22 junio 2004.-
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No
hemos levantado temprano, a eso de las 4,30. Desde el mismo momento de
despertarme he sido consciente de que hoy es el final, la última etapa de verdad
ya que mañana solo nos quedarán los 5 kilómetros escasos que separan el Monte
del Gozo de Santiago.
He
recogido el saco y otros utensilios en la mochila con una enorme carga
emocional, sintiéndome un tanto desfondado, triste, sabiendo que el Camino y todas
las vivencias que, tan intensas, he vivido este último mes, se me acaban.
A
las 5 en punto Francesco y yo salimos del albergue con el ánimo de que hoy
pernoctaremos en el Monte del Gozo y veremos Santiago por la tarde. Mario no nos
planteó ayer caminar con nosotros por lo que, con la inmensa libertad con que
nos hemos relacionado estos días, salimos sin decirle nada.
A
poco de salir vemos el monumento levantado en recuerdo del joven sacerdote y
peregrino Ramón Pazos Seaje, que con 29 años murió el 22 de julio de 1996 en As
Barrosas (La Coruña), en accidente de coche a la que acudía a auxiliar a un
peregrino de su grupo parroquial.
Aproximadamente
por Salceda nos ha amanecido y hemos podido detenernos a tomar un café,
regresando de nuevo al camino donde nos encontramos con Sergio que, tras un
breve intervalo, ya no se separa de nosotros en todo el día.
Hoy,
más que andar, hemos devorado kilómetros. Poco importaban las mínimas
agrupaciones de casas (no se les puede llamar ni pueblos) que nos encontrábamos.
La cosa era llegar.
Pasamos
por el Alto de Santa Irene, al que le sigue un descenso con fuerte pendiente,
que hemos hecho con energía y a buen ritmo.
Hemos
caminado con una extraña mezcla de ilusión y pena. Ilusión porque alcanzábamos
la meta. Pena, y gran pena, porque éramos conscientes de que esto se acaba.
Hemos sido más locuaces que en jornadas anterior y no hemos podido evitar hablar
sobre el camino, la experiencia, la riqueza que nos ha aportado y la esperanza
de volver a hacerlo (este y otros caminos) en un futuro.
A
la altura de O Pedrouzo pasamos por el
mojón 20 y Francesco nos inmortaliza a Mario y a mi. Cada una de estas
cifras tan redondas, labradas en un mojón, tienen una rara mezcla de “meta
conseguida” y “todo se acabó”, que nos dejan un sentimiento agridulce.
Pasado
Amenal, a 10 kilómetros del Monte del Gozo, entramos en un bosquecillo de
eucaliptus. Hay una cuesta larga en cuya subida nos pesan las piernas más de lo
que ha sido habitual. Puede deberse a los 700 kilómetros acumulados o, quizá, a
que desfallecemos ante el final de nuestra aventura. Como quiera que fuese,
tiramos de agua y Francesco y yo tiramos de sendas barritas energéticas. Yo las
llevo conmigo desde que comencé en Roncesvalles y no he tenido necesidad de
ellas ni una sola vez. Hasta hoy. La que me tomo aquí es la segunda de la
jornada.
Mientras
paramos para beber, Sergio se nos ha adelantado, por lo que Francesco y yo
continuamos solos. Pasamos las instalaciones del aeropuerto de Lavacolla. El
camino pasa por el lado norte de sus pistas. Llegamos al pueblo de Lavacolla
propiamente dicho que también atravesamos y cuando, kilómetro y medio más
adelante llegamos a las instalaciones de los estudios de la Televisión Gallega,
nos encontramos a Sergio sentado en una piedra, esperándonos. Nos dice que
quería que entrásemos en el Monte del Gozo los tres a la vez.
Un
monolito nos da la bienvenida al gran área urbana de Santiago, donde proliferan
bonitos chalets con hórreos de nueva planta como adornos.
En
estos metros finales pasamos a una pareja que lleva a un perro peregrino. He
visto varios en todo el recorrido, aunque no demasiados. Quizá tres o cuatro.
Al
fin, a eso de las 11,15 u 11,30, alcanzamos el Monte del Gozo. La primera
impresión que nos ha causado es que aquello era como Disneylandia, pero en
Jacobeo: un montaje total para hacer dinero a costa del visitante. En este
caso, a costa del peregrino.
La
segunda impresión ha sido peor, pues bajo un intenso chirimiri nos hemos
encontrado todas las puertas de recepción de peregrinos cerradas y un cartel
que indicaba que hasta las 13,30 no se abría. Dentro habían personas de la
organización a las que hemos expresado el malestar por tenernos bajo la lluvia
sin darnos siquiera la oportunidad de guarecernos. Ni caso. A eso de las 13,10
o 13,15 ha aparecido un responsable de recepción de peregrinos, al que le he
dicho que me parecía indecente que se hiciera esperar a los peregrinos bajo la
intensa lluvia después de caminar 35 kilómetros. Se ha molestado, pero le he
reiterado la queja y la opinión generalizada de que estamos en Galicia y que
aquí todo lo que depende de la Junta es lo peor que hemos encontrado desde que
partimos de Roncesvalles. Sirva de ejemplo que en el Monte do Gozo no es que no
haya cocina: ¡es que ni siquiera se puede lavar y tender ropa! Nos han
contestado que para eso hay una lavandería. Cobrando, claro está. La primera
vez que vemos semejante cosa en todo el Camino. Lo dicho, un choriceo total.
La
sensación de que en este lugar no
existen peregrinos, sino clientes, es unánime entre todos nosotros, Hasta
diversos paneles lo reflejan así.
Sergio
continuará mañana temprano hasta Finisterre, por lo que esta tarde tendremos
que despedirnos, definitivamente de él.
Después
de comer y asearnos hemos decidido bajar a Santiago en el autobús urbano. Tanto
Sergio como Francesco quieren tener la oportunidad de dar una vuelta por la
ciudad con la calma que nos da saber que nada nos urge ya. Mañana haremos
andando estos cinco kilómetros.
Cuando
íbamos hacia el bus nos hemos encontrado con los tres maños, que tienen el
mismo plan que nosotros. Foto recuerdo, imprescindible. Gente estupenda.
Hemos
retirado la Compostela lo que, dicho sea de paso, no nos ha proporcionado
ninguna satisfacción. Hemos coincidido los tres en comentar que la credencial,
con todos los sellos de los sitios por donde hemos pasado, es mucho más
“valiosa” que la Compostela. Pero bueno… es un trámite.
Visita
obligada a la Catedral y abrazo al Santo, como es de rigor. También hemos
podido ver su tumba.
Cumplido
todo el trámite protocolario que se espera de un peregrino “comme
il faut”, he invitado a chocolate con churros a Francesco y Sergio.
Éste último no ha podido ser más expresivo en sus gestos al tomarlos,
relamiéndose para expresar que le encantaban.
Tras
patear las calles comerciales de Santiago, hemos ido al “Gato Negro”, la
pulpería, donde nos hemos comido sendas raciones de pulpo con dos jarras de un
excelente vino blanco.
Vuelta
al Monte del Gozo. Despedida entrañable de Sergio pues, como he dicho, mañana
él continúa camino a Finisterre, y a la cama.
Hoy
han sido 34,4 kms. en 6 horas y media. 45.000 pasos.
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