lunes, 18 de marzo de 2013

Camino de Santiago. Etapa 20: Astorga – El Acebo


15 junio 2004.-
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Jornada agotadora. Salimos de Astorga a la 5,30 pensando en llegar a Rabanal, pero con la idea de seguir si estábamos bien. Al final hemos continuado hasta El Acebo, lo que ha supuesto caminar más de 8 horas para los 37 kilómetros.



La jornada ha sido maravillosa e intensa, no solo por el paisaje, absolutamente extraordinario, sino también por la magia que envolvía cada uno de los kilómetros recorridos, especialmente a partir de Santa Catalina de Somoza, a algo más de 8 kms, de Astorga.
El alborear de la jornada ha sido precioso. No solo por el panorama que ofrecían las zonas próximas al sol saliente, sino por todo lo que quedaba enfrente de nosotros. Dios esta mañana ha querido hacer un despliegue de todo el arte (al menos de una parte del mismo) de que es capaz para dibujar unas nubes absolutamente fantásticas.


 
Hemos atravesado Santa Catalina con el primerísimo sol de la mañana. Un crucero a la salida y una ermita unos kilómetros más adelante, la de la Vera Cruz, han sido las únicas fotos hechas. No quiere ello decir que el resto no fuera bello, que lo era: el olor, el perfume del ambiente, el canto de los pájaros que, estando al alcance de la mano, no se movían… todo ha contribuido a hacer de la jornada una maravilla.





La llegada a Rabanal del Camino nos ha deparado la sorpresa de un pueblo precioso: precioso.  Hemos desayunado en el bar que está a la entrada, donde la señora que lo atendía no ha podido ser más amable, hasta sellarnos la credencial. Hemos comprado comida en la tienda de al lado y hemos visitado el Albergue Gaucelmo, gestionado por unas señoras inglesas que también nos han sellado y mostrado el preciosísimo albergue en un despliegue de amabilidad.




A partir de Rabanal ha comenzado la subida hacia la Cruz de Hierro, primero un poco más suave para endurecerse algo más después. Frecuentes rebaños de ovejas en los prados vecinos y, a veces, atravesando el camino por el que andamos.
En un punto determinado, un hito singular dejado por un peregrino alemán tan solo dos días antes de pasar nosotros, pues está fechado el pasado día 13. Como está en alemán, no sé qué dirá.




Ya en una fuerte ascensión, hemos llegado a Foncebadón, donde hemos encontrado “La Taberna de Gaia” quemada, y los restos precintados por la Guardia Civil, señal de que hay sospechas de que los oscuros intereses que rodean a todo cuanto hay en torno al Camino puedan estar por medio.


Un poco más arriba he fotografiado una vista de todo el pueblo, que era precioso.


Continuando la ascensión, ya cerca de la “Cruz del Ferro”, las vistas comenzaban a ser, sencillamente, espectaculares. He sacado bastantes fotos que no sé si darán una idea aproximada de lo que he visto. Ojalá.


Ha habido un momento en que la subida se ha convertido en interminable y parecía que la Cruz de Hierro no llegaría nunca. Como es lógico, no ha sido así y, al final, llegó.



Hemos encontrado a nuestro ya viejo amigo Valère , el belga, tomando notas al pie de la cruz para el reportaje que esta tarde dictará, por teléfono, al periódico al que está enviando su crónica diaria.


Situada a la derecha de la carretera, no tiene a su alrededor tanta basura como nos habían dicho. Yo diría que ninguna. He subido al pie de la misma, donde Francesco me ha hecho varias fotos, así como yo a él y he visto depositado a los pies de la Cruz, mucho sentimiento: piedras pintadas, minúsculas banderas y hasta una cinta magnetofónica en la que, quizá, alguien ha dejado grabado todo lo que hace mal en su interior. Nos habían dicho que al depositar allí (no “tirar”, pues se trata de “depositar”) una piedra o algún objeto, con dicho objeto se dejan también allí todos los demonios interiores con los que uno ha partido al iniciar el Camino. En principio yo no pensaba hacerlo pero, finalmente, he contribuido a la tradición dejando allí, al pie de la cruz, una piedra.



He orado por todos mis compañeros de viaje, tanto por los íntimos, cuyos nombres llevo escritos en mi bordón, como por lo que están coincidiendo conmigo en algún momento de este largo caminar.



Al concluir la bajada que hay después de la Cruz de Hierro hemos llegado al refugio que tiene Tomás, el Templario, a que en algunos sitios he visto que llamaban por su nombre, pero acompañado de un adjetivo alusivo a su cuidado físico (quizá por la escasez de agua). Es un personaje singular; tiene su refugio-albergue lleno de alusiones a los Caballeros Templarios, de los que parece que él se siente heredero. Ofrece algunas galletas gratis a los peregrinos que pasan y al que quiere escucharle le da una charla sobre el Temple, el Camino y otras historias que aquí, en estas alturas y con este entorno, resulta agradable oír, aunque a mi me parecen eso: historias. Estamos allí el rato que parece apropiado como respuesta a su hospitalidad y luego continuamos.




Después hemos seguido y, tras concluir esa bajada engañosa, hemos vuelto a subir hasta la cota más alta, 1.483 metros para, desde allí, contemplar una vista increíble (I-N-C-R-E-I-B-L-E) del valle en que se asienta Ponferrada, del que también he tomado varias fotos.






Luego ha comenzado la bajada, en la que he coincidido durante algunos kilómetros con Valère Rion, el belga del carrito, del triciclo, con el que hemos hablado de temas espirituales. Ello hasta que me he dado cuenta que Francesco se había quedado excesivamente atrás y nos hemos detenido para esperarle. Le dolían muchísimo los pies y temía la aparición de una ampolla que, gracias a Dios, no ha aparecido. Valère nos ha sacado una foto a Francesco y a mi juntos. De las pocas que nos hemos hecho juntos.


Con esfuerzo y prudencia hemos realizado la pronunciada bajada que nos ha permitido alcanzar El Acebo y encontrado el albergue privado en su calle principal, en cuyo jardín trasero escribo estas líneas.





De los dueños del albergue no puedo hablar bien. Son de esa gente que no ven en el peregrino más que una fuente de ingresos. Mal encarados, imprudentes y faltos de respeto a los peregrinos. Son, desde luego, cualquier cosa menos “gente del Camino”. Y mucho menos, hospitaleros.


Hemos “inaugurado” una tiendecita de comestibles que comenzaba hoy su actividad. Van a tener enfrente a los del Mesón “El Acebo”, que son a los que me he referido antes. Les deseo que aguanten el tirón.




Y, como no podía ser de otra manera, he fotografiado el monumento a un peregrino ciclista que se mató bajando por estas pendientes próximas.



Hoy han sido 37 kilómetros en 8 horas y 8 minutos. 56.000 pasos.

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