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Realizada el 13 de marzo de 2013 por la
mañana. Jornada soleada, pero fría; tanto que, en algunos momentos me vi
obligado a tirar de braga de cuello, gorro de lana y guantes.
“Alcor”
significa colina, collado, monte pequeño. Y así se denomina a las colinas que
se encuentran entre la carretera N-630 y la de Badajoz (EX-100) y la Autovía
A-66. Y así, el Alcor de Santa Ana (el más cercano a la N-630), o el Alcor
del Roble, perteneciente todo él al recinto militar del CIMOV nº 1.
Detrás de ambos y más cercanos a Valdesalor, los dos collados denominados “Las
Camellas”. Y un poco más al oeste, el de Santa Eulalia y el de Santa
Lucía y San Benito, en cuya falda y en lados opuestos, se encuentran
las ermitas de dichos santos. El último, y situado más al noroeste, al que
rodea en semicírculo la vía férrea, es el Cerro de los Romanos.
Por el Puerto de las Camellas pasa la N-630
y es el acceso existente entre el Alcor de Santa Ana y las últimas
estribaciones del Cerro del Arropé, al otro lado de la carretera.
Salí de Cáceres bajando por la Avda. de
Cervantes. Donde confluye con la Avda. de Dulcinea están las Cuevas
de Maltravieso, descubiertas casualmente en 1951 por la explosión de un
barreno cuando se explotaba el calerizo. Fueron bien estudiadas por el que fue
mi compañero de trabajo en Telégrafos (hace 40 años), D. Carlos Callejo Serrano.
A la altura de la gasolinera allí existente
nos apartamos de la carretera en dirección suroeste tomando la calle Océano
Atlántico, por la que abandonamos el Polígono Industrial. Esta calle se
identifica con la Vía de la Plata, de la que allí mismo veremos un cubo
identificativo. Una charca a nuestra izquierda nos ayuda a despedirnos de esta
zona.
El camino pierde calidad en cuanto
desaparecen las ultimas construcciones. Muchos charcos y barro.
Enseguida nos encontraremos con la Cañada
Real del Casar, bien señalizada con el mojón “V.P.” Al llegar a la
Cañada un rebaño de ovejas me salió al encuentro. Cañada, pues, y utilizada
para su primigenio fin.
De frente a mi, al otro lado de la
carretera, el Pozo de la Esmeralda (que luego visitaré con detenimiento), con
su alta y esbelta chimenea. Y un poco más a la izquierda las instalaciones del CIMOV,
que durante mi paseo se hizo notar con el estruendoso repiqueteo de los fusiles
militares disparando contra taludes de tierra a los que querrían matar a tiros.
Y tiros abundantes. No pude evitar pensar cuánta hambre podría matarse con el
dinero tan mal gastado en esas balas inútiles.
Poco antes de llegar a la carretera, a mi
derecha, un antiguo mojón en el que se lee “CIO”, o “CTO”
marca el linde de no sé qué propiedad.
Al cruzar la carretera, mucha información,
tanto de que estamos en el camino natural del corredor Cáceres-Badajoz, como de
que confluye el Camino de Santiago y la Vía de la Plata. También de que estamos
en el Puerto de las Camellas, así como de que en las inmediaciones se
encuentra el CIMOV nº 1 Santa Ana, aunque de esto último no hacía falta nos lo
dijeran con carteles, pues las CUÁDRUPLES alambradas militares, ribeteadas por
arriba con lo que parecen cuchillas, ya nos lo están indicando claramente. No
sé si la alambrada es para que no entremos o para que no salgan. Vete tú a
saber.
En la base del Alcor de Santa Ana, unas
grandes antenas creo que de telefonía móvil y casi en la cima, una construcción
que llama mi atención.
El camino continúa hacia el sur por el lado
derecho de la carretera y cerca de ella. Yo preferí alejarme unos metros y
caminar más junto al muro de separación de la finca “Las Camellas”, pues el
entorno es más grato. Y, detrás de la finca, una de las dos lomas (la más
rocosa) que dan nombre a la finca.
El camino se embellece por momentos. Las
lluvias han hecho que la hierba aparezca por doquier y que el agua corra,
rápida y sonora por el pequeño arroyo que baja acompañándome.
En un momento el camino tuerce a la
izquierda para pasar bajo la carretera por un pequeño túnel. Yo lo hice, pero
dejo constancia de que no es necesario, pues se puede seguir durante un trecho
entre la alambrada a la derecha y la carretera a la izquierda para salir a donde
luego diré.
Tras cruzar el puente me encontré con un
caminante al que no me atrevo a calificar ni de mendigo ni de peregrino. Quizá
fuera ambas cosas o quizá ninguna de ellas. Desde luego, era caminante. Y el
perro que le acompañaba también. Su equipaje un pequeñísimo saco negro y, al
costado, lo que parecía una leve colchoneta. Contestó a mi alegre “Hola, buenos días” con un circunspecto “buenos días” con un indudable acento
extranjero y sin apenas dirigirme la mirada.
Decía antes que no merecía la pena pasar
bajo el puente porque ahora, otra vez, me veo en la necesidad de cruzar la
carretera y esta vez por medio de ella. Lo hago con cuidado para meterme en el Camino
de Malpartida que, bordeando Las Camellas, me llevará a lo largo
de casi 5 kms. hasta la Aldihuela, junto a la A-66.
Fotografío las cinco colinas que quedan a mi
derecha: las dos más a la derecha son Las Camellas y las otras tres, situadas
más al suroeste, de las que desconozco si tienen nombre. Los alcores del
Roble y de Santa Ana están ahora ocultos a la vista. Y en las faldas de
las Camellas, media docena de cigüeñas.
