jueves, 28 de marzo de 2013

Ruta del Contrabando (Cedillo-Montalvão)


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Organizada por la Asociación Juvenil INIJOVEN, de Nisa (Portugal), en colaboración con el Ayuntamiento de Cedillo (Cáceres), se llevó a cabo durante la mañana del sábado 23 de marzo de 2013.


Pese a las previsiones de lluvia abundante nos concentramos en Cedillo alrededor de 400 senderistas, de los que más de la mitad eran portugueses, que hicieron notar su alegría, buen humor y potencia pulmonar durante toda la jornada.
La concentración de senderistas previa a la salida se convirtió en una fiesta gracias a la música que, a buen volumen, nos interpeló durante tres cuartos de hora.



Entre los participantes, dos burritos que, como siempre que están presentes en una ruta, se convirtieron en objeto de deseo de todas las cámaras fotográficas.



También viejos conocidos que, desde Cáceres, se han desplazado para realizar esta ruta que ya ha superado la docena de convocatorias. Entre ellos, mi habitual compañero de rutas, el periodista Vicente Pozas, siempre atento a captar con su cámara una buena foto.



El entorno del Centro de Interpretación en que se llevan a cabo las acreditaciones nos ofrece la oportunidad de captar alguna singularidad, como la Iglesia de San Antonio de Padua o el abrevadero labrado en piedra que se encuentra al lado.


Desde la terraza de que dispone dicho Centro, capto una cigüeña, con su cría, en el campanario de la Iglesia y unas magníficas vistas hacia Portugal.






Bien pasadas las 9,30 se inicia la marcha. Tan numeroso grupo provoca la mirada de los vecinos del pueblo que a estas horas están en la calle.


Bajamos hasta la Plaza del Ayuntamiento para continuar por la calle que está justo enfrente del mismo. Al llegar a la encrucijada donde está la Fuente Vieja, continuamos de frente para, siguiendo el camino, girar pocos metros más allá a la izquierda por el Camino de la Carrasquera.



El terreno que recorremos ahora está dominado por las jaras, muchas de las cuales están empezando a florecer y anuncian lo que será un espectáculo en dos o tres semanas. El hilo de senderistas ya es evidente y las pequeñas bajadas y subidas me permiten tomar alguna foto de los mismos.



Pronto empezamos a caminar por una calleja, entre muros de piedras que delimitan las fincas. Hay que estar atentos, pues a 2,5 kilómetros de la salida hemos de girar a la izquierda, acompañando al arroyo Regato del Pueblo. Hemos entrado en el paraje denominado La Carrasquera.
Enseguida encontraremos una canadiense y pocos metros más allá unas colmenas.




La canadiense es el punto en el que el camino comienza un brusco descenso. Se ha de tener cuidado, pues en quinientos metros de recorrido hay que salvar un desnivel de bajada de unos 70 metros que tendremos que volver a subir inmediatamente en un tramo de similar recorrido.


El Regato del Pueblo, que hemos venido oyendo a nuestra izquierda, toma el protagonismo de la ruta






La pronunciada bajada que nos lleva  hasta el regato termina junto a un puente construido con grandes lajas de pizarra que se apoyan sobre columnas cuadradas construidas con lanchas más pequeñas del mismo material. El lugar es bellísimo y el cruce del puente se ralentiza porque la mayor parte de los senderistas quieren hacerse una foto atravesándolo.




Y al iniciar el ascenso, pequeñas caídas de agua nos anuncian la existencia de una fuente más arriba.



A mitad de la subida encontramos la Fuente de Machiera respecto a la que, por más que he buscado en internet, no he logrado encontrar información. Se encuentra convenientemente señalizada y la vista de la misma obstaculizado con un palet de madera. Esta fuente da zona a una pequeña urbanización de turismo rural sito al terminar la subida por donde íbamos y muy fácilmente accesible por la carretera que lleva a la presa.



Tras coronar la subida recorremos un trecho con abundante vegetación de helechos y flores silvestres.







