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Torremocha es una localidad que se encuentra
a 24 kilómetros de Cáceres yendo por la carretera EX-206, o carretera de
Miajadas. Y Botija un pequeño pueblo a poco más de 12 kilómetros de Torremocha.
En total son unos 35 minutos los que se tardan en llegar de Cáceres a Botija.
En la mañana del 20 de marzo de 2013, fresca
a primera hora pero con un estupendo sol, me trasladé con la intención de hacer
la ruta que, bordeando el río Tamuja, me llevaría al Castro Vetton sito en lo
que se denomina ahora “Villasviejas” y en otro tiempo más
antiguo “Villas Viejas”.
Las primeras noticias parece que son del
siglo XIII. Pascual Madoz, a mediados del XIX, las cita en su monumental Diccionario, pero el afán
recuperatorio de este yacimiento arqueológico tuvo lugar en los añoso 60 del
pasado siglo XX.
Aparqué el coche en los alrededores de la
Plaza Mayor de Botija, donde se ubica la Oficina de Turismo y el Ayuntamiento.
Estando cerrada aquélla, me dirigí a las oficinas de éste, donde dos señoritas se
deshicieron en atenciones, ofreciéndome todo tipo de explicaciones y
facilitándome folletos relativos a las zonas turísticas del municipio.
¡¡Chapeau por ellas!! No solo me atendieron bien. Además lo hicieron con un
agrado que se les notaba.
Se sale del pueblo a la carretera y tomando
en dirección a Cáceres, a 100 metros escasos hay una cancela en el lado
izquierdo por el que se accede a una carretera asfaltada que lleva
prácticamente al Castro Vetton. Yo recorrí esa carretera durante 700 metros
para desviarme por un camino que sale a la izquierda. No tiene pérdida, pues en
lo alto del camino, a escasos 100 metros del desvío, hay unas naves de
explotación ganaderas delante de las que hay que pasar para bajar hacia el
Tamuja. Desde allí mismo vemos, a lo lejos y en lo alto, Montánchez.
Antes de llegar al río ya vemos entre 8 y 10
zahúrdas, que son como pequeños establos construidos con pizarras para guardar
cerdos. Me llamó la atención el razonable estado de conservación de las mismas.
Allí mismo está también la Ermita del
Santísimo Cristo Resucitado, de moderna construcción, lugar donde los vecinos
del pueblo se reúnen una vez al año para celebrar la tradicional romería. Al
lado de la Ermita una plataforma de cemento sugiere el lugar donde se ubique la
oportuna orquesta o desde el que la persona que corresponda se dirija a la
concurrencia.
El río, frente a la Ermita, trae un caudal
considerable lo que hace que la anchura del mismo sea mucho más grande que lo
habitual e inicia la curva de un gran meandro de unos 300º.
Un poco más abajo una represa hace que se
genere una bonita cascada, con un ruido intenso, tal es la cantidad de agua que
cae.
En la parte final del meandro nos
encontramos el Puente Viejo y un Molino. Aquel es del siglo XVI o XVII. Está
construido a dos vertientes y tiene 3 ojos siendo el central el más ancho. Cuenta
a cada lado con huecos cuadrados y rectangulares para que, cuando hay crecida,
el agua discurra con fluidez.
El Molino es del siglo XVIII y se encuentra
bastante abandonado en cuanto a su conservación. Me sorprendió, sin embargo,
comprobar que en la parte opuesta al río mantiene en bastante buen estado vanos
de conducción, imagino que de agua.
Pasado el puente, en un pequeño repecho
encontramos más zahúrdas.
Al final del repecho citado, unas naves de
explotación ganadera. Y a su derecha, una cancela nos permite pasar la
alambrada. Hemos de seguir por el camino que discurre por detrás de las naves.
Estamos ya en la dehesa boyal en la encontraremos gran cantidad de encinas y
rebaños de ovejas.
El camino discurre claro y a amplio por un
entorno muy grato, no solo por la belleza propia de la dehesa, sino porque las
abundantes lluvias de los últimos meses hace que todo aparezca de un verde
intenso a mis ojos.
Una alambrada y un cartel poco acordes con
el entorno, nos indican el emplazamiento de antiguas minas. La alambrada
protege de posibles caídas a un hoyo de cerca de dos metros de profundidad.
Y de improviso, sin darnos cuenta siquiera,
me encuentro frente a, probablemente, lo más llamativo de la jornada: el Molino
de la Muralla. Es una muralla construida en granito en el siglo XVIII que se
ubica en uno de los meandros del Tamuja. Su aspecto es de robustez. El agua
cae, abundante y rápida, por el otro extremo de la muralla, sobre la que puedo
caminar sin problema (algo más de un metro de ancho en la parte superior) justo
hasta donde está el paso del agua.
De no llevar el Tamuja tanta agua
probablemente se pudiera pasar por aquí hasta el otro lado de la muralla para,
desde aquí, ir al Castro Vetton.