A mi izquierda y a unos 500 metros, el Castillo
del Trasquilón, visitado en otra de mis rutas. A su lado la charca
aneja al Castillo y, al otro lado de las aguas, los restos de lo que fue la
Mina de San Expedito.
Pocos metros más allá, y también al lado
izquierdo del camino, el tejado de un caserío abandonado acoge los nidos de una
veintena de cigüeñas.
A poco de empezar a caminar me encuentro a
un ganadero, con su pequeña furgoneta, atravesando una de las tres cancelas que
me voy a encontrar en estos cinco kilómetros:
- ¡Mucho frío hace, Jefe, p’a venir hoy por estos caminos!,
me dice.
- ¡Mucho!, le contesto. Pero lo peor es el viento que se ha levantado
desde que crucé la carretera. He tenido que abrigarme.
- Pues con Dios, se despide.
- Con Dios, amigo.
En este trozo de camino mucho charco grande
con aguas estancadas, malolientes. Multitud de orugas inundan el camino y algún
pajarillo se da un festín.
Y llego a la Ermita de Santa Eulalia,
o de Santa
Olalla, a la derecha del camino, a la que está vedado el paso. Está
cercada y solo se puede acceder a ella a través de la finca “Mucha
Vista”, en la que un poco simpático empleado ya me impidió el paso en
otra ocasión. En consecuencia, ni lo intento ahora.
La Casa de la Aldihuela, al lado, sigue
impactándome por lo que un día debió ser. Magníficas la reja de entrada y los cinco
pilones de agua labrados en piedra que se encuentran delante de la puerta. Todo
aquello se está viniendo abajo y es una pena, pues el lugar es privilegiado.
Podría ser un buen lugar de retiro o reposo para todo el año, excepto en
verano.
Desde ahí, cruzo una cancela para poder
girar a la derecha y subo hacia el Cerro de la Aldihuela. Justo entre
este cerro y el Alcor de Santa Lucía y San
Benito sale, a la derecha, un camino que lleva al Ceres Golf. Ese camino lo
haré en otro momento.
Ahora continúo para divisar enseguida la Ermita
de Santa Lucía a mi derecha. A su altura atravieso una canadiense y me
detengo a hacer unas fotos a la Ermita. Enseguida alcanzo el camino que lleva
hasta la Ermita y enfrente, a lo lejos, la Mina de San Salvador y el pozo
de la Esmeralda y la emblemática chimenea.
No puedo visitar la Fuente Santa, que queda a
la izquierda del camino y ubicada dentro de una finca particular recientemente
alambrada.
Cuando bajo hacia la vía del tren veo una
señal que advierte del cruce a la que algún salvaje desaprensivo le ha atizado
algún tiro. Y parece de rifle, por el impacto. Justo en el momento en que llego
a la vía (y ya es casualidad), pita un tren y pongo la cámara en ristre, pues es la primera vez (y he pasado por aquí un
montón de veces) en que cruza un tren al llegar yo.
Tras cruzar las vías, paso el pontón que
ayuda a cruzar el Arroyo de Santa Ana, que trae agua y corre bien. Merecería la
pena una limpieza del entorno.
Atravieso la finca Cuarto Roble y, seguido, Las
Corchuelas, con toda una parcela repleta de eucaliptus cuyas raíces
secan el suelo. Nada más terminar estos, giro a la derecha para, sin atravesar
la carretera que tengo enfrente, dirigirme hacia la Mina de San Salvador pasando
el puente sobre el ferrocarril.
Enseguida llego a la Mina de San Salvador.
Otra explotación, que creo que es del mismo filón, queda a la izquierda del
camino. En algún lugar he leído que es peligroso acercarse (por lo que no lo
hago) dado que existen agujeros en el suelo.
De lo que fue un día este mina quedan los
restos de lo que a mi me parece que fue elegante arquitectura para la época.
Detrás del edificio principal, lo que debieron ser oficinas, o despachos.
También desde atrás hay una vista
excepcional de la finca Cuarto Roble. El color verde lo
inunda todo y la línea férrea describe, a su través, una graciosa y elegante
curva de 180º.
En el interior del edificio dos maravillosos
graffittis: una mariquita amarilla y una libélula verdinegra. El artista bien
podía ser contratado para decorar algunos muros de grandes edificios de la
ciudad. Todos ganaríamos.
Un poco más allá el pozo del Salvador, con
sus dos grandes depósitos de agua. He leído un artículo de mi amigo Vicente
Pozas en el que cuenta cómo, de la noche a la mañana, ha desaparecido
parte de la maquinaria de hierro que había aquí.
Un poco más allá, la imponente chimenea,
cuadrada. Unos obreros están instalando un andamio, del que me dicen que
llegará hasta lo más alto, pues van a acometer algunas obras de conservación,
pero solo de la chimenea, no del resto del complejo.
Por el camino llego a la rotonda de la
carretera N-630 y, tras cruzarla en línea recta, por detrás de las
instalaciones de la ITV regreso en línea prácticamente recta, a casa.
Y así, doy mi paseo de hoy por terminado.
Muy buen articulo. Les dejo aqui para ampliar sobre la minería en Mendoza: http://con-ciencia-solidaria.blogspot.com.ar/
ResponderEliminarEn esta web podéis ver otro tipo de mojones, en este caso de los Pirineos:
ResponderEliminarwww.mojonesdelospirineos.com
Saludos