El Tajo, impresionante por su anchura y caudal, queda bien a la vista a nuestra derecha, pudiendo contemplar en la otra orilla, que es territorio portugués, cómo bajan veloces pequeños arroyos a verter sus aguas en el río.



Y cuando damos unos pocos pasos más, nos vemos obligamos a detenernos para disfrutar del espectáculo: las aguas del Tajo, en el que desemboca por su derecha (por la izquierda en la foto que acompaño) con amplio caudal el río Ponsul, todo él en territorio portugués.


Dejamos a nuestra izquierda un campo de tiro con una construcción redonda, que imaginamos será un anejo a propio campo.



En seguida encontramos la estación transformadora de la presa de Cedillo y justo a continuación comenzamos la pronunciada bajada hacia el embarcadero desde el que podremos cruzar la acuática frontera. Uno de los senderistas tiene una torcedura importante de tobillo, por lo que logra llegar con dificultad hasta un vehículo con el que tiene que se evacuado.




Un camino de cemento nos lleva hasta el embarcadero “El Balcón del Tajo”, donde una empresa presta sus servicios turísticos para pasear a los clientes por las aguas del río.




A nosotros nos trasladan con pequeñas motoras en grupos, dependiendo del tamaño de cada una de las cinco o seis lanchas  que prestan el servicio, de entre cuatro a diez personas.
Todos subimos a las lanchas con regocijo e ilusión. No en vano somos de tierra adentro y esto de navegar, aunque sea brevemente y por un río, no deja de ser algo inhabitual.
Subimos inseguros: el piso de la motora oscila bajo nuestros pies y nos sentamos con premura, buscando mayor seguridad; y, en un plis plas, la motora arranca haciendo que aflore a nuestras caras una sonrisa de ilusión infantil. Y es que, ¡¡somos como niños!! (todos: también los que no salieron en la foto).





La lluvia, que nos había respetado hasta el momento, empieza a caer con fuerza cuando estamos en medio del río. Pensábamos que eran salpicaduras de la motora, pero alguien más avispado nos indica, con gestos, de donde viene el agua.


Con rapidez nos acercamos a la presa, que fue terminada de construir en 1978 y se ubica exactamente en la confluencia de los ríos Tajo con el Sever, en la mismísima frontera con Portugal. Tan en la frontera, que la mitad de ella se ubica en territorio portugués y la otra mitad en español.
La presa es de las que se denominan “de arco-gravedad”, pues combina las características de estos dos tipos de presas: el arco (curva que hace la presa) dirige el empuje del agua hacia las orillas, y el muro de contención, más ancho en la base que en la altura, necesita menos relleno que una presa que fuera solo de gravedad.
Uno de los dos ingenieros proyectistas de la misma fue el que es mi buen amigo Nicolás Navalón, con el que  he tenido la ocasión de trabajar con habitualidad en asuntos relacionados con la fundación San Benito de Alcántara.
Los dos extremos de la presa, donde la misma toca ambas orillas, son territorio portugués y el único acceso a ella desde territorio español se realiza a través de un puente sobre el agua, por debajo del cual pasamos con las lanchas. Ese puente marca, con bastante precisión, el lugar donde se encuentran las aguas del río Sever con las del Tajo.
Aún cuando toda la navegación la hemos hecho en aguas españoles, justo en el punto de desembarco el agua es española, pero la tierra que acarician sus olas es portuguesa.




Una vez en tierra, esperamos a haya cruzado todo el mundo, momento en que reiniciamos la marcha tras nuestra apasionante “aventura fluvial”.
En entorno cambia ligeramente: la vegetación es menos abundante y el agua en suelo se hace más evidente. Algunos eucaliptus y jaras en un terreno que, a partir de mayo, intuyo que debe estar bastante pelado.



 
Desde que desembarcamos continuamos durante dos kilómetros paralelos al Tajo (ahora Tejo) y justo donde el río gira a su derecha, nosotros lo hacemos a la izquierda, de manera que ponemos rumbo a Montalvão dándole la espalda al río.
La lluvia que apareció al atravesar el Tajo parece que no quiere dejarnos. Han aflorado de las mochilas las incómodas mantas de agua, paraguas, chubasqueros y otros artilugios al efecto.




