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Organizada por el Club Senderista “Peñas
Blancas” de La Zarza (Badajoz) y por el Ayuntamiento de dicha localidad,
y dentro del Circuito
Extremeño de Rutas Senderistas 2013, de la FEXME (3ª ruta), se llevó a cabo durante
la mañana del domingo 3 de marzo de 2013.
Aunque las páginas de internet que habitualmente
nos proporcionan datos meteorológicos no daban más que una ligera lluvia a
partir de las 13 horas, comenzamos a mojarnos sobre las 10,30, cuando estábamos
alcanzando una pequeña meseta, que nos sirvió para darnos un ligero respiro, al
final de la subida a la cima de la Calderita, lugar por donde accedimos a la
Sierra de Peñas Blancas.
La temperatura agradable, en torno a
los 8-10 grados en todo el recorrido, si bien en la subida a la Calderita a
casi todos nos sobraban algunas de las piezas de abrigo que nos habíamos
puesto. Tan temprano esfuerzo nos puso a tono con rapidez.
Según la información que me dieron
antes del comienzo de la ruta, se habían inscrito del orden de 1.000
participantes, aunque muchos optaron por la ruta alternativa que evitaba la
subida a la Sierra. Desde antes de las 9 (hora oficial de salida), un pequeño
grupo se ubicó bajo el arco de salida para ser los primeros.
Además de los perros que suelen
acompañar a los senderistas en buena parte de sus caminatas, en esta ocasión
había un acompañante especial, bien representativo del pueblo de La Zarza: un
burro bien enjaezado que pronto se convirtió en objeto de buena parte de las
cámaras fotográficas de los participantes, con el amable consentimiento de su
dueño. El burro no subió a la Sierra, sino que hizo la ruta alternativa, aunque
solo lo volví a ver cuando ésta se juntaba con la ruta larga.
Empezamos a caminar sobre las 9,20 y el
grupo de cabeza impuso un ritmo vertiginoso. Más que una ruta senderista
parecía una carrera en la modalidad de “caminata olímpica” (esa en la que el corredor camina de prisa, pero
sin levantar los pies para
correr).
En un paso (no me atrevo a llamarlo
“puente”) de madera, en el mismo lugar donde se encontraba lo que parecía un
antiguo pozo, se hizo el primer tapón, al tener que atravesar el Arroyo
de la Calera que aunque no llevaba demasiado caudal, sí era lo
suficientemente ancho como de una cuarta
de profundo como para tener que utilizar el puente.
Justo en el inicio de la subida (a 2,3 kms.
del inicio de la marcha) se atraviesa (esta vez sin problema alguno) el Arroyo
de las Molineras y comienza la ascensión. Son 250 metros de desnivel en
un trayecto de un kilómetro. La vereda de subida es lo suficientemente estrecha
como para tener que caminar en fila de a uno. El problema era que, al ser tan
grande el número de participantes y encontrarnos en un sendero estrecho y
empinado, aún sin quererlo te veías impelido a seguir el ritmo de los de
cabeza, para no hacer de tapón a los que venían detrás.
Según pude enterarme después, en este tramo
de subida sale un sendero a la derecha que te lleva al Abrigo de las Viñas,
donde se encuentran las pinturas rupestres. He de confesar que me pasó tan
desapercibido el señalamiento del desvío (si es que existe), que no tuve la más
mínima oportunidad de visitarlo. Por ello aprovecho, primero para animar a
quien tenga la responsabilidad de señalizar con mayor profusión o con mayor
cartelería, el lugar del desvío y también a la organización de esta ruta para
que en convocatorias posteriores facilite de algún modo la posibilidad de la
visita.
Según alcanzábamos la cima de La
Calderita, nos íbamos deteniendo para darnos un respiro y aprovechamos
para deleitarnos con las magníficas vistas existentes desde allí. La vista de
Zarza de Alange, su castillo y su pantano son magníficas, a pesar de que las
nubes y la neblina no permitían que hubiera una vista nítida a la distancia.
Pero, en todo caso, la subida había merecido la pena. ¡Ya lo creo!
Continuamos caminando por la ladera sur
de Las Molineras (cuatro pequeños picos de 543, 532, 531 y 513 metros de
altitud; en la foto inmediatamente anterior se ven dos de los picos),
atravesando el Puerto de las Hoyas (que está entre los picos de 513 y 532
metros) a la zona norte de la Sierra, para bajar por la Umbría de Soria, con un
desnivel del 10%. El camino era pedregoso y estaba muy embarrado, por lo que
hubo que extremar las precauciones para evitar caídas.
