19 junio 2004.-
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La
etapa de hoy es larga, cercana a los 40 kilómetros, por lo que hemos salido de
Samos a las 5,10 y hemos caminado de noche los 12 kms. que nos separaban de
Sarriá. El ambiente olía a humedad y en cuanto ha clareado lo más mínimo hemos
visto un cielo cargado de nubes. Desde el primer momento estaba claro que nos llovería.
Al
llegar a Sarriá nos hemos llevado la sorpresa e encontrar, en las calles por
las que pasa el Camino, a cientos de peregrinos. Sabíamos que de aquí empiezan muchos,
pues este pueblo está a 111 kilómetros de Santiago y partiendo de aquí se
consigue la “Compostela”, pero no esperábamos la enorme cantidad de gente que
había. En el bar que entramos a tomar café hay entre 8 o 10 peregrinos y
mientras esperamos pasan, al menos, otros tantos. Decidimos, pues, ante la
amenaza de quedarnos sin cama en Portomarín, abreviar el café y salir pitando.
El
recorrido de la etapa a través de Sarriá hace que no se entre de lleno en el
núcleo urbano, sino que se toque el mismo solo por el sur caminando a través de
la Rúa Peregrino primero, que salva el río Sarriá y de la Rúa Maior después, a
mitad de la que pasamos junto a la Iglesia de Santa Mariña que, con la
velocidad que hemos dado a la marcha, solo me da tiempo a fotografiar sin mayor
detenimiento.
Solos
unos cuantos metros más allá y casi al borde de un mirador, la Iglesia del
Salvador y un precioso cruceiro que despedía a los peregrinos que salían de la
población camino de Santiago.
Una
vez que se ha bajado desde el mirador donde está el cruceiro se llega al
Monasterio del Convento de la Magdalena donde en 2012 se inauguró un estupendo
albergue.
A
la salida de Sarriá el camino discurre en algunos tramos a través de una
antiquísima arboleda en la que podemos ver árboles centenarios.
El
cielo se va cubriendo de nubes cada vez más oscuras aunque, hasta el momento,
hemos podido caminar sin tener que tirar de las capas de agua que, aunque
cubren bien no dejan de ser incómodas, sobre todo por el calor que dan al no
ser apenas transpirables.
Poco
después de pasar las cuatro casas que componen la aldea de A Serra, al borde de
la carretera LU-P-5709, encontramos una fuente decorada con el logo del Xacobeo
1993, el famoso Pelegrín. Y algunos metros más allá, y sirviendo para cruzar el
río Marzán, un precioso puente realizado en losas de granito.
Nuestros
temores de lluvia se ven confirmados,
por lo que paramos un momento para sacar las capas de agua de las mochilas y
cubrirnos con ellas nosotros y nuestras mochilas. La verdad es que resulta
graciosa la pinta que tenemos con ellas, pues al ir la mochila tapada solo se
nos ve a nosotros y una enorme joroba.
Poco
después de Brea y antes de llegar a Morgade nos encontramos con un punto
emblemático: el mojón del km. 100, que está completamente pintarrajeado de
amarillo y con muchas pintadas de otra índole. Como no podía ser menos, nos
fotografiamos con el mojón.
Morgade
no es ni aldea. Son cuatro casas concentradas en el lado izquierdo del camino,
donde está un establecimiento de hostelería que hace su agosto.
Justo
donde termina Morgade, y a la derecha del camino, está la famosa “Fuente do
Demo”, o Fuente del Diablo. Cuenta la leyenda que si quien se acercaba a la
fuente era una persona que estaba en gracia de Dios, dejaba de manar agua,
mientras que si quien se acercaba era alguien que estaba en pecado, el agua
seguía manando. De este modo la fuente solo servía para calmar la sed de los
pecadores. La gente del entorno, cuando tenía sed, iba en grupo porque como
entre ellos siempre habría alguien en pecado, así no dejaba de manar y todos
podían beber.
Cuenta
también la leyenda que la gente de los alrededores no se fiaba mucho de la
forma de ejercer de un cura que estuvo de párroco por aquí. Por eso, después de
confesarse con el cura se acercaban a la fuente para ver si sus pecados estaban
perdonados: si dejaba de manar agua es que el cura les había absuelto eficazmente.
Francesco
y yo quisimos comprobar individualmente nuestra situación. No cabe duda que
necesitábamos de confesor, porque el agua no dejó de manar en ningún momento
mientras estuvimos a su lado. ¿Qué no? ¡Ahí está la prueba!
Unos
pocos metros más adelante, y también a la derecha, se encuentra la capilla de
piedra de Santa Mariña, con una estructura de una solidez extraordinaria, pero
cuyo interior está absolutamente maltratado por la gente que pasa por aquí:
pintadas, basuras, etc… Me pareció normal la gran cantidad de mensajes que los
peregrinos dejan escritos en papel y sobre el pequeño y humilde altar, pero
inadmisible el poco respeto y cuidado a un monumento que es patrimonio de
todos.
