he bebido medio litro
de leche y, tras el lavado de dientes y atusarme como los gatos, he salido a
caminar a las 6,10. Ya clareaba y se veía perfectamente.
Ha sido una jornada preciosa, preciosa. El río Arga me ha
acompañado desde la salida de Larrasoaña, tras atravesar el Puente de los
Bandidos. Lo he llevado a mi derecha hasta llegar a Irotz, donde ha quedado ya
a mi izquierda el resto del camino.
Las subidas y bajadas han sido menos abundantes que ayer. Por
el contrario, ha habido tramos de
caminar junto a cortados que caían hasta 30 metros más abajo hasta el río Arga.
Pasadas las cuatro casas de Zabaldika y caminar casi 1
kilómetro por carretera, te encuentras con una subida pedregosa que te lleva a
Arleta.
A estas alturas llevaba ganas de desayunar. Eran ya hora y tres
cuartos esperando cuando, desde lo alto, diviso Arre, que fotografío.
Llego al magnífico Puente de la Trinidad, de 6 arcos, lo
atravieso y me doy cuenta de que no estoy en Arre, sino en Villava. Ambas
poblaciones están pegadas: al pasar el puente, Arre es lo de la derecha y
Villava lo de la izquierda.
Veo a una niña de unos doce años con dos barras de pan bajo el
brazo. Le pregunto y con una gran sonrisa me dice que siga un poco y que
encontraré la panadería sin dificultad. Así fue. Compré media barra de pan, que
cayó en la comida con el queso que compré en Pamplona. Cien metros más allá
encuentro una pastelería-cafetería-panadería. Lo normal es que me hubiera
pedido un café americanos con un croissant o algo así. Para mi propio asombro
me pido u café con leche doble y dos bollos de pan. Devoro uno con el café y
guardo el otro. Estando allí entra Ángel, un navarrico que ha dormido en
Larrasoaña y se sienta a desayunar conmigo. Es el primero de los que
pernoctaron en Larrasoaña en alcanzarme. Cuando salgo, se viene acompañándome.
Al salir encontramos a René, un canadiense de 55 años, miembro
de la policía de Québec que se ha jubilado hace mes y medio. Nada más jubilarse
se ha venido a hacer el camino y, ¡atención!: no pesa menos de 130 kilos y
comenzó a caminar hace 5 semanas en el noroeste de Francia. Lleva un ritmo
fenomenal.
Aparecen también unos alemanes y algunos peregrinos más que no
he visto antes.
Al entrar en Pamplona vamos juntos Ángel, René y yo y, con paso
alegre y decidido, atravesamos el Puente de la Magdalena y cruzamos por la
Puerta de Zumalacárregui.
En la primera tienda que encontramos entramos René y yo. Me
proveo de dos plátanos, queso y otra barra de pan (esto ya es obsesivo). Cuando
salimos, Ángel ha desaparecido. Cinco minutos después René entra en una
farmacia y yo, al verme solo, meto la primera y, a todo gas, saldo disparado
camino de Cizur.
En un semáforo se pone a mi lado un hombre que está andando por
la ciudad.
—
¿A Santiago?
—
Sí, a Santiago, Al menos voy a intentarlo.
—
¡Buen ritmo lleva!
— Sí, voy un poco fuerte.
Continuamos charlando, Lleva la misma dirección que yo y me
acompaña hasta pasada la Ciudad Universitaria Me cuenta que hico el Camino el
año pasado y que quedó encantado. Nos despedimos donde termina la zona
universitaria y comienza la carretera de Cizur.
Redoblo el paso y comienzo a sudar. Son las diez. Hace dos
horas que me quité el polar. En la subidilla a Cizur adelanto a cuatro
peregrinos que han dormido en Pamplona y van a Puente la Reina.
Llego al albergue de Maribel Roncal. Son las 10,30. Como ayer,
soy el primero en llegar. Me siento a la sombra y a eso de las 11 llega René.
Media hora más tarde llega Ángel y a las 11,45 lo hace John, un estadounidense
afincado temporalmente en Dar-Es-Salaam, capital de Tanzania. Tiene 60 años,
está casado con una ecuatoriana y tiene una única hija de 10 años.
A las 12 Maribel nos abre el albergue. No salgo de mi asombro,
pues es una maravilla: cuidadísimo, amplio, con servicios, espacios verdes.
Todo por 6 euros. Maribel es un encanto y todo se le vuelve en ayudar a los
peregrinos.
Tras comer un bocadillo de queso acompañado de agua, descanso
un rato y antes de bajar a Pamplona, John, René y yo nos hacemos una foto en
las escaleras de la Iglesia de San Emeterio y San Celedonio de Cizur Menor.
A las 15,15 me bajo en el bus con John a Pamplona, que pateamos
a gusto Me he llevado un par de folios que tenía René en los que se indican,
con todo detalle, los perfiles de todo el recorrido hasta Santiago. Ni un sitio
abierto para fotocopiar. Pasamos por delante de la Biblioteca de la Comunidad
de Navarra. Como el “no” ya lo tengo, entro a ver si me lo fotocopian. Me dicen
que solo está permitido fotocopiar cosas de la Biblioteca. Explico que soy un
peregrino y que, desde Cizur, he bajado a fotocopiar. Pregunto si algún jefe
podría excepcionar la norma. Me mandan a un despacho donde, tras explicar a la
jefa lo mismo que a las chicas del mostrador, se levanta con una sonrisa de
oreja a oreja y me dice que una excepción siempre cabe. Le pregunto cuanto es:
— Veinte céntimos… o mejor, cuando llegue a
Santiago, pídale por mí.
— Cuente con ello.
A las 17,30 estamos en el albergue. René está cansado y Ángel
tiene agujetas por todo el cuerpo.
John y yo nos vamos a Cizur Mayor (a 1,5 km) a comprar.
En un Híper me proveo de plátanos, tomates, jamón york, una
botella de leche y dos barritas de pan.
Regreso al albergue y por el camino me como dos tomates y al
llegar le doy otros dos a John y tres a René. Yo me hago un bocadillo con la
barra de pan que compré en Villava (la de la panadería cayó en la comida) a la
que le meto el queso que sobró de la comida (muy poco) y cuatro grandes lonchas
de jamón york. acompaño el bocadillo con tres cuartos de litro de leche y tras
departir con los amigos, al saco a dormir.
He caminado 4 horas y 19 minutos para 20 kilómetros. Según el podómetro,
he dado 30.000 pasos en el Camino y otros 19.000 con John visitando Pamplona.
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