Al llegar abajo y por un camino ancho y
bien señalizado, fuimos por el Valle de la Osa, bordeando el Cerro
Busca a nuestra izquierda, y otro cerro a nuestra derecha, hasta
volvernos a encontrar el Arroyo de la Calera, lugar donde el
camino realiza un brusco giro de unos 250º a la derecha para toparnos con
un sitio por donde corría un abundante
regato.
Caminamos teniendo enfrente la Sierra
de Peñas Blancas y a nuestra izquierda la Sierra de Juan Bueno. Los
campos por aquí son puro pedregal, en los que parece imposible que pueda
sembrarse nada ni sacarles algún provecho. Como se puede imaginar, también el
camino está sembrado de piedras.
Casi a continuación dejamos a nuestra
izquierda un chalet del que, desde el camino, no se ve más que una bonita
torre-mirador que, supongo, hará las delicias de sus propietarios dada la
orientación a la sierra.
Casi llegando a las inmediaciones de la
Sierra
de Peñas Blancas, encontramos a nuestra izquierda tres o cuatro casas.
La última, que no tiene pérdida, pues hay en ella una curiosa construcción
circular con una pequeña cúpula, sirvió de cobijo para el avituallamiento que
tenía preparado la organización.
Lamentablemente, muchos de los
participantes no tuvieron en cuenta el impacto visual medioambiental de sus
gestos: sembraron de cáscaras de naranja y de servilletas de papel estrujadas,
no solo el recinto de la casa que nos acogía, sino también todo el camino a lo
largo del kilómetro siguiente.
Nada más dejar la zona de
avituallamiento nos vemos sumergidos en el estupendo Pinar de los Valencines.
Muchos pinos cortados para el aprovechamiento de su madera se amontonan a
izquierda y derecha y los que siguen en su sitio crecen en medio de una buena
abundancia de pastos y jaras.
Tras atravesar otra vez el Arroyo de la
Calera, nos dirigimos en medio de gran cantidad de jaras en flor y de cantuesos
hacia el Puerto del Lobo, paso que encontramos al final de la Sierra
de Juan Bueno. El lugar lo identificamos fácilmente, pues allí
encontramos las Casas de Don Andrés, aparentemente abandonadas y que tienen
delante una charca, en estas fechas con abundante agua.
Allí mismo un poste informativo nos
dice que estamos a poco más de 3 kilómetros de la Mina Tierrablanca, donde
se extrae desde hace muchos años caolín. Esta parte del recorrido es también
muy bello y con abundante vegetación. Nos estamos desplazando por la vertiente
norte, la umbría, de la Sierra de Juan Bueno y lo
comprobamos con facilidad al ver el abundante musgo que crece en casi todas las
piedras de los bordes del camino, en especial del lado izquierdo.
Casi de improviso queda a nuestra vista
la profunda herida que la mano del hombre ha infligido a la Sierra
de Juan Bueno. Se trata de las minas, a cielo abierto, de caolín o de “tierra
blanca” que desde hace muchos años vienen explotándose aquí, pero en
los últimos decenios mediante grandes maquinarias que han dado lugar a un
profundo corte en medio de la sierra. Se utiliza, principalmente, para el
blanqueo de las paredes.
Antiguamente los “tierrablanqueros” la extraían
a mano, con pico, y era transportada por los arriero a lomos de sus burros.
Hoy el mordisco en la tierra está a la
vista con toda su crudeza, pero la explotación ha bajado en intensidad debido a
la crisis económica.
La mina es profunda y el agua se
acumula en su fondo. Cuando pasamos por allí, el agua tenía un bellísimo color
verde que prácticamente ningún senderista se resistió a fotografiar.
Desde las minas un camino de tierra,
ancho y bien compactado, nos lleva hasta la carretera que circunvala La Zarza,
que atravesamos con cuidado para evitar percances. Al otro lado nos espera el
pueblo, origen y fin de la ruta de hoy. Cuando ya está a nuestra vista, una
casa ofrece a nuestra vista la clásica con la flecha y el gallo, que indica la
dirección del viento.
En nuestro camino por las calles,
pasamos por la Iglesia de San Martín, frente a cuya fachada se erigió hace
casi 25 años el simpático “Monumento al arriero y su mundo”. El
motivo del monumento, como no podía ser de otra manera, un arriero y su burro.
Y al llegar al punto de partida
terminamos la ruta con un cronometraje de cuatro horas exactas, lo que da idea
de la velocidad de la marcha.
No puedo dejar de referirme a los
miembros organización, siempre atentos, simpáticos y generosos, tanto en el
avituallamiento en ruta como en la paella final que ofrecieron a todos los
senderistas.
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