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Organizada por el Club La Vereína, de
Cáceres, y realizada el 9 de marzo de 2013. Participamos más de 100 personas
(dos autobuses completos).
Pese a que todas las previsiones
meteorológicas anunciaban una lluvia
generosa, nada pudo con el extraordinario buen ambiente que rodea a cuanto
organiza este club, lleno de cordialidad y buen humor.
Salida de Cáceres a las 9 y desayuno en
Serradilla algo pasadas las 10, tras lo cual iniciamos la marcha desde la parada
de autobuses, al inicio del Paseo de Extremadura. Pasamos por el Parque Sur y,
todo recto por el Camino de Peñafalcón o de la Garganta, como vimos que lo
llamaba un cartel.
No había regato que no corriera con
abundante agua, ni piedra que no rezumara por todos sitios. Por los huecos de
desagüe que tienen algunas paredes de fincas, el agua corría que se las pelaba.
Enseguida nos quedaron a la vista el Pico
de Peñafalcón y el Cancho de la Cueva, señalando claramente
el lugar al que nos dirigíamos. Más a lo lejos y a nuestra derecha se divisaba
con toda claridad el Castillo de Monfragüe, marcando el
inicio de la Sierra del mismo nombre y, junto a él, pero un poco más a la
izquierda, el Salto del Gitano
A 4 kilómetros de la salida llegamos al Mirador
del Alambique, desde el que podíamos contemplar, a nuestra izquierda la
Sierra del mismo nombre (Alambique) y más a la izquierda aún
la de Santa Catalina, a cuyos pies está Serradilla. De frente, a la
derecha la Sierra de Peñafalcón y a la izquierda la Sierra de la Cueva y en
medio de estas dos La Portilla, por donde cae el agua del Arroyo de la Garganta en
un salto de algo más de 10 metros de altura.
A partir del mirador comenzamos a ver
buitres, con su pausado vuelo. Yo llegué a contar ocho o nueve volando
simultáneamente. Alguno de los que me acompañaban, con cámaras fotográficas más
precisas que la compacta que yo llevaba, con siguieron estupendas fotos de
estas aves.
Me entretuve para que Vicente Pozas me hiciera una foto nada más
salir del Mirador. La verdad es que la vista merecía la pena: los cerros de El
Sordo y El Tornero justo detrás de mí y Peñafalcón a mi derecha.
Corriendo entre aquéllos dos y éste último, el Arroyo de la Garganta (o
Arroyo Trasierra), aunque la perspectiva no permitía que saliera en la foto,
pero sí en las siguientes que hice yo mismo. Y al fondo el Castillo de Monfragüe y
el Salto
del Gitano. Todo un espectáculo que no solo cautivó a mi cámara de
fotos, pues creo que no hubo senderista que no le diese, a gusto, el disparador
de la suya.
En cuanto comenzamos la bajada hacia el Molino
del Puente, comenzó a sonar con fuerza el caudal del agua de un
arroyuelo a nuestra izquierda (no se su nombre) que, un poco más abajo suma las
suyas a las del Arroyo de las Viñas. El camino caracolea varias veces a
izquierda y derecha para ir salvando, con suavidad, los 74 metros de desnivel
que hay entre el Mirador y el Molino. En una de las curvas del
camino me quedó a la vista el Molino y el Puente y una veintena de senderistas
que ya había llegado al lugar. La vista, absolutamente preciosa y la foto, por
supuesto imprescindible.
Desde el mismo punto del camino se divisaba
ya la Garganta del Fraile y el salto del agua que, un poco más
adelante íbamos a tener al alcance de la mano.
Al culminar la bajada y llegar al punto más
bajo de todo el perfil de la Ruta, encontramos el precioso puente y el molino.
Me llamó la atención el cartel colocado en el lugar que dice “La
Puente”.
He tratado de buscar alguna referencia que
me indicara la razón del femenino en la denominación. El diccionario de la Real
Academia recoge hasta 15 significados distintos para la palabra “puente”, atribuyéndole,
en todos los casos, género masculino. Solo he encontrado un breve estudio del
ingeniero de caminos Josep
M. Albaigès Olivart
en el que, muy de pasada, se refiere a esta denominación en femenino (“La
Puente”) indicando que, en la antigüedad, cada uno de los derivados de la
palabra “puente” definía un tipo de puente distinto (pontón, puentecilla,
puentezuela o pontezuela, pontana, pontanilla, ponto…) y dice que la mayoría de
estas palabras, nacidas como simples matizaciones del primitivo concepto de
puente, han acabado encajando en acepciones ingenieriles precisas. Señala que
la expresión “la puente” en Chile otorga un matiz diferenciador al referirse a
un puente pequeño.
Pues, en todo caso, el
puente o la puente, junto con los restos del molino que se ubica a su
lado, le dan al paraje una belleza extraordinaria o, al menos a mí, así me lo
pareció. Y, como siempre en estos casos, no pude evitar evocar un recuerdo a la
gente que atravesaba estos parajes y que sintió la necesidad de construir un
puente, a la que lo construyó materialmente y a los que debieron juntarse
cuando esta obra se inauguró. Cosas de viejos.
Junto al puente se unen los caudales de
los arroyos de las Viñas y del Trasierra (o de la Garganta) que ya,
fundidos, corren a verterse, unos cuatro kilómetros más abajo, en el Tajo. Dejo
una foto del lugar en que se produce esa unión: el de las Viñas a la derecha y
el Trasierra a la izquierda. Son las aguas de éste último las que salva el tan
repetido puente.