El
mojón correspondiente al kilómetro 99 está mucho más limpio. No tiene la carga
afectiva del anterior, por eso está más respetado. Tampoco podemos evitar la
foto en este mojón, primero con solo dos dígitos que encontramos desde que
salimos de Roncesvalles hace ya una eternidad y que supone un aldabonazo para
nosotros ya que es la muestra evidente de que estamos dando los últimos pasos
en el Camino (ya no hay “centenas” sino solo “decenas” de kilómetros
pendientes).
Pasado
Ferreiros deja de llover, con lo que podemos quitarnos las capas y colocarlas
de nuevo en las mochilas. Nos quedan diez kilómetros que, esperamos, no nos
llueva más.
Atravesamos
varias aldeas minúsculas, con construcciones antiguas, típicas, humildes y que
nos insinúan el modo en que las gentes han debido vivir durante siglos.
A
estas alturas de esta etapa hemos adelantado, al menos, a cuarenta peregrinos y
en lo que quedó de jornada aún adelantamos a otros 30 o 40 más. Algo increíble.
Decidimos, en plan humorístico, no contar peregrinos adelantados, sino literas
aseguradas. Más que andar, volamos en esta etapa.
Al
fin divisamos Portomarín, al otro lado del Miño.
Cuando
estamos a punto de llegar al río, una pareja camina en dirección al mismo. La
chica lleva los pies destrozados. Va en chanclas y solo a duras penas es capaz
de mantenerse en pie. Su cara refleja el tremendo dolor que le producen las
llagas que se ha producido. Y es que mucha gente se lanza a caminar sin haber
hecho el más mínimo entrenamiento y, con mucha frecuencia, estrenando unas
botas que jamás se había calzado.
El
Miño me parece inmenso, anchísimo y cargado de agua. Me trae recuerdos de mi
infancia, cuando con seis o siete años mal contados Fray Fernando nos hacía
cantar los ocho ríos de España con una musiquilla o un sonsonete que todavía
recuerdo a la perfección: Miño, Duero, Tajo, Guadiana, Guadalquivir, Ebro,
Júcar y Segura.
La
enorme anchura del Miño se debe, en realidad, a que las aguas que vemos forman
parte del embalse de Belesar, construido en Chantada a inicio de la década de
los 60 y que en 1963 sepultó por completo tanto al pueblo de Portomarín como al
puente original que salvaba el río y que hoy está, bajo las aguas, unos 30
metros por debajo del nivel por el que pasamos que es el del llamado “Ponto
Novo” o Puente Nuevo.
La
primera de las siguientes dos fotos que inserto a continuación está tomada de
la página web de galiciamaxica.eu, a
quien reconozco expresamente la propiedad de la imagen. La otra es mía.
El
Portomarín que conocemos hoy es todo construido de nueva planta en el Monte do
Cristo hace poco más de 50 años. Algunos edificios singulares fueron
desmontados y trasladados, piedra a piedra (que fueron numeradas para su
reensamblaje, a su actual emplazamiento, como la Iglesia de San Nicolás o la
balconada del Ayuntamiento.
Justo
al otro lado del puente encontramos una escalinata que pertenecía a un antiguo
puente medieval y que también fue traslada aquí. Al final del mismo se ha colocado
la Ermita de las Nieves sobre uno de los arcos del antiguo puente medieval. El
conjunto, tal y como lo vemos hoy, originalmente no existía sino que eran
piezas separadas una de otra.
A
pesar del cansancio que traemos, subimos las escaleras con la alegría de quien
ya se sabe a un paso del albergue, la ducha y la reconfortante litera.
A
través de la Rúa de Compostela, bien trazada y con buen firme, llegamos a la
plaza central de Portomarín que, para mi asombro y monumental cabreo, se
denomina “Plaza del Conde de Fenosa”, dejando así claro que, donde esté el
dinero que se quite la tradición popular. En el centro de dicha plaza se
reubicó la Iglesia de San Nicolás, conocida antiguamente como de San Juan.
Construida
entre finales del siglo XII y principios del siglo XIII, es uno de los
edificios románicos más relevantes de toda Galicia. De la imagen exterior de la
iglesia destaca su aspecto de fortaleza (debido a su situación estratégica
junto al río Miño y por estar destinado a ser castillo de la Orden de San
Juan). Fue declarada Monumento Histórico-Artístico el 3 de Junio de 1931.
El
albergue está al lado de la Iglesia de San Nicolás. Cuando llegamos a él nos
encontramos una cola de 60 personas que han llegado antes que nosotros. Es
lógico, ya que la mayoría de ellos han partido de Sarriá, por lo que han
caminado 12 kilómetros menos. La multitudinaria cola no nos impide conseguir
cama aunque, eso sí, en litera de arriba.
El
resto del día lo hemos pasado tranquilos. Veo fugazmente a mi convecino
cacereño Antonio Parejo, que va en bici, pero con quien no logro cruzar
palabra, pues el encuentro han sido un visto y no visto.
Tras
una siesta de ¡¡dos horas y media!! me levanto con una empanada monumental y
luego, lo de todas las tardes: visita turística con Francesco, cena y misa. Y
en la cama a las 21,30.
Hoy
han sido 37,5 kilómetros en 6 horas y 45 minutos. 45.000 pasos.
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