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Organizada por el Club “La Vereína” de
Cáceres y realizada el 9 de febrero de 2013.
Salimos de Cáceres en autobús sobre las 8 de
la mañana. Tras una parada a las afueras de Coria, para desayunar, llegamos a
Acebo (casi en el límite con la provincia de Salamanca) sobre las 10, para
comenzar la ruta unos minutos después.
El autobús aparcó a la salida del norte del
pueblo, por lo que pudimos tomar enseguida la senda a recorrer, dirigiéndonos
por la carretera que conduce al área recreativa “El Jevero” (CCV-32 3), próximo
a las piscinas naturales.
Cruzamos el precioso puente sobre el Rivera
de Acebo y, cien metros más adelante, tomamos la “Senda del Mirador de la
Ventosa”, que sale por la izquierda.
Solo un kilómetro más adelante comenzamos la
primera subida fuerte con la que nos enfrentamos durante la jornada y que, en
esta ocasión, nos lleva al Mirador de la Ventosa a lo largo de un ascenso entre
brezos, piornos y jaras, por una pequeña cuerda que bordea una repoblación de
pino resinero. Durante el ascenso pudimos ver, a la derecha, el valle del
arroyo de Arroguijo, y a la izquierda, el del río Rivera de Acebo, dominado por
el pico Jálama (nuestro destino principal) que, con sus 1.492 metros, es la
cumbre más alta de la Sierra de Gata.
Nada más dejar atrás el Mirador donde,
además de preciosas vistas disfrutamos también de un viento frío que nos
invitaba a continuar la marcha, nos encontramos con carteles indicadores de las
tres sendas que desde allí se pueden tomar: la Senda del Arroyo de la Jara del
Rey, la Senda del Puerto de Castilla Sur o la Senda del Puerto de Castilla
Norte (o del Mirador de la Cervigona) que era la que estábamos recorriendo.
Esta senda forma parte del camino del Puerto de Castilla, que cuenta con varios
siglos de antigüedad y, al igual que las vías romanas, estaba preparado para
soportar el tránsito de carros tirados por bestias de carga. Se inicia en el
Mirador de La Ventosa y discurre por la falda del Teso de Santa María hasta el
cortafuegos situado en la zona más alta del recorrido.
Algo más de 500 metros más adelante y desde
una plataforma de piedra con protecciones de madera construido en una curva del
camino pudimos deleitarnos con algunas vistas del pantano.
Solo un kilómetro más adelante (estamos a 7
kms. del inicio de la marcha), llegamos al cortafuegos al que antes me refería,
lo que nos permitió poder caminar durante un tiempo con un poco más de
comodidad. La llegada al cortafuegos nos indica que estamos exactamente en la
“frontera” entre las provincias de Cáceres y Salamanca. Vamos a caminar por
ella durante 14 kilómetros hasta casi el final de la ruta, cinco kilómetros
antes de llegar a San Martín de Trevejo.
Tras haber recorrido otro kilómetro (o muy
poco más) por el cortafuegos, una señal (que nosotros encontramos caída y
repusimos convenientemente) nos invitaba a abandonar el cortafuegos por un
desvío hacia la izquierda, la senda (de unos 500 metros de longitud, en bajada)
termina en el Mirador de La Cervigona, desde donde se disfruta de una vista
panorámica del valle del Rivera de Acebo y su entorno. A lo lejos, un poco a la
derecha, se puede vislumbrar la cascada de La Cervigona, un impresionante salto
de agua que cae desde más de 60 metros de altura.
Vueltos al cortafuegos, continuamos por el
mismo y tras recorrer otros 3 kilómetros, llegamos al punto MP-52, fácilmente
identificable por la alta antena y la caseta existentes en el lugar.
Dos kilómetros y medio más adelante comenzamos
la ascensión al Jálama.
El ascenso tiene lugar por un terreno
pedregoso en el que conviene cuidar dónde se ponen los pies por la
proliferación de raíces que afloran sobre el terreno. Parecen palos secos, pero
están firmemente enraizadas, lo que provoca que se pueda tropezar en ellas, con
la consiguiente caída.