Los caminos disputan su espacio con el agua que baja, rápida, por la pendiente que vamos ascendiendo.



 
A veces no es suficiente sortear el terreno empantanado o saltar las corrientes. La anchura de algunos cauces ha precisado la colocación de alguna ayuda que nos viene muy bien al pasar.


La zona por la que caminamos tiene cuatro o cinco collados a los que el camino va bordeando. Desde que dejamos el Tajo a nuestra espalda serán seis o siete pequeñas colinas las que tendremos que sortear, lo que obliga a que nuestra marcha realice varios zig-zag. Y por las torrenteras que se han formado en los espacios entre colinas, bajan rápidas las aguas de los arroyos. Todo contribuye a que el paisaje, escaso de árboles pero con abundancia de hierba, jaras y helechos, sea de una gran belleza.





En un momento determinado, tras sortear un pequeño collado, oímos música estruendosa. Todo apunta a que estamos próximos a llegar al lugar donde la organización ha previsto el avituallamiento y reagrupamiento antes de enfilar los últimos kilómetros previos a Montalvão.





Pasado el collado Feijóo, y en el paraje de Casa Cinceira, se ha ubicado la zona de descanso. Grandes altavoces hacen que llegue una fuerte música hasta nosotros. A mi, personalmente, no me gusta, pues prefiero oír el canto de los pájaros, el murmullo del agua corriendo o saltando las pequeñas cascadas de los arroyos e, incluso, el chapotear de mis botas sobre el agua que la tierra ya no es capaz de absorber. Pero como vamos en grupo y muchas personas se han dado la paliza en organizar todo esto, hay que estar abiertos a entender que las formas de ver las cosas no son iguales para todos y que mis gustos no son los de los demás.



A todos nos falta tiempo para quitarnos las mochilas y, gracias a las previsiones del bueno de Iñaki, “echar gasolina al motor”.





 
Y conste que yo, aunque no salgo en las fotos, también reposté combustible.
Juanjo y Borja, de Calvitero Natura, están realizando la ruta con nosotros, lo que nos da la oportunidad de charlar en este rato de descanso


 
Y aprovecho la ocasión para fotografiar las cintas que tanto gustan a nuestros amigos portugueses. Al parecer la organización de rutas portuguesas acostumbra a entregar a cada participante una cinta con la inscripción de la ruta de que se trate y ellos las van poniendo, generalmente en sus bordones. Suelen cogerlas con un imperdible que fijan al bordón o utilizando cualquier otro sistema. Otros las llevan directamente colgadas en la mochila, pero lo general es su colocación en el bordón.





Una vez que han llegado todos y tras otros cinco minutos de descanso, iniciamos la marcha para completar los poco más de cinco kilómetros que nos quedan.
Después de dos o tres kilómetros, empiezan a aparecer las encinas, bien cuidadas en la dehesa. El camino está bien definido, limpio de agua.



Kilómetro y medio después de la parada nos incorporamos a una carretera. Y por fin, tras rematar la subida al punto más alto de toda la ruta, aparece de pronto ante nuestra vista Montalvão cuando solo nos quedan 3 kilómetros para llegar.



Llevamos más de cinco horas de marcha. La lluvia ha hecho acto de presencia en varias ocasiones y tenemos ganas de llegar. Y esas ganas ayudan a acelerar el paso.



Pasamos raudos ante una ermita en la que no nos detenemos y volvemos a andar camino de tierra y piedras para acercarnos al pueblo.



Poco a poco llega a nosotros el estruendo de una banda de música que ha salido a recibirnos. Son los Bombos de Nisa, municipio cercano, bastante mayor que Montalvão.
Enseguida llegamos a las carpas que la organización tiene preparada. Y justo cuando estamos en ella, comienza a llover con verdadera furia. Nos coge cubierto, con el estupendo olor de unos cochinos asándose a fuego lento y de las alubias con chorizo que han preparado para reparar fuerzas.



 
Y a los postres, un grupo nos deleita con sus canciones típicas portuguesas. Un fin de ruta ameno, agradable y con un ambiente extraordinario.




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