Unos metros más arriba el camino tiene
un desvío a la derecha respecto al que un cartel nos indica que está prohibido
el paso, por tratarse de zona de reserva de la biosfera.
Y en seguida llegamos al merendero
situado a los pies mismos de la cascada de la Garganta del Fraile, un salto de
agua de unos diez metros de altura que cuando nosotros la visitamos tiraba un
caudal considerable.
Por encima de nuestras cabezas, además
del agua, una docena de buitres que anidan en las altas rocas del lugar. Un
joven compañero senderista, más experto que yo en temas de la naturaleza, me
explicó cómo distinguir, en vuelo, un águila de un buitre. Y yo, que me
confieso habitante del asfalto, le agradecí su explicación tan bien dada, con
claridad y sencillez.
Aquí mismo tuvimos uno de los ratos
jocosos de la jornada. El agua que caía de la cascada eran en tal cantidad que
el paso franco que hay por debajo para superar el arroyo quedaba totalmente
cubierto. Cerca de una cuarta de agua lo rebasaba. Dada la edad de la mayor
parte de los senderistas, aquello fue divertido, pues unos cuantos se prestaron
a pasar, haciendo la sillita, montados “a burro” o, incluso, llevando a
cuestas, como si de sacos de patatas se tratase, a otros participantes (chicos
y chicas). Y ello para la diversión de todos. Fueron ratos especialmente gratos
y relajados.
La Garganta es, dentro de la Ruta, el punto más
alejado de Serradilla, por lo que a partir de aquí comenzamos el regreso. Los
chicos de La Vereína, con estupendo criterio, habían programado el regreso por
una ruta alternativa a la que es habitual, con el único objeto de hacer la Ruta
un poco más larga y atractiva. Por ello, a 1,4 kilómetros de la Garganta
cogimos un estrecho (pero claro) sendero a nuestra derecha que, bordeando la Sierra
de la Cueva, lleva al punto más alto de la misma, el Cancho
de la Cueva. Esto nos permitió caminar por encima del nivel en que
anidan los buitres que habíamos estado viendo desde abajo. También permitió, a
lo que tenían cámaras idóneas, obtener algunas fotos preciosas de los buitres
volando a la misma altura en que ahora estábamos nosotros.
Las vistas del Parque de Monfragüe desde
este lugar son, sencillamente, una preciosidad, quedando Peñafalcón y la
Portilla enfrente de nosotros y a nuestra izquierda. Merece la pena subir hasta
aquí para deleitarse con el espectáculo.
Nuestro deleite duró poco, pues las
negras nubes que venían acercándose desde el oeste hacía ya una hora comenzaron
a descargar agua con todas sus ganas. De las mochilas salieron, como por arte
de magia, fundas de mochila, paraguas, capas de agua, chubasqueros y cuanto
artilugio podía protegernos de la que se nos venía encima. Fuimos bordeando,
por la umbría, la Sierra de la Cueva hasta llegar a la Caseta de Vigilancia de Santa
Catalina, desde donde íbamos a haber bajado a Serradilla por la Cruz
del Siglo y el Mirador de la Sierra. Sin embargo,
el diluvio no se detenía más que por instantes y para retomar con la misma
intensidad, por lo que decidimos retroceder unos metros hasta la confluencia
con el Itinerario Marrón de Monfragüe para, desde allí y en kilómetro
y medio, llegar a Serradilla.
La bajada hasta Serradilla fue húmeda (en
sentido literal), emocionante y divertida, todo a la vez. El camino de bajada tiene,
por el lado izquierdo, un canal por el que se precipitan, rápidas, las aguas de
lluvia, pero en un momento determinado toda el agua se pasa al camino, que
inunda y del que se apropia por completo. Eso nos llevó a tener que chapotear a
ratos y a tenernos que subir a los bordes del camino en otros momentos. Y, una
vez más, los chicos de La Vereína, llenos de buen humor y
de espíritu de servicio, anduvieron pendientes de todos para que, en los
momentos en que era más difícil atravesar el caudal de agua, sus manos y brazos
sirvieran de apoyo para los saltos que nos veíamos obligados a dar.
Llegamos al pueblo bajo la mirada atenta de
un pollino que debía preguntarse qué hacía toda aquélla gente chapoteando en el
agua.
A la entrada de Serradilla un antiguo aljibe
con trazas árabes, rejas en la puerta, pero ningún panel informativo que nos
explicara su historia, nos da la bienvenida.
Pasamos por el Santuario del Santísimo Cristo
de la Victoria, que visitamos con tranquilidad después de comer, así
como por la Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción y
dimos por terminada la ruta al llegar a la Plaza del Ayuntamiento.
Como es lógico, no dejamos de ver y
fotografiar el singular puentecillo que, para pasar por encima de las aguas
pluviales hay en otra placita un poco más debajo de la citada del Ayuntamiento.
Desde luego, no es espectacular en absoluto pero sí es completamente singular,
por lo que pasar a verlo y hasta fotografiarse en él es imprescindible.
el aljibe se llama fuente nueva,, hay varias fuentes mas en el pueblo, como la fuente del capillo la de los grifos, cercana a la primera. antes de estar los puentecillos habia pequeños muros de granito llamados pasaderas, que recuerde ahora mismo estaban colocados en tres puntos del arroyo que recoge las aguas de la sierra
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