15 junio 2004.-
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Jornada agotadora. Salimos de Astorga a la 5,30 pensando en
llegar a Rabanal, pero con la idea de seguir si estábamos bien. Al final hemos
continuado hasta El Acebo, lo que ha supuesto caminar más de 8 horas para los
37 kilómetros.
La jornada ha sido maravillosa e intensa, no solo por el
paisaje, absolutamente extraordinario, sino también por la magia que envolvía
cada uno de los kilómetros recorridos, especialmente a partir de Santa Catalina
de Somoza, a algo más de 8 kms, de Astorga.
El alborear de la jornada ha sido precioso. No solo por el
panorama que ofrecían las zonas próximas al sol saliente, sino por todo lo que
quedaba enfrente de nosotros. Dios esta mañana ha querido hacer un despliegue
de todo el arte (al menos de una parte del mismo) de que es capaz para dibujar
unas nubes absolutamente fantásticas.
Hemos atravesado Santa Catalina con el primerísimo sol de la
mañana. Un crucero a la salida y una ermita unos kilómetros más adelante, la de
la Vera Cruz, han sido las únicas fotos hechas. No quiere ello decir que el
resto no fuera bello, que lo era: el olor, el perfume del ambiente, el canto de
los pájaros que, estando al alcance de la mano, no se movían… todo ha
contribuido a hacer de la jornada una maravilla.
La llegada a Rabanal del Camino nos ha deparado la sorpresa de un
pueblo precioso: precioso. Hemos desayunado en el bar que está a la
entrada, donde la señora que lo atendía no ha podido ser más amable, hasta
sellarnos la credencial. Hemos comprado comida en la tienda de al lado y hemos
visitado el Albergue Gaucelmo, gestionado por unas señoras inglesas que también
nos han sellado y mostrado el preciosísimo albergue en un despliegue de
amabilidad.
A partir de Rabanal ha comenzado la subida hacia la Cruz de
Hierro, primero un poco más suave para endurecerse algo más después. Frecuentes
rebaños de ovejas en los prados vecinos y, a veces, atravesando el camino por
el que andamos.
En un punto determinado, un hito singular dejado por un
peregrino alemán tan solo dos días antes de pasar nosotros, pues está fechado
el pasado día 13. Como está en alemán, no sé qué dirá.
Ya en una fuerte ascensión, hemos llegado a Foncebadón, donde
hemos encontrado “La Taberna de Gaia”
quemada, y los restos precintados por la Guardia Civil, señal de que hay
sospechas de que los oscuros intereses que rodean a todo cuanto hay en torno al
Camino puedan estar por medio.
Un poco más arriba he fotografiado una vista de todo el pueblo,
que era precioso.
Continuando la ascensión, ya cerca de la “Cruz del Ferro”, las
vistas comenzaban a ser, sencillamente, espectaculares. He sacado bastantes
fotos que no sé si darán una idea aproximada de lo que he visto. Ojalá.
Ha habido un momento en que la subida se ha convertido en
interminable y parecía que la Cruz de Hierro no llegaría nunca. Como es lógico,
no ha sido así y, al final, llegó.
Hemos encontrado a nuestro ya viejo amigo Valère , el belga,
tomando notas al pie de la cruz para el reportaje que esta tarde dictará, por
teléfono, al periódico al que está enviando su crónica diaria.
Situada a la derecha de la carretera, no tiene a su alrededor
tanta basura como nos habían dicho. Yo diría que ninguna. He subido al pie de
la misma, donde Francesco me ha hecho varias fotos, así como yo a él y he visto
depositado a los pies de la Cruz, mucho sentimiento: piedras pintadas,
minúsculas banderas y hasta una cinta magnetofónica en la que, quizá, alguien ha
dejado grabado todo lo que hace mal en su interior. Nos habían dicho que al
depositar allí (no “tirar”, pues se trata de “depositar”) una piedra o algún
objeto, con dicho objeto se dejan también allí todos los demonios interiores
con los que uno ha partido al iniciar el Camino. En principio yo no pensaba
hacerlo pero, finalmente, he contribuido a la tradición dejando allí, al pie de
la cruz, una piedra.
He orado por todos mis compañeros de viaje, tanto por los
íntimos, cuyos nombres llevo escritos en mi bordón, como por lo que están
coincidiendo conmigo en algún momento de este largo caminar.
Al concluir la bajada que hay después de la Cruz de Hierro
hemos llegado al refugio que tiene Tomás, el Templario, a que en algunos sitios
he visto que llamaban por su nombre, pero acompañado de un adjetivo alusivo a
su cuidado físico (quizá por la escasez de agua). Es un personaje singular;
tiene su refugio-albergue lleno de alusiones a los Caballeros Templarios, de
los que parece que él se siente heredero. Ofrece algunas galletas gratis a los
peregrinos que pasan y al que quiere escucharle le da una charla sobre el
Temple, el Camino y otras historias que aquí, en estas alturas y con este
entorno, resulta agradable oír, aunque a mi me parecen eso: historias. Estamos
allí el rato que parece apropiado como respuesta a su hospitalidad y luego
continuamos.
Después hemos seguido y, tras concluir esa bajada engañosa,
hemos vuelto a subir hasta la cota más alta, 1.483 metros para, desde allí,
contemplar una vista increíble (I-N-C-R-E-I-B-L-E)
del valle en que se asienta Ponferrada, del que también he tomado varias fotos.
Luego ha comenzado la bajada, en la que he coincidido durante
algunos kilómetros con Valère Rion, el belga del carrito, del triciclo, con el
que hemos hablado de temas espirituales. Ello hasta que me he dado cuenta que
Francesco se había quedado excesivamente atrás y nos hemos detenido para
esperarle. Le dolían muchísimo los pies y temía la aparición de una ampolla
que, gracias a Dios, no ha aparecido. Valère nos ha sacado una foto a Francesco
y a mi juntos. De las pocas que nos hemos hecho juntos.
Con esfuerzo y prudencia hemos realizado la pronunciada bajada
que nos ha permitido alcanzar El Acebo y encontrado el albergue privado en su
calle principal, en cuyo jardín trasero escribo estas líneas.
De los dueños del albergue no puedo hablar bien. Son de esa gente
que no ven en el peregrino más que una fuente de ingresos. Mal encarados,
imprudentes y faltos de respeto a los peregrinos. Son, desde luego, cualquier
cosa menos “gente del Camino”. Y mucho menos, hospitaleros.
Hemos “inaugurado” una tiendecita de comestibles que comenzaba
hoy su actividad. Van a tener enfrente a los del Mesón “El Acebo”, que son a
los que me he referido antes. Les deseo que aguanten el tirón.
Y, como no podía ser de otra manera, he fotografiado el
monumento a un peregrino ciclista que se mató bajando por estas pendientes
próximas.
Hoy han sido 37 kilómetros en 8 horas y 8 minutos. 56.000
pasos.
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