Tras casi un kilómetro de ascenso, en el que
se supera un desnivel de más de 230 metros, alcanzamos un mirador con hermosas
vistas que, aparte de deleitarnos la vista, nos proporcionó unos minutos para
recuperar el aliento y continuar otros 800 metros de ruta (con 100 metros de
desnivel) hasta, en una vuelta del camino, ancha y soleada, hacer un alto para
comer. En este punto llevábamos 16,5 kilómetros recorridos y cerca de 4 horas y
media de marcha casi sin paradas.
Animados por el refrigerio nos decidimos a
atacar el final de la subida al Jálama: otros 260 metros de ascenso en dos
kilómetros.
Como es lógico, hicimos un alto en el Pozo
de la Nevera, ubicado 300 metros antes de llegar a la cima del Jálama. Se trata
de un poco excavado en el suelo, de unos cinco metros de diámetro. Sus pareces
son bloques de piedra, actualmente cubiertos de musgo por la falta de uso.
Antiguamente (antes de la llegada de los refrigeradores actuales), los trabajos
en los neveros comenzaban en primavera después de las últimas nevadas. Se cogía
la nieve con palas y se llevaba a estos pozos, donde se prensaban para
convertirla en hielo. Al pisar la nieve ésta se compactaba con doble finalidad:
para disminuir el volumen ocupado y para que se conservara más tiempo en forma
de hielo. Después se cubría con tierra, hojas o paja, formando capas de un
grosor homogéneo. A continuación se echaba otra capa de nieve, se prensaba y se
ponía otra capa de hojas o paja. Cuando llegaba el verano, se cortaban bloques
de hielo que podían separarse con facilidad de los que estaban debajo gracias a
la capa de hojas o de paja, y los bloques de hielo se transportaban (de noche,
para evitar que se derritiera), hasta los lugares donde se comercializaban.
Los 50 metros de desnivelen los 300 metros
de distancia entre el Pozo y la cima no supusieron ningún esfuerzo: tenerla en
la punta de los dedos hacía olvidar el cansancio acumulado. Las vistas desde la
cima, impresionantes. Desde el lugar se podían contemplar, hacia el norte (a la
izquierda y de espaldas al sentido de la marcha que habíamos traído, las
extensa llanura castellano-leonesa. Hacia el sur, las tierras extremeñas y
volviendo la vista al oeste, los cercanos montes de Portugal.
Solazados por el breve descanso y por haber
conseguido alcanzar la cima, iniciamos el descenso. Es preciso advertir que el
primer kilómetro de bajada es francamente malo. No existe camino de bajada
definido, por lo que es preciso intuirlo. Se desciende entre jaras y un abundante ramaje que, en ocasiones, te
impide por completo ver dónde pones los pies. Hay que ir muy atento tanto para
evitar tropezones y caídas como golpes en la cara (o, lo que es peor, en los
ojos) con la abundantísima vegetación de ese tramo. Sirve de orientación para utilizar la mejor
ruta de bajada el ir lo más próximo posible a la alambrada que iremos
encontrando, doscientos metros más debajo de la cima, a nuestra derecha.
En cuanto clarea la vegetación volveremos a
ver una pista cortafuegos a nuestra derecha, al otro lado de la alambrada. Hay
un trozo donde no existe el alambre de abajo, pudiendo pasar por ahí al
cortafuegos, por el que continuaremos, en pronunciado descenso, durante
kilómetro y medio, hasta encontrar la carretera que une San Martín de Trevejo
(Cáceres) con El Payo (Salamanca).
Al cruzar la carretera veremos un sendero
que sale a la izquierda y que, al principio, va paralelo a la carretera citada.
El sendero es, en realidad, una antigua
Calzada Romana, actualmente bautizada como “Calzada Romana de Santa Clara” y
que nos llevará, en medio de un paisaje precioso, hasta San Martín de Trevejo.
En este trayecto encontraremos una gran
abundancia de árboles que, surgiendo de un tronco común, elevan hacia el cielo
conjuntos de 8, 10 y hasta 12 árboles distintos.
A nuestra derecha irá quedando el río cuyo
sonido del discurrir del agua, en ocasiones, llegará hasta nosotros.
Un antigua fuente de piedra, con forma de
concha, se hará también presente, aunque por la conservación de la piedra no
parece recomendable beber.
Por fin llegamos a San Martín de Trevejo,
pudiendo contemplar el nuevo y llamativo depósito de agua (una construcción
circular, completamente a la vista) y la preciosa estampa del pueblo, con lo
que dimos por concluida la ruta.
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