Justo al lado está un edificio,
rehabilitado, que fue el lugar donde, en sus tiempos, se ubicó el molino para
moler trigo. Su construcción es de pizarra. Está cerrado y, según he leído, en
su interior existe un centro de interpretación de lo que, en su día, debieron
ser este tipo de molinos.
Desde la muralla se pueden ver dos huecos
por los que debía pasar el agua, en su día, para mover el molino. Hoy el acceso
del agua a estos pasos está tapiado.
Como el Tamuja viene de agua hasta los
topes, la caída de la misma por el lateral de la muralla es impresionante y
confieso que paso largos minutos deleitándome con el espectáculo.
Por debajo del molino, donde se inicia la
curva del meandro, el agua corre rápida.
En el otro lado de la muralla del molino, el
agua presenta un aspecto que representa el contrapunto a lo que acabo de ver.
Si allí todo era fuerza, rapidez, espuma y ruido, a este otro lado todo es calma
y remanso, la superficie es completamente lisa y, si no fuera por el ruido de
la cascada vecina, solo unas leves ondas nos sugieren el agua en movimiento.
Me cuesta arrancar del lugar, pero he de
continuar la marcha.
Unos 500 metros aguas arriba existe una
pasadera cuyo emplazamiento localizo con exactitud gracias al GPS, pero las
piedras están completamente sumergidas. El nivel del río es tal que ni siquiera
se ven. El Castro está, aproximadamente, a un kilómetro del lugar donde me
encuentro, pero me veo obligado a subir por el río hasta el Puente Viejo para
cruzarlo y, desde allí, dirigirme directamente al Castro. Lo suyo hubiera sido
haber seguido el curso del Tamuja y haber llegado con él hasta el Castro.
Como me gusta verle a todo el lado bueno,
agradezco el inconveniente, que me da la oportunidad de deleitarme con un
paisaje que pocas veces debe ofrecer el aspecto que ahora: el río tiene doce o
catorce metros de anchura; el paraje de “El Rincón”, en el que me encuentro,
forma parte natural de la dehesa; el campo presenta un verdor nada habitual en
estas tierras y la presencia de abundantes flores anuncia la primavera que,
precisamente hoy, comienza y que va a ser digna de disfrutarse en cuanto
tengamos siete u ocho días de sol.
Siguiendo un sendero alcanzo sin ninguna
dificultad la explanada situada al final de la carretera asfaltada que, desde
el pueblo, llega hasta aquí, pues puede venirse directamente en coche.
Un camino de tierra de poco más de 250
metros me lleva a la cancela y paso canadiense por el que se accede al recinto
donde se ubica el Castro Vetton, cuyo itinerario está sugerido por medio de
algunas flechas amarillas.
El Castro pertenece a la Segunda Edad del
Hierro (siglos IV a I A.C.) y se ubica en lo alto de una colina de escasa
altura (400 metros) y está formado por dos recintos doblemente fortificados
fácilmente identificables en buena parte de su extensión. Las piedras que
conforman la base de la fortificación uno de los recintos, sin poder ser
calificadas de ciclópeas, son de buenas dimensiones, de forma prismática, bien
talladas y ajustadas. La parte más occidental de ambos recintos cuenta con la
fortificación natural que ofrece el Tamuja, que discurre en lo hondo de un
barranco (no demasiado profundo).
En algunas zonas la fortificación se ve
complementada por fosos que se aprecian sin dificultad.
El yacimiento ha sido excavado en una mínima
parte, pudiendo observarse vestigios de alguna vivienda, así como dos
necrópolis.
El material arqueológico hallado se
encuentra depositado, en su mayor parte, en el Museo Provincial de Cáceres.
También se han encontrado algunos verracos. Uno de ellos está en el Museo
citado y el otro en la escalinata del I.E.S. El Brocense de Cáceres. De este
verraco inserto una foto que tomo prestada de internet de este sitio:
Desperdigados por el lugar se encuentran
piedras talladas originarias del pueblo que se asentó aquí.
Concluida la visita al Castro, regresé a
Botija utilizando los 2,5 kms. de carretera a través de los que se llega al
pueblo.
De regreso a Cáceres, y ya en las inmediaciones
de la ciudad, me llevé la sorpresa de poder contemplar 5 buitres que devoraban
los restos de algún animal. Cuando paré el coche para fotografiarlos, tres de
ellos emprendieron el vuelo, aunque volvieron a posarse en las inmediaciones,
pero sin acercarse a la carroña. Los otros dos ni se inmutaron.
Muchas gracias por darnos a los apasionados al senderismo y a la naturaleza la pisibilidad de recorrer todos los lugares a los que tan facil no es llegar con tus recomendaciones. Saludos y poco a poco iremos siguiendo tus pasos. Desde Caceres un saludo y gracias
ResponderEliminarGracias a ti, Casimiro, por tu comentario.
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